24 mayo 2006

LA BELLEZA DE LOS SANTOS Y LA MORTIFICACIÓN CORPORAL

[Mucho se habla en estos días de la mortificación corporal. A veces, con fundamento; otras, de modo muy frívolo.

El artículo de Pablo Marti del Moral que ahora publicamos habla de modo muy claro de lo que es la mortificación y de lo que no es la mortificación cristiana. Así dice, por ejemplo: Si tenemos en nuestra retina la escena de Silas flagelándose, no entenderemos nada. Silas, el sicario-asesino con apariencia externa de especie de monje, en las secuencias del Código da Vinci no hace mortificación corporal sino masoquismo. La mortificación tiene un motivo más allá de sí misma, y además un motivo bueno, de lo contrario no es mortificación cristiana.

Y también recuerda algo que resulta evidente para todos: Hoy quizá la mortificación corporal más severa se exige a los deportistas. (...) necesitan mortificar el cuerpo hasta la extenuación en su vida diaria de entrenamiento; además deben seguir una dieta rigurosa, sin permitirse excesos ni caprichos; un horario estable y regular que limite la diversión. Es algo voluntario, pero que exige mucha mortificación.]

#312 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Pablo Marti del Moral
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Para abordar este tema, en el marco más o menos polémico en que se presenta hoy día (en torno a la discusión sobre el libro y la película Código da Vinci), debemos partir de dos premisas. La primera, de importancia esencial, es tener en cuenta que el cuerpo desempeña un papel central e insustituible para la vida de fe. El cristianismo no es una religión, filosofía o visión del mundo espiritualista. Es decir, el cuerpo representa un rol fundamental. Sin el cuerpo no hay cristiano, es más: no hay cristianismo. A la vez, el cuerpo en el conjunto de la persona tiene sus reglas, su autonomía y sus límites, con los que hay que contar.

La segunda premisa es más circunstancial. Sabemos que una imagen vale más que muchas palabras. Si tenemos en nuestra retina la escena de Silas flagelándose, no entenderemos nada. Silas, el sicario-asesino con apariencia externa de especie de monje, en las secuencias del Código da Vinci no hace mortificación corporal sino masoquismo. La mortificación tiene un motivo más allá de sí misma, y además un motivo bueno, de lo contrario no es mortificación cristiana. En el Cristianismo la mortificación no busca el dolor por el dolor. En este sentido, para entender la mortificación del cuerpo hay que ponerla junto a la imagen de un santo: cuadra con la sonrisa de Juan Pablo II o con la paz de Teresa de Calcuta en medio de los más pobres entre los pobres.

Valoradas ambas premisas, si entramos en el fondo del asunto, encontramos que la mortificación del cuerpo responde fundamentalmente a dos motivaciones: el autocontrol o dominio de sí mismo y el embellecimiento de la persona.

1. El cuerpo manifiesta a la persona y es el cauce para expresar sus sentimientos, su libertad y su amor. La persona es su cuerpo, pero no solo su cuerpo. El mundo interior de cada persona no está hecho de tejidos y líquidos, sino de pensamientos, amores y sentimientos. Por eso ya decían los griegos que el hombre es en cierto modo todas las cosas, un microcosmos, un mundo. En la persona humana existe el nivel biológico, pero también el psicológico y el espiritual. Aunque la persona es una unidad, observamos en nuestra vida la existencia de fuerzas o tensiones diversas que nos conducen a distintos objetivos y que es preciso controlar e integrar en la unidad personal. Por ejemplo, me apetece fumar (el cuerpo me lo pide) pero sé (aquí aparece la inteligencia) que no me conviene o que está prohibido y me pueden multar, por lo que decido fumar o no e impongo esta decisión a mi actuar (esto sería la voluntad).

Para controlar y dirigir todas las fuerzas o tensiones que aparecen en mi vida, para que se integren en torno a mi identidad personal de manera armoniosa, es preciso educar la inteligencia y fortalecer la voluntad. Aquí la mortificación se demuestra necesaria.

Conseguir el auto-dominio o señorío sobre mi cuerpo precisa de la mortificación, que puede describirse como negación voluntaria de una apetencia (me apetece fumar pero no fumo), o afirmación voluntaria de algo que no me apetece (no me apetece comer esto porque no me gusta, pero es lo que hay y me lo como; no me apetece ponerme a estudiar o trabajar, pero me pongo; no me apetece levantarme, pero me levanto). La mortificación del cuerpo es un acto libre forjado por una decisión de la voluntad, informada por la inteligencia (que proporciona el motivo de esa decisión), que contraría las apetencias o gustos del cuerpo en un acto determinado.

Ahora bien, ¿por qué necesito controlar mi cuerpo?, o mejor ¿para qué busco controlar mi cuerpo? Los motivos pueden ser muy variados, como por ejemplo la educación o cortesía humana. Así, debo mortificar mi cuerpo para no llevar a cabo actitudes que disturben la paz y la convivencia próxima.

Entre las muchas razones que llevan a mortificar o sujetar -si se quiere, reprimir- el cuerpo, pienso que la fundamental es la petición al cuerpo de un servicio a la persona por encima de sus posibilidades iniciales u ordinarias. Me explico con algunos ejemplos. En el mundo en que vivimos, sobre todo en las sociedades avanzadas, solemos mortificar el cuerpo principalmente en relación con el trabajo profesional. Soportando frío o calor (especialmente las personas que trabajan a la intemperie); superando el cansancio y el sueño (casi universalmente cada mañana al levantarse -¿a quién no le pide el cuerpo quedarse un buen rato más en la cama, todos o casi todos los días?-; en los trabajos de atención directa al público no me puedo permitir poner mala cara y omitir la sonrisa, aunque realmente el cuerpo pida enfadarse o simplemente pasar de alguien o algo), ¡cuántos proyectos nos llevan más allá de nuestras fuerzas y exigen mortificar el cuerpo!, en períodos determinados o para determinados trabajos siempre.

Por supuesto, también debo mortificar mi cuerpo para cumplir otros deberes, especialmente con la familia o con los amigos. Prácticamente cada día debo mortificar mi cuerpo y sus apetencias, a favor de los requerimientos de otros: el padre y la madre entre ellos y respecto a sus hijos pequeños; los novios; los amigos; los vecinos. No estamos solos en el mundo, la relación con los demás lleva muchas veces a poner sus cosas antes que las nuestras y, por tanto, mortificar los gustos propios. En caso contrario, en poco tiempo llegaremos a encontrarnos realmente solos.

Hoy quizá la mortificación corporal más severa se exige a los deportistas. Deben vivir rozando y superando el límite de las posibilidades del cuerpo humano. Para ello necesitan mortificar el cuerpo hasta la extenuación en su vida diaria de entrenamiento; además deben seguir una dieta rigurosa, sin permitirse excesos ni caprichos; un horario estable y regular que limite la diversión. Es algo voluntario, pero que exige mucha mortificación: piénsese en las discusiones y críticas -a veces con fundamento- sobre si Ronaldo está gordo o no, o si los futbolistas deben salir por la noche o no. Aunque el caso de los futbolistas es un poco especial. Si pensamos en ciclistas, tenistas, nadadores, atletas, montañistas o gimnastas no nos quedará duda de la dureza de su vida: del entrenamiento y de la competición.

Con los deportistas profesionales, a veces justificamos todo ese esfuerzo en que ellos son los mejores o representan la excelencia de la humanidad. En este sentido estos personajes de élite son unos elegidos para la gloria y por tanto se les puede pedir e incluso exigir todo ese sometimiento o mortificación del cuerpo, mientras los demás contemplamos esas maravillas desde nuestro sillón de la tele. Pero según el cristianismo todos hemos sido elegidos para la gloria, por tanto cada persona singular es tratada por Dios como su mejor hijo, como si fuera el único.

Conectamos así con el tema que nos ocupa. La mortificación corporal cristiana se puede encuadrar dentro de este sentido de ejercicio o entrenamiento para controlar el cuerpo, con idea de disponerlo al servicio de Dios y de los demás. En la sociedad en que vivimos, tiene sentido mortificar el cuerpo para controlar sus fuerzas e integrarlas hacia la ejecución de un proyecto laboral, la realización de tareas o deberes en relación con los demás, el logro de unas metas deportivas, etc. Sin embargo, a algunos les puede extrañar la mortificación del cuerpo para conseguir un objetivo espiritual, religioso. La renuncia a un gusto sensible o material, para apreciar con mayor soltura un valor espiritual. Es curioso, aunque explicable por el materialismo práctico de nuestra cultura.

