29 septiembre 2005

UN LIBRO SOBRE LEONARDO DA VINCI DESMIENTE LAS 'FANTASÍAS' DE DAN BROWN

[Una vez más hay gente bien dotada intelectualmente que dice lo que ya casi todos sabemos: que lo que Dan Brown cuenta en "El Código Da Vinci" son fantasias y elucubraciones disparatadas. Esta vez lo dice el historiador Charles Nicholl, que acaba de publicar una extensa biografía de 699 páginas titulada en español "Leonardo Da Vinci, el vuelo de la mente" (Taurus). Publicamos los comentarios de Tomás García Yebra en un artículo que sale hoy en El Diario Vasco (29-IX-2005). Por si interesa a algunos lectores de arguments, pueden leer una crítica en inglés escrita por Lisa Jennifer Selzman, que ha aparecido en numerosas revistas y en el New York Times Book Review.

A pesar de que el libro de Dan Brown es un puro disparate y una aberración desde todos los puntos de vista -artístico, histórico, etc.-, tendremos que soportar, como se sabe, su lanzamiento cinematográfico, a bombo y platillo, previsto para los meses de mayo o junio de 2006. Mientras haya tontos que paguen, habrá listos que se hagan ricos con la estulticia de los primeros. Bien está la fantasía y la ficción, pero no parece tolerable que se le ponga falsamente la etiqueta de "historia auténtica" a un producto que trabaja el morbo de modo parecido a la televisión basura: es una ofensa a la Historia, pero también a la Literatura y al Cine. Como ya se ha comentado en otros artículos de este Blog, sí hay que reconocer al libro de Brown haber logrado un récord muy singular, por inusual: ningún crítico literario de prestigio de Estados Unidos, de Inglaterra, Francia o España lo ha valorado positivamente. La crítica culta ha sido universalmente demoledora. Sin duda, es un punto de esperanza.]

#216 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Tomás García Yebra
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Fantasías y elucubraciones disparatadas. Así resume el historiador Charles Nicholl las teorías desplegadas por Dan Brown en la novela "El código da Vinci", una historia de la que lleva vendidos varios millones de ejemplares en todo el mundo. «A Leonardo da Vinci nunca le interesaron los códigos secretos, ni las logias masónicas, ni tan siquiera tenía inquietudes religiosas; con Dios mantuvo una relación más bien tibia», afirmó Nicholl, autor de "Leonardo, el vuelo de la mente" (Taurus), una biografía de 699 páginas en la que ha invertido cinco años hasta poder culminarla. «He tratado de recuperar al ser humano que se escondía detrás del genio», dijo este historiador británico cuyo anterior trabajo, Rimbaud en África, alcanzó un notable éxito editorial. «De su obra se sabe mucho, pero de su alma no se sabe casi nada», resaltó.

Nicholl, quien actualmente reside en Italia, aborda las facetas de pintor, dibujante, inventor, anatomista, músico, tramoyista, ingeniero, cocinero y filósofo que fue Leonardo da Vinci (1472-1519). «Creo que su labor más destacada fue la de dibujante; ahí podemos admirar a un Leonardo que se expresa con inmediatez, con hondura, con verdad». De todas las especulaciones que se han hecho de su pintura, la más sugestiva, a su juicio, es la de Sigmund Freud. «A Leonardo le marcaron varios acontecimientos de su infancia y adolescencia: la frialdad de su padre, el haber nacido hijo ilegitimo, su inclinación homosexual, y también, aunque parezca una nimiedad, el hecho de ser zurdo». Nicholl aseguró que Freud manejó muy bien todos estos ingredientes. «A partir de un sueño que tuvo Leonardo montó una teoría sobre sus pulsiones sexuales y sus comportamientos afectivos que a la mayoría de los especialistas en la obra de este artista no nos ha resultado indiferentes».

«La androginia»

Todos los asertos del historiador británico se fundamentan en las más de 7.000 páginas manuscritas del artista toscano. «El cerebro de Leonardo se regía por criterios científicos, el mismo que me ha conducido a mí en esta biografía, aunque los resultados, supongo, hayan sido más pobres».

De la tan traída y debatida La última cena (centro de los enigmas de la novela de Dan Brown), no niega que haya algún rostro andrógino. «La androginia, es decir, muchachos con aspecto de muchachas, o viceversa, es una constante en el arte de Leonardo, y no hay más que detenerse en sus ángeles y en otras figuras para comprobarlo». «Pero -insistió- no hay nada enigmático ni cabalístico en ello; todo el arte universal es un juego de sugerencias, y los juegos de Leonardo da Vinci no iban a ser menos».

LO IMPORTANTE ES LO INVISIBLE

[Jaime Nubiola toma ocasión del impacto que ha producido la reciente despedida de Kim Clark de la prestigiosa Harvard Business School para escribir este artículo. Allí ha pasado Clark los últimos 30 años: primero como estudiante, luego como prestigioso profesor e investigador de administración de empresas y finalmente, desde hace 10 años, como Decano. A sus 56 años, ha decidido dejar su brillante puesto en Harvard respondiendo a la llamada que le ha hecho su iglesia (es mormón) para dirigir la Brigham Young University, en Idaho. Lo que más ha extrañado a la gente -a los colegas en la Escuela de Negocios y a los empresarios poderosos- es que en su decisión influyera de forma principal la religión, que a menudo es invisible en la cultura materialista dominante. "El espíritu, aquello invisible a los ojos, se nos escapa como el agua entre las manos en una cultura que parece dar primacía a lo cuantitativo y a lo material sobre lo cualitativo y lo espiritual." Y el autor recuerda algo que es importante no perder de vista en la actual sociedad occidental aburguesada, aburrida y pagana: "La vida humana sin el cultivo del espíritu se deshumaniza, se animaliza por completo. Para comprobar esta penosa realidad basta con asomarse a cualquier sala de videojuegos, abarrotada de ordinario por jóvenes que consumen allí sus horas de ocio." Y esa misma realidad, muchas veces penosa, se refleja diariamente en los medios de comunicación, con su dosis creciente de violencia irracional y de todo tipo de patologías humanas al desnudo. Publicado en La Gaceta de los Negocios (26-IX-2005).]

#215 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Jaime Nubiola, Profesor de Filosofía, Universidad de Navarra
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La Universidad de Harvard -desde donde escribo estas líneas- ha quedado conmocionada con la despedida de Kim Clark, el decano de la prestigiosa Harvard Business School, el pasado 31 de julio. Clark, que había permanecido en Harvard desde 1974, como estudiante de economía primero, como profesor de administración de empresas e investigador en dirección operativa y tecnología después, y como decano estos últimos diez años, ha decidido dejar su brillante puesto por la llamada de su iglesia para dirigir la Brigham Young University, en el remoto Idaho. Destacan las informaciones de prensa que Kim Clark, que cuenta ahora con 56 años, tiene seis hijos y siete nietos, y es un devoto mormón: "Pensaba que diez años era un tiempo suficiente para un decano y también que no debía decir que no a esta petición de mi iglesia", explicó. Lo que quizá llamaba más la atención a la corporación académica era que en esta decisión profesional y personal pesara de forma tan palpable la religión que a menudo es del todo invisible en la cultura materialista dominante. Sin embargo, aquella decisión, incomprensible desde un punto de vista económico, refleja bien que lo realmente importante para algunos es para muchos otros quizás enteramente invisible.

Aquella decisión es del todo coherente con las convicciones de quien al recibir a los alumnos de la promoción del 2005 les decía: "Nuestra misión no es enseñar contabilidad y finanzas. Nuestra misión es mejorar la sociedad, es cambiar el mundo. Nosotros no podremos descansar hasta que no haya hambre en el mundo. Nuestra misión es educar líderes que hagan del mundo un mejor lugar para vivir". Y en el pasado mes de febrero, al recibir el doctorado honoris causa por la Universidad Panamericana de México, Kim Clark declaraba abiertamente: "Necesitamos líderes con integridad. La integridad es mucho más que ser honesto: es hacer coincidir lo que se dice y lo que se hace. La integridad es un asunto de carácter personal. No es algo que se encienda y luego se apague. No se puede ser un líder con integridad si se actúa de una forma en el trabajo y de otra en casa". Y añadía: "Los líderes que viven los valores que predican inspiran seguridad y confianza en quienes les rodean. Los valores que predican se vuelven realidad en las organizaciones que dirigen porque las personas actúan conforme a esos valores y los viven en sus organizaciones".


Se trata, sin duda, de afirmaciones elementales y profundas que, por ser verdaderas, nos persuaden a todos al escucharlas, aunque a veces resulte difícil vivir de acuerdo con ellas. La pretensión de que la integridad y la confianza presidan siempre las relaciones humanas y la organización de la sociedad es vista con recelo por muchas personas, quizá incluso la mayoría, que suelen descalificarla como un ideal imposible para quienes vivimos en una sociedad tan compleja y competitiva como la nuestra de principios del siglo XXI. Pero estoy convencido de que se equivocan, pues -como todos comprobamos a diario- sólo los anhelos de verdad, de transparencia, de honradez, de comunicación afectuosa con los demás, son capaces de llenar de sentido nuestras vidas, y no lo son, en cambio, los afanes de poder, de prestigio o de simple bienestar material.
En mi última estancia en Buenos Aires dediqué una mañana completa a recorrer algunas de sus librerías de viejo, lo que es siempre una maravillosa aventura para el viajero inquieto. En una librería de la avenida de Mayo cuyo nombre no logro recordar, situada en un primer piso con un luminoso ventanal sobre la calle, encontré una enorme estantería que llegaba hasta el techo repleta de libros de filosofía: un verdadero tesoro. Subido a lo más alto de la escalera, me topé con un ejemplar de un libro del primer filósofo premio Nobel de literatura que llevaba años buscando. Se trataba de La lucha por un contenido espiritual de la vida: Nuevos fundamentos para una concepción general del mundo, de Rudolf Eucken (1846-1926), traducido por Eduardo Ovejero y hermosamente editado en 1925 en Madrid por Daniel Jorro en su "Biblioteca científico-filosófica". Al tener aquel libro en mis manos volví a pensar una vez más que un autor capaz de titular así un libro bien merecía el premio Nobel de literatura, aunque hoy en día nadie sepa ya nada de él, y ni siquiera figure en las más recientes enciclopedias filosóficas. La lucha por un contenido espiritual de la vida era el título del libro publicado por Eucken en 1896, pero esa lucha ciento diez años después es todavía mucho más necesaria. El espíritu, aquello invisible a los ojos, se nos escapa como el agua entre las manos en una cultura que parece dar primacía a lo cuantitativo y a lo material sobre lo cualitativo y lo espiritual.

