27 noviembre 2005

LA OLA DE VIOLENCIA QUE HA SACUDIDO FRANCIA

[La violencia ha sacudido varios de los barrios deprimidos de la periferia de París y de otras regiones. Francia ha recobrado la paz tras dos semanas de graves disturbios, aunque pesa todavía la amenaza de nuevas acciones violentas. El presidente francés, Jacques Chirac, ha reiterado como "prioridad absoluta" el restablecimiento del orden.

En total, fueron incendiados unos 4.200 vehículos, se llevaron a cabo 1.250 detenciones y 260 personas fueron condenadas a penas de cárcel, según informes de los ministerios franceses de Justicia e Interior.

En este artículo de arguments, incluimos primero la cronología de los hechos y después un artículo de Nicolás Baverez, titulado “Francia en estado de emergencia”, que fue publicado en ABC (15-XI-2005).

Nicolás Baverez, conocido abogado, economista e historiador francés, ha escrito entre otros los siguientes libros:

  • RAYMOND ARON (1997) - Un moraliste au temps des idéologies
  • LE CHÔMAGE : À QUI LA FAUTE? (2005)
  • COMMENT VA LA FRANCE? (2004) - La grande enquête du ‘Monde’ ( Nicolas Baverez, Daniel Cohen, Jean-Paul Fitoussi)
  • LA FRANCE QUI TOMBE (2003) - Un constat clinique du déclin français

Para Baverez, el Occidente se ha adormilado con la democracia, se ha acostumbrado a las ventajas de ésta y ha pensado que el mundo se podía manejar como si estuviera puesto el “piloto automático”. En Europa y sobre todo en Francia, la democracia está sumida en el desconcierto y el desasosiego. La democracia, al igual que la libertad, no hay que darlas por conquistadas de una vez para siempre: la historia enseña que hay defenderlas y conquistarlas cada día.

Nicolas Baverez causó un hondo impacto en el país galo al afirmar en
La France qui Tombe que no existe la honradez intelectual de reconocer que los modelos del Estado de Bienestar de los años sesenta y setenta han dejado de funcionar y que es preciso cambiarlos.]

#236 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por
Nicolás Baverez
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I.La cronología de los hechos fue la siguiente:

  • 27 de octubre. Dos adolescentes de Clichy-sous-Bois, Bouna Traore, de 15 años, y Zyed Benna, de 17, mueren electrocutados dentro de una subestación, donde se escondieron al creerse perseguidos por la policía. Un tercer adolescente resulta herido. Unos doscientos jóvenes comienzan los disturbios. Quince vehículos son incendiados.
  • 28 de octubre. En el barrio parisino de Chene-Pointu unos 400 jóvenes se enfrentan de madrugada a unos 250 a 300 policías. Siete agentes resultan heridos leves. Una treintena de vehículos son incendiados.
  • 29 octubre. Unas 500 personas marchan en silencio en tributo a los fallecidos. Encabezan la marcha jóvenes que visten camisetas con el lema "Muertos por nada".
  • 30 de octubre. El ministro de Interior, Nicolás Sarkozy, niega que los policías persiguieran a las víctimas y defiende la "tolerancia cero" en violencia urbana. Varios escuadrones de gendarmes son enviados a Clichy-sous-Bois. Los alborotos repuntan en otras zonas como Clychy, Montfermeil y La Forestiére, donde fue lanzada dentro de una mezquita una granada lacrimógena del tipo utilizado por la policía. Seis agentes resultan heridos leves y once personas detenidas.
  • 31 de octubre. Las familias de las víctimas se niegan a reunirse con Sarkozy y piden ser recibidos por el primer ministro Dominique de Villepin. Los disturbios nocturnos en varios lugares cercanos a París dejan un saldo de doce detenidos y varios vehículos y contenedores incendiados. La Policía asegura tener controlada la situación, tras el despliegue de 400 agentes anti-disturbios.
  • 1 de noviembre. Dominique de Villepin recibe a los familiares de las víctimas, en presencia del ministro Sarkozy, y promete aclarar las circunstancias del accidente. Por otra parte, Sarkozy se reúne con funcionarios y concejales de Seine-Saint-Denis. Durante la noche, la violencia se extiende a los departamentos de Seine-et-Marne, Yvelines y Val-d'Oise, donde pequeños grupos en constante movimiento acosan a la policía. Unos 60 coches son incendiados y 12 personas detenidas.
  • 2 de noviembre. En el Consejo de Ministros, el presidente Jacques Chirac pide la "vuelta a la calma" y "respeto a las leyes". El portavoz del Gobierno, Jean-Francois Copé anuncia un Plan de Acción para las zonas urbanas "sensibles". El primer ministro Villepin aplaza su visita oficial a Canadá. Un tribunal de Bobigny (cercanías de París), dicta condenas de hasta diez meses de cárcel en juicios rápidos contra algunos detenidos. Numerosos edificios sufren actos vandálicos: un centro comercial, un parvulario, una comisaría, un cuartel de bomberos y un garaje. Una explosión de madrugada causa importantes daños en una oficina de impuestos en Blaye (norte de Burdeos). Se registran cuatro disparos de bala, dos contra policías y otro contra bomberos. Unos 315 coches son incendiados en una veintena de localidades cercanas a París. En esta séptima noche de disturbios, hubo 41 detenciones. Los detenidos hasta esa fecha son 135, de los que 98 quedaron bajo custodia policial.
  • 4 de noviembre. El primer ministro Villepin se reúne con concejales y representantes de asociaciones locales para buscar "soluciones adaptadas" a los problemas de la periferia. Las familias de los adolescentes electrocutados presentan una denuncia por no asistencia a personas en peligro. Unos 400 vehículos son incendiados en la octava noche de enfrentamientos, de ellos 150 en el departamento de Seine-Saint-Denis. En Trappes un fuego provocado en un garaje calcina 27 autobuses. Los disturbios se extienden a otras ciudades como Dijon (centro-este), y a los departamentos de Bouches-du-Rhone (sureste), Cote-d'Or (este) y Seine-Maritime (noroeste).
  • 5 de noviembre. La novena noche consecutiva de violencia en Francia se salda con 200 detenidos y unos 750 coches incendiados. Los disturbios causan cada vez más daños materiales y se extienden por buena parte de la geografía francesa. Anteriormente, Villepin se reunió con los jóvenes de zonas marginales para buscar soluciones.
  • 6 de noviembre. Hasta la fecha, la jornada más virulenta. Unos 1.290 coches fueron incendiados y se produjeron 312 detenidos. Dos escuelas de Grigny fueron incendiadas. Además de la periferia de Parías, ciudades como Niza o Cannes también registran incidentes.
  • 7 de noviembre. Undécima noche negra en Francia. Varios policías resultan heridos por disparos de escopeta, dos de ellos en estado grave. Arden 1.408 coches y son detenidas 395 personas. El sindicato de policía pide la intervención del Ejército ante lo que califica de "guerra civil".
  • 8 de noviembre. Madrugada de relativa tranquilidad en la duodécima jornada después de la virulencia alcanzada las noches anteriores. Incidentes menores en las afueras de París y otras ciudades como Lyon, Estrasburgo y Burdeos.
  • 9 de noviembre. Tras el decreto del toque de queda el ministro de interior Sarkozy evocó un "descenso bastante sensible" de la violencia urbana. La magnitud de los disturbios fue menor, pero ardieron 617 coches y se detuvo a más de un centenar de personas.
  • 10 de noviembre. Nuevo descenso de la violencia: 394 coches quemados y 169 detenciones. El ministro de Interior francés, Nicolas Sarkozy, pidió la expulsión de los extranjeros detenidos por los disturbios, aunque estén legalmente en el país. Colectivos de vecinos convocaron a una marcha por la paz en la capital francesa. • 11 de noviembre. La violencia disminuyó sensiblemente antes del puente festivo en el país galo. 463 coches fueron quemados en los alrededores de París y se registraron 201 detenciones. También se vivieron algunos incidentes en Toulouse.
  • 12 de noviembre. Punto de inflexión: los disturbios se recrudecen: 502 coches quemados y 206 detenidos en Francia, donde entra en vigor la prohibición de reuniones en la calle durante el fin de semana. Además, se ha registrado graves incidentes en Bélgica.
  • 13 de noviembre. Un agente ha resultado herido en un suburbio de París, donde la Policía se ha visto obligada a intervenir de nuevo. Más de 160 personas han sido detenidas y se han quemado alrededor de 300 coches.
  • 14 de noviembre. La gravedad de los disturbios continúa decreciendo tras el puente festivo en Francia. Incidentes en Lyon, la tercera ciudad del país, donde ha sido atacada una mezquita, y en Toulouse. 271 coches quemados y más de 200 detenidos. La UE se muestra dispuesta a destinar 50 millones de euros para resolver los conflictos.
  • 15 de noviembre. Un total de 162 vehículos fueron incendiados de madrugada, una cifra menor en relación a los 271 automóviles destruidos la noche anterior, según los últimos datos de la policía, que detuvo a 42 personas como responsables de los incidentes.
  • 16 de noviembre. Se mantiene a la baja la violencia. 169 vehículos incendiados, 44 detenidos y ningún agente herido durante esta noche. En la periferia de París fueron quemados 27 automóviles y 132 en el resto del país.
  • 17 de noviembre. La policía dice que se han acabado los disturbios. El número de coches quemados es de 98 en todo el país, lo normal para cualquier noche. Se han practicado 33 detenciones.

