28 septiembre 2006

CÓMO ARRUINAMOS A NUESTROS HIJOS

[En el primer artículo de este blog, el Prof. González Simancas apuntaba sabiamente –entre otras muchas cosas (cfr. # 001)- que “la educación debe girar en torno a dos ejes de la vida que son los que hacen posible el crecimiento de la persona en todas sus dimensiones: la libertad y el compromiso voluntario con el bien y la verdad.”

También advertía que “en la sociedad actual, y en la educación, se ha infiltrado el relativismo ético del ‘todo vale’, y el hedonismo materialista que lleva a pensar que se tiene ‘derecho’ a todo lo que a uno le complace.” (…) “Si no se proporciona una verdadera educación, el hombre —varón y mujer— es víctima de uno de los mayores males: la ignorancia, que conduce inevitablemente a confundir, por ejemplo, libertad con capricho egoísta e insolidario; compromiso, con falta de libertad; verdad, con opinión sin fundamento; bien, con lo que a uno le apetece aquí y ahora.”

Reproducimos ahora un artículo que acaba de publicar El Confidencial.com (26-IX-2006): recoge interesantes puntos de vista sobre lo que debe ser la educación y analiza las causas del fracaso escolar y también las posibles soluciones.]

#343 Educare Categoria-Educacion

por Esteban Hernández

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Fracaso escolar, abuso en las aulas, comportamientos incívicos. Son historias de las que oímos hablar con cierta frecuencia. Los medios nos cuentan que a los jóvenes les gusta beber en la calle, que detienen trenes sólo para hacer pintadas, que son dados al vandalismo o que realizan actos de delincuencia organizada. Pero además de cuestionarnos si la alarma social se corresponde íntegramente con la realidad o es a menudo amplificada, quizá deberíamos preguntarnos si el problema no reside en que nuestra sociedad promueve actitudes que terminan dificultando la educación de las próximas generaciones adultas. Quizá no estemos enviando los mensajes adecuados, quizá haya algo en lo que estemos fallando.

Algunos de los factores erróneos, partirían, para María Rosa Buxarrais, profesora de Pedagogía de la Universidad de Barcelona, de un olvido en los planes educacionales, ya que “hay una ausencia constatada de formación ética de los estudiantes. Se les forma poco como personas, como futuros ciudadanos/as que van a ejercer una tarea profesional en ámbitos relacionados con seres humanos.” En consecuencia, se habría apostado demasiado por ofrecer un cuerpo de conocimientos extenso y muy poco por intentar conseguir que el estudiante adquiera capacidades éticas.

También lo cree así Enrique Gervilla, Catedrático de Teoría de la Educación de la Universidad de Granda, para quien “se aprecia un acentuado marco profesional y las materias encaminadas a la formación son mínimas. En el nuevo sistema europeo esperamos que tal situación cambie y se preste más atención a las tres dimensiones de la educación, ser, saber y saber hacer”.

Según Concepción Naval, Vicerrectora de Educación Académica de la Universidad de Navarra, y coeditora de Educación y ciudadanía en una sociedad democrática (Ed. Encuentro), “desde la educación contemporánea se ha puesto mucho –excesivamente- el acento en el fomento de la autonomía personal, en la suscitación del sentido crítico, lo cual es una necesidad educativa, pero ha habido un abuso que ha distorsionado el horizonte vital. Se han distanciado en exceso las actuaciones individuales de su repercusión en la vida del conjunto, perdiéndose conciencia de que toda decisión personal tiene implicaciones sociales y políticas”. El punto de llegada de esa excesiva insistencia sería una sociedad “que conduce a formar personas extremadamente individualistas, autosuficientes, y en su extremo egocéntricas”.

Claro que esas posturas quizá sean consecuencia de un entorno que privilegia lo material, que tiende a la distancia cínica y a la desconfianza respecto de todo lo que no sea práctico. Según María Rosa Buxarrais, “en una sociedad tan consumista como la nuestra prevalece la riqueza material sobre la espiritual, sobre la formación de la persona a nivel ético, y las generaciones jóvenes terminan contagiándose de valores como el consumismo, el individualismo, la competitividad, etc, de las generaciones adultas, porque éstas se olvidan de transmitir otros valores como el respeto, la solidaridad o la tolerancia.”. Para Buxarrais, no tenemos demasiado presente que “los adultos nos convertimos en modelos a imitar por nuestras generaciones jóvenes”.

Habría un tercer factor, directamente relacionado con el relativismo, asegura Concepción Naval, y que conllevaría numerosas consecuencias sobre los modos de vida, ya que promovería “un escaso sentido de compromiso y una ausencia del pensamiento a largo plazo. Vivimos en el corto plazo y eso afecta muy directamente al carácter de las personas, al modo en que nos relacionamos unos con otros”. Además, esa tendencia, que generaría “autosufuciciencia y superficialidad” tendría que ver con “la disolución de la noción de verdad sepultada por la búsqueda del consenso social. Se olvida que para que haya auténtico diálogo es necesario que haya opiniones formadas y razonadas, auténticas convicciones”.

Pero hay quien busca una clave de interpretación más amplia. Para Alfredo Rodríguez Sedano, profesor del Departamento de Educación de la Universidad de Navarra, el problema sería más grave que una simple serie de factores aislados, ya que habría una causa en la que se subsumirían las demás. No se trataría de curar un catarro sino de una enfermedad más preocupante, la ruptura de la estructura familiar. “El objetivo de la familia siempre ha sido es y será buscar la normalidad afectiva, que es el requisito clave para el desarrollo de la personalidad y de las facultades de cada persona, de su voluntad, sentimientos y emociones. O hay normalidad afectiva o no se sale adelante. Y como la familia, que es lo que la aseguraba, se está rompiendo...”

Posibles soluciones

Los problemas quedan, pues, identificados para los expertos. ¿También las soluciones? ¿Saben qué se debe hacer? ¿Hay una serie de medidas que podrían tomarse? Sí, si se trata de su formulación genérica. Para Rodríguez Sedano, ya que la clave es el ámbito familiar, “no podemos considerar al ámbito educativo, y menos aún al Estado, como sustituto de la familia. El protagonismo que se ha dado al Estado es erróneo. Hay demasiados modelos educativos pero lo que importa es que la familia, - esa realidad que es una madre y padre- funcione”.

En opinión de Rosa María Buxarrais, uno de los principales remedios estaría en el restablecimiento de cierta autoridad: “es necesario poner límites a hijos y alumnos para que estos sepan qué hacer y qué esperar de la vida. Los límites son una muestra de la preocupación que tanto educadores como padres debemos explicitar a nuestros alumnos e hijos”.

Coincide Enrique Gervilla, pero insistiendo en un aspecto que a veces pasa inadvertido, que la autoridad proviene de cómo es percibido quien la ejerce: “Del autoritarismo hemos pasado a la ausencia casi total de autoridad. Ésta, sin embargo es imprescindible, no tanto como disciplina, cuanto como prestigio. Nuestra educación está falta de verdaderos maestros, de modelos de vida”.

Para Concepción Naval, la educación, para que sea efectiva, debe cumplir tres objetivos. En primer lugar, debe promover que las personas que sigan esa educación tengan, como consecuencia de ésta, “una forma de vida valiosa y deseable por sí misma, y no porque sea útil para otra cosa. La preocupación por el valor intrínseco de la educación es una medida certera contra ciertas tendencias actuales que llevan a ver en la tarea educativa una preparación para satisfacer demandas circunstanciales, pragmáticas, economicistas”. Además, debe promover que las personas no sólo adquieran habilidades operativas, sino que “comprendan los principios por los que actúan; que sean capaces de pensar”. Y, por último, “su conocimiento y comprensión no deben ser inertes: esto es, deben afectar a su visión del mundo y su sentido de la vida, potenciando activamente su actividad ordinaria”.

24 septiembre 2006

PARADOJAS DE LA INTOLERANCIA

por Alejandro Llano

#342 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

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Todo lo que está sucediendo en torno al discurso del Papa en la Universidad de Ratisbona resulta sumamente revelador. Lo primero que salta a la vista es la superficialidad con la que suelen tratarse documentos que merecerían una lectura atenta y completa, tras la cual viniera una interpretación basada en el conocimiento de causa. No es esto lo que ha sucedido con la lección académica de Benedicto XVI en la Universidad de Regensburg. He sacado la impresión –después de revisar periódicos de varios países- que casi ninguno de los comentaristas ha leído íntegro el texto y, salvo los propios medios germanos, prácticamente nadie ha acudido a la redacción original en alemán. Lo cual es especialmente grave cuando la versión a la que se ha tenido acceso proviene de las pésimas traducciones al castellano.

Quienes han tenido la fortuna de frecuentar como estudiantes alguna universidad alemana conocen el género de la Vorlesung, de la lección o conjunto de lecciones magistrales que todavía hoy componen el núcleo de la enseñanza en instituciones académicas que se cuentan entre las más prestigiosas del mundo. La seriedad, el rigor, y la libertad con que se imparten estas conferencias son cualidades que por sí solas hablan de lo que puede dar de sí una universidad que no se haya convertido todavía en una escuela de enseñanzas profesionales. Y Joseph Ratzinger fue un profesor ordinario de altísima calidad: condición intelectual y universitaria que lógicamente no ha perdido por haber llegado a ser arzobispo, cardenal y Papa. Así es preciso, particularmente en este caso, escucharle y leerle. Todo lo demás es sacar sus palabras del contexto pragmático en el que se pronunciaron.