La vida cristiana enseña que el ideal de amar a Dios sobre todas las cosas y a los demás como a uno mismo, no sale solo y necesita de la implicación personal, de la lucha y el esfuerzo. Ahí aparece la necesidad de la mortificación del cuerpo, para involucrarle por completo en la íntima unidad de la persona y así pueda dar lo mejor de sí mismo.

No sólo porque existen tendencias desordenadas que conducen la persona a su propia ruina, y que es preciso controlar. El deseo de satisfacción y de goce, desordenado por el pecado, lleva a cosas que, si las hiciéramos, nos apartarían de la paz interior y de la comunión con Dios. Por ejemplo, el apetito desordenado por la comida o la bebida, la envidia, la crítica o intolerancia con alguna persona (familiar, amigo, vecino o compañero), la pereza ante los propios deberes, etc. Sino también porque la excelencia del ideal cristiano (amar con todas las fuerzas y todas las obras), conlleva la práctica intensa de la virtud (la caridad y todas las demás), lo cual no es posible sin imponerse cosas, por así decir, desagradables, que nos restan comodidad y reposo para obligarnos al compromiso y al trabajo por los demás. Para poder avanzar en la vida cristiana, hay que mortificarse. Como sucede en muchos aspectos de la vida humana (el deporte, el trabajo o la carrera profesional, la estética personal, etc.). Cambia la motivación: el amor a Dios y a las demás personas.

2. Pero pasemos al segundo punto. Me parece que el otro motivo fundamental de la mortificación corporal es el adorno del cuerpo, o si queremos el cuerpo como adorno. Con dos precisiones. Hablamos de adorno no en el sentido de algo bonito pero superfluo, sino como algo esencial o trascendental, es decir, como belleza. Por otro lado, subrayamos que la belleza del cuerpo expresa y es parte de la belleza de la persona. De ahí que siempre sea una belleza individual y singular, propia de cada persona, que huye de la uniformidad y la uniformación de criterios generales.

Pues bien, para conseguir la belleza del cuerpo o en el cuerpo también se precisa la mortificación corporal. Sin duda el cuerpo danone se consigue tomando muchos yogures, pero a la vez dejando de tomar muchas otras cosas, ricas y sabrosas, que reclaman la atención y el gusto, pero a las que es preciso responder con un exigente “no”.

En ocasiones, la belleza estética requiere una mortificación corporal más específica. Aquí entra el campo de las operaciones quirúrgicas, sin duda violentas e invasivas pero de aceptables resultados en algunas ocasiones, estilo liposucción, estiramientos faciales, nariz, etc. De nuevo tenemos una mortificación del cuerpo, pero por un motivo que trasciende y supera el sacrificio: la belleza del cuerpo.

En este ámbito entra también todo el tema de las exigencias de la moda, respecto a la incomodidad (determinados tacones no son lo mejor ni para el pie ni para el caminante, pero la belleza justifica esa mortificación), al frío o al calor; o de la costumbre (no se puede olvidar el llanto de una niña pequeña al abrirle un agujerito en las orejas). En este contexto, quizá un punto especial merece el adorno del cuerpo mediante el piercing, el tatuaje, etc.

Para el cristiano el adorno del cuerpo, el cuerpo como adorno y manifestación de la persona es fundamental. Ese adorno se manifiesta en la sonrisa, en el esfuerzo a veces heroico por el otro (entre los esposos o entre amigos; el padre o la madre por sus hijos), en el compartir la pobreza con el pobre y la enfermedad con el enfermo, etc. Como se ve es un adorno de la persona, manifestado de modos visibles (lo que siempre se han llamado obras de misericordia corporales. Pero como se trata de un cuerpo animado por el espíritu, por el alma, en la unidad de la persona el adorno también es espiritual: el adorno del cuerpo pobre o enfermo es el amor solidario de ese cuerpo, de esa persona.

Principalmente en este sentido de adorno y belleza espiritual del cuerpo, se ha entendido la mortificación corporal del cristiano. Y también directamente relacionada con la Pasión de Jesucristo. Se trata de adornar el cuerpo en correspondencia a Jesucristo Crucificado. El empleo tradicional en la Iglesia de prácticas de penitencia corporal como el cilicio o -en el caso que nos ocupa- las disciplinas, va unido a ese adornar el cuerpo espiritualmente con los sufrimientos y las llagas de Cristo, compartiendo en nuestro cuerpo los dolores de Jesús.

Para comprender esto es preciso intentar entender el sacrificio de Cristo. Sólo así puede haber tolerancia y respeto hacia el cristiano. Probablemente para nuestra sociedad, este es el aspecto de la mortificación corporal que más nos cuesta comprender. Quizá porque la disciplina o el cilicio se ve como castigo al cuerpo.

Cristo sufre una violencia brutal por parte de los soldados y del pueblo. El prendimiento, los insultos, la flagelación, la corona de espinas, el camino de la cruz y la crucifixión. Pero esta descripción no explica casi nada de la realidad profunda que ahí está sucediendo.

La realidad que acontece es que Cristo transforma la violencia brutal de la humanidad a lo largo de la Historia en el amor total de Dios y de los hombres. Cristo no sufre sin más la violencia de un condenado a muerte, sino que Él que es dueño de su vida, la ofrece, y la ofrece por amor a la humanidad, a los pecadores, a los marginados, a los pobres. Por eso el Crucificado adorna: expresa a través de su cuerpo mortificado la corona del amor desinteresado y total por Dios y por los demás.

Cristo sufre porque quiere, y quiere porque con su sufrimiento se une a cada persona que sufre, la acompaña, la sostiene, le da esperanza. No se puede pedir al cristiano que renuncie a la cruz (“la señal del cristiano es la santa cruz”), ni que renuncie al crucifijo.

El sufrimiento del cristiano, y dentro de él, la mortificación corporal, es la manifestación de una realidad más profunda: su solidaridad y cercanía con el sufrimiento de todos los hombres y de cada hombre a lo largo de la Historia y de su vida. No es un castigo al cuerpo, como si éste fuera malo o despreciable, sino todo lo contrario. Es un adorno del cuerpo que hace más bella a la persona, ya que expresa en su carne el amor solidario y la unión con Cristo y con la humanidad sufriente, necesitada, marginada, olvidada.

No es obligatorio tener un cuerpo danone, ni ir a la moda aunque sea incómoda, ni llevar un piercing o hacerse tatuar, como tampoco es obligatorio utilizar la mortificación corporal del cilicio o las disciplinas.

Tampoco esos son los únicos medios para adornar el cuerpo. Pero sí que son unos medios, utilizados por muchos hoy como ayer, que han probado su eficacia para llegar a una particular belleza. Ahí tenemos sobre todo el ejemplo de Cristo y de tantos mártires. Y también el ejemplo de la vida y obra de tantos santos. No es fácil dedicar la vida a Dios y a los demás, antes y por encima de lo que puede apetecer al propio yo: cuidar y vivir entre los más pobres entre los pobres, no sólo un día, sino un día y otro, la vida entera; etc.

¿Por qué estigmatizar a nadie o juzgar a priori, con un cierto grado de intolerancia? Mejor tratemos de comprender las razones que puede tener cada uno para vivir y actuar a su manera. Entre todos, cada uno procurando ser mejor personalmente, haremos una civilización y un mundo mejor.

23 mayo 2006

CÓDIGO AVERIADO

[Reproducimos un editorial de La Vanguardia (21-V-2006) sobre el fenómeno ‘Da Vinci Code’.

Dice, entre otras cosas: La creciente prevención ante la comida basura parece que todavía no alcanza a los productos culturales de baja calidad. Vivimos muy atentos a la salud corporal, a la ingesta de según qué tipo de platos y bebidas, pero mucho más relajados ante la alimentación espiritual, lo cual no deja de ser una curiosa paradoja (...).

Un texto muy certero en el análisis sociológico e ilustrativo para quien desee seguir usando su inteligencia sin dejarse arrollar por un fenómeno de masas teledirigido que —como dice La Vanguardiamuestra qué dimensión puede alcanzar en nuestra época una fusión astuta y oportunista del marketing y la literatura fácil.]