II.- Análisis de Nicolás Baverez: FRANCIA EN ESTADO DE EMERGENCIA

... La sublevación no muestra la cara oculta de la sociedad francesa, sino que funciona como una lupa que aumenta y acentúa los rasgos de la descomposición del cuerpo político y social del país...

Igual que la sublevación electoral del referéndum de mayo de 2005 levantó el acta de defunción de una diplomacia francesa cada vez más ingrávida en Europa y en el mundo del siglo XXI, los alborotadores urbanos que golpean desde hace varias semanas a unas 300 ciudades metropolitanas -con un saldo de un muerto, decenas de heridos graves, incendios de algunos edificios públicos y escuelas, comercios y almacenes- marcan la implosión del pseudo- modelo social francés. Es obligado señalar que, si bien los actos violentos han bajado de intensidad, la crisis no está ni mucho menos acabada, ni siquiera bajo control. Y esto por tres razones que se refieren a su naturaleza, sus causas y su gestión pública.

Aunque la intifada de los suburbios franceses no toma de momento la forma de un enfrentamiento religioso, obedece a una revancha contra una lógica de guerra civil entre razas, generaciones y categorías sociales. De ello se deriva un carácter nihilista que se traduce en una huida hacia adelante de las destrucciones, objeto de una competición alimentada por los medios de comunicación y de una movilización en cadena transmitida por internet, así como en la ausencia de toda organización, representación o reivindicación políticas. De ahí la dimensión colonial de esta insurrección que alimenta una espiral de resentimiento y miedo, el sentimiento de exclusión y degradación de las poblaciones surgidas de una inmigración procedente del antiguo imperio francés, y que se nutre del rechazo y el terror creciente que inspiran.

De hecho, esta revuelta no es en absoluto sorprendente, por lo numerosas que han sido las señales de alerta, y sus causas están relacionadas no tanto con las trágicas circunstancias de la muerte de dos adolescentes en Clichy como con un fracaso estructural de las políticas francesas de integración. Francia, desde luego, no tiene el monopolio de las revueltas urbanas -que también han estallado en Estados Unidos y en el Reino Unido-, ni de los enfrentamientos con los inmigrantes -véanse las tensiones crecientes en España e Italia- ni de las dificultades encontradas por las naciones europeas ante el cambio de dimensión y de naturaleza de la inmigración, por una parte, y el aumento de los riesgos terroristas, por otra: el comunitarismo británico, el multiculturalismo holandés, el derecho de sangre alemán, se ponen de igual modo en tela de juicio.

Sin embargo, cinco elementos específicos de Francia explican la violencia de la crisis y la dificultad para encontrar una salida. La intensidad de la segregación social, que concentra a las poblaciones surgidas de la inmigración en 751 guetos urbanos. La magnitud de la inmigración clandestina, que goza de un casi estatuto, de un acceso ampliamente garantizado y gratuito a los servicios públicos. La persistencia de un paro de masas que alcanza al 10 por ciento de la población activa desde hace un cuarto de siglo, pero hasta al 38 por ciento de los jóvenes procedentes de la inmigración y el 70 por ciento de los habitantes de ciertas ciudades en las que se juntan cuatro generaciones de parados. El fracaso probado de las políticas públicas de la ciudad, a pesar de un impresionante esfuerzo económico de 34.000 millones de euros desde 2000; de la educación nacional, con 161.000 jóvenes saliendo cada día sin ninguna formación y por lo tanto totalmente inadaptados a una sociedad de servicio y saber; y del empleo: el descenso de la edad de jubilación, los prejubilados y sobre todo la reducción de la jornada laboral a 35 horas, la subida incontrolada del salario mínimo (que ha aumentado un 25 por ciento desde 1999) y el endurecimiento sin fin del derecho social basado en la protección de una minoría que traslada los riesgos de la precariedad y la exclusión a la mayoría, han realizado la eutanasia del trabajo mercantil, que es el primer vector de la integración, de la definición de las identidades sociales y de la ciudadanía. Por último, la burbuja ideológica mantenida en torno a una concepción universalista y abstracta de la igualdad, que ha disfrazado la implantación de un apartheid social donde la aceleración de las ayudas sociales va a la par de la institución de una sociedad paralela, condenada al paro y a la exclusión, encerrada en la anomia y situada fuera del Estado de derecho.

Un vertiginoso vacío político contrasta con esta nueva manifestación de la mayor crisis nacional que atraviesa Francia. Por un lado, el presidente de la República ha desaparecido literalmente, ofreciendo una demostración añadida de la pérdida de toda legitimidad, así como de su incapacidad no sólo para actuar, sino para tomar la palabra e intentar refrenar el declive del país y la desintegración de la nación. Por otra parte, el Gobierno, organizado en torno a la conflictiva cohabitación entre el primer ministro, Dominique de Villepin, y el ministro del Interior, Nicolás Sarkozy, se ha desgarrado, y está dando más prioridad a la competición que le debilita ante la perspectiva de las elecciones presidenciales de 2007 que a la gestión de los acontecimientos. De ahí un ascenso a los extremos muy discutible en materia de orden público con el recurso a la ley de 1955 sobre el estado de emergencia, que no se había utilizado desde los conflictos de descolonización de Argelia y Nueva Caledonia, y la escasez de medidas en lo que respecta a la integración, que se han limitado a la bajada de la edad de aprendizaje, al hinchamiento de las ayudas sociales y las subvenciones a las asociaciones, a la creación de una agencia nacional para la cohesión social y la igualdad de oportunidades y a la institución de prefectos delegados para la igualdad de oportunidades. Por último, la oposición, entregada a la preparación del congreso de Mans y a la guerra de mociones que hace estragos en el seno del partido socialista, ha permanecido completamente muda.

La falta de liderazgo y de respuestas políticas frente a la insurrección da fe de la total ruptura entre el país y la clase dirigente, lo cual subraya la realidad de una situación pre-revolucionaria en la que la violencia puede desbocarse en cualquier momento. La burbuja demagógica en la que François Mitterrand y Jacques Chirac encerraron a Francia durante un cuarto de siglo ha corrompido a la V República hasta situarla en la situación de la IV República, agonizante frente a las guerras coloniales, pero sin el crecimiento económico y el progreso social, y con paro de masas y enfrentamientos raciales por añadidura.

Hoy no son tanto los barrios, sino Francia, la que se encuentra en estado de emergencia. La sublevación no muestra la cara oculta de la sociedad francesa, sino que funciona como una lupa que aumenta y acentúa los rasgos de la descomposición del cuerpo político y social del país. El nihilismo de una juventud aculturada y desesperada refleja fielmente el cinismo y la irresponsabilidad de los dirigentes. El aumento de la delincuencia acompaña al de la corrupción, comulgando las dos en el desdén por el Estado de derecho. El desprecio por la producción y el trabajo responde al culto de la renta y del ocio. La acumulación de falsas promesas en materia de inmigración, integración y empleo constituye el mecanismo que ha armado la revuelta.

La salida para el nuevo avatar del declive de Francia que constituyen las revueltas urbanas del otoño de 2005 no puede residir ni en un fuerte aumento de la represión ni en el arsenal habitual de ayudas públicas y de la movilización de los servicios del Estado que ya no tienen ninguna forma de actuar sobre la economía o la sociedad. La solución es política, y pasa por una revolución moral e intelectual que supone que los franceses acepten considerar el mundo tal y como es y no como sueñan sus dirigentes, y volver a poner en tela de juicio el autoritarismo de las instituciones, la economía administrada, la sociedad cerrada, el antiliberalismo territorial y la cultura del miedo y de la protección que están en la raíz del declive actual.

Por eso los 18 meses que preceden a las elecciones presidenciales de 2007 son decisivos: o bien al llegar después de la embolia de las huelgas de 1995, la crisis cívica de 2002 y la tragicomedia del referéndum de mayo de 2005, el levantamiento de los suburbios sacude a los franceses y provoca un renacimiento de la clase política, estando en juego la implantación de un programa de reforma liberal que permita a Francia inventar un nuevo compromiso nacional en sintonía con la modernidad del siglo XXI; o bien el país oscilará hacia formas de guerra civil y episodios revolucionarios que lo marginarán definitivamente, no sin provocar un gran riesgo de implosión de la moneda única y agravar la ruptura de Europa.