Desde el punto de vista retórico, el discurso de Benedicto XVI fue precisamente un canto a la Universidad alemana, de la que él procede y a la que se siente íntimamente vinculado, porque sigue siendo uno de los intelectuales más reflexivos y completos del mundo. Ama su amplitud de miras, su libertad de enseñanza, su respeto a los que disienten, su voluntad ilimitada de diálogo. ¿Cómo pensar que un ambiente así, en el contexto de una visita festiva a su patria intelectual, podría haberse despachado con un ataque frontal a una religión que tantas veces ha dicho que veneraba? ¿Cómo sospechar siquiera que una cita que venía al pelo para ilustrar su hilo argumentativo sea resultado de una selección caprichosa o imprudente? Por no pensar siquiera en la frivolidad y la desatención de quienes confundieron el lenguaje indirecto, tan caro a la lengua alemana, con la propia aserción en la que se compromete el hablante.

Ni siquiera desde el punto de vista semántico se puede decir que el Papa haya atacado al islam. Resulta incluso que el emperador bizantino, de cuya pluma se toma la fuerte expresión que ha servido para escandalizar a fanáticos y cínicos, era históricamente promusulmán, y que la escena que describe en su libro es el recuerdo de una conversación habida en Ankara, población que ya entonces es turca.

Lo que casi todos han pasado por alto es que el discurso del Pontífice es una alabanza a la razón tanto desde el punto de vista científico y filosófico como teológico. Benedicto XVI piensa que el uso implacable de la inteligencia es el instrumento más alto y adecuado para lograr la paz y acercar el hombre a Dios. El rechazo de toda violencia que tal actitud lleva consigo viene a ser el hilo conductor de la lección y excluye, por coherencia interna del texto, cualquier intención de atacar con esta idea a otra religión. Haría falta mucha ignorancia o mala fe para interpretar así este texto. El hecho de que tal malentendimiento se haya producido se vuelve contra los que lo han formulado. Son ellos los que hacen gala de intolerancia. Lo cual es una paradoja que sería cómica si no resultara patética. No es Benedicto XVI el que propugna la violencia religiosa. No es él quien lanza interpretaciones insidiosas desde periódicos que se precian de tener la objetividad y la tolerancia como enseñas.

Ha sido penoso advertir durante estos días cómo periódicos españoles que pretenden constituir un paradigma de tolerancia lanzaban hipótesis insidiosas y justificaban protestas que han conducido hasta el asesinato de personas. Para justificar una posible comparación con los cristianos, un académico como Juan Luis Cebrián se remonta, con un tono históricamente inaceptable y un juicio global totalmente injusto, nada menos que a la reconquista española. En el mismo artículo quintaesencia las actitudes democráticas en la promoción y defensa de la libertad, mientras propugna la exclusión en las escuelas de todo tipo de enseñanza religiosa. Intolerancia se llama esa figura en cualquier diccionario.

Sólo cabe desear que se calmen los ánimos manipulados y que la vida periodística y cultural española suba de nivel. Al menos, un escalón.

EL ISLAM NO ESTÁ CONTRA EL PAPA

por Rafael Navarro-Valls

#341 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia
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Acaba de concluir en Kazajastán el II Congreso de líderes de las religiones tradicionales del mundo. A la cita han asistido altos cargos de todas las grandes religiones, incluidos dos cardenales de la Iglesia católica y varios líderes musulmanes -entre estos últimos, el secretario general de la Liga Mundial de Muslim (Arabia Saudí), el gran muftí de Kazajastán, el rector de la Universidad Internacional Islámica de Pakistán y el ministro de Asuntos Religiosos de Egipto-. Como conclusiones de la Declaración Final que fue aprobada por el conjunto de participantes destacan las que apoyan el diálogo interreligioso e intercultural, el esfuerzo colectivo por una cultura de la paz y la utilización de la autoridad espiritual de los líderes para rechazar toda violencia y terrorismo.

El discurso que el Papa pronunció recientemente en el paraninfo de la Universidad de Ratisbona -y que ha despertado tan grande polémica- se movía en esos parámetros. ¿Dónde está, pues, el problema? Es decir, ¿cuál es la causa de esa marejada levantada en algunas zonas islámicas? Los que trabajamos habitualmente en medios académicos sabemos que un texto, sacado de su contexto, pronto se convierte en pretexto. Pretexto para laminar al adversario científico, político o teológico. Descalificar un mensaje haciendo una relectura inexacta supone una falta de fidelidad a las fuentes, lo que produce -los universitarios lo sabemos bien- un caos dialéctico cuando se introduce un elemento ideológico extraño.

Como ha dicho Umberto Eco refiriéndose al incidente de Ratisbona, un pequeño episodio es deformado «para desencadenar movimientos de protesta por los radicales de turno». Según el propio Eco, «habría podido el Pontífice enunciar el teorema de Pitágoras y hubieran sido capaces de demostrar que era un ataque racista». De ahí la insistencia de la Santa Sede -de su portavoz, del Secretario de Estado y del propio Papa- en recomendar «una lectura atenta de todo el discuso pontificio». Y de ahí también que la Comisión Europea haya manifestado que hay que tener en cuenta el discurso del Papa «en su conjunto» y no reaccionar a «frases fuera de contexto y menos aún a frases sacadas deliberadamente de contexto». Las recientes intervenciones del presidente iraní y de Rodríguez Zapatero haciendo una llamada al diálogo inciden positivamente en un panorama en que los radicales comienzan a ser desplazados.

Es sintomático que los académicos de origen musulmán presentes en el paraninfo de Ratisbona no encontraran nada especialmente estridente en el discurso de Benedicto XVI. Sin embargo, la primera televisión que dio noticia de la famosa cita del Papa en esa universidad fue Al Jazira. (En ámbitos en los que suele leerse poco, esta cadena qatarí -de gran difusión en todos los países islámicos- llena el vacío.) Pero no hubo una exégesis, una aclaración del contexto, una citación completa. Esta falta de ética periodística rebotó a Occidente, a través de la BBC, y con la actual sensibilidad hacia el islam los ecos se amplificaron. Se abrió paso la idea de la existencia de una acerba confrontación. Es sorprendente que las manifestaciones comenzaran incluso antes de que el discurso fuera traducido a un idioma comprensible por las personas que salieron de manifestación.

Vistas las cosas con más calma, la realidad es que no son estrictamente correctos titulares de prensa como éste: «El islam contra el Papa». Todas las Televisiones del mundo han buscado -en vano- imágenes de grandes masas islámicas en marchas contra el Papa. Pero, ¿qué han podido reflejar? Dos docenas de manifestantes en Estambul; una manifestación ordenada y silenciosa en Teherán; poca cosa en Indonesia, primer país del mundo en demografía musulmana… No ha habido ninguna manifestación en Sudán -país duro del islam-. Tampoco en Senegal, con mayoría islámica, ni en Nigeria -con una región integrista como Kaduna-. Nada en Malasia. Dos botellas de gasolina contra los muros exteriores de dos iglesias cristianas no católicas en Palestina. Ciertamente, ha sido asesinada una religiosa con su guardaespaldas, pero eso es más bien un acto del radicalismo yidahista que algo conectado con el sentir popular. Aunque éste puede encenderse en el futuro, desde luego, si se le manipula adecuadamente.

En cuanto a las manifestaciones verbales, las más llamativas han sido las del presidente Erdogan en Turquía, el rey Mohamed VI en Marruecos, el ministro de Exteriores de Pakistán y algún otro dirigente político. Según los analistas, se trata de líderes con problemas internos que han aprovechado para intentar incorporar o recuperar a sus posiciones movimientos integristas nacionales. Lo mismo se puede decir de algunos líderes religiosos musulmanes: daba la impresión de que competían por el liderazgo en una religión sin clara jerarquía.

En contraste, el gran muftí de Damasco, Ahmad Al-Din Hasoun, ha manifestado noblemente: «Después de lo que el Papa dijo el domingo pasado en el Angelus, no necesito otra clarificación. Lo que es necesario es hablar para evitar que los extremistas aticen el odio. He leído la totalidad de su discurso y no he encontrado la voluntad de levantar el odio religioso». Igualmente, el gran imán de al Azhar, el jeque Mohamed Sayed Tantaui, acaba de hacer un llamamiento a favor del diálogo y en contra de los conflictos. Estas intervenciones avalan la tesis de que no es el islam quien se opone al Papa sino sólo los extremistas, que son un peligro también -y quizás, sobre todo- contra el islam mismo.

Dejando al margen el incidente de Ratisbona, ¿qué hay en el fondo de estas incomprensiones? Probablemente más que una confrontación de culturas, como diría Hutchison, lo que existe es un choque de epistelmologías. Es decir, del modo de concebir el propio sentido de la razón. En Occidente se cree -y esto se debe a sus raíces cristianas- que la razón puede plantear cualquier cuestión, también de exégesis histórica. La teología cristiana -tanto la católica como la protestante- hace radicar su fuerza en el juego combinado de fe y razón. Ésta puede responder a preguntas sobre Dios en su relación con los hombres. La parte más integrista del islam -no la moderada- renuncia (cuando no prohibe) a plantearse cuestiones que tengan que ver con la literalidad del Corán o con el Profeta. La simple mención de esos temas en una cita académica -aunque sea para argumentar en contra- se transmuta en una ofensa o en una blasfemia. De ahí el malentendido con el discurso del Papa.