#311 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

de un editorial de La Vanguardia
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El estreno en las pantallas de cine de la película El código Da Vinci nos coloca ante uno de los fenómenos más singulares de la cultura de masas de los últimos tiempos: una novela muy mediocre convertida en superventas planetario y una película más mediocre aún copando la cartelera cinematográfica. Como ocurre con las denominadas canciones del verano, el fenómeno puesto en marcha por el novelista norteamericano Dan Brown muestra qué dimensión puede alcanzar en nuestra época una fusión astuta y oportunista del marketing y la literatura fácil. En una época caracterizada por el acelerado desarrollo de las redes de distribución mundial de las ideas y las mercancías, se crean oportunidades sin duda propicias para una literatura baja en calorías literarias y con muchas grasas ideológicas polisaturadas: acción, misterio, esoterismo, teoría de la conspiración y ausencia de rigor histórico.

La creciente prevención ante la comida basura parece que todavía no alcanza a los productos culturales de baja calidad. Vivimos muy atentos a la salud corporal, a la ingesta de según qué tipo de platos y bebidas, pero mucho más relajados ante la alimentación espiritual, lo cual no deja de ser una curiosa paradoja en una época en que Occidente, no el resto del planeta, parece haberse emancipado del fantasma del hambre. La globalización de la cultura apenas acaba de comenzar, y seguramente asistiremos a más fenómenos como el que hoy representa El código Da Vinci,de la misma manera que también tiende a aumentar el consumo de bienes culturales de alta calidad. Basta ver las cifras de afluencia de público a los grandes museos. No hay que ser catastrofistas.

No hay duda de que el esoterismo vende y entretiene, especialmente en una época como la actual, caracterizada por la aceleración de los cambios. La reacción del Opus Dei, organización católica que merece todo el respeto, a la cruel caricatura de que es objeto en la novela y la película ha sido mesurada, inteligente y consecuente con los nuevos tiempos.

UNA INJUSTICIA RADICAL

[George Bernard Shaw, el famoso dramaturgo irlandés nacido a mediados del siglo XIX, era, como es bien sabido, un racionalista y un agnóstico que consideraba todos los problemas del mundo de manera fría y «objetiva». Pero era también —y no es atributo de todos los agnósticos— muy inteligente y muy agudo; no cesó de fustigar la hipocresía de la sociedad en que le correspondió vivir.

De su pluma procede el siguiente texto:
A nadie, por muy interesante que el dato pueda ser para la ciencia humana, se le permite meter a su madre en un horno porque quiere saber cuánto tiempo sobrevive una mujer a 500º Fahrenheit. Y si lo hiciera, se habría cargado de un golpe no sólo su derecho a conocer, sino también su derecho a vivir y todos sus otros derechos. El derecho a conocer no es el único; su ejercicio ha de adaptarse a los otros derechos.

No viene mal recordar estas palabras al considerar la reciente Ley que recibe el nombre de Reproducción Humana Asistida (RHA). Otra inteligencia preclara de nuestros días —el Dr. Gonzalo Herranz— dice en relación a este engendro jurídico: ...a uno le entra la penosa sospecha de que en nuestro ordenamiento jurídico reciben más protección el lince ibérico, el oso asturiano, la nutria y sus respectivas crías, que los seres humanos embrionarios. (...) Si un hombre de laboratorio pidiera autorización para usar en investigación unas decenas de fetos de osito panda, ¿sería autorizado a hacerlo? No parece que se lo permitirían los activistas de liberación animal ni los miembros de un comité ético de bienestar animal que actuara conforme al Real Decreto 1.201/2005, sobre protección de los animales utilizados para experimentación y otros fines científicos.

Así están las cosas en el ámbito jurídico español contemporáneo... Esta nueva ley RHA es contraria a la vida humana. Es una injusticia radical: así titula Natalia López Moratalla el breve y lúcido artículo que ha publicado en
La Gaceta de los Negocios (13-V-2006) y que ahora reproducimos.]

#310 Vita Categoria-Eutanasia y Aborto

por Natalia López Moratalla, Catedrática de Bioquímica y Biología Molecular
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De manera muy discreta, sin debate publico ni del texto ni de las enmiendas, y envuelta en otros graves problemas y en cortinas de humo, se aprueba en el Congreso en segunda vuelta una ley perniciosa e injusta; una ley que no ha encontrado ya más posibilidades a “despenalizar”.

Hay quien piensa, posiblemente por no haberla leído, que esta ley es prácticamente igual que la anterior del Gobierno socialista de 1988, y casi igual que su reforma del 2003 hecha por el Partido Popular. Muchos creen que sólo se han hecho retoques para aumentar la eficacia técnica y abrir las opciones que garanticen no sólo un hijo, sino un hijo sano. Pero no; la ley es nueva y es otra cosa ya que cambia lo más sustancial. Elimina los presupuestos imprescindibles de una ley que trate de proteger y regular los sistemas tecnológicos dirigidos a asistir la reproducción humana; una ley que regula unas prácticas dirigidas a paliar un problema de esterilidad, no sanado por la medicina, de forma que aunque los hijos no puedan ser engendrados, al menos resuelva el problema interviniendo en su generación.


Un primer presupuesto imprescindible de una ley de RHA es el compromiso absoluto en que el único destino legítimo de todo embrión producido sea la procreación: cada embrión generado debe ser gestado por su madre, o donado para gestación si sus padres no pudieran acogerlo. No pueden “sobrar” y los sobreros abandonarse como meros subproductos. Y mucho menos aún una ley puede legitimar (y pretender ser legítima) procedimientos encaminados a generar seres humanos, embriones humanos, con fines diferentes a la procreación.


Pues bien, con la ley que se acaba de aprobar se despenaliza la generación de cuantos embriones se quieran y para lo que se quieran. Esto es demasiado grave para quedarse tranquilo con un ‘¡No me importa que se legalice: yo no lo voy a hacer!’. Tenemos experiencia de que lo que un día repele como injusto, poco después de despenalizado empieza a percibirse como legítimo.


Hemos pasado de aceptar un método “raro y no natural”, pero útil mientras no se pudiera solucionar el sufrimiento de no poder tener un hijo, a un auténtico “turismo de la reproducción”, que esta ley acoge y protege en su aspecto comercial.

19 mayo 2006

EL OTRO CÓDIGO: 'DA VINCI CODE' VERSUS 'DA SONY CODE'

[Hace pocos días (11-V-2006), en respuesta a unas declaraciones del director de la película 'El Código Da Vinci', Manuel Sánchez Hurtado, encargado de relaciones con la prensa internacional de la Oficina de información del Opus Dei en Roma, entregó un comunicado que decía:

«La prensa italiana ha publicado ayer algunas entrevistas a Ron Howard, director de la película Da Vinci Code. En las frases que se le atribuyen, Howard afirma que “negar el derecho de ver el film es un acto fascista”, y también que “decir a alguien que no vaya a ver la película es un acto de militancia y la militancia genera odio y violencia”. En esas entrevistas se menciona varias veces al Opus Dei. Las frases parecen referirse a las recientes declaraciones de algunas autoridades de la Iglesia.

Me atrevería a rogar a Ron Howard que mantenga la serenidad y se exprese con respeto.

No conviene perder de vista la realidad de la situación: esta película es ofensiva para los cristianos, Howard representa al agresor, y los católicos son víctima de una ofensa. No se puede quitar al agredido incluso el último derecho, el de expresar su punto de vista. No son las declaraciones de algunos eclesiásticos o la petición respetuosa del Opus Dei de incluir una advertencia al inicio del film de que se trata de un trabajo de ficción, las que generan violencia: son más bien los retratos odiosos, falsos e injustos, los que alimentan el odio.

En sus declaraciones, Howard repite también que es simplemente una película, una historia inventada, y que no hay que tomarla demasiado en serio. Pero no es posible negar la importancia del cine y de la literatura. La ficción influye en nuestro modo de ver el mundo, sobre todo entre los jóvenes. No es serio no tomársela en serio. Ciertamente, la creatividad artística necesita un clima de libertad, pero la libertad no se puede separar de la responsabilidad.