LIBERTAD SIN IRA

[Reproducimos una tercera página del diario ABC (19-XI-2005) que Andrés Ollero publicó de modo simultáneo a su participación en la séptima edición de los Congresos “Católicos y Vida Pública”, esta vez con el título “Llamados a la Libertad” (Universidad San Pablo-CEU, 18-19-20 de noviembre 2005).

Otro participante en ese Congreso, Juan José García-Noblejas, hace unos jugosos comentarios sobre el artículo de Ollero en Scriptor.org; incluyo aquí algunos de esos comentarios porque no tienen desperdicio y sirven de acertada síntesis al texto publicado en ABC:
  • El tema planteado –entre otros- por Andrés Ollero, en torno a la “laicidad positiva” reconocida por el Tribunal Constitucional como tercera vía de normalidad cívica entre las tendencias que en sus extremos sitúan el puro laicismo al estilo francés o español de los últimos tiempos y el puro fundamentalismo del tipo que se asocia con el islamismo. Es decir, “laicidad positiva” que implica reconocer en España los “derechos de la mayoría”, en este caso católica, ahora que tan de moda está tener en cuenta los derechos de las minorías, a veces minúsculas.
  • …“laicidad positiva” que supone el “derecho a no ser tolerado” por el laicismo imperante, o ser considerado como un ciudadano marginal o raro, de segunda o tercera clase, por vivir en la esfera pública social de acuerdo con las propias convicciones religiosas.
  • A fin de cuentas, el ateísmo o el laicismo beligerantes resultan ser peculiares convicciones religiosas que –en lugares concretos- pretenden imponerse con impunidad como criterio de normalidad en la vida social. E imponerse en la enseñanza pública de un país, por ejemplo, so capa de “neutralidad” sólo porque ese es el parecer del ministro o del gobierno de turno. Hubo quien comentó con ironía el absurdo de ver practicado este procedimiento en escala reducida: por ejemplo, si quien resulta ser elegido gestor de una comunidad de vecinos, de pronto se empeña en decir a los demás vecinos del edificio cómo van a ser educados los hijos de las familias que viven en el inmueble…
  • Tuve ocasión de hablar con Andrés Ollero acerca de varios asuntos (…) me contó en un momento dado que circula por los mentideros políticos de la Villa y Corte de Madrid el decir que “la religión ya no es considerada el opio del pueblo”. Ahora se la considera “el tabaco del pueblo”: puede usted, si quiere, practicar su religión, fumar su tabaco, pero hágalo en su casa. Mejor no hacerlo en lugares públicos, porque es perjudicial para la salud... No está mal como ironía que pone un dedo y retrata la llaga laicista con la que cínicamente se hiere a toda la sociedad.
  • Interesante modo de plantear la sustitución del viejo adagio programático “etsi Deus non daretur” (como si Dios no existiese) por el no menos interesante panorama que se ofrece, al tomar en serio lo hablado por Habermas con Ratzinger, con un adagio programático del tipo “etsi Deus daretur” (como si Dios existiese). Es decir, atreverse a pensar y trabajar como si Dios existiera.
  • Dice Ollero: “Pensar que ello afectaría a la obligada neutralidad de lo público no dejaría de entrañar una falacia. Cabe sin duda discutir si es preciso suscribir un planteamiento inmanente o trascendente del ser humano; entender que sólo una de esas respuestas implica una toma de partido lleva a suscribir una pintoresca neutralidad, que permite al otro planteamiento, precisamente el minoritario, imponerse sin necesidad de discusión.”

#236 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

Por Andrés Ollero Tassara

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... No parece tan fácil que creyentes y no creyentes se muestren capaces de suscribir conjuntamente propuestas en beneficio de bienes y valores cuya protección y defensa no exigen obviamente profesión de fe alguna...

En mis primeros contactos, hace más de treinta años, con la vida universitaria y cultural italiana, me llamó la atención, entre tantas otras cosas, la naturalidad con que una buena parte de mis colegas dejaban constancia de su catolicismo en intervenciones públicas, orales o escritas.

En la España del franquismo la confesionalidad pesaba paradójicamente sobre no pocos católicos de mi generación. La oficialidad de aquello que se vivía por propia convicción resultaba particularmente incómoda; sobre todo por la vinculación al régimen que en consecuencia tendía a darse por supuesta, incluso en muchos que no se contaban entre sus beneficiarios. De ahí que cualquier proclama católica sonara más a sospechoso exhibicionismo que a otra cosa.

Todo ello influyó sin duda en mi positiva acogida a la fórmula grociana: apoyemos nuestra convivencia en exigencias éticas que, por ser naturales, compartiríamos también aunque razonáramos «etsi Deus non daretur», como si Dios no existiera. Qué necesidad habría de elevarse a la fe sobrenatural para argumentar exigencias éticas accesibles a la razón...

La confesionalidad acabó pasando a mejor vida, pero no siempre trajo como fruto espontáneo esa «laicidad positiva» que refrenda nuestra Constitución. En ambientes agnósticos, cualquier alusión al derecho natural se veía con frecuencia rechazada sin necesidad de debate argumental; bastaba con su simplista etiquetaje como receta teológica y su obligado correlato autoritario. Entre no pocos creyentes, la resaca confesional se veía también perpetuada al generar un curioso laicismo autoasumido; el laico católico se vedaba ejercer lo que precisamente es su papel: proponer sus propias convicciones a la hora de organizar el ámbito público, con la misma naturalidad con que los demás proponían las suyas.

Dentro de este marco, la puesta en marcha de los congresos «Católicos y vida pública» da fe del paso a un escenario bien distinto. Al llegar ahora a su séptima edición, bajo el título «Llamados a la libertad», vuelve a facilitar que intelectuales y hombres públicos, españoles y extranjeros, se presten a manifestar su condición de católicos a la vez que abordan los problemas más acuciantes de nuestra sociedad. De camino se da pie a un trabajo conjunto entre quienes viven sus convicciones dentro un sano pluralismo, que se ve no pocas veces acompañado de un mutuo desconocimiento.

La experiencia se ha mostrado notablemente oportuna, y no sólo por su admirable capacidad de convocatoria. Católicos con relevancia pública dejan claro que no están dispuestos a dejarse tratar como ciudadanos de segunda; que piensan seguir ejerciendo sus derechos ciudadanos, no a pesar de ser católicos sino precisamente por serlo; que no dejarán que se les aplique, sólo a ellos, la estrábica conseja que prohíbe imponer las propias convicciones a los demás, como si los demás no tuvieran convicciones o las impusieran con el especial desparpajo que da el no estar demasiado convencidos.

Si la laicidad positiva de nuestra Constitución se traduce en la obligación de los poderes públicos de tener en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española, resulta decisivo que los creyentes no renuncien a aportarlas al debate democrático.

Se ha producido, pues, una significativa transición. Por eso no me extrañó que en el contexto de una multitudinaria manifestación volvieran a oírse, treinta años después, con impactante oportunidad esos sones que invitan a una libertad sin ira. En su escenario original supusieron una llamada a los sectores más rígidos de nuestra sociedad, para que no tuvieran miedo a la libertad ni se sintieran amenazados por ella, a la vez que se les hacía recapacitar sobre lo inútil de cualquier actitud reaccionaria. La invitación no resulta ahora menos necesaria, cuando no faltan núcleos radicales que manifiestan similar rigidez, quizá por saberse minoritarios aun disponiendo de los resortes del poder. Reaccionan con un recelo no exento de enojo laicista cuando, con exquisito respeto a las formas democráticas, se proponen soluciones bien distintas a las que están imponiendo con la displicente actitud de superioridad del déspota que se cree ilustrado.

Parece como si los españoles siguiéramos condenados a la «diferencia», al resistirnos a asumir pautas culturales consolidadas en países de nuestro entorno. No me refiero sólo a Italia, donde con motivo del reciente referéndum sobre la reproducción asistida el inefable Pannella y su minoría radical, que no sueñan con poder gobernar ni por accidente, tocó a rebato asegurando que la llamada de la jerarquía católica a la abstención ponía en peligro el Estado laico (léase laicista...). La respuesta no pudo ser más elocuente. Figuras significativas (Rutelli, Fallaci...), reconocidamente alejadas del ámbito católico, no dudaron en apoyar la llamada a la abstención; algo inconcebible hoy por hoy entre nosotros.

También en Alemania Jürgen Habermas, tras su llamativo ademán de convergencia con el entonces cardenal Ratzinger, ha sido bastante explícito: «El precepto de neutralidad frente a todas las comunidades religiosas y todas la ideologías no desemboca necesariamente en una política religiosa laicista que hoy en día es criticada incluso en Francia». «Creo que el Estado liberal debe ser muy cuidadoso con las reservas que alimentan la sensibilidad moral de sus ciudadanos, porque además esto es algo que redunda en su propio interés. Estas reservas amenazan con agotarse, sobre todo teniendo en cuenta que el entorno vital cada vez está más sujeto a imperativos económicos».