Quedaría un último punto para la reflexión: ¿cuál es en realidad el pensamiento de Benedicto XVI sobre el islam y su relación con el cristianismo? Sobre eso sí que no hay ninguna duda: basta leer cuanto ha escrito en los últimos 30 años el cardenal Josef Ratzinger para obtener una respuesta. Naturalmente, el estudioso, el periodista o el teólogo pueden renunciar a la lectura de esas páginas. Pero en este caso, se pierde la autoridad para entrar en el debate de estos días.

EL PAPA DE LA RAZÓN

por Juan Manuel de Prada

#340 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia
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Produce consternación que un discurso tan bellamente argumentado, tan límpido y sutil, tan luminoso y benéfico como el que Benedicto XVI pronunció en la Universidad de Ratisbona haya sido empleado por los fanáticos islamistas para desatar una ola de violencia vesánica. Pero la consternación, y la repulsión, y la náusea, alcanzan cúspides difícilmente superables ante el silencio cetrino, acobardado o lacayuno con que los gobernantes occidentales han acogido tales muestras de violencia; silencio que no es sino la expresión claudicante de una Europa que ha renunciado a defender los principios que se asientan sobre la razón, los principios que fundan su genealogía espiritual, para inclinar dócilmente la testuz ante el hacha que blande el verdugo. Espectáculo de vileza infinita, de cobardía blandengue, de rendición monstruosa de la razón ante el acoso de la barbarie, merecedor por sí solo de ocupar un voluminoso volumen en la historia universal de la infamia. En cierta ocasión, escribí que no acepto otra autoridad que la que viene de Roma; hoy, ante este denigrante episodio de ignominia, en el que un hombre vestido de blanco hace frente en soledad a las hordas del fanatismo, mientras los mandatarios del mundo occidental le vuelven la espalda, me ratifico en esta impresión. No hay otra esperanza para el mundo que hemos heredado, el mundo que esa patulea de dimisionarios abyectos está vendiendo en pública almoneda, que la fuerza espiritual que irradia Roma.

¿De qué trataba el discurso del Papa? ¿No queda una sola mente inquisitiva, mínimamente curiosa, capaz de leerlo con atención, sustrayéndose a las pildoritas desenfocadas que nos ofrecen los noticiarios televisivos, como el pienso que se ofrece al ganado? Benedicto XVI habló de la necesidad de interrogarse sobre Dios por medio de la razón. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios; no actuar según la razón equivale a negar la naturaleza de Dios. «Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios», leemos en el prólogo del Evangelio de San Juan. «Logos», que es la palabra originaria que San Juan utiliza para designar el Verbo, significa a la vez «palabra» y «razón». En esa frase vertiginosa se logra el encuentro pleno entre la fe cristiana y el pensamiento griego: Dios, el Señor del tiempo, no actúa arbitrariamente, sino que todas sus acciones están regidas por la razón creadora; y sólo el hombre que piensa y actúa de forma razonable puede llegar a conocerlo en plenitud. A esta fe en un Dios que actúa con «logos» se opone una fe patológica que se trata de imponer con la espada; también una razón tan exclusivista y tiránica que pretende confinar la fe en el ámbito de lo subjetivo. Sólo si conseguimos que la razón y la fe avancen juntas -afirmó el Papa- lograremos un diálogo genuino de culturas y religiones. Y concluyó: ««No actuar razonablemente (con logos) es contrario a la naturaleza de Dios», dijo Manuel II Paleólogo. En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a encontrar este gran logos, esta amplitud de la razón».

Parece natural que un discurso tan perspicaz y dilucidador de la naturaleza de la verdadera fe haya enardecido a quienes entienden la religión como una vindicación de la barbarie y a Dios como una fuerza irracional, arbitraria, que se regodea en la crueldad e impulsa a los seres humanos a matar en su nombre. Más escandalosa que el furor de los energúmenos que afilan el hacha para descargarla sobre nuestra testuz resulta la cobardía moral, la tibieza, la claudicación de esa patulea de gobernantes que se han abstenido de salir en defensa del vapuleado Papa, que es tanto como abstenerse de salir en defensa del mejor legado occidental, ése que se funda sobre la razón constructora. ¿A alguien le queda todavía alguna duda de que semejante patulea no tardará, genuflexa y temblorosa, en entregar tal legado en bandeja de plata, para que lo pisotee la codicia destructora de los bárbaros?

LA FUERZA DEL CRISTIANISMO

por Vittorio Messori

#339 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia
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Los cristianos de mi generación pasaron gran parte de su vida peleándose con los que no creían en Dios: los comunistas. Pero ahora tienen que confrontarse con los que creen demasiado en Dios: los musulmanes. Y si éste es el menú, no queda más remedio que aceptarlo, porque los cristianos siempre somos rehenes del realismo evangélico.

Aquel que, por ejemplo, nos hace sabedores de que la lectura distorsionada de las palabras de Benedicto XVI en Ratisbona es sólo un pretexto, un detonante cualquiera que andaban buscando desesperadamente.

El Papa ha tropezado en lo que parece ser una generosa imprudencia. Durante un par de horas quiso volver a ser el profesor Joseph Ratzinger que se dirige a los colegas de la universidad donde ha enseñado. Una especie de pausa para él, que siente profundamente sobre sus espaldas el peso de la guía de los 1.000 millones de católicos a los que tiene que dirigirse con encíclicas, documentos magisteriales y homilías. Con certezas que confirmen en la fe, no con hipótesis y búsquedas académicas.

Dejando de lado, por un momento, la sotana blanca papal, creyó poder revestirse con la toga negra de los profesores. Con ese candor evangélico que lo hace amable y ajeno a cualquier engaño, lo que no tuvo en cuenta es que el media-system no le iba a permitir que volviese a ser profesor entre los profesores y que lo iba a seguir evaluando como Papa; que la mayoría de ese sistema no iba a entender una lección tan compleja; que iba a recurrir a síntesis brutales; que se iba a focalizar la atención no sobre la universalidad de la cultura, sino sobre la candente actualidad.

No siempre por mala voluntad, sino por una inevitable deriva, el periodismo confirma a menudo las afirmaciones de Joseph Fouché, el luciferino ministro de Policía de Napoleón: «Dadme lo escrito por cualquiera y os aseguro que, aislando una frase del contexto, soy capaz de enviarlo al patíbulo».

En efecto, si cualquiera que conozca los mecanismos de la información (desinformación) hubiese visto antes de que fuese pronunciado el texto de la lectio magistralis del profesor Ratzinger, le habría advertido que buscase otras citas distintas de la del séptimo coloquio del emperador Manuel II Paleólogo con un docto persa: «Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba».

Porque no cuenta que sea una cita de un autor antiguo, que el profesor Ratzinger precisa y clarifica. No cuenta tampoco que la cita sea dada con precauciones como «una forma sorprendentemente brusca» o «un lenguaje duro». Y ni siquiera cuenta que, con las distinciones que Ratzinger no deja de hacer, describa una verdad objetiva.

Cuenta el hecho de que la frase iba a ser sacada del contexto y, eliminadas las comillas, se le iba a atribuir no al remoto Paleólogo, sino a Benedicto XVI. La cosa era tan previsible que no ha faltado quien de inmediato pidió una fatwa de muerte para Benedicto XVI.

Y, de hecho, no se lanzó una, sino muchas, sin leer el resto del texto, antes de que fuese traducido al árabe y que se pudiese analizar más allá de las extrapolaciones abusivas de las agencias de prensa.

En definitiva, como decíamos al principio, la lección universitaria manipulada no fue más que un pretexto. Antes o después tenía que pasar algo así. Mientras el marxismo es un judeocristianismo secularizado, el islam es, objetivamente, un judeocristianismo simplificado.
La categoría amigo-enemigo -con una brutalidad, ciertamente, simplificativa- le resulta indispensable, al menos en la lectura que conduce al fanatismo que conocemos. Está presente también en los excesos musulmanes que constatamos y que seguirán poblando nuestro futuro como una consecuencia en cierto sentido positiva para el cristianismo.

Este se vio asediado por la fascinación persuasiva de aquella especie de evangelio de la libertad y de la justicia -aquí y ahora, no en un ilusorio Más Allá- propuesto por aquel nieto y bisnieto de rabinos que fue Karl Marx.

Fuerte es también, y ésta no se encuentra en crisis, la atracción ejercida por el budismo que, en esencia, no es más que un ateísmo, pero que está siendo acogido por una multitud creciente de occidentales -incluso en versiones imaginarias- como una religión alternativa al cristianismo.
Y ya verán como, antes o después, entre las exportaciones con las que China nos inunda, llegará su sabiduría, con medio milenio más de antigüedad que la evangélica, el confucionismo que también hará mella en muchos americanos y europeos.

Pues bien, eso es algo que no pasará ni podrá pasar con el islamismo. Porque el rostro que presenta está en abierta colisión con lo políticamente correcto que es -para bien y para mal- nuestro pensamiento hegemónico.