La vida humana sin el cultivo del espíritu se deshumaniza, se animaliza por completo. Para comprobar esta penosa realidad basta con asomarse a cualquier sala de videojuegos, abarrotada de ordinario por jóvenes que consumen allí sus horas de ocio. Pero también el mundo académico más sofisticado, como puede ser la propia Universidad de Harvard, no es ajena a ese proceso. Hace cosa de cien años, quizá en un ataque prematuro de lo políticamente correcto, la corporación de Harvard retiró de su sello la expresión Christo et ecclesia, que durante los doscientos años precedentes había figurado en su orla. Con aquella expresión latina quería indicarse la finalidad del VE-RI-TAS que aparece impreso en letras grandes sobre tres libros abiertos. Ahora la verdad está sola en el sello de Harvard. Sin embargo, de cuando en cuando, el visitante experto al pasear por su hermoso campus puede descubrir aquella vieja inscripción en los escudos que campean sobre algunas de sus puertas más antiguas o sobre la imponente fachada de la Widener Library. Es un testimonio, sin duda tenue, del origen religioso de esta Universidad. Algo semejante viene ocurriendo en muchas universidades europeas que tratan de olvidar su fundación eclesiástica y borran consecuentemente los rasgos de su origen que conforman su identidad. Se trata de un proceso de secularización de las universidades y de la búsqueda de la verdad cuyas consecuencias son imprevisibles. Como ha escrito George Weigel, si se expulsa a la religión de las universidades y los centros avanzados de investigación se quiebra irremisiblemente la cadena de sentido que las une con las universidades medievales y renacentistas.

Eliminar la religión es una torpeza decimonónica lamentable. Para las personas y las instituciones, más aún las educativas, lo invisible es casi siempre más importante que lo que se toca con las manos. Ya se lo dijo el zorro al Principito: "He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos". La decisión del decano Clark nos recuerda que aquel secreto sigue siendo la clave tanto en Harvard como en cualquier otro lugar del mundo: lo importante es lo invisible.


28 septiembre 2005

BEBÉS COMPRADOS, VENDIDOS Y COMERCIALIZADOS

[El pasado 10 de septiembre, el Times de Londres publicaba un reportaje que describía cómo se venden fetos humanos en un Instituto Científico de Ucrania: parece que se utilizan para tratamientos de belleza que presumiblemente rejuvenecen la piel. Unos meses antes, el Observer informaba que a cada madre ucraniana se le pagaba el feto a 100 libras; la reventa en Rusia se hacía por 5.000 libras. Un lucrativo negocio.

El National Post de Canadá, informaba el 13 de septiembre, que desde una agencia federal se estaba animando sigilosamente a las mujeres a donar "embriones frescos", como alternativa a los "embriones congelados". Jeffrey Nisker, de la Universidad de Ontario Occidental, afirmó en el National Post que los médicos que piden a las mujeres que donen sus "embriones frescos" pueden estar quebrantando el código ético médico.

Y también se quebranta el código ético médico, como todo el mundo sabe y calla, con otras muchas aberraciones: abortos provocados si se detecta que el feto tiene una enfermedad o padece el síndrome de Down, etc.

Ante todo esto, una persona no puede permanecer indiferente salvo que sea un degenerado. Aún resuena el eco vigoroso de las palabras de Juan Pablo II: "Yo condeno del modo más explícito y formal las manipulaciones experimentales del embrión humano, porque el ser humano, desde el momento de su concepción hasta la muerte, no puede ser explotado por ninguna razón". Reproducido de Zenit (24-IX-2005).]

# 214 Vita Categoria-Eutanasia y Aborto

de Zenit
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Los defensores del aborto que durante décadas han negado o minusvalorado la humanidad del niño no nacido están logrando sus frutos. Como indican las últimas noticias, cada vez más, los niños no nacidos están siendo tratados como productos de consumo.

El 10 de septiembre, el Times de Londres publicaba un reportaje que describía cómo vende partes de bebés el Instituto para Problemas de Criobiología y Criomedicina de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania, en Jarkov. Su página web contiene una lista que ofrece diversas células y tejidos de bebés. El Instituto alega que el material proviene de fetos abortados en una etapa temprana de desarrollo. Pero, según el Times, esta afirmación es dudosa tras las revelaciones sobre casos de desapariciones de bebés nacidos vivos de las salas de maternidad de la ciudad de Jarkov.

El artículo citaba a una ex-empleada del Instituto, Julia Kopeika, que afirmaba que los científicos del Instituto en este campo se han beneficiado desde hace mucho de una postura más relajada hacia los temas éticos. Además, la ley ucraniana considera que los bebés nacidos antes de las 27 semanas o con un peso inferior a 1 kilo son calificados de abortos. De esta forma, los bebés no están registrados oficialmente y, en ocasiones, son arrebatados a sus madres y no se les devuelven, declaraban al Times activistas de derechos humanos.

El 17 de abril pasado, un reportaje en otro periódico británico, el Observer, alegaba que se pagaba a las mujeres ucranianas por vender sus fetos a las clínicas. Los tejidos se utilizan para tratamientos de belleza que presumiblemente rejuvenecen la piel y para curar enfermedades. El Observer afirmaba que a las mujeres se les pagaban 100 libras (182 dólares) por feto, que luego era vendido en Rusia por más de 5.000 libras (9.100 dólares).

Embriones frescos


Hace dos semanas, se hizo pública la preocupación en Canadá por la utilización de embriones «frescos» como fuente de células madre, informaba el 13 de septiembre el National Post. Un artículo publicado en el Canadian Medical Association Journal advertía que se está animando a las mujeres a donar embriones frescos, como opuestos a «pasados», que son los embriones congelados sobrantes de tratamientos anteriores de fertilización in vitro, para crear células madre.
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Los autores del artículo, el doctor Jeffrey Nisker, de la Universidad de Ontario Occidental, y la doctora Françoise Baylis, de la Universidad Dalhousie de Halifax, advertían también que las mujeres pueden reducir sus opciones a quedarse embarazadas en el futuro. Asimismo, Baylis se quejaba de la manera «subrepticia» en que el Canadian Institute of Health Research, una agencia federal, había cambiado silenciosamente las normas el 7 de junio para permitir, de modo explícito, que los investigadores de células madre utilizaran embriones humanos frescos. Sólo dos días después, un equipo de investigadores de Toronto encabezado por el doctor Andras Nagy anunciaba que no sólo estaba trabajando con embriones frescos sino que ya los había utilizado para crear las primeras células madre de embriones de Canadá. Jeffrey Nisker, copresidente del comité consultivo de tecnología reproductiva y genética de Health Canada, disuelto tras la aprobación por el gobierno federal de la nueva ley que rige la tecnología reproductiva, hizo unas declaraciones al National Post:


«En ningún momento imaginó (el comité) que a una mujer se le planteara el donar un embrión fresco». Nisker afirmó que el tema exige una clarificación y añadió que piensa que los médicos que piden a las mujeres que donen sus embriones frescos pueden estar quebrantando el código ético médico.

Por su parte, el científico que creó la oveja Dolly, Ian Wilmut, sostenía que se deberían usar las células madre de embriones humanos, para salvar a los animales de ser utilizados en las pruebas. El periódico escocés Herald informaba el 8 de septiembre de que Wilmut sostenía que esta investigación sería «más ética».

En un discurso en la facultad de veterinaria de la Universidad de Glasgow, Wilmut declaró que estudiar las enfermedades humanas incurables creando embriones y clonándolos como líneas de células salvaría «potencialmente a muchos miles de animales».

Wilmut solicitó recientemente una licencia de utilización de células madre de embriones para desarrollar una cura de la esclerosis lateral amiotrópica, la enfermedad de Lou Gherig, un desorden neuro motriz.

Eliminar a los «inapropiados»

Cada vez se eliminan más bebés que sufren de defectos genéticos, informaba en un artículo de profundización el 29 de abril el Washington Post. El artículo explicaba que, según una encuesta a cerca de 3.000 padres de hijos con síndrome de Down, publicada en la American Journal of Obstetrics and Gynecology, los profesionales de la salud que realizan los escáneres prenatales suelen dar a los padres una imagen negativa de las consecuencias de tener un hijo con este problema. «En muchos casos los doctores no sólo son insensibles sino verdaderamente groseros», afirmaba el autor, el estudiante de medicina en Harvard, Brian Skotko, cuya hermana de 24 años tiene síndrome de Down.

El artículo explicaba que los campos en los últimos años han mejorado mucho la situación de quienes sufren síndrome de Down. En lugar de ser relegados por las instituciones, ahora tienden a vivir entre la población general, y una mejor atención médica ha dado como resultado un aumento en la esperanza de vida. Los bebés que sobreviven suelen alcanzar los cincuenta, según la National Down Syndrome Society.

Sin embargo, según un artículo de George Neumayr, publicado en junio en el American Spectator, los investigadores estiman que más de un 80% de los bebés a los que actualmente se diagnostica en los escáneres prenatales síndrome de Down son abortados. De igual forma, un alto porcentaje de fetos con fibrosis cística son abortados. De hecho, desde los años sesenta, el número de americanos con anencefalia y espina bífida ha descendido de forma acusada. Esta caída corresponde con el ascenso del escáner prenatal, explicaba Neumayr.

Y aquellos doctores que no adviertan a las madres sobre los riesgos que corren sus fetos pueden ser demandados. El artículo citaba la publicación Medical Malpractice Law & Strategy: «Las sentencias de los tribunales a lo largo del país muestran que el incremento de uso de las pruebas genéticas han expuesto, en gran medida, a demandas a los médicos por fallos a la hora de dar consejo a los pacientes sobre los desórdenes hereditarios».