En España esta fluidez en el debate cultural y político sólo ha llegado a abrirse paso como rechazo a la lacra terrorista, que ha animado a aunar posturas a figuras acostumbradas a moverse en campos bastante alejados. No parece tan fácil que creyentes y no creyentes se muestren capaces de suscribir conjuntamente propuestas en beneficio de bienes y valores cuya protección y defensa no exigen obviamente profesión de fe alguna. Habrá que esperar que también llegue a consumarse esta nueva transición.

Somos no pocos los católicos que incluimos aportaciones de la Ilustración como ingrediente ineliminable de nuestra personal identidad cultural, aunque pueda llevar a alguno a no considerarnos trigo limpio. No es actitud novedosa. El propio Juan Pablo II, en su postrera obra «Memoria e identidad» alababa, no sin un toque de humor, que «ha dado también muchos frutos buenos», ya que «procesos de talante ilustrado han llevado frecuentemente a redescubrir las verdades del Evangelio», como la libertad, la igualdad o la fraternidad.

Personalmente considero, por ejemplo, inseparable de mi marco de referencia cultural la aportación de la Institución Libre de Enseñanza, que tuve oportunidad de estudiar a fondo con ocasión de mi tesis doctoral. De ahí que me mueva a la sonrisa ver oficiar como sus propietarios exclusivos a más de uno que no las ha leído ni por el forro. Esa obsesión maniquea por no compartir señas culturales parece fruto de una pereza un tanto infantil, que ahorra definir la propia identidad.

Quizá pueda ayudar a generar un nuevo escenario tener la audacia, que Habermas parece apuntar, de asumir la propuesta de Benedicto XVI: invertir la vieja fórmula grociana y atreverse a razonar «etsi Deus daretur», como si Dios existiera. Pensar que ello afectaría a la obligada neutralidad de lo público no dejaría de entrañar una falacia. Cabe sin duda discutir si es preciso suscribir un planteamiento inmanente o transcendente del ser humano; entender que sólo una de esas respuestas implica una toma de partido lleva a suscribir una pintoresca neutralidad, que permite al otro planteamiento, precisamente el minoritario, imponerse sin necesidad de discusión.

Puede, en efecto, haber llegado a muchos no creyentes el momento de ser audaces. Quizá no sea mucho pedir que quienes, a fuer de modernos, nos hemos curtido en la asimilación de la fórmula grociana, esperemos de ellos que, siquiera por vía de hipótesis, se animen a razonar como si Dios existiera. Podría irnos a todos mucho mejor; por experimentar que no quede...

LA DERECHA Y LA FE

[Alejandro Llano dice en este artículo que ya está muy superado hablar en términos de progresismo o conservadurismo, conectado más bien la progresía con la izquierda política y manteniendo la derecha con la bandera conservadora. Lo que hay que analizar a lo largo del arco político -desde la derecha hasta la izquierda- es cómo tratan unos y otros las realidades esencialmente humanas. "Ahora hay que juzgarlas -dice Llano- desde la perspectiva de lo humano y lo no humano."

Con este enfoque -que conecta con lo que realmente ocurre cada día- parece claro que la izquierda no queda bien situada. No hay que pensar más que en el aborto: "si hay algo que merezca la calificación objetiva de no humano, inhumano incluso, es el atentado masivo contra la vida de seres humanos concebidos y aún no nacidos." ¿Y qué decir de la eutanasia? La defensa de la vida es un punto crítico y ahí la izquierda desbarra de un modo clamoroso, como es evidente para todos, aunque pretenda revestir sus desvarios con la apariencia de una mayor libertad.

Junto al aborto y la eutanasia, se incluyen las nuevas posibilidades en la manipulación de embriones humanos con todo tipo de experimentos: "no es casual que los partidarios de la liberalización del aborto apoyen, en buena parte, tal tipo de prácticas rechazadas por la bioética seria."

En el párrafo final se deslinda y aclara lo que con cierta frecuencia es motivo de confusionismo en la calle o en las tertulias radiofónicas: "La fe religiosa y la derecha política igual que la izquierda no se mueven en el mismo plano. La política es terrena y de suyo opinable; la fe es trascendente y confiere certezas. La Iglesia no está comprometida con ningún sector ideológico determinado y los católicos, dentro de la ética ciudadana, gozan de la más plena libertad política. De ahí que estén de más los intentos de mezclar las cosas, confundirlas, o intercambiar acusaciones."

Reproducido de Conoze.com.]

#235 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Alejandro Llano
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Si alguien dice que no es de izquierdas ni de derechas, entonces es que es de derechas. Hace más de treinta años que escuché por primera vez esta sentencia. Me pareció en aquel momento que no le faltaba buena parte de razón. Pero después la he oído repetir una y otra vez. Y ahora pienso que los que mantienen actualmente esta tesis no saben en qué mundo viven.

Las categorías políticas de izquierda y derecha estaban vinculadas a la alternativa de las visiones revolucionaria y contrarrevoluciaria de la Historia. Pues bien, hoy día tales concepciones del mundo y de la sociedad prácticamente han desaparecido, al menos en los países occidentales. El eje político fundamental ya no es derecha/izquierda, sino humano/no humano. De manera que hay que repensar toda la configuración del espectro ideológico.


La izquierda se oponía sistemáticamente a todo lo establecido en la sociedad burguesa. Por eso estaba en contra del capitalismo, de la religión, de la estabilidad familiar, de la enseñanza privada y de la ética tradicional; al mismo tiempo que reivindicaba formas extremas de libertad, mayor peso del Estado y ruptura de los convencionalismos rancios. La derecha, en cambio, era fundamentalmente conservadora. Estaba a favor de las manifestaciones públicas de la fe religiosa, del capital y la empresa privada, de la libertad de enseñanza, del papel esencial de la familia y de la autonomía de las iniciativas sociales; a su vez, se oponía al igualitarismo económico, a la creciente influencia de la Administración en todos los aspectos de la vida, a la secularización de la sociedad y a la pérdida de respeto a los valores y costumbres tradicionales.


Tales convicciones y propósitos en la medida en que perviven están hoy tan entrelazados que difícilmente se podrían adscribir con certeza a los presuntos progresistas o a los tomados por conservadores. Desde luego, no tiene mucho sentido decir que quienes se oponen a la fe religiosa son preferentemente de izquierdas, y quienes la favorecen más bien de derechas. Y la inversa tampoco es cierta.


Para no continuar protestando indefinidamente contra la realidad vigente, la izquierda se hizo tecnocrática y acogió buena parte de las ideas típicas de la derecha, sin recatarse de acudir ocasionalmente a la religión para defender los pocos ideales humanitarios que todavía recordaba. Los representantes de la derecha se convirtieron en valedores de la libertad, pero frecuentemente ya no sabían a qué objetivos encaminarla, como no fuera al afán de lucro económico y el mantenimiento de ventajas adquiridas; por ello comenzaron a sospechar de la doctrina social de la Iglesia católica, que insistía en ponerse a favor de los más necesitados. Hoy por hoy, derecha e izquierda vienen a coincidir en la visión tecnocrática de la esfera político-económica y en el individualismo moral.


HUMANO, O NO HUMANO


Todo esto es en buena parte cierto, se dirá, pero aún siguen existiendo partidos de izquierda y de derecha, aunque tanto unos como otros tiendan a deslizarse hacia esa zona, más bien ambigua, que recibe la mágica denominación de centro. ¿Cómo evaluar entonces sus respectivas posiciones respecto a una ética no relativista y a una fe religiosa que no se agote en el sincretismo de la new age, sino que admita francamente la realidad de los misterios cristianos con su necesaria repercusión en la vida personal y social? Mi respuesta quedó apuntada antes: ya no vale medir estas actitudes en términos de progresismo o conservadurismo; ahora hay que juzgarlas desde la perspectiva de lo humano y lo no humano. Porque el Hijo de Dios, encarnado en Jesucristo como hombre perfecto, confirma y eleva la dignidad de toda persona humana.


Con esta clave, parece que la izquierda se queda con la peor parte. Eufemismos al margen, es patente sobre todo que la mentalidad abortista encuentra un apoyo casi generalizado a babor del arco político. Y si hay algo que merezca la calificación objetiva de no humano, inhumano incluso, es el atentado masivo contra la vida de seres humanos concebidos y aún no nacidos. Con el agravante de que las nuevas posibilidades biotecnológicas pueden utilizarse también contra la dignidad de la persona humana. No es casual que los partidarios de la liberalización del aborto apoyen, en buena parte, tal tipo de prácticas rechazadas por la bioética seria y por las confesiones religiosas de alcance universal. Éste es hoy el punto crítico: la defensa de la vida. Lo que todavía se llama convencionalmente izquierda tiene aquí poco que aportar. Sus estrategias han evolucionado, en cambio, positivamente en lo que concierne a la libertad de enseñanza, e incluso en algunos aspectos de protección económica a la familia. A su favor hay que poner, más claramente, la defensa de los menesterosos, la solidaridad internacional, el apoyo a los emigrantes y la protección del medio ambiente natural.