No olvidemos que existieron, y existen, culturas musulmanas muy diferentes. Pero la que hoy está llegando a la gente es la versión repelente: multitudes amenazadoras que agitan armas, sangre a raudales, guerra santa, insensibilidad social, burka y privación de los derechos de la mujer, poligamia, ejecuciones públicas, frustraciones, amenazas, secuestros, prohibiciones alimenticias, tribalismo, literalismo, indiferencia ante el medioambiente e, incluso, prohibición de poder tener a los impuros gatos o perros… En definitiva, lo opuesto a la sensibilidad general que se halla extendida en las sociedades democráticas actuales.

La confrontación -que el cristianismo intenta evitar por todos los medios, pero que es buscada por muchos musulmanes- de producirse, Dios no lo quiera, será larga y dura, pero, al menos esta vez, los quintacolumnistas entre nosotros serán pocos. Las conversiones de occidentales a Alá son marginales y se centran, en gran parte, en cuestiones matrimoniales o en las franjas de extrema derecha o de extrema izquierda.

Por el contrario, incluso fenómenos discutidos como el del ateísmo devoto, muestran que -colocado entre la disyuntiva de elegir entre Jesús o Mahoma- el occidental descubre que, a pesar de todo, «es mejor ser cristiano». Hablando siempre, se sobreentiende, de personas creyentes. Por eso, quizás, una vez más, la Providencia podría estar escribiendo derecho con renglones torcidos.

UN FAVOR PAPAL

por Herman Tertsch

#338 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia
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Previsibles y poco conmovedoras son las reacciones de angustia y estupor de intelectuales, políticos y observadores occidentales ante la furia del mundo islámico por un comentario y una cita que el papa Benedicto XVI hizo en referencia a la incuestionablemente arraigada vocación del islam de imponerse por la fuerza. Nadie rebate al Papa, pero todos lo consideran culpable del conflicto. En el mundo islámico tampoco hay mayor sorpresa. El habitual celo de los moderados por dar la razón a los radicales se ve bien combinado con los insultos y maldiciones al Papa y a Occidente por favorecer, supuestamente a los radicales. Ni una voz surge con el coraje de decirles a los suyos que su indignación es gratuita, inducida o hipócrita. De la escuela coránica más fanática en Karachi a las mansiones de los funcionarios de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI) con los niños en internados en Suiza, todos dicen saber que la culpa de que el islamismo genere sociedades fracasadas, jamás libres, y sea incapaz de afrontar la modernidad, la tienen los demás, "los cruzados", ahora el Papa.

En su discurso de Ratisbona, el pontífice se refería al rechazo que cualquier adoración a Dios ha de tener a los intentos de sus fieles de forzar su expansión por la violencia. Incluida la fe cristiana, que durante tanto tiempo lo hizo. Había mucho de autocrítica de la Iglesia de Roma cuando así se expresaba el Papa en su patria bávara, bastión de la contrarreforma. Pero estas consideraciones carecen de sentido. Primero porque los ofendidos no conciben la autocrítica. Y sobre todo porque no estamos ante una reacción de genuina ofensa o buena fe traicionada sino ante una nueva operación de la vanguardia radical del islamismo para reafirmar el secuestro de la comunidad religiosa islámica mundial y elevar un grado más la amenaza a las sociedades libres. Pagamos hoy también la muy indigna reacción de la mayor parte del mundo occidental en la crisis de las viñetas de Mahoma, cuando quedaron en evidencia las fisuras y dudas sobre nuestros principios en Occidente. El ejército de caricaturistas, intelectuales y políticos que se prodigan en guasear sobre un Cristo o el Papa se abstuvieron de solidarizarse con los daneses y de paso los tacharon de ultraderechistas. Las comunidades islámicas en Europa saben ya cómo callar bocas.

En todo caso sería ahora conveniente que nos diéramos cuenta de que la reacción habida demuestra brutalmente la profunda verdad que ha expresado el Papa. Y desvela la falacia de la teoría de que un cambio nuestro de conducta puede llevar al islam a adecuarse y a renunciar a un Dios total en la vida diaria y política de los individuos y los pueblos. Ese viejo dilema entre lo de Dios y lo del César. Desde la buena o la mala fe, el islam ha de saber que nuestro César es el Estado de derecho y las libertades, la de expresión la primera, no negociable con Dios alguno.
El islam que se dice moderado debería movilizarse para hacer frente a quienes se atribuyen el monopolio de su fe. Y no podemos ayudarle. Sería muy útil que se revolviera contra la manipulación, sacara a la gente a la calle cada vez que desde televisiones como Al Yazira o Al Manar se utiliza a Alá para llamar al crimen, a mutilar a mujeres, celebrar asesinatos, demandar la reconquista de Andalucía, Sicilia o los Balcanes o aplaudir al presidente iraní cuando promete exterminar a los judíos. En caso contrario, esos ejercicios de moderación de reyes, ulemas, generales o intelectuales se antojan un cálculo cínico o indiferente que compra seguridad al fanático a cambio de manos libres para atacar a Occidente. Los sabios templados del mundo islámico son hoy tan irrelevantes como la leyenda del idílico Al Andalus, ese producto ideológico turístico sevillano. Es el islam el que debe dejar de amenazar, quemar y matar por el hecho de que alguien hable, escriba o dibuje. Muchos creen que el intelectual Benedicto XVI no era consciente de los efectos posibles de su discurso. Puede que sí y pensara que reprimir verdades urgentes sólo favorece a quienes se mecen en la mentira o el miedo. Lamentar los dolores que la verdad produce no significa pedir perdón por expresarla. Ratisbona se perfila ya como el primer gran favor que Benedicto XVI nos hace desde su pontificado a todos, al islam y a Occidente.

A CHALLENGE, NOT A CRUSADE

by John L. Allen Jr.

#337 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

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Seen in context, Pope Benedict XVI’s citation last week of a 14th-century Byzantine emperor who claimed that the Prophet Muhammad brought “things only evil and inhuman” to the world was not intended as an anti-Islamic broadside. The pope’s real target in his lecture at the University of Regensburg, in Germany, was not Islam but the West, especially its tendency to separate reason and faith. He also denounced religious violence, hardly a crusader’s sentiment.


The uproar in the Muslim world over the comments is thus to some extent a case of “German professor meets sound-bite culture,” with a phrase from a tightly wrapped academic argument shot into global circulation, provoking an unintended firestorm.


In fact, had Benedict wanted to make a point about Islam, he wouldn’t have left us guessing about what he meant. He’s spoken and written on the subject before and since his election as pope, and a clear stance has emerged in the first 18 months of his pontificate. Benedict wants to be good neighbors, but he’s definitely more of a hawk on Islam than was his predecessor, John Paul II.


The new pope is tougher both on terrorism and on what the Vatican calls “reciprocity” — the demand that Islamic states grant the same rights and freedoms to Christians and other religious minorities that Muslims receive in the West. When Benedict said in his apology on Sunday that he wants a “frank and sincere dialogue,” the word “frank” was not an accident. He wants dialogue with teeth.


Roman Catholicism under Benedict is moving into a more critical posture toward Islamic fundamentalism. That could either push Islam toward reform, or set off a global “clash of civilizations” — or, perhaps, both.


Personally, Benedict’s graciousness toward Muslims is clear. For example, when Ayatollah Mohammad Emami Kashani, a member of the powerful Guardian Council in Iran, wrote a book comparing Islamic and Christian eschatological themes in the 1990’s, Benedict, then Cardinal Joseph Ratzinger, swapped theological ideas with him in the Vatican.


Immediately after his installation Mass last year, Benedict thanked Muslims for attending an inter-faith meeting. “I express my appreciation for the growth of dialogue between Muslims and Christians,” he said. “I assure you that the church wants to continue building bridges of friendship with the followers of all religions.”


Yet Benedict has also challenged what he sees as Islam’s potential for extremism, grounded in a literal reading of the Koran. In a 1997 interview with me, he said of Islam, “One has to have a clear understanding that it is not simply a denomination that can be included in the free realm of pluralistic society.”


In the same interview, he accused some Muslims of fomenting a radical “liberation theology,” meaning a belief that God approves of violence to achieve liberation from Israel. He also said he opposed Turkey’s candidacy to enter the European Union, arguing that it is “in permanent contrast to Europe” and suggesting that it play a leadership role among Islamic states instead.


Thus it’s no surprise that Benedict has struck a different tone from his predecessor. John Paul met with Muslims more than 60 times, and during a 2001 trip to Syria became the first pope to enter a mosque. He reached out to Islamic moderates. He talked of Muslims and Jews along with Christians as the three “sons of Abraham.” And he condemned injustices thought to be at the root of Islamic terrorism.


Desire for a more muscular stance, however, has been building among Catholics around the world for some time. In part, it has been driven by persecution of Christians in the Islamic world, like the murder of an Italian missionary, the Rev. Andrea Santoro, in Trabzon, Turkey, in February. A 16-year-old Turk fired two bullets into Father Santoro, shouting “God is great.” But perhaps the greatest driving force has been the frustrations over reciprocity. To take one oft-cited example, while Saudis contributed tens of millions of dollars to build Europe’s largest mosque in Rome, Christians cannot build churches in Saudi Arabia. Priests in Saudi Arabia cannot leave oil-industry compounds or embassy grounds without fear of reprisals from the mutawa, the religious police. The bishop of the region recently described the situation as “reminiscent of the catacombs.”