Imagine usted una película que cuente que Sony esta detrás de los atentados de las Torres Gemelas, que promovió porque quería desestabilizar los Estados Unidos. O bien una novela que revele que Sony pagó al pistolero que disparó al Papa en la Plaza de San Pedro en 1981, porque quería oponerse al liderazgo moral del Santo Padre. Son sólo historias inventadas. Supongo que Sony, una empresa respetable y seria, no estaría contenta de verse retratada de este modo en las pantallas, y que no se quedaría satisfecha con una respuesta del tipo: “no se preocupe, es sólo ficción, no hay que tomarla demasiado en serio, la libertad de expresión es sagrada”.

En todo caso, quienes han participado en el proyecto de la película no tienen motivos para preocuparse. Los cristianos no reaccionarán con odio ni violencia, sino con respeto y caridad, sin insultos ni amenazas. Pueden seguir calculando tranquilos el dinero que recaudará la película. Porque la libertad del beneficio económico parece la única libertad sagrada de verdad, la única exenta de toda responsabilidad. Es probable que recauden mucho dinero, pero están pagando un alto precio al deteriorar su prestigio y su reputación.

Espero que la polémica de estos meses no sea estéril, que sirva para que se reflexione sobre el carácter relativo del beneficio económico cuando están de por medio valores más altos; sobre la importancia de la ficción; sobre la responsabilidad que acompaña y protege siempre a la libertad.”

El plan de comunicación de la Oficina ante este caso se puede encontrar en la página web del Opus Dei. Allí se explica con detalle la posición que ha mantenido en estos meses.»


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A continuación publicamos un nuevo comunicado de la Oficina de información del Opus Dei en Roma (Manuel Sánchez Hurtado, 17-V-2006), con motivo del estreno de 'El Código Da Vinci'.

Es interesante descubrir la incoherencia de Sony: se enorgullece de actuar siempre de acuerdo con un excelente Código de Conducta, pero esto no parece responder a la realidad pues resulta evidente para todo el mundo que la película ‘El Código Da Vinci! no respeta en absoluto ‘El Código Da Sony’. Lean, lean. Se publica el comunicado íntegro, primero en español y luego en inglés.


#309 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Manuel Sánchez Hurtado
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“Hoy se presenta la película El Código Da Vinci. La película mantiene las escenas de la novela que son falsas, injustas y ofensivas para los cristianos. Incluso multiplica su efecto injurioso, por la potencia que tienen siempre las imágenes. También se ha confirmado que la película no estará precedida por un cartel que aclare que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Durante los últimos meses, muchos católicos, cristianos de distintas confesiones, judíos, musulmanes, otros creyentes y ciudadanos de buena voluntad han alzado respetuosamente su voz para pedir respeto. Parece que su petición no ha tenido éxito. Esas voces no reclamaban un trato de favor, no querían poner entre paréntesis la libertad de expresión. La petición de respeto es de sentido común y responde a los compromisos que Sony ha adquirido con la sociedad.

He aquí, a título de ejemplo, algunos textos del Código de Conducta del Grupo Sony, aprobado por las máximas autoridades de la Corporación el 28 de mayo de 2003, que muestran ese compromiso. En el apartado 1.3 se afirma: “Reconociendo que una conducta social y profesionalmente aceptable en una cultura o región puede ser vista de modo diferente en otras, el personal de Sony debe ser cuidadosamente respetuoso hacia las diferencias culturales y regionales en el cumplimiento de sus deberes”. El apartado 2.4 explica las normas de comportamiento que deben observar todos los miembros de la empresa: “Nadie puede expresar insultos raciales o religiosos, ni bromas ni otros comentarios o comportamientos en el lugar de trabajo que creen un ambiente hostil”. Por lo que se refiere a la publicidad (apartado 3.4), Sony se compromete a no hacer una publicidad falsa, que desoriente o calumnie a otros.

Los dirigentes de Sony han manifestado repetidas veces ese compromiso ético. En una reciente publicación de la empresa, un alto ejecutivo reconoce que sus “negocios tienen impacto directo e indirecto en las sociedades en las que operan”. Otro afirma que la “ética y la integridad tienen que formar parte del DNA” de la empresa. Y un tercero asevera que “no puede haber prosperidad para una compañía que no respeta el ambiente y la sociedad en la que vive”. Nadie en estos meses se ha atrevido a llegar tan lejos en sus afirmaciones como los directores de Sony, aunque sus declaraciones son desmentidas por la penosa falta de respeto que supone la película para cientos de millones de cristianos. El fin económico no justifica los medios ofensivos. Además, es el agresor quien se degrada, no es la víctima quien pierde su dignidad.

Pero no se trata aquí de formular juicios. La cuestión que queda abierta es si esta película respeta el Código de Conducta del Grupo Sony, o si por el contrario, estamos también en este caso, ante un “Código de ficción”, y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Los acontecimientos de los últimos meses han impulsado a muchos creyentes a profundizar en su fe cristiana, a conocer mejor el Evangelio y la Iglesia, su historia y su presente. Como hace 20 siglos, Jesucristo sigue siendo “escándalo y locura” para algunos. Pero son muchos más los que –por un don recibido, no por méritos propios– creemos que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios y el Redentor del hombre, que vino al mundo para difundir la caridad.

Hoy termina un episodio lamentable, pero pasajero. Los cristianos han reaccionado siempre ante la falta de respeto con una actitud pacífica, buscando el diálogo y evitando el conflicto. Además, este episodio puede servir para que los cristianos nos tomemos más en serio la fe y para que todos aprendamos a comprender y respetar a los demás”.

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Today Sony Pictures lifted its veil of secrecy from The Da Vinci Code. The novel’s offensive caricatures of Jesus Christ, Christian history, the Catholic Church and Opus Dei have all been retained in the film. Indeed the offensiveness of the caricatures has been magnified by the power of visual imagery.

Moreover, Sony has announced that the film will not include a fiction disclaimer stating that any resemblance to reality is purely coincidental.

Catholics, other Christians, Jews, Muslims, and other persons of good will have repeatedly asked Sony to respect religious belief. In so doing, we were not asking for a special favor. Nor have we wished to limit anyone’s freedom of expression. From the beginning we have appealed to Sony’s own sense of common decency. Unfortunately, this appeal has failed.

In addition, this request for respect is in line with the commitments to society that Sony Corporation has made publicly. The Sony Group “Code of Conduct,” approved by the highest authorities of the corporation on May 28, 2003, contains the following:


• “Recognizing that conduct that is socially acceptable in one culture or region may be viewed differently in another, Personnel (of Sony) are required to give careful consideration to cultural and regional differences in performing their duties” (section 1.3);

• “No Personnel may make racial or religious slurs, jokes or any other comments or conduct in the workplace, that create a hostile work environment” (section 2.4);

• With respect to publicity, Sony commits itself not to engage in false publicity that misleads or slanders others (section 3.4).


In a recent business publication, a high executive of Sony acknowledged that “its businesses have direct or indirect impact on the societies in which it operates.” Another affirmed that “ethics and integrity have to be in the company’s DNA”. And a third stated that “there can be no prosperity for a company that does not consider the environment and society.”

In appealing to Sony in recent months, no one has asked Sony to do any more than live up to its own public commitments. Unfortunately, Sony’s actions have not matched its words and have offended the religious beliefs of hundreds of millions of Christians. The end, in this case financial, does not justify the means. It is the aggressor that loses dignity, not the victim.

We do not mean by this to judge the intentions of any individuals. The question is whether this film respects the Sony Group Code of Conduct, or whether that code is yet one more “Fictional Code,” in which any resemblance to reality is purely coincidental.

As he was 20 centuries ago, Jesus Christ is for many today “a scandal and a folly.” But many still receive the gift of faith, and firmly believe that he is the Son of God, the Redeemer of every man and woman, and the source of charity for the world. God can bring good out of bad and the events of recent months will lead many believers to rediscover the depth and beauty of their Christian faith.

Soon this regrettable but fleeting episode will be forgotten. Let us hope that its lessons about mutual respect and understanding are not.

18 mayo 2006

DE LA EVOLUCIÓN A LA INVOLUCIÓN: VOLVEMOS AL MONO

[En el artículo de José Ignacio Munilla que ahora reproducimos -se publicó en El Diario Vasco (10-V-2006)- se comienza hablando del Proyecto Gran Simio (cfr. # 299) pero sobre todo se hace un lúcido análisis -que a veces pasa inadvertido para muchos- de cómo esa propuesta parlamentaria socialista está perfectamente enmarcada en una extensa serie de falsificaciones en temas muy graves de la antropología y de la ética.