Al hacer un balance que tenga en cuenta los valores de la ética y de la fe religiosa, lo que coloquialmente se sigue llamando derecha tiene, aparentemente, todas las de ganar. Pero si esto fue así en el planteamiento clásico de esta dicotomía, cosa que también habría que matizar, el entreveramiento ideológico antes examinado motiva que la situación es hoy día menos clara. Desde luego, ni el militar en un partido de derechas ni el votar a su favor en unas elecciones es garantía de un temple netamente positivo respecto al valor de la vida y la vigencia de la fe cristiana en la sociedad actual. Y habrá que añadir que el factor ideológico neoliberal y economicista, tan notorio a estribor de la nave pública, se presenta demasiado frecuentemente como escasamente humano, muy pobre al menos en componentes humanistas.


Es cierto que las formaciones políticas de la derecha y el centro-derecha no han sido las protagonistas del lanzamiento legislativo del aborto. Entre otros motivos porque la mayoría de sus votantes siguen estando en contra de tal aberración ética. Pero, llevadas de una comprensible táctica y de un menos admisible oportunismo, su defensa de la vida no nacida ha solido adoptar un perfil minimalista. Además, la generalizada debilitación de criterios morales en la sociedad consumista, que inevitablemente se ha filtrado entre los líderes y votantes de la derecha, les ha privado de la lucidez y la energía para adoptar posiciones claras en cuestiones de tipo biotecnológico que afectan negativamente a la ética médica y a la recta conciencia religiosa.


Nos acercamos así a un aspecto clave del problema. Tanto la derecha tradicional como la modernizada no se han caracterizado precisamente por su alta valoración de la cultura. La peligrosa manía de discurrir y estar al tanto de las letras y la filosofía del momento parecía reservada a los intelectuales de izquierda, especie poco fiable para las gentes de orden. La pobre densidad conceptual que ha caracterizado la fe religiosa de no pocas personas en los dos últimos siglos es una de las causas del retroceso social de la vida cristiana en nuestro país y los de su entorno. Y lo que es más preocupante: la insistencia por parte del magisterio ordinario de la Iglesia en la necesidad de una sólida y profunda formación doctrinal no ha encontrado un eco suficiente entre los católicos. En esto, siento decirlo, no hemos avanzado gran cosa últimamente, a pesar del audaz testimonio de ese profundo pensador que es Juan Pablo II. No es justo, en consecuencia, transferir a los políticos una responsabilidad que recae sobre un pueblo cristiano que padece anorexia cultural y se muestra inclinado al materialismo práctico.


FE Y CONVIVENCIA, INSEPARABLES


La doctrina social de la Iglesia contiene un rico acervo de orientaciones acerca de la vida ciudadana, con especial énfasis en los aspectos éticos de la actividad económica y en las exigencias de la justicia social. Pero habría que preguntarse: ¿cuántos católicos españoles han leído las recientes encíclicas sociales? Si la respuesta es la que me malicio, no es extraño que bastantes políticos, tecnócratas y empresarios encuadrables en la consabida derecha, adopten hoy día teorías y prácticas alejadas de una concepción humanista de la vida económica y social. Ciertamente, defienden a capa y espada la libertad. Lo cual está muy bien, porque el estatismo y la socialización centralizada de la actividad productiva y financiera han resultado nefastos allí donde se han intentado implantar. Pero una libertad que tenga su núcleo en la transformación e intercambio de bienes materiales es difícil que no ronde los aledaños del materialismo y, por lo tanto, que acabe perdiendo su envergadura personal y comunitaria. No dejaría de ser paradójico que los presuntos defensores de la fuerza del espíritu tuvieran siempre en la boca modelos y cálculos que están plenamente insertos en lo que Niklas Luhmann llama sistema y que considera, con toda razón, como lo más típicamente no humano.


En clave positiva, la tarea actual de los promotores de la libertad y amigos del espíritu debería ser obtener a fondo las consecuencias del presente tránsito hacia la sociedad del saber. Porque, en esa nueva configuración social que se vislumbra, lo decisivo ya no será lo cuantitativo sino lo cualitativo; las personas volverán a situarse delante de las máquinas; la verdadera riqueza de las naciones ya no residirá en las mercancías: consistirá en la capacidad de generar nuevos conocimientos. La renovada primacía de la inteligencia y la voluntad, la amplitud de horizontes y la claridad de finalidades permitirán la conexión fecunda entre lo personal y lo sistémico, posibilitando así evitar los extremos del economicismo craso y del moralismo utópico: hoy es posible ser de izquierdas en lo económico y de derechas en lo cultural.


No cabe confundir tan prometedor panorama con ese precipitado suyo que es la globalización. Porque, como bien se ha dicho, lo primero que se ha globalizado es la pobreza. Y, según un personaje tan poco sospechoso como Michel de Camdessus, la pobreza puede producir el colapso de todo el sistema. Entre tanto, los especialistas en la cuestión señalan que el curso actual de la mundialización está agudizando las diferencias entre los países pobres y los ricos. Dentro de las propias naciones del capitalismo avanzado, también en España, la distancia entre los más necesitados y los más favorecidos, se amplía y se ahonda. Mientras que la sensibilidad social de los grupos más conservadores tiende a reducirse drásticamente. Todo lo cual no puede figurar, por supuesto, en la columna contable del haber de la nueva derecha.


La fe religiosa y la derecha política igual que la izquierda no se mueven en el mismo plano. La política es terrena y de suyo opinable; la fe es trascendente y confiere certezas. La Iglesia no está comprometida con ningún sector ideológico determinado y los católicos, dentro de la ética ciudadana, gozan de la más plena libertad política. De ahí que estén de más los intentos de mezclar las cosas, confundirlas, o intercambiar acusaciones. Pero la persona humana que cree y que convive es unitaria. Casi todo se le puede perdonar, pero no la incoherencia.

26 noviembre 2005

EL AMOR CONYUGAL ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE

[Verdaderamente alegra tropezarse con un libro como el que Pedro Juan Viladrich acaba de publicar: El amor conyugal entre la vida y la muerte.

Como dice Luis María Anson en este artículo,
el autor "ha colocado, sobre la mesa científica de la disección, el ser matrimonio, el ente matrimonio; para desarrollar una profunda reflexión ontológica y caminar filosóficamente desde las dinámicas unitivas según la carne, al vínculo entre las personas, según el espíritu. La humanidad del varón y la mujer, en sus cuerpos y almas, así conyugada, queda explorada y analizada de forma pródiga y certera."

Nada tiene que ver la realidad secular que aquí analiza Viladrich, sin una sola concesión y extremando el rigor científico, con esa otra unión entre homosexuales que de ninguna manera debe ser confundida con el verdadero matrimonio, ni puede por tanto recibir la misma denominación jurídica. Es otra cosa bien distinta y por eso la situación generada por el actual gobierno socialista puede considerarse, con toda razón, un auténtico bodrio jurídico que clama al cielo y que pide reparación legislativa... Reproducido de La Razón (18-XI-2005).]

#234 Hogar Categoria-Matrimonio y Familia

por Luis María Anson
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Las jaurías tertulianas de la radio suelen lanzarse sobre los asuntos de actualidad a veces con profundo conocimiento de causa, en ocasiones sin otras referencias reales que la apariencia, el maquillaje, el barniz superficial. Cuando el Gobierno, pasándose triunfalmente por el arco de la victoria a la Real Academia Española y al Consejo de Estado, decidió llamar matrimonio a las uniones entre homosexuales, las divagaciones sobre asunto de tanto calado intelectual como el amor conyugal alcanzaron en ocasiones cotas cercanas al delirio.


Por eso reconforta tropezarse con un libro como el que acaba de publicar Pedro Juan Viladrich: El amor conyugal entre la vida y la muerte. Sin una sola concesión, con el máximo rigor científico, el autor analiza, desde la más alta reflexión ontológica, el matrimonio y el amor conyugal en un ejercicio de tensión filosófica que no decae en un solo párrafo.