The pope is sympathetic to these concerns, as several developments at the Vatican have made clear.


At a meeting with Muslims in Cologne, Germany, last summer, Benedict urged joint efforts to “turn back the wave of cruel fanaticism that endangers the lives of so many people and hinders progress toward world peace.”


On Feb. 15, he removed Archbishop Michael Fitzgerald, who had been John Paul’s expert on Islam, as the president of the Pontifical Council for Interreligious Dialogue, sending him to a diplomatic post in Egypt. Archbishop Fitzgerald was seen as the Vatican’s leading dove in its relationship with Muslims.


That same month, Bishop Rino Fisichella, the rector of Rome’s Lateran University and a close papal confidant, announced it was time to “drop the diplomatic silence” about anti-Christian persecution, and called on the United Nations to “remind the societies and governments of countries with a Muslim majority of their responsibilities.”


In March, Cardinal Camillo Ruini, the pope’s vicar for Rome, voiced doubts about calls to teach Islam in Italian schools, saying he wanted assurance that doing so “would not give way to a socially dangerous kind of indoctrination.”


And on March 23, Benedict summoned his 179 cardinals for a closed-doors business session. Much conversation turned on Islam, according to participants, and there was agreement over taking a tougher stance on reciprocity.


Through his statements and those of his proxies, Benedict clearly hopes to stimulate Islamic leaders to express their faith effectively in a pluralistic world. The big question is whether it will be received that way, or whether it simply reinforces the conviction of jihadists about eternal struggle with the Christian West.

CUATRO VERDADES SOBRE BENEDICTO XVI Y LA DESATADA IRA DEL ISLAM

#336 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por José Javier Esparza
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El discurso del Papa ha puesto el dedo en la llaga. El Islam ha respondido con una "jornada de ira". La izquierda occidental, con una semana de estupidez. ¿Nos dejarán decir cuatro verdades?


Una: El Papa ha dicho algo esencial para la civilización europea. El discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, que todo ciudadano culto tiene la obligación de leer, es una apuesta por la paz y el diálogo, es una apología de la raíz griega del cristianismo, es una recuperación crítica de la Ilustración y es también, sí, un reproche a las insuficiencias del Islam cuando éste prescinde de la racionalidad. Pero sobre todo es una gran lección de espiritualidad europea. Proclamar la nobleza de la razón y la herencia griega es recuperar la dimensión más genuinamente europea del cristianismo. Subrayar los límites de una razón cerrada a lo sagrado es marcar las insuficiencias de la Ilustración y de la modernidad. Reivindicar la filosofía como sentido profundo de la vida, asumiendo las inevitables disputas y contradicciones que esto trae consigo, es anclarse en el espíritu europeo por excelencia. Nosotros somos eso. Ésa es nuestra identidad histórica o, al menos, una parte fundamental de ella. Ése es nuestro legado, que determina nuestra posición presente en el mundo y que, a la vez, nos distingue de los otros –por ejemplo, del Islam. El Papa ha tratado de responder a la pregunta de quiénes somos. Un ejercicio que, como toda afirmación, implica a contrario una negación: nosotros somos unos y no somos otros. En este contexto, la alusión al Islam, aunque meramente instrumental, marca sin duda una línea divisoria. Pero el Papa la formuló mediante un ejemplo histórico de diálogo, no de guerra.

Dos: La reacción musulmana demuestra que el Papa tiene razón. Esa "ira" predicada a lo largo y ancho de la umma viene a confirmarnos, una vez más, dónde y por qué es imposible el diálogo con el Islam. ¿Repasamos los movimientos de la crisis? Uno: el Papa reprueba que la fe pueda imponerse por la espada y apela a la sintonía entre la divinidad y la razón. Dos: el Islam, en respuesta, prescinde de toda razón e invoca el lenguaje de la espada en nombre de su divinidad. Lo cual confirma plenamente el análisis de Benedicto XVI cuando, en su conferencia, sobrevuela el problema mayor del Islam: una divinidad concebida como trascendencia radical y absoluta, sin vínculo alguno con la naturaleza humana, termina volviéndose contra la razón. Ésa es la raíz de todo fundamentalismo. Y así como el fundamentalismo es, en el ámbito cristiano, una corriente marginal, en el ámbito islámico se está convirtiendo en mayoritaria, al menos por su capacidad para tensar las cosas. Que el Islam sea estructuralmente incompatible con la racionalidad occidental es algo que está sometido a discusión. Lo que es indiscutible es esto otro: los musulmanes tienen un problema –y son ellos quienes deben resolverlo.

Tres: La izquierda europea se está retratando en su histeria. Casi peor que la voluntad homicida de los fundamentalistas es la voluntad suicida de la "progresía" occidental. El espectáculo es verdaderamente desolador: he aquí a unas gentes que niegan a Dios, que se proclaman pacifistas, que desean cancelar la familia tradicional y que abogan por los matrimonios homosexuales, poniéndose al lado de un credo que sitúa a Dios por encima de todo (también por encima de la razón), que ordena la guerra santa, que castiga severamente el adulterio y que pena la homosexualidad con la muerte. La contradicción es de tal magnitud que forzosamente despierta preguntas perplejas. ¿Cómo es posible que, puestos a elegir campo, la izquierda occidental escoja uno donde ella misma sería triturada sin pestañear? Aquí se adivina un odio de sí mismo, una fobia de la propia identidad, que entra en el terreno de lo patológico. Es la fase terminal del viejo nihilismo moderno: la carrera de la destrucción termina en la autodestrucción. La opinión progresista ha sustituido la religión por el culto a la mera técnica y ha suplantado la filosofía por una burda dogmática de lo políticamente correcto. Entre el materialismo y la estupidez, se ha abierto un vacío que amenaza con tragarse a la identidad europea.

Cuatro: Tenemos un enemigo y no podemos cerrar los ojos. En un nivel ya no religioso ni cultural, sino simplemente político, y al margen del propio discurso del Papa, la reacción musulmana sólo indica una cosa: el Islam quiere ser nuestro enemigo. Sólo así puede interpretarse esa susceptibilidad desmesurada, esa reacción hiperestésica ante el menor roce polémico –también esa excelente planificación propagandística de la ira, capaz de movilizar a millones de personas sin la menor vacilación. ¿Nos asombra? Pero no debería extrañarnos: todos, tanto en la vida personal como en la colectiva, y en todos los tiempos, hemos tenido que afrontar la hostilidad de alguien, y con frecuencia esa hostilidad no la hemos desencadenado nosotros, sino el prójimo. Eso forma parte de la existencia. Naturalmente, el conflicto deshace las ilusiones pacifistas, pero es que la vida es así. Y cuando las cosas se ponen recias, no cabe más remedio que apretar los dientes y aprestarse a defender lo nuestro. ¿Estamos dispuestos?

BENEDICTO XVI, LA FUERZA DE LA RAZÓN Y LA INTOLERANCIA

Como había anunciado, Benedicto XVI dedicó la audiencia general del pasado miércoles, día 20, a comentar su reciente viaje en Baviera. La audiencia se celebró en la Plaza de San Pedro y asistieron a ella más de 40.000 personas.

El Santo Padre se refirió, sobre todo, al encuentro con los estudiantes y profesores de la Universidad de Ratisbona. Se publica la noticia en el V.I.S. (20-IX-2006) y copio unos párrafos:

"Elegí como tema –dijo el Papa- la cuestión de la relación entre fe y razón. Para que el auditorio comprendiera el carácter dramático y actual del argumento, cité algunas palabras de un diálogo cristiano-islámico del siglo XIV, donde el interlocutor cristiano, el emperador bizantino Manuel II Paleólogo, de forma incomprensiblemente brusca para nosotros, presentaba al interlocutor islámico el problema de la relación entre religión y violencia".

"Lamentablemente, esta cita ha podido dar pie a un malentendido. Para el lector atento de mi texto, resulta claro que no quería en ningún momento hacer mías las palabras negativas pronunciadas por el emperador medieval en este diálogo y que su contenido polémico no expresa mi convicción personal. Mi intención era muy diversa: partiendo de lo que Manuel II afirma después de forma muy positiva, con palabras muy hermosas, acerca de la racionalidad en la transmisión de la fe, quería explicar que la religión no va unida a la violencia, sino a la razón".

"El tema de mi conferencia -explicó- (...) fue por lo tanto, la relación entre fe y razón: quería invitar al diálogo de la fe cristiana con el mundo moderno y al diálogo de todas las culturas y religiones".

"Por lo tanto, confío en que, tras las reacciones del primer momento, mis palabras en la Universidad de Ratisbona representen un impulso y un aliento a un diálogo positivo, incluso auto-crítico, tanto entre las religiones, como entre la razón moderna y la fe de los cristianos".

Lo importante ahora, una vez pasado este ataque violento contra el Santo Padre, es analizar bien lo que ha ocurrido. En primer lugar, es necesario tener a mano el texto completo de lo que dijo el Papa en Ratisbona: una versión en español que acaba de publicar el Vaticano puede leerse o descargarse aquí.

Se han escrito en estos días muchas tonterías y algunos han aprovechado el gigantesco barullo para atacar al Vicario de Cristo; pero también resulta reconfortante y muy ilustrativo leer los muchos comentarios juiciosos que se han publicado.