El cliente siempre tiene razón…

Y no sólo los no nacidos están en peligro. En un artículo de opinión del 17 de abril en el Sunday Times de Londres, Brenda Power comentaba el caso de Tristan Dowse, un niño de 3 años adoptado por la pareja irlandesa formada por Joe y Lala Dowse mientras vivían en Indonesia. Los padres adoptaron después de no ser capaces de concebir un hijo. Pero dos años después, Lala logró tener un hijo por sí misma. Cuando los padres decidieron dejar el país, también dejaron atrás a Tristan. Abandonaron a Tristan en un orfanato, cuya política era descrita por Power como «amigable con el consumidor». Aparentemente, según las leyes irlandesas, lo que los padres hicieron era legal.

No obstante, no todas las noticias son negativas. Siguen apareciendo historias de madres que sacrifican sus vidas para dar una oportunidad de vivir a sus hijos. Tal ha sido el caso de una mujer italiana, Rita Fontana, recogido en diario La Repubblica el 26 de enero pasado. Madre de dos hijos, Rita estaba esperando el tercero cuando se le diagnosticó un melanoma. Rechazó el tratamiento que podría haber puesto en peligro la vida de su hijo no nacido. Apenas tres meses después de que naciera Federico, su madre murió. Su marido, Enrico, explicaba que Rita había dicho que le era imposible poner en peligro la vida de su bebé no nacido, diciendo que sería como matar a uno de sus otros dos hijos para salvar su vida. Y añadió que Rita había visto a su nuevo hijo como un regalo y como un milagro, no como una condena. Ciertamente no como un producto de consumo.

27 septiembre 2005

LA DESTRUCCIÓN DEL DERECHO

[De nuevo publicamos un artículo que llama a las cosas por su nombre y pone un poco de luz donde otros se empeñan en sembrar tinieblas. Juan Manuel de Prada con su prosa certera nos dice que con las recientes leyes el "matrimonio se convierte en un derecho del individuo que se casa con quien le apetece y se descasa cuando le viene en gana; tal grado de ejercicio libérrimo de la voluntad no se observa ni siquiera en los contratos privados." Y comenta con razón que se ha producido una destrucción del Derecho al abandonar su fin principal de conseguir el bien social mediante la seguridad jurídica, porque todo queda a merced del capricho de cada individuo.

Que el ejecutivo socialista niegue cualquier aspecto negativo en sus "logros legislativos" no es extraño, pero cuesta más entender la postura tibia de algunos miembros notables del principal partido de la oposición. Y la razón es que a algunos sólo parecen importarles los cálculos electorales: aspecto importante sin duda para un partido político, pero que pasa a un plano secundario si significa un desprecio olímpico por la verdad de las cosas y por el bien común de la sociedad. Dice Prada: "La destrucción del Derecho reporta réditos electorales: esa, y no otra, es la razón por la que la facción gobernante ha impulsado una reforma de la institución matrimonial; esa, y no otra, es la razón de los titubeos de la facción opositora, que teme que su recurso ante el Tribunal Constitucional adelgace su provisión de votos."

Al pensar en esta triste situación, me veía metido en una masa social anestesiada, como si todos fueramos una manada irracional, un rebaño de corderos cobardes y mudos: el penoso silencio de los corderos... Quizá por eso me ha dolido más el breve párrafo con que termina este artículo: "Estamos caminando sin darnos cuenta hacia la destrucción del Derecho. Tampoco los borregos que se hacinan en el remolque de un camión saben adónde los llevan." Publicado en ABC (Madrid) (24-IX-2005).]

#213 Hogar Categoria-Matrimonio y Familia

por Juan Manuel de Prada
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Publicaba ayer el profesor Javier Martínez-Torrón en estas páginas un muy atinado artículo sobre el matrimonio que, implícitamente, proponía una reflexión sobre la destrucción del Derecho. Denunciaba el profesor Martínez-Torrón que el matrimonio ha dejado de ser una institución propia del derecho de familia, con unos requisitos y unas finalidades concretas, para convertirse en un derecho individual; esta «privatización» del matrimonio permitiría su libre configuración (ya no sería necesario que los contrayentes fuesen hombre y mujer), así como una mayor flexibilidad en su disolución, que ya no estaría supeditada a unas causas establecidas, sino a la mera voluntad de los cónyuges. Así, el matrimonio se convierte en un derecho del individuo que se casa con quien le apetece y se descasa cuando le viene en gana; tal grado de ejercicio libérrimo de la voluntad no se observa ni siquiera en los contratos privados. De este modo, el Derecho claudica en su función primordial (que no es otra que la consecución de un bien social a través de la seguridad jurídica), para someterse a la voluntad del individuo y autorizar legalmente su capricho. Este entendimiento del Derecho es el mismo que, en su día, postularon los totalitarismos: solo que ahora la voluntad unilateral del tirano se disfraza de voluntad ciudadana, democrática. Pero relativismo y totalitarismo anhelan un mismo objetivo: la destrucción del Derecho.

Por supuesto, en esta deificación de la voluntad del individuo subyacen conveniencias inconfesables. La destrucción del Derecho reporta réditos electorales: esa, y no otra, es la razón por la que la facción gobernante ha impulsado una reforma de la institución matrimonial; esa, y no otra, es la razón de los titubeos de la facción opositora, que teme que su recurso ante el Tribunal Constitucional adelgace su provisión de votos. Lo que en dicho recurso se sustancia no es tanto la constitucionalidad del llamado matrimonio homosexual, sino la determinación de su naturaleza. La institución matrimonial, tal como la concibió el Derecho, no atiende a las inclinaciones o preferencias sexuales de los contrayentes, sino a la dualidad de sexos, conditio sine qua non para la continuidad social. La finalidad de la institución matrimonial no es tanto la satisfacción de derechos individuales como la supervivencia de la sociedad humana, a través en primer lugar de la procreación y luego de la transmisión de valores y derechos patrimoniales que dicha procreación genera. Quienes defienden el llamado matrimonio homosexual se preguntan contrariados por qué habrá gente que no desea que los homosexuales sean felices; naturalmente, esta pregunta es una necedad o un alarde de cinismo (o ambas cosas a la vez), puesto que la misión de la institución matrimonial, según la concibe el Derecho, no ha consistido jamás en garantizar la felicidad de los contrayentes (con cierta frecuencia, incluso, ha garantizado más bien su desdicha solidaria). Pero en esta vindicación retórica de la «felicidad» se demuestra que la satisfacción de un deseo, de una pura volición personal, ha suplantado la finalidad originaria de la institución matrimonial. Esta concepción del matrimonio como garante de la felicidad individual incorpora, además, un inexistente «derecho a la adopción». De este modo, una institución jurídica que trataba de restablecer los vínculos de filiación del niño (vínculos que presuponen a un hombre y a una mujer) se ha transformado en un nuevo «derecho» de los cónyuges; de este modo, el niño adoptado se convierte en un bien mostrenco que los contrayentes -heterosexuales u homosexuales- pueden procurarse según su capricho.

Estamos caminando sin darnos cuenta hacia la destrucción del Derecho. Tampoco los borregos que se hacinan en el remolque de un camión saben adónde los llevan.

26 septiembre 2005

DE HIPÓCRATES A KEVORKIAN: ¿HACIA DÓNDE VA LA ÉTICA MÉDICA?

[En muchos "medios intelectuales" no se admite hoy una ley moral universal, sino un pluralismo ético que no tome partido en ningún sentido. Sin embargo, la supuesta "liberación" es sólo aparente. En realidad, ¿qué ocurre en la sociedad? Pues que el Estado establece de hecho lo que debe ser considerado por todos lícito o ilícito, verdadero o falso, justo o injusto: es decir, determina los "valores" universales y establece además entre ellos la primacía que permite resolver las colisiones entre estos "valores". Un ejemplo de todos los días: el derecho a la vida se considera un "valor" y también lo es la libertad de investigación; ¿qué hacer cuando hay que elegir entre ambos "valores"?: en este caso triunfa prevalece la libertad de investigación pues es un derecho fundamental incondicional (?). Pues va a ser que no... Como claramente ha destacado Alejandro Llano, siguiente a MacIntyre y otros, "todo intento de concebir la libertad humana como una capacidad de elegir que es anterior e independiente de los preceptos de la moral natural, no sólo estará teóricamente equivocado, sino que será prácticamente inviable. Porque la libertad no se puede constituir plenamente si no se sabe que las virtudes y las normas no la constriñen sino que la posibilitan. La libertad no se puede desplegar de espaldas a la verdad. (...) El humanismo cívico presupone una visión filosófica según la cual las mujeres y los hombres son capaces de conocer en cierta medida qué es lo bueno y lo mejor para la sociedad en la que viven."

El Dr. Hans Thomas reflexiona sobre todo este relativismo ético en el artículo que ahora publicamos y lo aplica especialmente a los médicos. Así dice entre otras cosas: "El hecho de que también haya caído en esa trampa la clase médica se antoja especialmente dramático, ya que este colectivo profesional encarnaba como ninguna otra corporación el valor incondicional y la indisponibilidad de la vida humana en la conciencia social. (...) El médico, que aparecía como un sujeto ético independiente, se ha tornado en simple auxiliar de la voluntad ajena. En último término, y como no cambien las cosas, esto significa abandonar a Hipócrates para abrazarse a Kevorkian." Esta versión española está reproducida de Bioeticaweb.]

#212 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Hans Thomas, Director del Lindenthal Institut (Köln, Alemania)
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No hay verdades morales. La moral es algo privado. Esta convicción, procedente del pensamiento liberal, domina las cabezas de la clase política, de los intelectuales, e incluso de no pocos teólogos. Quien habla de una conciencia autónoma está diciendo con otras palabras que la moral no tiene nada que ver con la verdad. El mensaje liberal de que la moral es una cuestión privada conduce a una creciente juridificación de todos los ámbitos de la vida y a una regulación estatal cada vez más intensa, por mucho que constatarlo les duela a los liberales fervientes.

Cada cual debe adoptar su propio compromiso ético (entendiendo por "ético", también, que cada uno sepa fundamentar sus propias opciones morales de manera razonable). Sin embargo, al Estado no le interesa una moral puramente privada. En todo caso, no se considera vinculado por ella. Cualquier concepción axiológica privada posee para él el mismo derecho. En una situación de pluralismo ético, debe respetar la pluralidad de opiniones sin tomar partido en ningún sentido. No obstante, el legislador ha de establecer lo que debe ser considerado por todos lícito o ilícito, verdadero o falso, justo o injusto. Y los márgenes de actuación según los propios parámetros morales quedan cada vez más reducidos a aquellos ámbitos a los que no ha llegado suficientemente el ordenamiento legal.