El amor, para Viladrich, no es lo mismo que nuestra naturaleza biológica, psicológica y sociocultural, aunque se nutre de ella. Hay un además, un principio de vida "que no se pasa entre lo que nos pasa y se pasa". En la conyugación del varón y la mujer, cristalizada en matrimonio, hay que distinguir por un lado su in fieri, es decir, el pacto, y por otro, el vínculo, el in facto esse. El consentimiento real, en efecto, es causa eficiente del matrimonio. Practicar el sexo no resulta motivo de unión conyugal, ni tampoco prueba de amor. Non concubitus sed consensus matrimonium facit. Pero el pacto que legaliza la unión no es por sí solo matrimonio. Sin el amor profundo que vincula se desvirtúa la esencia matrimonial. Definir el matrimonio sólo como un contrato significa la deglución del in facto esse por un caníbal in fieri. Afirmar que ese contrato es indisoluble terminará por colisionar con la realidad. "Acabará, imponiéndose -afirma Viladrich- la lógica de éste in fieri glotón y sustantivado: si el matrimonio es el contrato, entonces es tan indisoluble como cualquier contrato, pues lo que el consentimiento funda, el mismo consentimiento puede cancelarlo".

Instalada la concepción del matrimonio en una dimensión que sobrepasa al pacto, al contrato, la dinámica amorosa ínsita entre varón y mujer se transforma y robustece en vínculo de amor debido. Estamos ya en "la inaudita y extraordinaria tridimensionalidad de la vida unitiva que entraña el amarse" y que sólo "la heterosexualidad humana contiene en todos sus componentes". El varón y la mujer se transforman en el nosotros y de esa tridimensionalidad -el yo, el tú y el nosotros- derivarán los hijos con "la experiencia de vivir asistiendo a los conflictos, desavenencias, separaciones y desintegraciones de la unión y del consenso entre sus padres, precisamente en cuanto cónyuges". Y, claro es, en la otra experiencia del amor espiritualizado y profundo, que comprende el sexo y el contrato, pero que los supera y trasciende.

La cobiografía de la unión conyugal, del matrimonio verdadero, al que se refieren Scheler y Schopenhauer, también Ortega y Gasset, tiene poco que ver con las muchas formas de relacionarse sexualmente, pues está "depositada desde el principio en la naturaleza de la heterosexualidad humana". Es la potencia profunda de la conyugación íntima. Viladrich explica la evolución del amor en el matrimonio en función de tiempo y edad. No se ama siempre igual que el primer día. Lo que algunos especialistas en psicología experimental llaman "la parábola del corazón amante" descifra la realidad del amor que muda desde el período liminar de la ilusión hasta la plenitud y la melancolía final.

Esa gozosa realidad cobiográfica transformará en una sola carne el amor de los esposos, la carne enamorada que invita a la fecundidad, a la paternidad y maternidad del hijo común, a la prolongación del nosotros. Es la sacralización procreadora, "el latido de la persona en la intimidad de su carne conmovida", como escribe bellamente Viladrich. En la estancia matrimonial del amor conyugal hay unión en el ser (entre las personas) y no sólo en el obrar (las dinámicas de la sensualidad sexual).

El autor de El amor conyugal entre la vida y la muerte ha colocado, sobre la mesa científica de la disección, el ser matrimonio, el ente matrimonio; para desarrollar una profunda reflexión ontológica y caminar filosóficamente desde las dinámicas unitivas según la carne, al vínculo entre las personas, según el espíritu. La humanidad del varón y la mujer, en sus cuerpos y almas, así conyugada, queda explorada y analizada de forma pródiga y certera.

El corazón amante, en fin, siente sinceramente que ese amor, esa unión conyugal, es para toda la vida aunque se produzca en ocasiones "la belleza del castigo", las disensiones circunstanciales de las que hablaba San Agustín en De gratia et libero arbitrio, fruto inestable de la plenitud de la relación matrimonial. El poeta, en fin, trasciende el "para toda la vida" en el amor constante después de la muerte: "Su cuerpo dejarán, no su cuidado; / serán ceniza, mas tendrá sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado".

24 noviembre 2005

POLITICA SIN DIOS

[George Weigel es profesor de ética y teólogo católico, especializado en áreas como Doctrina Social, Religión & Democracia y Libertad Religiosa. Compagina el trabajo académico con el periodismo y la publicación de libros. En Estados Unidos es uno de los comentaristas más prestigiosos sobre temas de vida pública, política y religión. En Europa se le conoce sobre todo por ser el autor de un monumental estudio sobre la vida, el pensamiento y la obra de S.S. Juan Pablo II: Witness to Hope: The Biography of Pope John Paul II. Se publicó en 1999, con extraordinario éxito, simultáneamente en inglés, francés, italiano y español. Al año siguiente salieron las ediciones en polaco, portugués, eslovaco, checo y esloveno; en 2001, la versión rusa; en 2002, la traducción alemana; y ahora está en preparación una edición en chino.

Pero Weigel, además de ser autor de esa gran biografía de Juan Pablo II y de innumerables comentarios en los diversos medios, ha publicado otros dieciseis libros entre los que se incluyen: Catholicism and the Renewal of American Democracy (1989), The Final Revolution: The Resistance Church and the Collapse of Communism (1992), Soul of the World: Notes on the Future of Public Catholicism (1994), The Truth of Catholicism: Ten Controversies Explored (2001), The Courage To Be Catholic: Crisis, Reform, and the Future of the Church (2002), Letters to a Young Catholic (2004), and The Cube and the Cathedral: Europe, America, and Politics Without God (2005).

Precisamente publicamos ahora tres artículos sobre este último libro que en la traducción española lleva como título «Política sin Dios. Europa y América, el cubo y la catedral» (Ed. Cristiandad, Madrid 2005, 172 páginas).

El primero de los artículos procede de la pluma de Juan Manuel de Prada ("Europa claudicará", ABC, 1-VIII-2005). El segunto comentario está escrito por Father John McCloskey. Finalmente, incluimos una reseña que ha publicado Don Pedro María Reyes Vizcaíno en su web-site de información sobre derecho canónico.

Pensamos que los tres artículos se complementan y sirven para hacerse una idea cabal sobre el contenido de este libro, que animamos a leer. En su brevedad, es capaz de ayudar a pensar sobre la verdad de las cosas -Dios, la libertad, la sociedad, la política, etc.- y también, por tanto, permite valorar mejor la patología laicista en la que estamos inmersos.]

#233 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por George Weigel
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I.- Juan Manuel de Prada

Escribía hace unas semanas que Europa ha perdido la confianza en los valores y principios que fundaron su fuerza; este naufragio en las aguas del relativismo la torna más predispuesta a la claudicación. Leo en estos días un suculento libro de George Weigel, Política sin Dios (Ediciones Cristiandad), que fervorosamente les recomiendo. En él me tropiezo con una cita de Solzhenitsyn que logra designar sucintamente la razón del mal que corroe Europa: «Los fallos de la conciencia humana, privada de su dimensión divina, han sido un factor determinante en todos los mayores crímenes de este siglo, que se iniciaron con la Primera Guerra Mundial, a la que se remontan la mayor parte de nuestras desgracias. Esa guerra [...] se produjo cuando Europa, que por entonces gozaba de una salud excelente y nadaba en la abundancia, cayó en un arrebato de automutilación que no pudo más que minar su vitalidad a lo largo de, por lo menos, todo un siglo y quizá para siempre. Esa realidad sólo puede explicarse por un eclipse mental de los líderes de Europa, debido a la pérdida de su convicción de que, por encima de ellos, existía un Poder Supremo».

Las palabras de Solzhenitsyn, que explican la progresiva decrepitud de Europa a lo largo del siglo XX, adquieren una significación aún más nítida y dolorosa en los albores del siglo XXI. Una civilización sólo es grande cuando la animan ideas trascendentes. La magnitud de los logros culturales alcanzados por un pueblo depende de la altura de sus aspiraciones espirituales. Basta contemplar el páramo espiritual de la Europa contemporánea, donde un día floreció la más elevada forma de civilización, para entender que su fin está próximo. No hará falta que ningún ejército islámico la invada y conquiste; bastarán unas cuantas bombitas, sabiamente dosificadas aquí y allá, para que Europa se entregue definitivamente a «ese arrebato de automutilación» al que se refería Solzhenitsyn. Europa capitulará porque ha renegado de Dios, porque cada vez un mayor número de europeos, desgajados del patrimonio que la historia les ha confiado, carecen de raíces espirituales. Este vacío interno se plasma en un desdén por la ética y la correspondiente obsesión por los privilegios y los intereses personales. Una sociedad cuyo único objetivo es su propia satisfacción acaba destruyéndose a sí misma.

Existe un vínculo directo e indisoluble entre la fe y la voluntad de futuro. Sin fe no hay futuro. Habiendo renegado de Dios, Europa carece de recursos imaginativos y morales para mantener su civilización; carece, incluso, de razones convincentes para perdurar. La relativización del Derecho (convertido en mero instrumento legal para la satisfacción de caprichos, sin fundamentos inmanentes), la fascinación por el suicidio y la eutanasia, las cifras industriales de abortos, el estancamiento demográfico, etcétera, son fenómenos automutiladores que revelan una profunda crisis moral, una descomposición acelerada de los cimientos sobre los que durante siglos se ha sostenido nuestra civilización. El hombre europeo ha llegado al convencimiento de que, para ser moderno y libre, tiene que ser radicalmente secular. Esa convicción ha tenido consecuencias letales para la vida pública europea y para su cultura, convertida hoy en un aguachirle relativista. Los padres fundadores de la Unión Europea -Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi, Robert Schumann, Jean Monnet- eran todos hombres religiosos que concebían la integración europea como un proyecto de civilización cristiana. Hoy, ese soñado proyecto ha degenerado en una burocracia cristofóbica. Como decía el salmista, «si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los constructores». Europa claudicará, salvo que salga de su eclipse mental y vuelva a reconocer a Dios.