Entresacamos algunas de las ideas:
  • cambiar el concepto de persona;
  • disgregar la persona humana de su propia sexualidad;
  • la falsificación del concepto de matrimonio;
  • la equiparación de la unión homosexual al matrimonio;
  • la desintegración antropológica entre amor y sexo;
  • la pornografía que ha reducido la sexualidad a lo instintivo y animal;
  • la violencia machista que es consecuencia evidente del confusionismo sobre el concepto de persona, que convierte las relaciones humanas y conyugales en algo puramente animal: como en el reino animal, en general el macho domina a la hembra y utiliza el sexo como instrumento de sometimiento;
  • el desamor, una de cuyas principales manifestaciones es el divorcio, está en el inicio de todas estas falsificaciones antropológicas.
Dice el autor de este texto: Cuando Benedicto XVI decidió publicar su primera encíclica, Dios es amor, lo hizo plenamente consciente de que el centro de la crisis que padecemos no es tanto la moral, cuanto la carencia de sentido de la existencia.]

#307 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por José Ignacio Munilla Aguirre
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A finales de abril se admitía a trámite en el Congreso de Diputados de España una Proposición no de Ley, por la que se instaba a la adhesión al Proyecto Gran Simio, presentado por la organización internacional del mismo nombre. Por mucho que la ministra Cristina Narbona haya salido a la palestra diciendo que no hay motivo para alarmarse, ya que tan solo se trataría de una iniciativa en favor de la preservación de unas especies en peligro de extinción, muy a pesar de ella, ocurre que existe la posibilidad de conocer directamente los contenidos y propuestas del Proyecto Internacional Gran Simio, al que el gobierno Zapatero quiere que nos adhiramos. Una vez más, parece que vamos a ser pioneros en sumarnos a una iniciativa que inaugura en España una campaña internacional.

En la web oficial Proyecto Gran Simio se nos ofrece unas imágenes de cuatro simios y un hombre, y entre ellas se coloca el signo matemático de igualdad. Mono = hombre. Los contenidos de la página son claros y diáfanos: «El objetivo es borrar la idea de la especie». «La idea es radical pero sencilla: incluir a los antropoides no humanos en una comunidad de iguales, al otorgarles la protección moral y legal de la que, actualmente solo gozan los seres humanos trabajar por la supresión de la categoría de propiedad que ahora tienen los antropoides no humanos y por la inclusión inmediata en la categoría de personas». «Nuestro objetivo a largo plazo es conseguir una Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Grandes Simios Antropoides». «Compartimos el 98,4% de los genes con los chimpancés, el 97,7% con los gorilas y el 96,4% con los orangutanes... La diferencia genética es menor que la existente entre especies de un mismo género y familia». (Nada se dice en la citada web del dato científico contrastado de que el cerdo tiene mayor similitud fisiológica con nosotros que los simios. ¿Para cuándo el Proyecto Gran Cerdo?, permítasenos la guasa). Pero aunque pudiera parecer todo esto una broma, estamos ante algo muy serio. Peter Singer, filósofo australiano, es uno de los ideólogos de este Proyecto Gran Simio que el parlamento español se dispone a suscribir. Este autor afirma (cf. Etica Práctica, 2ª edición) que si un animal tiene más perspectiva de futuro que una criatura humana que esté enferma, entonces tiene también más derechos. Su ética práctica afirma que los derechos los da la biología. El ser humano es despojado de este modo de su categoría de persona.

¿Por qué oculta esta realidad la señora ministra al afirmar que sólo se trata de una campaña de protección de especies en extinción? ¿No será que al despojar al ser humano de su dignidad de persona humana, se está buscando un aval ético para justificar la experimentación con embriones humanos y lo que esté por llegar con los enfermos en fase terminal?

Sería imposible entender esta propuesta parlamentaria sin tener en cuenta la serie muy larga y concatenada de falsificaciones en temas muy graves de la antropología y de la ética que le es consecuente. Veamos algunos eslabones de esta crisis:
  • 1º.- Cambiar el concepto de persona, disociándolo de la especie humana, requería previamente otras fragmentaciones antropológicas; por ejemplo, disgregar la persona humana de su propia sexualidad. Recordemos que el Gobierno español ha anunciado ya su apoyo a las reivindicaciones de los colectivos de transexuales, para costear las operaciones de cambio de sexo o la permisión de cambio de sexo en el Registro Civil. El sexo ya no sería «algo que se es» (personalidad masculina o femenina), sino «algo que se tiene»: es decir, unos órganos sexuales que pueden cambiarse a elección de cada uno.
  • 2º.- Y a su vez, esta disociación de la personalidad de su propia sexualidad, está en consonancia con la falsificación del concepto de matrimonio, el cual deja de ser la unión del hombre y la mujer. El matrimonio pasaba de ser la institución natural en la que se engendra la vida en comunión de vida conyugal, a un mero pacto civil que ampara una simple convivencia sexual.
  • 3º.- La aceptación del matrimonio homosexual, sin que su imposibilidad de engendrar la vida sea considerada como obstáculo para su equiparación al matrimonio natural, sólo es posible porque anteriormente la mentalidad antinatalista había impregnado nuestros valores. La anticoncepción y el aborto habían introducido una lógica en la que la sexualidad se disociaba de la procreación.
  • 4º.- El terreno había sido abonado también en gran manera por otra desintegración antropológica: amor y sexo. La pornografía se ha encargado de reducir la sexualidad a su dimensión instintiva y animal. Nada que ver con la sexualidad como expresión de amor y vehículo de donación y entrega de la vida.
  • 5º.- La violencia machista no es más que otra manifestación de la animalidad del hombre, un desdibujamiento práctico y moral del concepto de persona. El origen del machismo está en la «ley del más fuerte». Es decir, su raíz está en la vivencia de las relaciones humanas a nivel animal. Al igual que en el reino animal, el macho domina por lo general a la hembra, haciendo del sexo un instrumento de sometimiento.
  • 6º.- Y, ¿cómo no!, el desamor, una de cuyas principales manifestaciones es el divorcio, está en el inicio de todas estas falsificaciones antropológicas. Cuando Benedicto XVI decidió publicar su primera encíclica, Dios es amor, lo hizo plenamente consciente de que el centro de la crisis que padecemos no es tanto la moral, cuanto la carencia de sentido de la existencia. Sólo cuando sabemos que venimos del Amor y que volvemos a él, es cuando podemos dar lo mejor de nosotros mismos, amando con un amor que integra el ágape y el eros. Si en el inicio de la crisis antropológica está el desamor, el Proyecto Gran Simio nos permite comprobar que el último eslabón de esta crisis afecta al mismo concepto de persona.

Lo paradójico es que los que acusaban a la Iglesia de no aceptar a pies juntillas la evolución, sean los protagonistas de la involución. Decían que el hombre proviene del mono, ¿y a mero mono lo han terminado por reducir! Si en la web antes mencionada se dice que simio = hombre; entonces, por lógica, hombre = simio. Por ello, hoy más que nunca, conviene recordar lo que el difunto Julián Marías afirmaba dirigiéndose a un grupo de sacerdotes: «cada vez es más necesaria la predicación de la existencia del alma humana, para preservar la dignidad del ser humano». Nos enfrentamos a un riesgo real de despersonalización del hombre. Con cierta sorna me decía ayer un amigo que había que buscarle a todo su lado positivo: «mi esperanza de que no me apliquen la eutanasia es que me asimilen a los simios». Y de la ironía a la realidad: la última batalla del laicismo se va a concentrar en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana.

BRANDED: THE BUYING AND SELLING OF TEENAGERS

[The world of advertising is playing an increasingly important part in shaping how teenagers—and younger children—identify themselves, states journalist Alissa Quart. She is a graduate of Brown University and the Columbia School of Journalism. She has written for the New York Times, Lingua Franca, Elle, The Nation, and Salon. She lives in New York City.