Ciertamente, aquí el legislador se encuentra a gusto en el papel de árbitro del llamado discurso social. Pero tal discurso en busca del consenso generalmente no termina nunca, y quizás no llega a tener lugar en modo alguno. De una u otra manera, el Estado establece el Derecho, y posiblemente con plena conciencia de instituir valores. Así, el Ministro federal de Justicia informaba a la opinión pública: "En su función de dirigir la actuación humana en comunidad, el Derecho está llamado a establecer valores y protegerlos" [1] . De acuerdo con esto, el Estado se siente impulsado, tanto a fijar valores, como a exigir subordinación a ellos, asumiendo así una doble función cívico-religiosa. Esto quiere decir que el Estado los impone a todos.

A este propósito, los médicos pueden hablar largo y tendido: las nuevas reglamentaciones de tarifas y prestaciones economizan y burocratizan su trabajo, pero también contribuyen a una racionalización y mecanización heterónoma de la profesión: legislación de hospitales y de sociedades de seguros médicos, leyes sobre protección de datos, legislación laboral e industrial, legislación sobre seguridad en el trabajo, legislación sobre Seguridad Social, legislación sobre asesoramiento familiar y tutela, etc., así como normativas complementarias de modificación o corrección. Para algo tan frágil como el compromiso ético personal, no sólo hay cada vez menos espacio, sino también cada vez más riesgo de conflicto.

Por el contrario, si la moral se fundara en la verdad sería la misma para todos los individuos y para el Estado. La norma de conciencia y la norma jurídica serían coherentes si cada uno tuviese la experiencia de que sus personales decisiones de índole ética están en principio de acuerdo con lo que la legislación pública estipula. La coherencia ético-jurídica sobre todo hace menos necesarias las reglamentaciones públicas, pues las normas éticas que vinculan a todos orientan, sin ahorrar la necesidad de tomarlas, tanto las decisiones de conciencia del médico como la actividad legislativa. Tarea del Estado sería la legitimación ética de las leyes, y el Derecho no obligaría más que a lo que ya se encuentra éticamente obligado cada cual. Podría renunciarse a tanta incontinencia reglamentista: menos conflictos y más libertad para los médicos. La Constitución alemana, al menos según una lectura literal del texto, está convencida de esto. Así, apela expresamente a la "Ley Moral" (art. 2, párrafo 1) como una de las últimas instancias para asegurar la libertad.

Con todo, hoy por hoy es tabú una norma moral de observancia universal. Ésta ha sido sacrificada a la autonomía de la conciencia. Y esa "liberación" ha sido comprada con la sumisión a la razón política de Estado. El hecho de que también haya caído en esa trampa la clase médica se antoja especialmente dramático, ya que este colectivo profesional encarnaba como ninguna otra corporación el valor incondicional y la indisponibilidad de la vida humana en la conciencia social. Ahora los médicos, en lugar de afirmarse como una corporación profesional libre con una ética elevada, han devenido socialmente en meros mercaderes de servicios biotécnicos a la carta. El médico, que aparecía como un sujeto ético independiente, se ha tornado en simple auxiliar de la voluntad ajena. En último término, y como no cambien las cosas, esto significa abandonar a Hipócrates para abrazarse a Kevorkian.

Librarse de la conciencia es someterse a la razón de Estado

Políticamente se desea que las cosas discurran así. La demanda de prestaciones como el aborto y la eutanasia, que se ha divulgado y seguirá haciéndolo por medio de una hábil casuística bien escenificada, exige profesionales que se hallen libres del vínculo de la conciencia médica. ¿Acaso no puede proveerse el legislador, según sus preferencias, de una corporación profesional competente desde el punto de vista biotécnico, que pueda ocuparse de los negocios no médicos? Esto no es posible, y no lo es porque para ello se necesita, hoy como ayer, de la proverbial confianza en la profesión médica, la cual se sigue debiendo a la ética hipocrática, tan políticamente "incorrecta" en nuestros días. De lo contrario, ¿por qué recurrir a la cláusula médica en materia de aborto o de eutanasia (sea real, donde ya existe, sea en teoría, donde por ahora sólo se discute)? ¿A qué viene, pues, la voluntad política de poner en marcha la costosa maquinaria legislativa –así en Holanda– por una cuestión marginal? (A un médico normalmente situado quizá le llegue apenas una vez en toda su vida profesional una petición de eutanasia).

La ética de Hipócrates se ha opuesto a la corrupción, ya que comprometía a los médicos en conciencia, y justo por ello Hipócrates está "out". Hipócrates comprometió a los médicos de la Escuela de Kos con un principio incondicional de conciencia: "No dispensaré a nadie un tóxico mortal activo, incluso aunque me sea solicitado por el paciente; tampoco daré a una mujer un medio abortivo".

Con la frase "dispensaré un profundo respeto a toda vida humana desde la concepción", se recuerda aún en este sentido hipocrático el juramento de la Asociación Médica alemana [2] que, en todo caso, ya no se incluye formalmente en el ordenamiento profesional. La Asociación de Médicos de Nordrhein suprimió esa frase del juramento citado el 7.IX.1994. Según la nota del Rheinisches Ärzteblatt [3] , se trataba, con dicha supresión, de una "fórmula reelaborada con vistas a la equiparación entre hombre y mujer". El código profesional de la Sociedad Médica Alemana, sin embargo, mantiene, en su parágrafo 6º, que "el médico está fundamentalmente obligado a defender la vida de los no nacidos". Junto a ello se añade la siguiente frase: "El aborto se rige por el ordenamiento legal". Cuando fue formulada, dicha proposición no parecía presentar problema alguno. Se confiaba, parece, en la coherencia entre Ética y Derecho: el aborto estaba penado legalmente. En 1993, cuando el Estado lo permitió, no se eliminó el citado párrafo de la reglamentación corporativa, con lo cual se sacrificó la ética profesional a la normativa jurídico-política. Así se inició la autoinmolación de una corporación libre.

Sólo que aún debía tomarse en consideración la moral privada. Así decía el tercer y último párrafo del art. 6: "El médico no puede ser obligado a practicar un aborto". De este modo quedó acotado el margen de la auto-obligación ética liberal: protección contra la coacción a la inmoralidad pública. ¡Bondadosa ingenuidad! ¿Que oportunidades de promoverse a jefe de servicio clínico se le presentarán al "fundamentalista"? El "sistema" sabe depurarse a sí mismo de opositores. Por ejemplo, en 1999, la ministra francesa de la Mujer, Martine Aubry, de forma clara y expeditiva amenazaba a los objetores con frenar su promoción. "El derecho al aborto" debería ser reclamable en todos los hospitales de Francia [4] . Con tales antecedentes, tampoco se ve argumento alguno válido por el que un hospital pudiera negar, llegado el caso, el llamado "derecho a la propia muerte".

El silencioso deslizamiento de la clase médica desde su exigente ética profesional, basada en el compromiso de conciencia, hasta un pluralismo integrado de representaciones axiológicas privadas es, como se dijo antes, dramático, pues así se despide de la memoria cultural de la sociedad la más importante garantía práctica de una conciencia de la "sacralidad" de toda vida humana individual. Este drama se refleja en la desorientación de las discusiones éticas actuales y, en concreto, no solamente de las que se refieren al aborto y a la eutanasia, sino también, y no en menor grado, de las relativas a medicina reproductiva, diagnóstico prenatal, tecnología genética humana, terapia génica e investigación del genoma humano, cirugía de trasplantes, economía de la salud, etc.

Sacralidad de la vida: ¿éticamente fundada, o fundamento de la ética?

No pocos bioéticos y teóricos del Derecho –así John Harris, Norbert Hoerster, Georg Meggle, Peter Singer y, también cada vez más Dieter Birnbacher, por sólo citar algunos– quieren hacernos creer que el principio de la dignidad –del valor incondicionado, fundamental e indisponible de cada vida humana– se deriva sólo de premisas dudosas, principalmente de prejuicios de tipo "religioso", cuya superación haría más correcta nuestra ética y más racional nuestra actuación. Pero esto no es así en modo alguno. Ciertamente también hay razones de carácter religioso que justifican la inviolable dignidad del individuo y la "sacralidad" de su vida. Pero aún sin fundamentación religiosa alguna, la máxima del valor incondicionado e indisponible de la vida humana continúa basada sobre cimientos sólidos, cimientos que no han podido verse afectados por aquella crítica que a lo mejor ni siquiera los ha percibido. Lo que sí es cierto es que la apreciación de tales críticos según la cual la vida de un ser humano sólo posee un valor relativo y, por ello, quizá disponible, no deriva de motivación religiosa alguna. En todo caso, ello no hace más "racionales" sus apreciaciones.

En absoluto se da en los autores citados una fundamentación auténtica –y, por tanto, una razón verdadera– de que la vida de un ser humano sólo posea un valor relativo. Ahora bien, el fundamento racional en el que se basa el principio del valor indisponible e incondicionado de la vida humana no estriba en unas premisas de las que dicho principio se deriva lógicamente, sino en una experiencia humana e histórica primordial: solamente si nos comportamos con el ser humano de ese modo, tal como lo exige el mencionado principio, se produce algo parecido a una Ética convincente, coherente y atractiva para los seres humanos. Investigando los criterios para valorar la vida humana, Anselm Winfried Müller concluye que su valor incondicionado no se halla racionalmente fundado, sino que más bien es el reconocimiento de ese valor incondicionado lo que constituye precisamente el fundamento de todos los valores éticos y la medida de su exactitud [5] . Lo que ocurre es que los llamados críticos no reconocen tal valor incondicional. Una ética que supone disponible la vida de un ser humano inocente, pierde la base sobre la que se apoya. No fundamenta una moral, sino que más bien la liquida. Lo mismo que liquida el Estado de Derecho un legislador que deja de hacerse responsable de la defensa de los sujetos de derecho.