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II.- Fh. John McCloskey


El título original, pasado a subtítulo en la edición española, alude a dos grandes monumentos parisinos: el Arco de la Defensa y la catedral de Notre Dame. Con sospechosa coincidencia, todas las guías turísticas de la ciudad destacan que el templo gótico cabría entero en el interior del gigantesco cubo levantado para conmemorar el bicentenario de la Revolución Francesa. La observación parece ser la imagen de una tesis histórica e ideológica: la Ilustración engullendo los siglos de cultura católica que configuraron a Francia. Weigel se pregunta cuál de las dos culturas serviría de cimiento moral más sólido para la democracia: "¿La cultura que ha sido capaz de construir un cubo como éste, tan sobrecogedor, tan racional, tan preciso en la geometría de sus ángulos, pero en última instancia carente de personalidad, o la cultura que construyó las bóvedas, los pináculos, las gárgolas, los arbotantes exentos (...), es decir, las sagradas ‘asimetrías' de Notre Dame y de otras espléndidas catedrales góticas diseminadas por toda Europa?".

En este libro, quizá el mejor –y más breve– de los que ha escrito hasta ahora, George Weigel ofrece una perspicaz crítica de los problemas de esta Europa actual que se aparta de sus raíces cristianas. Pretende hacer un análisis aleccionador para sus compatriotas, pues –señala– aunque Estados Unidos presenta una religiosidad más viva, comparte con Europa los mismos males de fondo y podría seguir el mismo camino. Weigel menciona, por ejemplo, un régimen de aborto legal en que una especie animal en peligro de extinción está más protegida que un niño no nacido; pornografía; altas tasas de divorcio y nacimientos extramatrimoniales; la incapacidad de debatir asuntos como el matrimonio o la investigación con embriones en términos que no sean sentimentales o utilitaristas...

Al buscar las raíces de la mentalidad presente, Weigel subraya el prolongado empeño por reescribir el pasado, para suprimir todo lo que contradice la interpretación secularista de la historia. Así, se silencia el papel decisivo de estadistas católicos en la construcción de la unidad europea tras la II Guerra Mundial. Sobre todo, se asigna a la Ilustración todo el mérito del proyecto democrático, mientras se niega su arraigo en el suelo cristiano de la Europa anterior, calificada de "Edad Oscura", siglos desperdiciados, llenos de superstición papista y barbarie.

Al final, Weigel muestra que una cultura totalmente secularizada, que ha desarrollado una aguda alergia a la verdad moral, no podrá bastarse para sostener los valores de la libertad y la democracia. Y, vista la evolución de Europa, el autor es pesimista, aunque se manifiesta ansioso de que el porvenir le refute. Entre otros motivos de esperanza, anota los nuevos signos de vitalidad cristiana entre hijos de veteranos del 68 que vuelven a la fe. Pero esto no me parece suficiente, si en las próximas décadas no se traduce en un gran número de católicos consecuentes que influyan seriamente en la cultura europea.


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III.- de D. Pedro María Reyes Vizcaíno

En este libro el autor comenta los últimos acontecimientos internacionales y el visible distanciamiento entre la política europea y norteamericana, que en los últimos años parecen haber aumentado. La Constitución europea, la crisis de Irak, el posible ingreso de Turquía en la Unión Europea, el velo islámico en las escuelas francesas, entre otros, dan pie a caracterizar dos visiones culturales de la sociedad, una marcadamente laicista y otra que responde al sentido cristiano de la sociedad.

Comparando dos grandes monumentos de París de dos épocas bien distintas (el gran arco de La Défènse y la catedral de Notre Dame), George Weigel concluye que son la expresión artística de concepciones distintas del papel de la religión en la sociedad, una que pretende expulsar a Dios de la vida pública de la sociedad -o mejor dicho que ignora a Dios- y otra que lo admite. A partir de ahí extrae conclusiones. El autor mantiene que no hay confrontación entre ambas concepciones, y que buena parte de los males que detecta en la sociedad europea se deben a las contradicciones de la “visión europea” del papel de la religión. Escrito primariamente para lectores de Estados Unidos, el libro tiene la finalidad de advertir que su país no está exento de llegar a los mismos males que aquejan a la sociedad europea, aunque -según el autor- es posible evitarlos.

Jugosas son las consideraciones sobre la situación de la fe cristiana en una democracia. Piensa el autor que el futuro de la democracia depende del respeto de los derechos del hombre, entre los que se deben incluir el de libertad religiosa. El cristianismo seguirá ejerciendo el papel de conciencia crítica y objetiva de la sociedad y le dará a principios éticos y morales, necesarios para una correcta evolución del sistema democrático.

Según Weigel la actual crisis de la civilización tiene su origen en el humanismo ateo que reniega de sus orígenes cristianos, resultando una postura tan lamentable como la de un hijo que reniega de sus padres. Recuerda el autor que no se debe hacer una correlación necesaria entre democracia y relativismo moral: es posible establecer una democracia estable y respetuosa con los derechos humanos, que a la vez tenga sólidos principios morales.

Este ensayo se lee con interés porque interpreta acontecimientos de gran actualidad y se refiere a problemas vivos de la sociedad. El lenguaje es claro y los capítulos son breves. Dirigido primariamente -como ya hemos dicho- a lectores de Estados Unidos, tiene la finalidad de explicar a sus conciudadanos muchas actitudes europeas, además de ser una advertencia. Este libro puede ser útil para comprender, además, muchos acontecimientos importantes desde la caída del Muro de Berlín. Es adecuado para profesores universitarios e interesados en la filosofía política.

19 noviembre 2005

UNA IGLESIA QUE DA Y UNOS PARTIDOS POLÍTICOS QUE COBRAN

[Después de la gigantesca manifestación del pasado sábado vino de inmediato la amenaza del PSOE de que no habrá más remedio que disminuir la aportación que percibe la Iglesia...

Es en materia social un claro paradigma del reflejo condicionado de Paulov: así como el perro del experimento de Paulov empezaba a babear cuando sonaba la campanilla que anunciaba la comida, así el Ejecutivo socialista arremete contra la Iglesia cuando los ciudadanos de este país, en uso de su libertad y en defensa de sus derechos fundamentales, han hecho sonar en la calle la campana del rechazo masivo de la LOE, de ese proyecto que alguno ha calificado de "bodrio legislativo" (cfr. #226).


Casi a la vez, se ha acordado que los partidos políticos incrementen lo que recibe cada grupo parlamentario hasta un total de unos 9 millones de euros, con cargo a los presupuestos del Estado del 2006.


En este entorno de grandes sumas de dinero público a favor de los partidos, choca el hecho de que una vez más -y van tres en año y medio- el gobierno socialista amenace con recortar los dineros de la Iglesia: ya lo hizo en mayo del 2004 y también en abril del 2005; ahora, como respuesta patológica ante al clamor ciudadano, amenaza de nuevo con lo mismo.


Dice, entre otras cosas, el
editorial de Forum Libertas que ahora publicamos: "Empieza a aburrir tanta reiteración en esta historia (...). Cáritas descontando la subvención que recibe del Estado destina a la ayuda de las necesidades sociales más de 100 millones de euros, el triple de lo que el Estado le aporta a la Iglesia. Manos Unidas lo hace con cerca de 40 millones de euros. Esta sola aportación ya es superior a lo recibido por la institución católica. 107 hospitales, 128 ambulatorios, 876 centros para enfermos crónicos, gente mayor, enfermos terminales, con un total de 51.312 camas, algo que representa cerca de 6 mil millones de euros o, la aportación de la escuela religiosa: si sus plazas fueran públicas significaría más de 3.000 millones de euros, cuando sólo recibe menos de 2.000."

Y concluye el editorial: "Todo esto y mucho más son las aportaciones de la Iglesia a la sociedad española. Concretas, dirigidas a necesidades básicas y a los más débiles. En contrapartida hay que preguntarse qué aporta el PSOE, qué aportan los demás partidos de sus propios recursos para resolver problemas concretos, porque si se trata solo de canalizar la aportación ciudadana y representarla de manera organizada en el Parlamento, hay que decir que nos resultan excesivamente caros."