Dice Alejandro Llano: “Lo que casi todos han pasado por alto es que el discurso del Pontífice es una alabanza a la razón tanto desde el punto de vista científico y filosófico como teológico. Benedicto XVI piensa que el uso implacable de la inteligencia es el instrumento más alto y adecuado para lograr la paz y acercar el hombre a Dios. El rechazo de toda violencia que tal actitud lleva consigo viene a ser el hilo conductor de la lección y excluye, por coherencia interna del texto, cualquier intención de atacar con esta idea a otra religión. Haría falta mucha ignorancia o mala fe para interpretar así este texto. El hecho de que tal malentendimiento se haya producido se vuelve contra los que lo han formulado. Son ellos los que hacen gala de intolerancia. Lo cual es una paradoja que sería cómica si no resultara patética.”

Y Rafael Navarro-Valls: “¿cuál es en realidad el pensamiento de Benedicto XVI sobre el islam y su relación con el cristianismo? Sobre eso sí que no hay ninguna duda: basta leer cuanto ha escrito en los últimos 30 años el cardenal Josef Ratzinger para obtener una respuesta. Naturalmente, el estudioso, el periodista o el teólogo pueden renunciar a la lectura de esas páginas. Pero en este caso, se pierde la autoridad para entrar en el debate de estos días.”

A Juan Manuel de Prada no le falta nunca claridad expositiva: “Parece natural que un discurso tan perspicaz y dilucidador de la naturaleza de la verdadera fe haya enardecido a quienes entienden la religión como una vindicación de la barbarie y a Dios como una fuerza irracional, arbitraria, que se regodea en la crueldad e impulsa a los seres humanos a matar en su nombre. Más escandalosa que el furor de los energúmenos que afilan el hacha para descargarla sobre nuestra testuz resulta la cobardía moral, la tibieza, la claudicación de esa patulea de gobernantes que se han abstenido de salir en defensa del vapuleado Papa, que es tanto como abstenerse de salir en defensa del mejor legado occidental, ése que se funda sobre la razón constructora.”

Leo en Scriptor.org unos comentarios muy interesantes:

  • El musulmán Magdi Allam, en el Corriere della Sera, hablando de respetar la verdad de la historia, hace ver que no es de recibo "que el Papa sea puesto en la picota y sea amenazado por haber dicho lo que cualquier musulmán honrado y razonable debe aceptar: la realidad histórica".
  • Y concluye diciendo que "el problema es algo interno a un islam transformado por los extremistas, de una fe en Dios, en una ideología que pretende imponer un poder teocrático y totalitario sobre todos los que no piensan de ese modo. Y me asusta comprobar que incluso los llamados musulmanes moderados han renunciado al buen sentido de la razón y se hayan alineado con la "guerra santa", de la que ellos mismos serán las principales víctimas". (No es de extrañar que Magdi Allam deba circular por Roma bien protegido por un grupo de guardaespaldas, como si fuera el ministro del interior).

Reproducimos a continuación siete de los artículos más interesantes publicados sobre esta cuestión en estos días:


PARADOJAS DE LA INTOLERANCIA, por Alejandro Llano, publicado en La Gaceta de los Negocios (21-IX-2006)

#342 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia


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EL ISLAM NO ESTÁ CONTRA EL PAPA, por Rafael Navarro-Valls, publicado en El Mundo, 22-IX-2006)

#341 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia


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EL PAPA DE LA RAZÓN, por Juan Manuel de Prada, publicado en ABC, 18-IX-2006

#340 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia


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LA FUERZA DEL CRISTIANISMO, por Vittorio Messori, publicado en El Mundo, 19-IX-2006

#339 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia


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UN FAVOR PAPAL, por Herman Tertsch, publicado en El País, 19-IX-2006

#338 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia


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A CHALLENGE, NOT A CRUSADE, by John L. Allen Jr., publicado en The New York Times, 19-IX-2006)

#337 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia


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CUATRO VERDADES SOBRE BENEDICTO XVI Y LA DESATADA IRA DEL ISLAM, por José Javier Esparza, publicado en El Semanal Digital

#336 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

10 septiembre 2006

URSULA VON DER LEYEN, MINISTRA FEDERAL ALEMANA DE LA FAMILIA, MAYORES, MUJERES Y JÓVENES

[Economista, médica, científica, madre de siete hijos, ministra federal, Ursula von der Leyen nació europea en la misma Bruselas y cumple 48 años la semana que viene.

Se educó en francés y en inglés, estudió Económicas y se doctoró en Medicina -al año de casarse en 1986- con una tesis sobre cierta proteína en el embarazo. Amplió estudios durante cuatro años en Stanford, lo que la hizo conocer y admirar el dinamismo y la flexibilidad estadounidenses, e investigó luego en epidemias y medicina social, obteniendo un máster en medicina.

Ha sido ministra regional en Sajonia Inferior. Lleva diez años en política y desde hace dos forma parte de la Ejecutiva del partido Unión Democristiana.

Angela Merkel la ha llamado para dirigir el Ministerio federal de la Familia, Mayores, Mujeres y Jóvenes, del que sostiene que es el más importante para la sociedad. Parecería un ejemplo perfecto de «superwoman» para muchas mujeres modernas, si no fuera porque precisamente a algunas sus logros, su determinación y hasta su innegable coquetería les resultan un compendio de éxito abusivo e inalcanzable.

Von der Leyen ha dicho que, como Ministra, su prioridad será su familia, y proyecta ayudas para las mujeres embarazadas sin recursos.

Considera que durante los últimos 30 a 40 años, en Alemania se cometió el gran error de ideologizar la política familiar: tanto la izquierda como la derecha dieron de hecho consignas sobre cómo había que comportarse en el mundo moderno en relación con los hijos y considera que esto causó mucho daño.

Dice: "Entiendo mi política como posibilidad de consolidar en la sociedad un espacio para más niños." Y también: "En mi opinión, existen cuatro campos en los que se puede contrarrestar la tendencia: en primer lugar, crear las condiciones generales para que las familias jóvenes tengan más valentía para tener hijos; muchos desean tenerlos, pero para ello hay que hacer más compatibles la familia y la profesión. Segundo: hemos de ocuparnos mejor de los niños, sobre todo de los más desfavorecidos. La tercera tarea es la integración de los emigrantes; y en cuarto lugar, se puede citar la convivencia entre las generaciones, aprovechar la experiencia de los mayores, para que éstos regalen su tiempo."

Reproducimos la entrevista de Ramiro Villapadierna, publicada en ABC (3-IX-2006)]

#335 Hogar Categoria-Matrimonio y Familia

por Ramiro Villapadierna

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-Científica, madre de siete hijos, ministra... ¿Es usted de verdad?

-No soy «superwoman», donde estoy es el resultado de un largo camino de altibajos y decisiones con mi marido, y también de errores. Pero he visto que los jóvenes con buena formación aman su trabajo y les sienta bien progresar y organizar su mundo. Y cuando quieren tener niños, tanto el padre como la madre deberían retener en mente el seguir desarrollándose de manera autónoma para luego poder cumplir juntos con su papel educativo.

-Usted podrá, pero algunas empiezan a aducir que eso es un camelo...

-Lo que han percibido es que si desatendían al niño por su carrera eran malas madres. Ante ese estrés y la mala conciencia, dejaron de tenerlos. Tampoco existía la infraestructura para una nueva situación económica en la que ambos cónyuges necesitan trabajar para mantenerse. Lo que ayuda es que el mundo laboral y la sociedad tengan consideración con los niños, que sepan que los necesitan.

-Parece estar mejor considerado el sufrir al jefe ocho horas que el tener un hijo...

-En Escandinava y en EE.UU., donde hay consideración y flexibilidad, los jóvenes más formados siguen teniendo niños. Canadá, Australia o Islandia experimentan un «boom» de natalidad con un 90 por ciento de las mujeres trabajando. Asumen que pese a educar a los niños hay que volver al trabajo, lo que exige un clima favorable y una infraestructura. Saben que los mayores necesitan a los niños, y los niños necesitan socializarse con otros niños, porque ya no tienen muchos hermanos con los que acostumbrarse a estar, a imponerse, a ceder y aprender...

-Un estudio de Allensbach concluye que la familia desempeña el papel primordial en la felicidad individual. ¿Es su ministerio el más importante del Gobierno?

-Debería... En una globalización que nos supera, retornamos sobre aquello en lo que sí podemos influir y la familia recobra su importancia, no sólo como factor de equilibrio, sino como herramienta para transmitir directamente unos valores, una interioridad o una trascendencia. Además comprobamos que sin niños un país no puede seguir existiendo, por razones económicas y también emocionales.

-Pero las familias se rompen y la gente sobrevive con prozac. ¿Pondría como asignatura aprender a ser feliz en pareja?

-Una gran idea. Una relación equilibrada no es sólo empezar, sino ir juntos por la vida, y exige que ninguno de los dos se hunda o se pierda. Observo entre mis compañeras que muchas parejas, después de quince años, se separan. La mujer suele ser abandonada por otra más joven, y los niños sufren. Frecuentemente sus vidas divergieron: deberían haber seguido desarrollándose cada cual y combinándose juntos.

-¿La familia futura es un «lego» desmontable?