De los derechos humanos declarados desde la Revolución Francesa cabe decir que no admiten una fundamentación puramente racional. Por eso han sido declarados como tales. Y esto se hizo sin recurrir a razones de carácter metafísico o a convicciones religiosas, frecuentemente incluso de intención opuesta. Por sí solas, las experiencias humanas e históricas de sus violaciones han conducido a formular tales derechos y a proclamarlos. No es que exista una presión derivada de la lógica para reconocerlos. En cualquier caso, opina A.W. Müller, no habría motivo para iniciar nuevas discusiones que replantearan, por ejemplo, si se vuelve a permitir en ciertas circunstancias la esclavitud, o si habría que prescindir de la prohibición absoluta de la tortura, o incluso si no sería bueno aprobar eventualmente la práctica del sexo con niños. No es casual que Peter Singer –uno de los portavoces de esos críticos de la sacralidad de la vida humana– niegue la especial dignidad del hombre, con lo cual liquida también todo atisbo de derecho humano. De acuerdo con su postura, se trata de puros privilegios-pretensiones de la especie humana, que discrimina a los otros animales. (Así, plantea el "especieísmo" o prejuicio de especie como algo análogo al racismo, por el cual los pertenecientes a una raza discriminan a las demás).

Lo que a modo de ejemplo se intenta demostrar acerca de la esclavitud, la tortura o el sexo con niños, es que es bueno que dichas aberraciones sigan siendo tabú y que no se discuta sobre ellas. Y la cuestión sobre si habría que discutirlo es ya eminentemente ética. En relación al estado de la discusión actual ético-científica sobre la prohibición de matar, fue significativa la controversia que tuvo lugar en 1998 entre dos sociedades filosóficas. Con motivo de su Simposio sobre Ética Aplicada, la Sociedad austríaca Ludwig Wittgenstein no había invitado al grupo de los críticos opuestos a la indisponibilidad absoluta de la vida humana. Esta Sociedad recibió, en abril de 1998, una carta de protesta de seis renombrados miembros de la Asociación alemana de Filosofía Analítica, que rechazaban "cualquier restricción a la libre discusión científica" y acusaban a sus colegas austríacos de la "sistemática exclusión de todo un sector de la comunidad científica", lo que suponía, según ellos, "un acto de sumisión a los enemigos de la libertad científica". A ello respondió, con notable serenidad, la junta directiva de la citada Sociedad austríaca Ludwig Wittgenstein, el 13.V.1998, afirmando que los argumentos esgrimidos por la Sociedad de Filosofía Analítica no merecían ser considerados.

Esa respuesta podría entenderse como un episodio positivo, aunque aislado, de una madurez meta-ética que todavía recuerda que toda postura ética está basada en una convicción acerca de la verdad ontológica o en una determinada cosmovisión. Por eso, en el caso anterior, los mencionados argumentos de la Sociedad de Filosofía Analítica se antojaban a la Sociedad Wittgenstein carentes de validez, puesto que se consideraron inaceptables los supuestos previos esgrimidos como fundamento.

La ontología decide sobre la ética

La consistencia de una reflexión ética no puede juzgarse más que por la convicción de la verdad ontológica o la interpretación de la realidad según la correspondiente antropología en la que se fundamenta. Sin embargo, vistas las condiciones del pluralismo axiológico dominante, el así llamado discurso ético público ha de renunciar a la crítica de los supuestos previos de carácter ontológico o, según el caso, de signo ideológico, de quienes toman parte en la discusión, supuestos que determinan la imagen antropológica respectiva. El discurso, se dice, debe conducirse de una manera "puramente científica": debe entenderse sin condiciones previas, en especial, libre de "autoridades ajenas", entendiendo por tales las argumentaciones de carácter metafísico y, por supuesto, las de índole religiosa o las fijaciones de apariencia ideológica. La "fundamentación autónoma de la moral" resulta ser el sello de validez que figura en la invitación al citado discurso, cuyo reglamento pluralista dispone que los participantes en el mismo respeten las diversas opiniones alternativas sobre lo que es verdadero o falso y bueno o malo. De este modo, la reflexión ética de cada participante –caso de que ésta llegue a tener lugar– debe anteceder al propio discurso.

El tan apreciado consenso constituye el objetivo del discurso o, como sucedáneo de éste, el compromiso, o bien, en caso de emergencia, la mayoría, de suerte que tal discurso ético se convertirá en un debate político sobre lo que debería valer jurídicamente, y sobre aquello a lo que convendría abrir camino; un debate que privilegia a quienes mejor pueden escenificar públicamente su liberación de reparos religiosos, metafísicos o ideológicos. De ahí que en una cultura como la nuestra, impregnada por una imagen científica y técnica del mundo, la dirección del procedimiento ético-discursivo recaiga inevitablemente en los defensores de una visión del mundo según la cual más allá de los hechos observables, experimentables y factorializables no existe nada real y, por tanto, tampoco nada por saber. En este sentido hay que concluir que de la pura facticidad empírica y de la sola racionalidad no cabe deducir deber (Sollen) ético alguno. En el lugar de la ética –y en todo caso bajo este nombre– se sitúa correlativamente el cálculo hecho bajo las expectativas del mayor beneficio probable. Y para alcanzarlo –frecuentemente bastará la simple intención– se permite por principio cualquier medio, con tal que su aplicación rinda con vistas al efecto deseable. La instancia ante la que el consecuencialista responde es el progreso. De ahí que el consecuencialismo posee el crédito que confiere una ética acomodaticia, adecuada a una visión naturalista y técnica del mundo, así como el éxito de una supuesta fundamentación moral autónoma.

El mismo postulado de la liberación de presupuestos religiosos o metafísicos en el citado discurso se basa, pues, en un supuesto previo de carácter metafísico: justamente en el convencimiento de que más allá de la racionalidad y de la facticidad científico-positiva no existe realidad alguna que merezca consideración. Se trata, pues, de un mero dogma: el credo cientifista. Gracias al mito imperante de la necesaria optimización del mundo a través de la simple evaluación o cálculo humano, el cientifismo se permite afirmar con pretensión dogmática, incluso en medio del pluralismo y relativismo generalizado, un valor de carácter absoluto: el valor de la cientificidad libre de todo supuesto previo. Pero observando la cuestión más detenidamente, este confesionalismo científico apenas se reduce a la fe en una colección de reglas procedimentales para la adquisición formal de un saber serio sobre hechos empíricos. Es decisivo, sin embargo, que el cientifismo haya declarado ese saber desde un punto de vista metafísico exclusivo.

Naturalmente, a veces los consecuencialistas coinciden en las Comisiones deontológicas con especialistas en ética que defienden el carácter incondicional de los derechos humanos, que hablan de los Diez Mandamientos o que propugnan el Derecho Natural. Por su parte, éstos están convencidos de la existencia de una verdadera naturaleza humana, o de un determinado modo de ser del hombre, al cual siempre debe adecuarse la comisión u omisión de acciones. Además de estos, tenemos que añadir los escépticos agnósticos, que conceden que puede haber significados más profundos de la realidad conocida, pero consideran la esencia de las cosas y del hombre como no accesible al conocimiento humano. Advierten que en toda acción u omisión habrá que conducirse con suma precaución, imponiéndose la permanente elección del mal menor [6] . Tenemos, así, tres visiones del mundo y del hombre distintas: el disenso ético está servido y programado.

En relación a las cuestiones "duras" sobre el carácter incondicionado o condicionado de la prohibición de matar, se desarrolla hoy una lucha por el poder entre las diferentes creencias, lucha que se manifiesta ostensiblemente en la teoría y la praxis de la medicina reproductiva [7] , en la protección del embrión, en la investigación sobre células madre embrionarias, en la clonación, en el aborto, en la muerte pre o postnatal del niño (que Peter Singer no rechaza de manera absoluta), en la eutanasia, etc. Pero también en los temas más "blandos" del día a día médico se establecen posturas distintas acerca del diagnóstico prenatal, la medicina intensiva, los cuidados paliativos, la cirugía de trasplantes, la investigación terapéutico-experimental, en especial cuando se trata de candidatos incapaces de dar su consentimiento, etc. En estas áreas las posiciones suelen ser menos opuestas. Alguna vez los frentes discurren –tanto en la literatura del discurso como en las Comisiones de Ética– buscando acuerdos generales o compromisos en cuestiones particulares, constituyéndose coaliciones cambiantes.

Prisioneros del pluralismo axiológico

¿Cómo superar el disenso? ¿Por vía judicial? Como no podía esperarse otra cosa, la incertidumbre también llega a la opinión pública. Cada vez es más frecuente acudir a los Tribunales, sobre todo para hacer valer demandas de responsabilidad por falta de suficiente información, e incluso para reclamar por el nacimiento de un niño con deformaciones físicas, o acaso para dirimir el derecho de custodia y tutela. En este sentido se pronunció el Alto Tribunal de Frankfurt, en 1998, sobre la legalidad de la no continuación de la alimentación artificial en el caso de una enferma en coma irreversible, cuando sobre lo que realmente había que decidir era sobre si el testimonio acerca del presunto consentimiento de la paciente, tomado por su hija, que le cuidaba, precisaba o no de una concesión de tutela por resolución judicial [8] .

Sin duda, una causa frecuente por la que en Alemania se acude a los Tribunales es la repetida apelación al Tribunal Constitucional en la legislación relativa al aborto. Hay que destacar la sentencia del Alto Tribunal de 25.V.1993, que suministró los dos argumentos que mejor muestran cómo una resolución judicial no contribuye a zanjar el disenso ético. Por un lado, esta sentencia pretendía terminar con una disputa de carácter jurídico-político. La diferencia sigue siendo hoy muy poco clara, pues el mismo discurso bioético ha asumido, ya desde hace tiempo, el carácter de un debate jurídico-político. Por otra parte, los legisladores, así como la jurisprudencia del derecho en su conjunto y, consiguientemente los Tribunales, siguen cada vez más y de manera inevitable la corriente principal del discurso ético "pluralista". Ilustran este contexto la citada sentencia del Tribunal Constitucional, apenas conciliable con la nítida doctrina de la Constitución alemana, así como la debilidad de su argumentación. Otro argumento contra el recurso a los Tribunales para dirimir el disenso ético consiste en que un caso individual con sentencia judicial firme pueda servir para resolver otros casos que posiblemente sean muy distintos, como fácilmente se puede imaginar con el ya citado de la paciente de 85 años con infarto cerebral agudo y con un coma profundo de meses, visto por el Tribunal Superior de Frankfurt, que sentó jurisprudencia en la Administración de Justicia.