#232
Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia


de Forum Libertas
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Prácticamente de manera simultánea han coincidido la amenaza del PSOE de disminuir la aportación que percibe la Iglesia y, el acuerdo unánime de los partidos políticos en el Congreso para incrementar lo que recibe cada grupo parlamentario hasta un total de casi 9 millones de euros, con cargo a los presupuestos del Estado del 2006. Es necesario recordar que ésta es solo una parte de lo que estas organizaciones perciben del dinero de todos los ciudadanos. Porque ingresan además una aportación anual directa como partido, otra también de carácter anual vía las respectivas fundaciones y, una tercera solo en período electoral en función del número de votos y de cargos electos para cubrir los gastos de las elecciones municipales, autonómicas y generales.

El resultado es muchísimo dinero, cientos de millones de euros y, si bien es cierto que los partidos políticos son instituciones básicas para el funcionamiento de la democracia, también lo es el que los ciudadanos deben saber con claridad cuál es el importe total y, exactamente en qué se gasta. A esta circunstancia hay que añadir casos como el actual provocado por los seis millones de euros condonados por La Caixa de un crédito del PSC largo tiempo congelado. Es decir, no solo existen grandes aportaciones por parte del Estado, sino que además los partidos y, en este terreno destaca de manera especial el PSOE, presentan periódicamente situaciones de dudosa moralidad. Bajo nuestro punto de vista nos parece particularmente grave que el gobierno no se sienta obligado a que el Ministro Montilla diera explicaciones al Parlamento sobre todo lo relacionado con dicho crédito. Esto hay que advertirlo es inédito en cualquier democracia occidental.

Una vez más, Rodríguez Zapatero nos muestra cuan falseado resulta su discurso de profundizar la democracia cuando se contrasta con la realidad de los hechos. Y en esto como en todo, no se trata de embestir contra nada y sobre todo contra nadie, pero sí dejar sentado que el Ministro Montilla tenía el deber político de esclarecer ante los ciudadanos todas las circunstancias que rodearon la condonación de estos 1.000 millones de pesetas, más cuando se trata del ministro competente en la OPA de La Caixa sobre Endesa que es motivo de atención y polémica. El hecho de que el vicepresidente Solbes haya apuntado la posibilidad de que Montilla se inhiba, indica una mayor sensibilidad pública por parte del Ministro de Economía, pero sin que ello signifique que la necesaria explicación queda subsanada. Ante este entorno de grandes sumas de dinero público a favor de los partidos y en particular del PSOE, ante esta iniciativa compartida por todos, pero que lógicamente depende la mayoría gubernamental, de incrementarse sus asignaciones partidarias, choca el hecho de que una vez más, y van 3 en 18 meses, el gobierno amenace con recortar los dineros de la Iglesia. Ya lo hizo en mayo del 2004 y en abril del 2005.

Empieza a aburrir tanta reiteración en esta historia que en realidad no es otra cosa que una arma arrojadiza contra aquella institución. Porque hay que recordar que lo que ésta percibe es en un 77% producto de la cantidad que los católicos libremente aportamos marcando la cruz en la Declaración de la Renta. Y que solo el 23% restante es aportación del Estado. Pero esta cifra que significó en el 2004 32 millones de euros queda abrumadoramente compensada por las aportaciones que la Iglesia hace de sus recursos a la sociedad española. Recordemos solo dos, Cáritas descontando la subvención que recibe del Estado destina a la ayuda de las necesidades sociales más de 100 millones de euros, el triple de lo que el Estado le aporta a la Iglesia. Manos Unidas lo hace con cerca de 40 millones de euros. Esta sola aportación ya es superior a lo recibido por la institución católica. 107 hospitales, 128 ambulatorios, 876 centros para enfermos crónicos, gente mayor, enfermos terminales, con un total de 51.312 camas, algo que representa cerca de 6 mil millones de euros o, la aportación de la escuela religiosa: si sus plazas fueran públicas significaría más de 3.000 millones de euros, cuando sólo recibe menos de 2.000.

Todo esto y mucho más son las aportaciones de la Iglesia a la sociedad española. Concretas, dirigidas a necesidades básicas y a los más débiles. En contrapartida hay que preguntarse qué aporta el PSOE, qué aportan los demás partidos de sus propios recursos para resolver problemas concretos, porque si se trata solo de canalizar la aportación ciudadana y representarla de manera organizada en el Parlamento, hay que decir que nos resultan excesivamente caros.

HAY BUENOS VIDEOJUEGOS, PERO SE VENDEN MÁS LOS DE CONTENIDO VIOLENTO

[¿Sabes a qué juegan tus hijos? es una campaña promovida por el Instituto de Deporte y Juventud de Navarra (INDJ) y Civertice.com para informar a padres y educadores sobre los videojuegos y la necesidad de ejercer una «mediación educativa».

Reproducimos la entrevista que, con ocasión del inicio de esta campaña, la periodista María José C. (Diario de Navarra, 18-XI-2005) le hizo a Fernando García, padre de 3 hijos de entre 4 y 7 años, profesor del Colegio Irabia y experto en videojuegos.

Entre otras cosas, afirma que hay buenos juegos para educar y disfrutar y apuesta por la mediación de los padres y una legislación más restrictiva para los de contenidos nocivos: "hay que denunciar que los juegos más vendidos son los que transmiten el potencial asesino de la violencia y un maltrato hacia la mujer."]

#231 Educare Categoria-Educacion

por Fernando García

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-¿Por qué los videojuegos?

-Me interesan como padre y como educador. El propio James Amstrong, vicepresidente de Sony Computer en España y Portugal, dijo: «Los padres también tenemos una responsabilidad de educar a los hijos, de saber con qué productos juegan, qué títulos compran, igual que nos preocupamos por saber dónde van y con qué amigos se juntan. No es cuestión de darles una Playstation y carta blanca para usarla».


-¿Videojuegos sí o no?


-Como educador, no estoy en contra de los videojuegos. Pueden servir para educar y educar bien, divertirse... Pero hay que denunciar que los juegos más vendidos son los que transmiten el potencial asesino de la violencia y un maltrato hacia la mujer.


-Ponga algún ejemplo.

-GTA San Andreas, para mayores de 18 años, aunque muchos menores juegan, de cruda violencia, fuerte contenido sexual y lenguaje soez y blasfemo; fue el juego más vendido en España en 2004. Ha estado a punto de salir al mercado otro cuya dinámica es maltratar a los compañeros de colegio, es decir, «bullying». Otro se basa en un rapero que «salta, corre, dispara todo tipo de armas, lucha cuerpo a cuerpo con armas blancas» y no tiene «piedad, misericordia ni perdón». No hacen faltan más comentarios.


-¿Qué hacer ante esto?


-Padres, educadores, administraciones, tenemos que exigir una legislación más restrictiva, igual que con la prohibición de vender alcohol y tabaco a menores de 18 años. Eso sí, quiero romper una lanza en favor de los videojuegos educativos, que son fantásticos. Lógicamente, con un control del tiempo de uso.

-¿Por qué gustan tanto?


-Están ligados a las nuevas tecnologías, que agradan mucho a las nuevas generaciones; si los mayores no se involucran, los niños tienen ahí un terreno libre y no sometido a normas. También porque están maravillosamente realizados y diseñados, la recreación de entornos reales o ficticios es asombrosa y el disfrute de un videojuego bueno es fantástico. Además, es tema de conversación entre los chavales. Y la publicidad también está muy bien realizada. Asimismo, transmiten valores que están ahora mismo en la sociedad: competitividad, consumismo, hedonismo...


-¿Pueden llevar a ser violento?

-No hay pruebas ni estudios científicos serios. Pero Diego Levis dijo en 1996: «La tendencia de muchos videojuegos a presentar la violencia como única respuesta posible frente al peligro, a ignorar los sentimientos, a distorsionar las reglas sociales, a estimular una visión discriminatoria y excluyente de las mujeres, a alentar una visión caótica del mundo, a fomentar el todo vale como norma aceptable de comportamiento y a estimular todo tipo de actitudes insolidarias, no puede dejar de despertar una justificada inquietud». Desde el punto de vista ético, muchos videojuegos son aberrantes.

-¿Pero hay riesgos?

- Hay que tener en cuenta los modelos y ejemplos que están recibiendo los niños a través de los videojuegos. Más hoy, cuando los padres trabajamos mucho y no estamos en casa y en la escuela hay profesores que «desaparecen», no quieren problemas.


-¿Existe adicción?


-Es discutible. Sí se puede hablar de «enganche». Puedes estar un fin de semana jugando con un juego nuevo y desatender estudios, la novia... Pero pasado ese tiempo, el juego pierde interés.

-Estos juegos son caros.


-Sí, el precio medio es de 60 euros. Hay que enseñar a los hijos a gastar con moderación. Y comprar juegos en momentos puntuales: cumpleaños, Navidad...


-¿Qué consejos da a los padres?


-Informarse sobre el contenido y la edad adecuada. Jugar con los hijos, saber cuándo y cuánto juegan y que no desatiendan sus tareas escolares, deportes, etc.