In her book Branded: The Buying and Selling of Teenagers, Perseus, 2002 - trad. española: Marcados: La explotación comercial de los adolescentes, Debate, 2004-, Quart discusses how teenagers and younger children are particularly vulnerable to the exploitation of advertising focus groups and trend-spotters who offer a sense of belonging and identity through brand promotion and affiliation.
  • 31 million teens now spend upwards of $153 billion on leisure expenses — clothing, CDs, and makeup — a year. 55% of American high-school seniors work more than three hours a day to earn the money to fulfill their need for stuff.
  • A growing number of high schools are sponsored by corporations. Textbooks regularly mention Oreo cookies and math problems contain Nike logos. Teenagers not only play ball in gyms rimmed with logos but also spend their English classes coming up with advertising slogans for sponsors, all under the auspices of their so-called public schools.
  • In the last two years, cosmetic surgery rates for teens have gone from 1% to 3% of the total 4.6 million surgeries performed each year.
Corporations spend billions of dollars annually to woo teen and pre-teen consumers. Over the last 5-10 years, the research of these groups and their behaviour has become very focused on exactly how best to part them (or their parents) with their money. Alissa Quart takes the reader into the disturbing world of teen marketing, showing how they are taught to market to each other and where adults build careers out of insinuating their way into 'friendships' with teens in order to monitor what they wear, eat, listen to and talk about with each other.

This compelling book looks into the way teens succumb to peer pressure and the constant commercial battering and the young people who fight back, who turn the tables on the cock-sure mega-corporations who so cynically strive to crack the codes of teen cool. These kids prove it isn't necessary to give in to branding, but it is a drop in the water when an entire generation is being raised to consume.

Quart explains that in earlier times teenagers had places in which to play that were free of advertising; their imaginations had more time to develop—they had more time to learn who they were—before being exposed to the grading and judgment which comes with advertising, and which can stunt individual growth. Now, however, marketers routinely pitch their products to children under fourteen. Marketing agents realize that young children are seeking an identity and offer one to them through involvement in defining and promoting "cool" brands.

Trend-spotters spend time at the places children frequent and then recruit the trend-setters to give their opinion of the fashions, bands, or gadgets vying for the limelight. Advertisers also encourage teenagers to "chat up" their favorite recording artists on-line or to their friends. While some teenagers are paid in cash or with products for their consulting, Quart explains that the real motivation for participation is the sense of identity that accompanies it. "I think mostly, though, they're doing it for that sense of being part of something bigger than themselves, and that's sort of the key to my book's argument," says Quart, "that brands are stars in these kids' world, and they want to be part of the stars' entourage."

"Deserves to command wide attention among millions of families....Quart makes a brilliant case...and her book is a necessary warning for parents." (The New York Times)

John Warner reviews Alissa Quart’s book to find a shared past not too dissimilar, and a terrifying prospect that may lie ahead of us all. The Morning News Contributing Writer John Warner is co-author (with Kevin Guilfoile) of My First Presidentiary: A Scrapbook by George W. Bush, and author of Fondling Your Muse: Infallible Advice from a Published Author to the Writerly Aspirant. He teaches at Clemson University.]

#307 Educare Categoria-Educacion

by John Warner
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In the Oliver Stone movie Wall Street, Gordon Gekko (Michael Douglas) famously declares that ‘greed is good.’ Gekko, as we can tell by his oily coif and lizardine moniker, is a villain, but his signature quote defined the dominant ethos of the Reagan era. Under Reagan the traditional values of the American dream, life, liberty, and the pursuit of happiness trickled down into a single shorthand word – ‘prosperity’ – as the corporate jet and penthouse apartment supplanted the family sedan and white picket fence. Greed of the kind Gekko or Michael Milken may have embraced was bad because they were criminals and got caught, but their wealth and the things it bought was offered as a good thing.

Famously, Generation X responded to this ethos by ‘slacking.’ While this is of course a gross overgeneralization, there was for sure a segment of my generation that simply checked out. On the one had, we loved our media, the rise of video games and cable television, and the ever expanding list of ‘things’ that our parents’ money could buy for us. On the other hand, as we aged into early adulthood, the pursuit of these images seemed increasingly empty and above all, hard.

Having stuff was great, but the appearance of wanting it was not cool. We were born consumers who could not quite jump into the consumerism pool with both feet because we recognized the essential futility of the pursuit in that no matter how much we managed to amass, we could never have all that we wanted. Perhaps more importantly, our half of a foot in the counter-culture ‘60s made us feel guilty for wanting (or in many cases having) more stuff . As the white, upper-middle-class majority, we felt uncomfortable with our already privileged status. If mom and dad wanted to pay for four weeks in Europe, great, that’s their business, but otherwise forget it, I’m going to go be a bike messenger. The result: a collective generational psyche badgered into a kind of grumpy stasis.

Fortunately, the Clinton-era Internet boom removed one of the obstacles to the pursuit of wealth: the difficulty. For a time, making money wasn’t at all hard. All you needed was an idea (in retrospect not even a good one) and a convincing pitch for a venture capital firm and poof! Money. Failing that, a computer and an E*Trade account would do just as well. Even though the boom has busted, the power of those giddy times remains. We just have to wait for it to happen again, and this time, we’ll make sure to grab some cash instead of those now-worthless stock options.

Thanks to the neo-Bush administration, the other obstacle – guilt – has been removed as well. Previous wars asked that we scrimp and sacrifice, but now, according to our government, shopping is now the most patriotic act an individual can do as our country prosecutes the war on terror. To beat al-Qaeda, we must spend money and purchase goods and, above all, raise that consumer confidence.

Phew, what a relief! That beats scavenging rubber or rationing sugar any day!

With her extremely interesting and provocative book, Branded: The Buying and Selling of Teenagers, Alissa Quart illuminates the darker side of this phenomenon and its effect on Gen X’s followers, the ‘millennial’ generation. Quart goes looking for signs of the inexorable creeping of consumerism, and finds them everywhere: movies, video games, malls, magazines, and even our public schools. Cracked open for years, the Pandora’s box of consumerist craving (now having been wrapped in the Stars and Stripes) has had the top blown off its hinges, inundating us with the shorthand identity of corporate America: the brand.

In David Foster Wallace’s Infinite Jest, DFW gets comedic and thematic mileage over the ‘subsidizing’ of each year (‘Year of Glad,’ ‘Year of The Depends Adult Undergarment’), but this now hardly seems subversive or satirical, as our college football bowl games have become paeans to tortilla chips (Tostitos Fiesta Bowl), or cell phones (Nokia Sugar Bowl), and arenas and stadiums are named after either airlines (the United Center in Chicago, America West Arena in Phoenix) or big-box retailers (Staples Center in Los Angeles). Even novels, as seen with Fay Weldon’s The Bulgari Connection – commissioned and underwritten by the high-end jeweler – can embrace corporate sponsorship.

While we may sigh and kvetch every time brands encroach into new areas of our lives, we don’t grumble too much, lest the golden goose lay a rotten egg. (Boy, that’s a little shady to let Coke have the exclusive contract to our high school, but lordy, look at that money!) Given the skyrocketing government budget deficit, I doubt we’d bat an eye at the decision to turn the year 2004 over to say, Gatorade, in return for a few hundred-million bucks.

But the devil is (perhaps literally) in the details, and Quart is expert at mining the dirtiest particulars of the brand invasion from her young subjects.

Quart shows us third-graders who know which beer comes in green bottles and which comes in brown bottles and thirteen-year-olds who drool over Manolo Blahniks. Quart takes us inside $30,000 shopping-themed bat mitzvahs featuring centerpieces fashioned from Tiffany, Gucci, and Gap shopping bags, and even a ‘secret’ Internet society of ‘pro-anorexia’ teen girls who find virtue in being able to count the ribs of the ultra-thin models and actresses they emulate.

By identifying the brand as the lifeboat teens reach for most often in their great quest for identity and belonging, Quart presents a convincing case for the corrosiveness of our current relationship with consumerism. The primary consequence, Quart argues, is a loss of childhood, as more and more teens work nearly full time outside of school in order to afford the ‘right’ clothes, or to save up for cosmetic surgery that they desperately ‘need.’ Quart interviews girls as young as eleven who shave and wax their bodies in order to adhere to fashion; she shows us children even younger who express a desire to be viewed as ‘sexy.’

And as early as eighth grade, anxious parents begin shelling out thousands of dollars on college-application tutors who drill their charges on everything from SAT prep to interview etiquette in order to enhance their chances of admission to a name-brand college: a necessary precursor to landing the high paying job that will enable the continuation of the purchasing cycle for the next generation.