Para tratar de superar el dilema del discurso ético pluralista, en numerosas ocasiones se intentó extraer de las tradiciones de la Medicina, del desarrollo sociocultural y de los usos vigentes algunos criterios que, en lo posible, resultaran poco cuestionables como principios orientadores del ejercicio médico, e hicieran inútiles en la práctica las profundas controversias existentes. Más en concreto: el principio de la autodeterminación del paciente surge del desarrollo sociocultural. Debe intentarse, por tanto, que el tratamiento y cuidado del enfermo no deje de tenerle en cuenta; hacer, de común acuerdo con él, lo que corresponde al deseo más razonable. La insistencia en la autonomía del paciente parecía lo más apropiado para fomentar una cultura de comunicación y de confiada relación entre médico y paciente, poniendo de paso barreras a la arbitrariedad del médico. El necesario y exigible consentimiento del paciente supone, en todo caso, que éste comprenda la situación en la que se ha de decidir, lo que implica igualmente una información más abundante y suficiente sobre diagnóstico, pronóstico, alternativas terapéuticas y riesgos. En forma abreviada: "informed consent" o consentimiento informado. Así, erigida en principio independiente y disperso entre reclamaciones jurídicas, la autonomía del paciente muestra también su reverso favoreciendo la aparición de problemas que en teoría debiera resolver.

Podría haber resultado práctico, por ejemplo, para justificar el principio de autonomía del paciente, presentar la conducta médica en el pasado como exagerada al no haber girado tanto en torno al paciente como en relación a los médicos. El principio opuesto, o "principio de la asistencia", propio de la ética hipocrática –y, por consiguiente, esta ética también– ha sido rechazado y denunciado como "paternalista". Así pues, el derecho a la autodeterminación del paciente y, de paso también, la responsabilidad civil, obligan al médico a una información tal que no pocos enfermos son incapaces de soportar en su precaria situación. El médico ha de cumplir también su deber en esa situación, y lo puede hacer con más o menos comprensión y tacto. Además, la autonomía del paciente se manifiesta aquí, en bastantes ocasiones, como un principio manifiestamente cruel. Sobre todo el "informed consent" exigido deviene problemático en el momento en que el paciente se halla en coma o mentalmente débil, es decir, sin capacidad para el consentimiento, siendo entonces determinante su "voluntad presunta". No resulta extraño, por tanto, que en nuestros días la voluntad del paciente se considere frecuentemente tan decisiva que pueda incluso eludir el propio examen de conciencia ético del médico, haciéndolo innecesario. Por otra parte, éste deberá ajustar su proceder de modo que lo que ha considerado como bueno en un caso pueda serlo también en otro.

Así, en Holanda, la muerte a petición se fundamenta en la autodeterminación del paciente, pero en un 20% de los casos de eutanasia producidos allí, éste no ha solicitado su muerte, ni la ha consentido libremente. Quizás carecía de capacidad en esos momentos para un libre consentimiento; pero sí parece haber estado seguro el médico de que, en caso de tener plena capacidad, el paciente hubiera deseado la inyección letal.

El suicidio se juzga, cada vez más, como una respetable opción individual. Donde la ayuda al suicidio no representa hecho punible alguno, cada vez resulta más difícil poder mantener una condena en caso de muerte a petición; así, el juego de Jack Kevorkian, a quien se ha adjudicado el apodo de Doctor Muerte, se ha recreado hasta el paroxismo en presentar al público una justicia perpleja, precisamente porque acercó cada vez más el umbral que separa la colaboración al suicidio del homicidio llegando, en la práctica, a la frontera de la indefinición. Sólo cuando Kevorkian ya no pudo mantener su juego y sobrepasó públicamente la frontera cayó en poder de la justicia.

La primacía de un único principio formal, en este caso la autonomía del paciente, deja como huella una especie de malestar extremo, toda vez que inevitablemente se concibe en oposición a otro, concretamente al principio de la asistencia, que debe desplazarlo, y efectivamente lo desplaza. Junto al principio de autonomía, Beauchamp y Childress establecieron otros como el de inexistencia de perjuicio (non-maleficience, según el lema médico tradicional del nil nocere), el de beneficencia (beneficience, como impulso fundamental en la actuación o profesión médica, es decir, el deseo de ayudar), y el de justicia (entendida específicamente como fairness, equidad). Cuatro principios que nos permiten indudablemente un examen más diferenciado del caso particular. Sin embargo, también producen nuevos problemas como el de interpretar lo que cada principio exige en la aplicación a un caso concreto, así como el de ponderar qué principio tiene prioridad en su aplicación al caso de conflicto y cuál de ellos debe inhibirse. Según estos autores, en la práctica también se privilegia aquí el principio de autonomía [9] .

Como sustituto de la reflexión ética seria, que exigiría unos parámetros antropológicos comunes, para orientar la praxis el discurso "pluralista" ofrece una serie de principios prima facie. Ese bienintencionado propósito no debe tener muchas perspectivas de éxito cuando las posturas básicas difieren cada vez más en el discurso ético. Cada vez se precisan brazos más largos para sostener los puntos opuestos, que están produciendo inseguridad en los pacientes, a la vez que la desconfianza pública crece de día en día.

Competencia en lugar de consenso mínimo

No obstante, aquí también se nos ofrece una oportunidad. Hasta ahora el pluralismo social dominante se ha visto inclinado de un modo demasiado parcial hacia un consenso cada vez más limitado. Quizá ahora haya que considerarlo más bien como un desafío para ponderar qué tipo de práctica médica es más exigente desde el punto de vista ético. Precisamente en el campo de la técnica –en el que resultan claves conceptos como el de "certificación de calidad" o "gestión de calidad"– se da una competencia creciente que, como es lógico, hay que dominar. Pero la rivalidad por obtener mayor confianza del paciente (algo inmediato), así como por lograr un mayor prestigio público (algo mediato), apenas parece percibirse hoy como una oportunidad real.

Mas, ¿cómo se logra la confianza? Si se plantea así, de un modo teleológico-pragmático, la cuestión queda falseada. El problema no es qué tiene que hacer el médico para ganar la confianza del paciente, sino qué hace un médico, o mejor, cuál es la característica que hace al médico acreedor de una confianza sin reservas por parte de los pacientes. Aristóteles hubiera contestado: el ejercicio de la virtud o, mejor todavía: el ser virtuoso. Sin hacerse ilusiones sobre la posibilidad actual de llegar a una ética de las virtudes, el Dr. Pellegrino ya había indicado hace años las oportunidades del trato personal, que continúa siendo el núcleo central de la relación médico-paciente [10] . Desde luego, este no es el momento para desarrollar una ética de las virtudes, pero por ejemplo Alasdair McIntyre, a quien cita Pellegrino, le concede grandes perspectivas de futuro con la mirada puesta en una "forma local de comunidad en la que pueda mantenerse una estructura cívica, espiritual y moral, aun en estos tiempos oscuros e inhóspitos que nos toca vivir" [11] .

Ciertamente, también un hospital puede pensarse como una "comunidad local" u oasis de este tipo, y no necesitaría, desde luego, temer la competencia del mercado.

Pellegrino no desconoce ni las tribulaciones interiores ni la presión externa a las que se exponen aquellos que se atreven a romper con el "sistema" y que "tienen el valor de aceptar una división de la profesión médica que salta a la vista (…)" [12] . Una ética basada en la virtud es por sí misma –según Pellegrino– "elitista en el buen sentido de la palabra, porque los que la siguen exigen lo mejor de sí mismos, al contrario que la moral hoy dominante. Tal ética requiere la porción de entrega que ha impulsado a los mejores médicos de todos los tiempos, gracias a su espíritu humanista, a prestar servicios ejemplares. Aunque una sociedad pueda caer en auténticos abismos de vileza, los hombres virtuosos seguirán siendo siempre los guías que nos muestran el camino para recuperar la sensibilidad moral; así, los médicos virtuosos son el norte que señala el camino para recuperar una moral digna de fe para toda la profesión médica" [13] .

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Notas:

[1] Der Umgang mit dem Leben. Fortpflanzungsmedizin und Recht. Der Bundesminister der Justiz informiert. Ed.: Der Bundesminister der Justiz, Referat für Presse- und Öffentlichkeitsarbeit, Bonn, 1987.

[2] Deutsches Ärzteblatt, 10.I.1994.

[3] Rheinisches Ärzteblatt, 15.X.1994.

[4] S. Kathpress, 17.XI.1999.

[5] A.W. Müller (1997) Tötung auf Verlangen. Wohltat oder Untat?, Stuttgart, pp. 76-85.

[6] Vid. un análisis de las tres posturas en H. Thomas (1993) "Sind Handeln und Unterlassen unterschiedlich legitimiert?”, Ethik in der Medizin (Springer Verlag), nº 5, pp. 70-82.

[7] Acerca del disenso ético en medicina reproductiva y de la controversia sobre la legislación alemana relativa a la defensa del embrión humano, vid. H. Thomas (1990/91) "Ethik und Pluralismus finden keinen Reim. Die Ethikdiskussion um Reproduktionsmedizin, Embryonenforschung und Gentherapie", Scheidewege, Jahrgang 20, pp. 121-140. N.T.: hay traducción castellana en Persona y Bioética (Universidad de La Sabana, Colombia), II:6, febrero-mayo 1999, pp. 90-112.

[8] Vid. H. Thomas (1998) "Das Frankfurter Oberlandesgericht unterspült keinen Damm", Zeitschrift für Lebensrecht, 2, pp. 22-26.

[9] Tom L. Beauchamp - James F. Childress (1989) Principles of Biomedical Ethics, New York, Oxford University Press.

[10] Vid. Edmund D. Pellegrino (1989) "Der tugendhafte Arzt und die Ethik der Medizin", en H.-M. Sass (ed.) Medizin und Ethik, Stuttgart, Reclam, p. 42.

[11] A. McIntyre (1987) Der Verlust der Tugend, Frankfurt/New York, Campus; apud Pellegrino, p. 42 (nota 10).

[12] Pellegrino, p. 65 (nota 10).

[13] Ibid., p. 64.