-Pero ésta también puede ser perfectamente feliz. Las investigaciones demuestran que lo decisivo no es el modelo, más tradicional o menos, sino el clima, o sea, la sinceridad y el cariño con que se trata a los padres y a los niños. Mi convencimiento es que una buena familia, la que sea, tiene que ser reelaborada cada día según las necesidades y en consideración al otro: como mujer, saber que mi marido también es importante como padre; o, para él, que tiene una mujer que intelectualmente prosigue su camino, que es responsable con la crianza de los niños y también con la economía familiar.

-Las encuestas insisten en que los alemanes no quieren hijos. ¿Se ve fracasar?

-Estamos en situación muy crítica, sobre todo psicológicamente. Hay que volver a hablar del pan que los niños traen bajo el brazo: se llama alegría, fuerza creadora, seguridad futura... que los niños no significan pobreza, sino perspectiva. Pero viendo las estadísticas, hay que dejar claro que cada vez más es un tema de los hombres.

-A una política de la mujer, ¿le seguirá una política para el hombre?

-Para el padre, mejor dicho. Los hombres hoy tienen miedo de ser padres, no se deciden, no saben cómo van a ser aceptados como padres en la sociedad y en la empresa. Será que ven lo que padece la mujer.

-La ayuda en Alemania por niño quintuplica a la española. ¿Soluciona la ecuación familia-trabajo?

-Sabemos que donde se puede optar a permiso con sueldo, los padres quieren pasar más meses con sus hijos. Aquí, sólo lo toman un 5 por ciento de los padres; pero allí donde hay más tradición son hasta un 80 por ciento y, claro, entienden mucho mejor qué es la educación. Luego, estadísticamente, quieren tener más niños. La empresa está entendiendo que esto es importante para sus empleados y que, si no, los perderá. Tiene que reorganizarse.

-¿No pedía la CDU un sueldo de 600 euros por madre?

-Era otro tiempo. De oposición. Podría estar muy bien, pero lo pagarían los que están trabajando, y de los 40 millones de trabajadores alemanes actuales, dentro de quince años tendremos quince millones menos; y mucha gente mayor. Los adultos estarán sosteniendo a la vez a sus hijos y a sus padres. ¿Pueden subvencionar también a las madres?

-¿Y pasar una pensión a la ex?

-Por eso, países avanzados como éste vuelven a tener niños en el umbral de la pobreza.

-La economía requiere mujeres, pero también niños. ¿Son incompatibles?

-Aquí, un 75 por ciento de mujeres con selectividad, y un 63 sin selectividad, quieren seguir trabajando después de tener hijos, aunque en la práctica un 40 por ciento no se reincorporan. La madre no puede ser abandonada a una decisión que, por experiencia, sé que es muy dificil, y ver que encima tu empresa no te lo pone fácil.

-Algunas empresas empiezan a preferir personal con familia a solteros.

-Indiscutiblemente. Son las cabezas más flexibles, rápidas y maduras emocionalmente. Piense que tener cuatro hijos es ya dirigir una «pyme». Pero ha sido difícil que la empresa alemana se convenza, frente a la estadounidense o la suiza, de que fracasará internacionalmente si no se ocupa de sus padres y madres, de que éstos puedan educar a sus hijos. Aquí hay médicos jóvenes que emigran a EE.UU. porque tienen mejores condiciones, y pueden tener tres o cuatro hijos. Y quieren las dos cosas. Es lo mejor para un país.

-¿Cómo lo hacen sin tanta ayuda?

-Con descuentos fiscales y un abanico de opciones de cuidado de niños, de servicios domésticos. Su economía, sencillamente, se adapta para hacer posibles las cosas. En cambio, en los países nórdicos y del Este mantener el sueldo durante el primer año de permiso es muy importante para poder dedicarte a tu hijo y a planear cómo organizar luego su cuidado, y de ahí que el Estado haya dispuesto guarderías. Pero lo fundamental es que la madre no se desconecte totalmente del trabajo, y que pueda hallar luego alternativas flexibles tras el primer año.

-En España son sólo cuatro meses. ¿Eso desanima a la paternidad?

-También la sociedad tieneque aprender que es bueno tomarse un año para cuidar a un niño, y que las empresas ofrezcan luego opciones variables de reenganche. Siemens, como quiere captar a las nuevas estudiantes, tan bien preparadas, está haciendo guarderías en sus recintos... Al final, gana la empresa.

- Si es inteligente tener hijos, ¿por qué los más formados no los tienen?

-Si la mujer entiende que va a trabajar sólo hasta que tenga niños, pasa que la que no cuenta con perspectivas laborales tiene niños de todas maneras; y la que sí las tiene, y de la que el Estado espera recaudar más impuestos, no se arriesga a perderlas, y no tiene hijos. En esa esquizofrenia vivimos desde hace treinta años: mucha formación, no niños.

-La CDU propone revisar qué valores requiere la nueva sociedad. ¿Hay valores modernos?

-Los valores son los de siempre: la familia, la responsabilidad por el otro, valores cristianos que deben ser traducidos a otros tiempos. La familia no puede pervivir mirando a lo que fue, su economía y la de todos es ya global y la mujer es hoy muy importante. Pero siguen importando que haya niños en las calles, la solidaridad generacional, la buena educación, la subsidiaridad, y hay que preguntarse cómo mantenerlas en un mundo moderno. No caben respuestas de los años 50. Aceptemos que hoy falta ese laboratorio social que eran las familias numerosas, con varias generaciones conviviendo, pues este Gobierno quiere abrir «casas intergeneracionales» donde poder encontrarse con guarderías, ayuda con los deberes, lugares para ancianos... Recuperar el valor de que una generación ayude a la siguiente.

-¿La familia fue enterrada en los años 60?

-Tonterías. Recupera importancia frente a la globalización. La familia es donde se aprende la responsabilidad entre hijos y padres, los valores que queremos para mañana. La educación hoy es transfronteriza, pero igual necesita límites, pues de mayor uno encontrará reglas. Los niños siguen necesitando tiempo, y ejemplo; y deben conocer el valor del esfuerzo para el éxito. Guarderías y maestros tienen que volver a hablar de los rituales del orden, de cómo convivir con un anciano, o cómo recibir a un extranjero.

-¿Alguien sale en televisión por ser un buen padre?

-En sociedades destacadas como Suecia o Australia, no eres una persona de éxito sólo por ser buen profesional, sino si eres buen padre y tienes una familia con éxito. Cuando me presentaba a trabajos en EE.UU., siempre me preguntaban qué hacía además del trabajo, si criaba niños o colaboraba en alguna asociación. ¡Me han dado puestos por tener hijos... En Europa me los darían por no tenerlos! Saben, sencillamente, que un padre es más competente socialmente. Esto va a cambiar, porque esas sociedades tienen éxito.

-En una España sin hijos, la política familiar ha empezado por la boda homosexual...

-Pues perdone, pero eso no sube el índice de natalidad. Es política del artificio, y es jugar emocionalmente con las parejas homosexuales y no tomar en serio sus problemas. Es estúpido reducir la familia a política de partido. Mire, sé que las nuevas generaciones de españolas y españoles están muy bien preparadas. Pero la mujer se topa con el problema de cumplir un modelo de madre española perfecta, que hoy es difícil. No se le puede impartir una formación y abrirle puertas para luego ponerla en el brete de renunciar. Entonces abdica de algo, y pierden todos, la primera ella. La sociedad tiene que decirle: no, porque hoy estás más formada... Puedes hacerlo todo.

THE DECLINE OF CONVERSATION

[Is your best friend really your iPod? Stephen Miller the author of Conversation: A History of a Declining Art (Yale University Press, 2006) doesn't think so.

Stephen Miller is a freelance writer and a contributing editor to The Wilson Quarterly. His essays on leading eighteenth-century writers have appeared in many magazines, including the Times Literary Supplement, Partisan Review, and Sewanee Review.

Miller pursues a lifelong interest in conversation by taking an historical and philosophical view of the subject. He chronicles the art of conversation in Western civilization from its beginnings in ancient Greece to its apex in eighteenth-century Britain to its current endangered state in America.

The author traces a prolonged decline in the theory and practice of conversation. He cites our technology (iPods, cell phones, and video games) and our insistence on unguarded forthrightness as well as our fear of being judgmental as powerful forces that are likely to diminish the art of conversation.


"Miller is at his best in analysing the decline announced in the subtitle of his book. In the end, Miller ascribes the success of a good conversation to politeness, and its decline to a loss of good manners. 'Conversation avoidance devices', he writes, 'are enemies of politeness insofar as they make it difficult for people to be attentive listeners.' And of course, Miller reflects on the world of virtual conversation in which, by and large, the semblance of exchange replaces true exchange. He confesses to checking his email six times a day, reading the New York Times online morning and afternoon, and frequently Googling people he has only met or read about – 'simply out of idle curiosity'. He quotes a 2005 study according to which (in the USA at least) children pack 'roughly eight and a half hours of media exposure into six and a half hours each day, seven days a week. (They often have several media going at the same time)'. A children’s party in which nine-year-olds were asked to bring a computer so that they could play video games is mentioned. In such a world, the engagement with the other is merely formal: the screen allows us to avoid commitment. At the same time, Miller admits the obvious benefits that certain kinds of conversation can draw from the electronic technology, especially in countries where talk is censored: email exchanges in China (in spite of Microsoft’s betrayal of its internauts), SMS messaging during the Ukraine Orange Revolution."