While Quart also identifies and explores segments of the teen population that reject the corporate encroachment on their lives by wearing thrift-store clothes, or that protest the presence of sponsors inside their high schools, the overall picture is pretty grim. For the occasional iconoclast who chooses ‘unschooling’ (a kind of self-directed home schooling), there’s tens of thousands of others who are too scared for their future prospects (read: wealth and comfort) to opt out of the race. Much of the behavior is enabled by parents assuaging guilt over their absences by offering anything their children want them to buy. The result is a constant cycle of anxiety as both children and parent worry about how the kids stack up against their peers.

The villains of the story are the corporations and the marketers who come off as slimy and either unaware or uncaring to the damage they wreak as they refine their approaches to exploiting the weaknesses in ‘tween’ and teen psyches for commercial gain. Like the Borg of Star Trek fame, however, corporations exist to assimilate, thus to go after them as a potential solution is like attacking a cell for dividing or Clay Aiken for making that cheesy singing face.

And as Quart acknowledges repeatedly, targeting children and teens and the pervasiveness of brands as signifiers of identity is nothing new. She starts the book by recounting her own teen anxiety (circa-1983) over buying jeans at Macy’s, wondering if the ‘Jordache look’ will help her overcome her own typical teenage ‘self-loathing.’ Similarly, I recall kids at my grade school (circa-1982) who had their mothers replace JC Penney’s fox with Izod’s alligator on their shirts lest they be tagged as down-market shoppers.

Yet the change in attitude from generation to generation is undeniable. Because Quart takes her young subjects seriously, she is able to illustrate the off-putting intensity and anxiety over brands that is manifested among so much of today’s youth. Much of Quart’s research and observations is limited to the east coast, and heavily focuses on the predominantly white members of the upper-middle and even upper classes, which makes one wonder how pervasive the phenomenon is in other areas of the country, like the Bible belt, that supposedly embrace different values. (My hunch is that the differences are only a matter of degree, and not many degrees at that.) The somewhat narrow focus, however, does not undercut the power of Quart’s investigation, because in truth she is examining the future ruling class and she reveals how consumerism is now the accepted ideology and dogma of America and its government and we have our first generation entering into adulthood that accepts it unquestioningly. Gekko would be happy to know that greed is now, quite officially, good.

Ironically, the rise in consumerism embraced by the contemporary right has had a corrosive effect on the ‘family values’ and issues of morality that conservatives claim to embrace. Wal-Mart recently moved to stop distributing consumerist bibles like Maxim and FHM in their stores because they may improperly expose youngsters to sexual images, but they aren’t thinking twice about selling lipstick and blush to a ten-year-old.

The Enron, Tyco, and WorldCom scandals were fueled entirely by greed enabled by both the government and a willing public. While the key figures of the scandals were roundly spanked, it’s important to note that this happened only after the stock prices began to plummet and they were no longer useful sources for the rest of us to effortlessly generate wealth.

And as the pressure on families to up their incomes increases, parents are more often absent from the home, serving to nudge their emotionally developing offspring into the bosoms of the corporations that appear to care about them. Quart illuminates the phenomenon of unpaid teen consultants who observe their friends’ spending predilections and report back to their masters while simultaneously shilling for the brand. The marketing professionals ‘act like friends and chit-chat with them’ or send them emails. The teens are bolstered because adults are paying attention to and valuing what they have to say. Brands, literally, become a source of affirmation, and in return receive love and devotion.

The Gen X malaise stemmed from angst over the choice between effort and desire for material goods, but under the new paradigm choice is unnecessary in the face of desire. Just as the Bush administration can have both its war and its tax cut by exploding the deficit, so too can we have TiVo, HDTV, and an Xbox by charging it to our credit cards. As Quart and many others note, the amount of teen credit-card debt has been rising exponentially over the last decade, but the current administration has done nothing to address this problem.

Ultimately, though, the balance comes due, which should be, but apparently isn’t, a frightening prospect for us at all.

07 mayo 2006

THE DA VINCI CODE, THE CATHOLIC CHURCH AND OPUS DEI

[Estaba de viaje durante la Cuaresma -escribe George Weigel en un reciente artículo-. Y de costa a costa ninguna librería de aeropuerto carecía de expositor exhibiendo El Código Da Vinci, en espera del estreno en mayo de la película de Ron Howard. Uno trata de olvidarse del lanzamiento comercial del film - "el mayor encubrimiento de la historia..." - pero es claro que algo deprimente pasa aquí. ¿Por qué gente inteligente piensa que El Código Da Vinci tiene alguna base en hechos históricos? ¿Por qué unos católicos pueden pensar que una novela que sugiere (y no de modo sutil, por cierto) que la estructura entera de la fe es una mentira no es un asunto de notable importancia?

Y más adelante dice Weigel:
La Conferencia Episcopal de Estados Unidos tiene un website http://www.jesusdecoded.com/ repleto de recursos para los que quieran convertir las afirmaciones de El Código Da Vinci en una oportunidad catequética y evangelizadora. Además de una demoledora crítica de Elizabeth Lev sobre el escaso conocimiento que Brown tiene de Leonardo Da Vinci, esa web incluye un utilísimo esquema del tipo "Cuando ellos digan..., tú di...", que forma parte de un artículo de Amy Welborn titulado "¿Qué le dirías a un "creyente" de El Código Da Vinci?". Amy Welborn, escritora católica y autora de un conocido blog (cfr. #100), es siempre interesante y escribe con fuerza; por ejemplo, dice:

  • "Hay suficiente verdad en El Código Da Vinci para que uno pueda ser seriamente engañado. Así, algunas fuentes que utiliza -como Holy Blood, Holy Grail y La Revelación Templaria- existen. Pero no reflejan ningún estudio histórico serio. No encontrarás ningún departamento de historia del planeta que utilice -como parte de su programa de estudios- esas obras que le proporcionan carnaza a las teorías de 'El Código Da Vinci' ".

Efectivamente, así es,
concluye George Weigel.

Como información complementaria, publicamos en inglés una reciente nota de la Oficina de Información del Opus Dei en EE.UU. (3-V-2006) en la que trata de las cuestiones más habituales que los periodistas han planteado a propósito de 'El Código Da Vinci'.]


#306 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia
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Many people are intrigued by the claims about Christian history and theology presented in The Da Vinci Code. We would like to remind them that The Da Vinci Code is a work of fiction, and it is not a reliable source of information on these matters.

The Da Vinci Code has raised public interest in the origins of the Bible and of central Christian doctrines such as the divinity of Jesus Christ. These topics are important and valuable to study, and we hope that interested readers will be motivated to study some of the abundant scholarship on them that is available in the non-fiction section of the library.

Those who do further research and exercise critical judgment will discover that assertions made in The Da Vinci Code about Jesus Christ, Mary Magdalene, and Church history lack support among reputable scholars. By way of example, The Da Vinci Code popularizes the idea that the fourth century Roman emperor Constantine invented the doctrine of the divinity of Christ for political reasons. The historical evidence, however, clearly shows that the New Testament and the very earliest Christian writings manifest Christian belief in the divinity of Christ. Other examples of discredited claims presented in The Da Vinci Code can be found in this FAQ from Catholic Answers or at the US Bishops' website, www.jesusdecoded.com. For those who are willing to take the time to get to the bottom of the issues raised in The Da Vinci Code, we recommend reading The Da Vinci Deception, De-Coding Da Vinci, or The Da Vinci Hoax.

We also want to point out that The Da Vinci Code’s depiction of Opus Dei is inaccurate, both in the overall impression and in many details, and it would be irresponsible to form any opinion of Opus Dei based on The Da Vinci Code. Those interested in learning more about the real Opus Dei may wish to read What is Opus Dei?, by Dominique LeTourneau, or Uncommon Faith, by John Coverdale. For those interested in further information about the various false impressions The Da Vinci Code gives of Opus Dei, please continue reading.

Please let us know if you need someone to speak about Opus Dei for a panel or other event about The Da Vinci Code -- we may have a speaker available in your area. Also, free resource downloads for study groups and parishes are available from the group, Da Vinci Outreach.

1. Opus Dei and monks

Throughout The Da Vinci Code, Opus Dei members are presented as monks (or, rather, caricatures of monks). Like all Catholics, Opus Dei members have great appreciation for monks, but in fact there are no monks in Opus Dei. Opus Dei is a Catholic institution for lay people and diocesan priests, not a monastic order.