23 septiembre 2005

MATRIMONIO Y CUESTIÓN DE INCONSTITUCIONALIDAD

[La gente de la calle -al menos la que tiene un poco de mentalidad jurídica- se muestra a favor de que se recurra ante el Tribunal Constitucional (TC) la ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo. Entre otras cosas, para evitar en el futuro cualquier tipo de inseguridad jurídica. Ya son tres los jueces que han planteado cuestiones de inconstitucionalidad frente a esa ley. Y es el TC quien tiene la última palabra sobre los contenidos de la Constitución relativos a los derechos fundamentales de los españoles: por tanto, es indudable que incluye entre sus competencias valorar una ley tan cuestionada en la calle como la del matrimonio entre personas del mismo sexo. Y esto no tiene nada que ver con ser homófobo ó anfibio; ni es ninguna falta de comprensión con los homosexuales, ni con los alienígenas. Es otra cosa, aunque algunos se empeñen en enredar la madeja. Se trata de que perfile bien juridicamente lo que se llama matrimonio, que es algo muy importante para la sociedad y para el bien común. No se entiende que alguien -sea del partido que ahora gobierna o sea del principal partido de la oposición- muestre rechazo a que se presente el recurso ante el TC, salvo que pueda estar dominado, consciente o inconscientemente, por uno de estos dos temores (o por los dos): a) porque tenga miedo a que la sentencia diga que la ley es inconstitucional (y sus consecuencias); ó b) porque tenga miedo a la posible reacción del lobby de gay-lesbianas por el mero hecho de que alguien ejerza la libertad de presentar el recurso ante el TC.
Ante esta cuestión de si se debe presentar o no el recurso ante el TC, aporta interesantes argumentos jurídicos un reciente artículo de Rafael Navarro-Valls, Catedrático de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Dice entre otras cosas: "Varias sentencias del Tribunal Constitucional cuya síntesis es que es legítimo plantear la cuestión de inconstitucionalidad en todos aquellos casos en que deba aplicarse una ley en el curso de unas actuaciones, sea cual sea su naturaleza y forma de desarrollo, siempre que los órganos judiciales ejerzan un poder de decisión. Lo cual se da, en mi opinión, en los expedientes previos a la autorización de matrimonio civil." Además de buena doctrina jurídica, parece de sentido común y la gente no es tonta. Por eso la gente quiere que se plantee cuanto antes el recurso al TC: para que el alto Tribunal dictamine si esa ley es conforme a nuestra Constitución, o bien es inconstitucional... Y eso, con las consecuencias que se deriven de la sentencia. Publicado en Alfa y Omega (15-IX-2005)]

#211 Hogar Categoria-Matrimonio y Familia

por Rafael Navarro-Valls, catedrático de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid
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El matrimonio entre personas del mismo sexo está produciendo reacciones en cadena en los medios jurídicos. Primero, fueron los dictámenes adversos del Consejo de Estado, Consejo del Poder Judicial y Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Después, el debate se trasladó a civilistas, constitucionalistas, administrativistas y canonistas. Promulgada ya la ley que ampara estos matrimonios, durante este mes de agosto, tres jueces (en las localidades de Denia, Telde y Burgos) han planteado cuestiones de inconstitucionalidad frente a la ley 13/2005 de 1 de julio, por la que se modifica el Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio.

Ante estas posiciones, el Ministerio de Justicia –a través de la Dirección General de los Registros– reaccionó con una Instrucción, enviada a los jueces, en la que niega que los encargados del Registro Civil puedan plantear en un expediente matrimonial la cuestión de inconstitucionalidad. Según este órgano, los encargados del Registro Civil, sean jueces o sus delegados o cónsules, «no actúan en tanto que tales como órganos judiciales, sino como órganos registrales». A su vez, el magistrado excedente señor Gómez de Liaño, en un artículo publicado recientemente en el diario El Mundo (16 de agosto de 2005), se ha adherido a esta postura, refiriéndose a una sentencia del Tribunal Constitucional (la 56/1990 de 29 de marzo) en la que incidentalmente se alude a que los jueces encargados del Registro Civil, en esta concreta competencia, «no actúan como órganos jurisdiccionales, sino como registradores».
Permítaseme que intervenga de nuevo en el debate, aclarando algunos aspectos de la cuestión que, creo, no han sido tenidos en cuenta por los protagonistas de estos últimos posicionamientos. Lamento que el razonamiento haya de discurrir por cauces estrictamente jurídicos, tan áridos para el lector, aunque procuraré ser claro sin lesionar la justicia.

Hace un tiempo, tuve ocasión de traer a colación varias sentencias del Tribunal Constitucional cuya síntesis es que es legítimo plantear la cuestión de inconstitucionalidad en todos aquellos casos en que deba aplicarse una ley en el curso de unas actuaciones, sea cual sea su naturaleza y forma de desarrollo, siempre que los órganos judiciales ejerzan un poder de decisión. Lo cual se da, en mi opinión, en los expedientes previos a la autorización de matrimonio civil. Ahora añadiré, frente a la posición antes reseñadas, que sus argumentaciones –dicho sea con todos los respetos– constituyen un laudable ejercicio de retórica jurídica, aunque carentes de esencia constructiva. Efectivamente, ni una ni otro explican qué ha entenderse por función registral, ni definen su sustrato jurídico. Tampoco determina la naturaleza jurídica de la actividad del registrador o del encargado del Registro. Bien al contrario, parece como si la misma diese por sabido tales extremos, como si éstos fuesen de notorio o público conocimiento, postura que contrasta, desde luego, con el profundo debate doctrinal existente al respecto desde hace décadas. Por eso, asegurar que el Juez Encargado del Registro Civil, cuando interviene como tal, no actúa como órgano jurisdiccional, puede ser práctica un poco aventurada.


Inseguridad jurídica

Como es sabido, para que la doctrina consignada en una sentencia del Tribunal Constitucional pueda ser invocada como jurisprudencia, se requiere que la misma se establezca al interpretar la Constitución; que tal doctrina se haya utilizado como razón básica para adoptar la decisión; y, por último, que exista identidad entre los casos decididos por las sentencias. En el supuesto que nos ocupa, el caso contemplado en la sentencia invocada de 1990 (que se refiere a un debate jurisdiccional entre el Estado y varias Comunidades Autónomas, en relación con las competencias que cada uno ha de asumir en la organización de Juzgados y Tribunales) poco tiene que ver con la cuestión acerca de procedibilidad jurídica de plantear una Cuestión de Inconstitucionalidad cuya génesis tiene por contexto un expediente matrimonial. Su alegación como criterio jurisprudencial, por consiguiente, no parece adecuada. Otro dato que alimenta la conclusión precedente reside en la específica forma que adopta la resolución de conclusión del expediente matrimonial que precede a la celebración de todo matrimonio civil: el Auto. A este respecto, el artículo 245.1.b) de la Ley Orgánica del Poder Judicial establece que «las resoluciones de los jueces y tribunales que tengan carácter jurisdiccional se denominarán: (…) b) Autos, cuando decidan recursos contra providencias, cuestiones incidentales, presupuestos procesales, nulidad del procedimiento, o cuando, a tenor de las Leyes de Enjuiciamiento, deban revestir esta forma». Añadiendo el artículo 248.2 que «los autos serán siempre fundados y contendrán en párrafos separados y numerados los hechos y los razonamientos jurídicos y, por último, la parte dispositiva. Serán firmados por el juez, magistrado o magistrados que los dicten». De este modo, si la LOPJ califica al Auto como una resolución de carácter jurisdiccional, siendo así que por Auto se pone fin al expediente matrimonial, con facilidad se comprende que antes calificara de aventurada toda aserción que considere, taxativamente, no jurisdiccional la actuación del Juez Encargado del Registro Civil.

Lo contrario acaece con la doctrina sentada por el Tribunal Constitucional en el concreto extremo referido a las Cuestiones de Inconstitucionalidad. En efecto, las Sentencias 76/82, de 14 de diciembre; 54/83, de 21 de junio; 95/88, de 26 de mayo; 55/90, de 28 de marzo; y 186/90, de 15 de noviembre, entre otras, han refrendado el criterio de que la utilización de las palabras fallo y sentencia en el artículo 163 de la Constitución española y 35.2 de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional, respectivamente, no impide que los Autos, en cuanto resoluciones motivadas sobre cuestiones incidentales en el sentido más amplio de la expresión, u otras resoluciones judiciales, puedan dar lugar a una Cuestión de Inconstitucionalidad.

Lo que no cabe soslayar es que –como asevera la STC 76/92, de 14 de mayo (posterior, por tanto, a la tan reiterada STC 56/1990)–, si bien la Constitución ha condicionado la posibilidad de plantear la Cuestión de Inconstitucionalidad a la existencia de un proceso, sin embargo, el Principio de Seguridad Jurídica, la doble obligación de los jueces y tribunales de actuar sometidos a la Constitución española y a la Ley y, en definitiva, la propia ratio de este proceso constitucional impiden que pueda negarse al juez o tribunal, que ha de aplicar la Ley en sus actuaciones, la legitimación para plantear las dudas de constitucionalidad sobre una norma con rango de Ley al Tribunal Constitucional, único órgano competente para resolverlas. Por tanto, la Cuestión de Inconstitucionalidad podrá plantearse también con ocasión de aquellas actividades judiciales en las que, con independencia de que sean o no calificables estrictamente como un proceso, hayan de aplicar, con poderes decisorios y no de forma meramente automática, los preceptos legales cuya constitucionalidad puede suscitar dudas. Otra cosa llevaría a la grave conclusión de que, en tales casos, el órgano judicial se vería obligado a aplicar una ley que considera inconstitucional o de cuya constitucionalidad duda, originando un alto grado de inseguridad jurídica.

UNO DE CADA CUATRO ALUMNOS SUFRE ACOSO ESCOLAR

[El acoso escolar, que, como se sabe, recibe también el nombre de bullying (cfr. # 030), continúa siendo una amenaza real dentro de las aulas. Raro es el día en que no aparece alguna noticia en los medios de comunicación sobre este tipo de violencia en los colegios e institutos. No es exageración. Un dato de hace pocos días: la psicóloga Fuensanta Cerezo Ramírez, en la conferencia que dió el día 19 de septiembre en la I Jornada sobre la Violencia en la Enseñanza organizadas por el Colegio de Psicólogos de Madrid, afirmó, entre otras muchas cosas, que “los episodios de bullying se dan diariamente en más del 50% de los centros escolares”; comentó también la indudable influencia negativa de ciertos programas de televisión y de otros sistemas de entretenimiento. Podemos pensar, por ejemplo, en la incidencia que evidentemente tienen los videojuegos ultraviolentos (cfr. #205).
En el artículo que ahora publicamos se hace referencia a un estudio elaborado por el Instituto de Innovación Educativa y Desarrollo Directivo a partir de 5000 encuestas realizadas en 222 aulas (Primaria, ESO y Bachiller) de centros públicos y privados de la Comunidad de Madrid. Los expertos que lo han realizado son Iñaki Piñuel, especialista en acoso pisológico y director de los Estudios Cisneros, y Araceli Oñate, responsable del trabajo. Reproducido de ABC (Madrid) (19-IX-2005).]