"Technology set in opposition to social intercourse is not a new idea. Van Wyck Brooks suggested that Jefferson’s improvement of the argand lamp had dampened the brilliance of conversation in early nineteenth-century Boston, because 'those who had excelled in talking took to their books and writing-desks'. Orwell (as Stephen Miller reminds us) thought that the radio undermined conversation, preventing it from becoming serious or even coherent. Today, the person sitting in a café with a mobile in his right hand, a laptop at his left, a television screen flashing in front of him and music blaring from a loudspeaker behind him, is not likely to engage in any rich conversation. In the developed world at least, we have forgotten how to listen to our thoughts and to those of others, and how to weave our ideas into a common strand. One of the original meanings of the Latin conversari was 'to live together'.
That too, we have forgotten."

Conversation is a large part of our lives, yet we seldom stop to evaluate it. We reproduce now Michael Cook's interview to Stephen Miller in MercatorNet about this recent book.]


#334
Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

By Michael Cook

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MercatorNet: The crux of your book is that conversation is a declining art. How can that be so? People seem to be talking as much as ever.

Stephen Miller: In my book I distinguish face-to-face conversation, which I consider the ideal form of conversation, from virtual conversation (either by phone, email, instant messaging, or text-messaging). It seems to me that face-to-face conversation is decreasing. I have no conversation meter to compare face-to-face conversation now with face-to-face conversation three decades ago, but in the past two years several studies have argued that people, especially young people, are spending an increasing amount of time in the virtual world. It would be wrong to say that conversation cannot take place in the virtual world, but it is an inferior form of conversation, since it lacks the gestures and nuances of face-to-face conversation. (Phone conversation is better than email conversation.)

In my book I say that raillery -- roughly speaking, good-humoured disagreement -- is an important part of conversation. You can’t do raillery in the virtual world. I’m not against email or other forms of virtual conversation. I have corresponded with numerous people over email. But I have almost lost friendships because of misunderstood comments that I’ve made in emails, and many people have told me that they have had similar blow-ups over email remarks. Of course, email correspondence with friends and family members is better than no correspondence at all.

MercatorNet: You locate conversation somewhere between angry self-expression and non-judgmental platitudes. Are these the main vices of modern conversation?

Miller: They are. As I argue in my book, angry self-expression is a legacy of the counterculture that flourished in the Sixties. The counterculture prized authenticity. One was supposed to express oneself -- or, to use the Sixties expression, let it all hang out. Being authentic was supposedly good for the psyche. But Americans have always been suspicious of conversation. Male Americans -- from John Adams to Clint Eastwood -- have implied that real men are blunt and plain-spoken. Non-judgementalism is also a legacy of the Sixties. A number of writers argued that all ideas are autobiographical, so your opinion is something you share with someone. Or, as the Sixties cliché would have it: "This is where I’m coming from." It would be rude to disagree with someone who shares his or her opinion with you. There is a third vice that is commonplace in modern conversation -- distraction. Being a good listener has always been difficult because most people want to talk rather than listen, but the growth of cell phones, beepers, and iPods has made listening even more difficult. Good conversation requires time as well as the absence of ringing or beeping devices.

MercatorNet: Was there a "golden age" of conversation, at least in the English-speaking world?

Miller: Yes, eighteenth-century Britain. How do I know that conversation was so good in eighteenth-century Britain? I don’t really know, since we have no record of people’s conversations -- except for Boswell’s account of the conversations Johnson had in the Life of Johnson. But I would argue that eighteenth-century Britain was a golden age of conversation because there were so many venues for conversation. In London there may have been as many as 1000 coffee houses where conversation flourished; there also were several hundred clubs that mainly were devoted to conversation. Moreover, it is clear that many people were interested in the art of conversation, since there were at least 40 pamphlets published on the subject. Finally, many of the leading writers of the age wrote about conversation -- among them Daniel Defoe, Joseph Addison, Henry Fielding, David Hume, and Samuel Johnson. Defoe wrote a travel book in which he rated the conversation of different cities and towns in Britain, just as today we rate the quality of the restaurants in a city.

MercatorNet: Why, then, did the English acquire a reputation for taciturnity and stultifying politeness?

Miller: This is a tough question to answer. At the turn of the 18th century people went to London coffeehouses to have conversations about a wide variety of subjects: politics, business, literature. At the turn of the 19th century people went to London coffeehouses to read the newspaper in silence. Why the change? My hunch is that the art of conversation was increasingly associated with France, and in the 1790s Englishmen were becoming more nationalistic -- and therefore more interested in being different from the French. Since the French were talkative, they would be taciturn. The chattering Frenchman was regarded as unmanly, unreliable, and emotional. The taciturn Englishman (not Scotsman) was level-headed and dependable.

MercatorNet: How about the state of American conversation. You complain that Americans take an instrumental view. What do you mean by that?

Miller: In my book I argue that conversation is not for a purpose -- that it is an end in itself and that we engage in it for the pleasure it gives us. (David Hume and the modern British philosopher Michael Oakeshott take the same view.) We like to go out with friends because we enjoy having a conversation with them. We don’t seek them out to further our career or to get advice (though we may do these things occasionally). Perhaps because of America’s Puritan heritage, many Americans are impatient with conversation; they prefer to go to lectures where they are given advice, edified, inspired, etc. It’s extraordinary that people will pay to hear a celebrity give a boring fifty minute talk.

A number of 19th century visitors to the US complained that American men think that all conversation is a prelude to a business deal. Dale Carnegie’s enormously influential How to Win Friends and Influence People, which remains a best seller seven decades after it was published, is not about making friends; it is about influencing people. Carnegie takes an instrumental view of conversation. To be sure, many Americans have friends, and in any American city on a Friday night the bars are filled with young people who are having conversations, but a recent study has argued that loneliness has greatly increased in the US.

MercatorNet: If advertisers are luring customers with slogans like "your iPod is your new best friend," what is the future of conversation for today’s youth?

Miller: It is too easy for me -- I am in my sixties -- to moan about today’s youth, so I am wary of being too pessimistic about the future of conversation. Nevertheless, a number of studies -- I seem to like that phrase! -- have argued that teenage Americans spend roughly seven hours a day in the virtual world. Virtual conversation is less risky than face-to-face conversation. You can make up your identity; you can simply cut off the exchange if it is not going well. I worry that shy people will increasingly resort to virtual conversation.

On a radio talk show a few months ago, a caller said that he had made many friends through email and chat groups. When the host of the show asked him if he had friends where he lived, the caller said that he had trouble getting along with people in face-to-face encounters. The virtual world is fine in moderation. What is disturbing is not that it exists, but the amount of time young people spend in it.

MercatorNet: Where do people learn how to converse in the deeply satisfying way that you praise in your book? At school? At home, in their families? Watching TV?

Miller: People learn to converse by spending time with other people -- especially when engaging in any form of recreation, from playing sports to playing cards. When I was young almost all boys played sports, but nowadays it seems that only those who are especially gifted athletes play sports. Casual sports promote the kind of good-humoured banter that is essential for conversation. Ipods undermine conversation, since they rule out chance conversational encounters. I look out my window in the morning and see five or six teenagers waiting for the school bus -- each wearing an iPod. There is no casual conversation. They are cocooned in the virtual world.

MercatorNet: People spend lots of time watching surrogate conversation on talk shows like Oprah and Dr Phil -- are they good role models?

Miller: I don’t want to attack television or radio talk shows. (I’ve been on many radio talk shows.) But these shows offer what I call ersatz conversation. They are not substitutes for real conversation. In my book I quote a woman who admitted that she preferred ersatz conversation on talk shows to real conversation because in her experience real conversations usually end in an argument. Are an increasing number of people afraid of face-to-face conversation because they think good-humoured disagreement is impossible? I don’t know. I am not totally pessimistic. My book speaks of a decline in conversation, not the end of conversation. I argue that the forces nourishing conversation are weaker than the forces sapping conversation. But a number of reviewers have strongly disagreed with me. My hope is that my book will make more people interested in the art of conversation.

MercatorNet: Public discourse nowadays seems to be Red Americans shouting at Blue Americans. Is it possible to have a civilised, courteous conversation between men and women of different views?

Miller: If you mean having a conversation where different political views are expressed, the answer is: No. One reason why a civilised conversation about politics is difficult is that people live in what I call "anger communities." They only read things or hear things that stoke their political anger. When a political subject comes up, people often change character: their voices become tense, shrill. I am amazed how angry people get about politics. But it was always difficult to have political conversations. Samuel Johnson and Edmund Burke greatly respected each other, but they always avoided talking about politics because they knew that they strongly disagreed about most political questions. (Burke writes Boswell: "I dined with your friend Dr Johnson on Saturday….We had a very good day, as we had not a sentence, word, syllable, Letter, comma, or tittle, of any of the Elements that make politicks.")

I tend to avoid political discussions with people I’ve just met, but I have a bunch of friends -- people I play tennis with -- who have a wide variety of political views, and we discuss politics in a good-humoured manner. Does anyone convince anyone to change his views? Probably not, but we enjoy airing our differences. If people were not so positive that they were right, it would help conversation. It would also help if people didn’t resort to simplistic labels. I don’t know if I am a Red American or a Blue American. On some issues I go in the Red direction, on others I go in the Blue.