Opus Dei’s approach to living the faith does not involve withdrawing from the world like those called to the monastic life. Rather, Opus Dei helps people grow closer to God in and through their ordinary secular activities.

“Numerary” members of Opus Dei – a minority – choose a vocation of celibacy in order to be available to organize the activities of Opus Dei. They do not, however, take vows, wear robes, sleep on straw mats, spend all their time in prayer and corporal mortification, or in any other way live like The Da Vinci Code’s depiction of its monk character. In contrast to those called to the monastic life, numeraries have regular secular professional work.

In fact, The Da Vinci Code gets Opus Dei’s nature 180 degrees backwards. Monastic orders are for people who have a vocation to seek holiness by withdrawing from the secular world; Opus Dei is for people who have a vocation to live their Christian faith in the middle of secular society.

Additional explanation from leading Catholic figures of Opus Dei’s focus on secular life.

2. Opus Dei and crime

In The Da Vinci Code, Opus Dei members are falsely depicted murdering, lying, drugging people, and otherwise acting unethically, thinking that it is justified for the sake of God, the Church, or Opus Dei.

Opus Dei is a Catholic institution and adheres to Catholic doctrine, which clearly condemns immoral behavior, including murder, lying, stealing, and generally injuring people. The Catholic Church teaches that one should never do evil, even for a good purpose.

Opus Dei’s mission is to help people integrate their faith and the activities of their daily life, and so its spiritual education and counseling help members to be more ethical rather than less so. Opus Dei members, like everyone else, sometimes do things wrong, but this is an aberration from what Opus Dei is promoting rather than a manifestation of it.

Besides attributing criminal activity to Opus Dei, The Da Vinci Code also falsely depicts Opus Dei as being focused on gaining wealth and power. Additional comment from leading Catholic sources on Opus Dei’s alleged wealth and power.

3. Opus Dei and corporal mortification

The Da Vinci Code makes it appear that Opus Dei members practice bloody mortifications. In fact, though history indicates that some Catholic saints have done so, Opus Dei members do not do this.

The Catholic Church advises people to practice mortification. The mystery of Jesus Christ’s Passion shows that voluntary sacrifice has a transcendent value and can bring spiritual benefits to others. Voluntary sacrifice also brings personal spiritual benefits, enabling one to resist the inclination to sin. For these reasons, the Church prescribes fasting on certain days and recommends that the faithful practice other sorts of mortification as well. Mortification is by no means the centerpiece of the Christian life, but nobody can grow closer to God without it: “There is no holiness without renunciation and spiritual battle” (Catechism of the Catholic Church, n. 2015).

In the area of mortification, Opus Dei emphasizes small sacrifices rather than extraordinary ones, in keeping with its spirit of integrating faith with secular life. For example, Opus Dei members try to make small sacrifices such as persevering at their work when tired, occasionally passing up some small pleasure, or giving help to those in need.

Some Opus Dei members also make limited use of the cilice and discipline, types of mortification that have always had a place in the Catholic tradition because of their symbolic reference to Christ’s Passion. Many well-known figures in Catholic history have used the cilice or discipline, such as St. Francis, St. Thomas More, St. Padre Pio and Blessed Mother Teresa. The Church teaches that people should take reasonable care of their physical health, and anyone with experience in this matter knows that these practices do not injure one’s health in any way. The Da Vinci Code’s description of the cilice and discipline is greatly exaggerated and distorted: it is simply not possible to injure oneself with them as the book and film depict.

Additional explanation from leading Catholic sources regarding Opus Dei and corporal mortification.

4. Opus Dei and cult allegations
In various places, The Da Vinci Code describes Opus Dei as a “sect” or a “cult.” The fact is that Opus Dei is a fully integrated part of the Catholic Church and has no doctrines or practices except those of the Church. There is no definition or theory – whether academic or popular – that provides a basis for applying the pejorative terms “sect” or “cult” to Opus Dei.

Opus Dei is a Catholic institution that seeks to help people integrate their faith and the activities of their daily life. As a personal prelature (an organizational structure of the Catholic Church), it complements the work of local Catholic parishes by providing people with additional spiritual education and guidance.

Opus Dei was founded in Spain in 1928 by a Catholic priest, St. Josemaría Escrivá, and began to grow with the support of the local bishops there. It received final approval from the Vatican in 1950 and began growing in many countries around the world. Today Opus Dei has roughly 83,000 lay members (over 3,000 in the United States) and 2,000 priests. Several million people around the world participate in its programs and activities, which are conducted in more than 60 countries.

The Da Vinci Code also makes melodramatic assertions that Opus Dei engages in “brainwashing,” “coercion,” and “aggressive recruiting," unfairly trying to tar Opus Dei with the same brush used against groups more deserving of such epithets.

Opus Dei proposes to people to give their lives to God, following a special path of service within the Catholic Church. One’s life can only be given freely, through a decision coming from the heart, not from external pressure: pressure is both wrong and ineffective. Opus Dei always respects the freedom of conscience of its members, prospective members, and everyone else it deals with.

As a manifestation of its beliefs about the importance of freedom, Opus Dei has specific safeguards to ensure that decisions to join are free and fully informed. For example, nobody can make a permanent membership commitment in Opus Dei without first having completed more than 6 years of systematic and comprehensive instruction as to what membership entails. Additionally, no one can make a temporary commitment before age 18, nor a commitment to permanent membership before age 23.

Additional explanation from leading Catholic figures on Opus Dei and cult allegations.

5. Opus Dei and women

The Da Vinci Code says about Opus Dei’s U.S. headquarters: “Men enter the building through the main doors on Lexington Avenue. Women enter through a side street.” This is inaccurate. People, whether male or female, use the doors leading to whichever section of the building they are visiting. The building is divided into separate sections, for the straightforward reason that one section includes a residence for celibate women and another for celibate men. But these sections are not sex-restricted, and it is the women’s not the men’s section that fronts on Lexington Avenue, the opposite of what is said in the book. (Note: The book sometimes also inaccurately calls the building Opus Dei’s “world headquarters”).

The Da Vinci Code also suggests that women Opus Dei members are “forced to clean the men’s residence halls for no pay” and are otherwise accorded lower status than men.

This is not true. Opus Dei, like the Church in general, teaches that women and men are of equal dignity and value, and all of its practices are in accord with that belief. Women members of Opus Dei can be found in all sorts of professions, those which society views as prestigious and those which society today tends to undervalue, such as homemaking or domestic work. Opus Dei teaches that any kind of honest work done with love of God is of equal value.

Some women numerary members of Opus Dei have freely chosen to make a profession of taking care of Opus Dei’s centers, both women’s and men’s. They also run conference centers where activities of cultural and spiritual formation are held. These women are professionally trained and are paid for their services, which include interior decorating, catering and other highly skilled work. The millions of people who attend retreats or other spiritual formation activities at Opus Dei centers can attest to their professionalism. The Da Vinci Code’s insinuation that their work lacks dignity and value is demeaning to these women.

Additional explanation from leading Catholic figures on Opus Dei and women.

6. Opus Dei and the Vatican Bank

The Da Vinci Code says that Opus Dei was made a personal prelature as a reward for “bailing out” the Vatican bank.

Neither Opus Dei nor any of its members helped “bail out” the Vatican bank. The Church’s authorities made Opus Dei a personal prelature in 1982 because they recognized that this new canonical category was a good fit for Opus Dei’s mission and structure.

In any event, the personal prelature status is nothing special: it is simply one of several canonical categories the Church has for designating an institution that carries out special pastoral activities. In contrast to the implication given by the book, personal prelature status in no way implies some special favor of the Pope or that Opus Dei members are not under the authority of their local bishops.

7. The canonization of Opus Dei’s founder

The Da Vinci Code suggests that the Church bent its canonization rules to put Opus Dei’s founder on the “fast track” to being named a saint.

The canonization of St. Josemaría Escrivá in 2002 came 27 years after his death (not 20, as the book says). It was one of the first to be processed after the Church streamlined the procedures for canonization, and so it moved more quickly than was typical before. Mother Teresa is on pace to be canonized even more quickly, having been beatified just 6 years after her death (Escrivá was beatified in 17 years). Even under the old procedures, the canonization of St. Therése of Lisieux made it through the process in 27 years, roughly the same as Escrivá’s.