#210 Educare Categoria-Educacion

por Iñaki Piñuel y Araceli Oñate

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El 24 por ciento de los alumnos de entre 7 y 18 años se encuentran en una situación técnica de acoso escolar, un porcentaje que se dispara por encima del 40% en el caso de los alumnos de segundo, tercero y cuarto de Primaria, es decir, niños de 7, 8 y 9 años.

Así se desprende del informe sobre violencia y acoso escolar en alumnos de Primaria, ESO y Bachiller elaborado por el Instituto de Innovación Educativa y Desarrollo Directivo. Iñaki Piñuel, experto en acoso pisológico y director de los Estudios Cisneros, y Araceli Oñate, responsable del trabajo, han presentado hoy en Madrid los resultados de este informe, realizado a partir de 5.000 encuestas en 222 aulas de centros públicos y privados de la Comunidad de Madrid.

El estudio ofrece una clara diferenciación en las tasas de acoso escolar según el sexo y la edad de los niños. De él se desprende que ellos sufren mayores tasas de acoso -un 26,8% frente al 21,1% de las niñas- y también que la posibilidad de ser acosado es mayor cuanto menor es la víctima.

En este sentido, el informe recoge la relación inversamente proporcional entre la edad del niño y la tasa de acoso. Así, la tasa de acoso entre los niños de 7 años es 7 veces superior a la tasa de acoso de los mayores -43% frente a 6%-. También existen diferencias en el tipo de acoso que reciben niños o niñas. En los varones es más frecuente el empleo de motes, pegar collejas o patadas, reírse cuando se equivoca, empujarles o amenazarles. La conducta que más se emplea hacia las niñas es meterse con ellas para hacerlas llorar o aislarlas para que no jueguen con ellas.

Según explicó Iñaki Piñuel, el acoso que reciben los niños es más físico y menos verbal, predominando el patrón de la intimidación. Sin embargo, el acoso que reciben ellas se centra en lo verbal y en reducir socialmente a la niña. La más grave de las consecuencias de estas situaciones de acoso, advirtió Piñuel, es el síndrome de estrés postraumático, una situación que suele ser más frecuente en las niñas y que padecen un tercio de los acosados. Este síndrome provoca síntomas como no querer ir al colegio, llanto incontrolable o pesadillas y miedos en el que se recuerda la violencia sufrida.

Otros efectos se refieren al riesgo de suicidio, que aparece en el 15% de los niños acosados, o los cuadros de depresión y somatización con aparición de temblores, dolores de cabeza, náuseas, vómitos, trastornos del apetito o bloqueos. Además, muchas de las víctimas presentan una disminución de la autoestima como consecuencia de la situación de acoso, una imagen negativa de sí mismos y síntomas de indefensión.

ACOSO CONTINUADO

Uno de los datos que más preocupa a los autores del informe ha sido la constatación de que muchas de las víctimas llevan tiempo sufriendo acoso. Un 22% dice que desde hace meses; un 24% que durante todo el curso y un 16% señala que siempre se ha sentido acosado. Esta realidad, aseveró Piñuel, pone de manifiesto que los casos de acoso escolar no se están atajando a tiempo. "Es un problema sobre el que no se está interviniendo y que se banaliza", denunció. "La violencia", añadió, "se puede y debe medir".

En este sentido, el director de Estudios Cisneros presentó el "test Cisneros", una herramienta que permite medir la violencia que sufre un menor en el ámbito escolar y que se ha puesto a disposición de todos los agentes implicados en la educación de los niños.

NO HAY PERFIL DE VÍCTIMA

En la presentación del informe, los autores del mismo incidieron también en la necesidad de desterrar falsos mitos que existen sobre el acoso escolar y la predisposición de un menor a ser víctima. Sobre esta cuestión, advirtireron que "cualquier niño puede ser objeto de acoso", desmintiendo la creencia de que niños con baja autoestima o que no se relacionan tienen más posibilidades de convertirse en acosados. "Hay que romper el mito de que los niños acosados son distintos y poner el foco en los acosadores", añadió Araceli Oñate, directora del estudio.

Entre todos estas cifras de violencia el documento recoge un dato "esperanzador": el hecho de que un 25% de los que presencian la violencia la paran o la impiden. Según los expertos, la mejor forma de atajar el acoso en las escuelas es trabajando en el grupo y haciendo que sean ellos mismos los que aprendan protocolos de buen trato y rechacen cualquier forma de acoso a otro alumno. También hay que intervenir en la actitud de adoptan los adultos cuando un niño asegura ser acosado por sus compañeros. Lo correcto sería ofrecer el apoyo incondicional al menor y dejarle claro que él no es culpable de lo que le ocurre.

Según los expertos, son cinco los mensajes incorrectos que los adultos lanzan a un menor víctima de acoso. Trivializar el hecho -"no hagas caso", "será una broma"-; negarlo -"eres un exagerado"-; compararse -"eso también me ha pasado a mí", "le pasa a todo el mundo"-; creer que es necesario aprender esas conductas -"eso te hará más fuerte"-, o animarle a defenderse. "Todos esos mensajes tóxicos dejarán al niño desarmado, más aún si vienen de sus propios padres", advirtieron. Por último, sobre la incidencia para acosados y acosadores de esas conductas de cara al futuro, advirtieron de que muchas de esas conductas se repetirán en el futuro en los distintos ámbitos de trabajo y familia si no son tratados. "El 60% de los acosadores", concluyó Piñuel, cometerá un delito antes de los 24 años".

21 septiembre 2005

UNA ESTRATEGIA BASADA EN VALORES, CLAVE PARA ACERCAR LAS ELITES POLÍTICAS A LA CIUDADANÍA

[Publicamos una reflexión sobre una pregunta que preocupa cada vez más a los expertos en comunicación de los partidos políticos y de las instituciones sociales: ¿Por qué los dirigentes o líderes sociales de cualquier orden convencen cada vez menos? La autora de este artículo, después de afirmar que cada uno tendrá su propia opinión al respecto, aporta su interesante diagnóstico sobre esta importante cuestión: ...consiste en que no aciertan con lo que realmente importa; tienden a defender intereses o gustos cuando lo que realmente le importa al ciudadano son los valores. Va desgranando sus opiniones y argumentos y concluye con un párrafo jugoso que debería hacer pensar a muchos finos estrategas que, en el fondo, no tienen nada que aportar al sufrido ciudadano que ha depositado en ellos su confianza y, sobre todo, su valioso voto: A mi modo de entender, antes que la estrategia va el contenido, un contenido fundamentado en los valores que realmente definen una cultura e importan a los ciudadanos. Sólo así se acierta en la forma de comunicarlos, sólo así se acierta en la forma de persuadir. Sólo así se tiene la garantía de que persuadir no es mentir. Publicado en El Correo (14-VIII-2005).]

#209 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por
María Teresa La Porte, Decana de la Fac. de Comunicación de la Univ. de Navarra
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En estos últimos meses, algunos acontecimientos políticos como los resultados de las elecciones presidenciales americanas o los referendos sobre la Constitución europea han puesto de manifiesto que las estrategias y tácticas de comunicación no resultan suficientes por muy sofisticadas que se diseñen. Algo falla en los propios contenidos del mensaje.

Que las elites políticas no están consiguiendo conectar con su público es evidente. La distancia que las separa de la ciudadanía se ha convertido en una explicación tópica para describir la crisis que atraviesan las instituciones europeas, y lo mismo comienza a sucederle a Bush con el descenso del respaldo a su acción en Irak, por citar dos ejemplos.

¿Dónde se origina esta distancia? ¿Por qué los dirigentes o líderes sociales de cualquier orden convencen cada vez menos? Cada uno tiene su propio diagnóstico. El mío consiste en que no aciertan con lo que realmente importa; tienden a defender intereses o gustos cuando lo que realmente le importa al ciudadano son los valores.

El interés, tal como lo define el diccionario de la Real Academia española en su primera acepción, supone "provecho, utilidad, ganancia", es decir, un beneficio habitualmente material y a corto plazo: bajar impuestos, flexibilizar la contratación laboral, mejorar las vías de comunicación o abaratar la entrada de los museos.

El valor, por el contrario, comporta una manera de ser o de obrar que una colectividad juzga ideal y que hace deseables o estimables a los seres o a las conductas que representan ese valor. La convivencia pacífica, la protección de los niños, el cuidado de enfermos y ancianos o el derecho a la libre expresión constituyen objetivos a largo plazo que procuran un beneficio en el ser del ciudadano y no solamente en el tener. Objetivos, por tanto, que garantizan una ganancia a largo plazo.

La satisfacción de los intereses contribuye indudablemente a mejorar la calidad de la vida; pero únicamente la defensa de los valores garantiza la dignidad de la persona.

Muchos políticos estarían dispuestos a admitir la importancia de tenerlos en cuenta. Y de hecho, la tolerancia hacia otras creencias y formas de ver precede a todo discurso público. No obstante, el respeto solo no resulta suficiente. Hay que dar un paso más. El comunicador actual no se puede limitar a no ofender: tiene que persuadir, para lo que necesita conocer en profundidad la cultura o culturas a las que se dirige y saber qué valores importan en cada momento. En definitiva, debe buscar la resonancia cultural.

Ésta no consiste simplemente en presentar un mensaje en unas coordenadas entendibles o atractivas para la audiencia, ni tampoco enmarcar la idea en un contexto determinado. Se trata de invocar las verdades más profundas, apelar a los principios más fundamentales de una cultura, a las formas de entender el mundo más propias. Y se encuentra conectado muy estrechamente con la tradición.

A mi modo de entender, antes que la estrategia va el contenido, un contenido fundamentado en los valores que realmente definen una cultura e importan a los ciudadanos. Sólo así se acierta en la forma de comunicarlos, sólo así se acierta en la forma de persuadir. Sólo así se tiene la garantía de que persuadir no es mentir.