29 diciembre 2004

UN POLÉMICO DICTAMEN

[Otro interesante texto en relación con el dictamen del Consejo de Estado sobre el anteproyecto de ley que pretende equiparar la unión entre homosexuales al matrimonio auténtico (vid. también #093). El autor del artículo -catedrático y académico, Secretario General de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación- dice que ha calificado de “polémico” al dictamen "no ciertamente por el debate habido en el seno del Consejo, que concluyó con la unanimidad de los consejeros. Más bien me refiero a sus repercusiones en el contexto político. En esta esfera conviene insistir en lo que observaba Savigny: hay que andarse con un cuidado extremo cuando aplicamos el bisturí a nuestras instituciones jurídicas, porque muy fácilmente podríamos atacar en carne viva, y contraer de esta suerte la más grave responsabilidad para el porvenir." Publicado en El Mundo (28-XII-2004)].

#096 ::Hogar Categoria-Matrimonio y Familia

por Rafael Navarro-Valls

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Niceto Alcalá Zamora solía calificar el Consejo de Estado de “escuela de buena Administración y observatorio de la mala “. Efectivamente, el Consejo de Estado reúne a juristas de alta calidad profesional , siendo su cuerpo de letrados uno de los más respetados en los ambientes jurídicos. Por otra parte, sus informes y dictámenes han contribuido – y siguen contribuyendo- a enderezar algunos planteamientos de la Administración pública, inicialmente desenfocados, que hubieran acarreado perjuicios de entidad, tanto a la propia Administración como a los administrados.

De ahí la prudencia del Gobierno al remitir a este organismo el expediente relativo al anteproyecto de Ley por la que se modifica el Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio, permitiéndolo entre personas del mismo sexo. No hay que olvidar que la consulta se ha recabado al amparo de lo dispuesto en el artículo 24.1 de la Ley Orgánica 3/1980, de 22 de abril, del Consejo de Estado, de acuerdo con el cual este órgano consultivo puede ser oído en cualquier asunto en que, sin ser obligatoria la consulta, ésta se estime conveniente por el Presidente del Gobierno o cualquier Ministro. Y ha sido al amparo de esa norma por la que el Consejo ha emitido su dictamen de 16 de diciembre. Su análisis, hasta ahora, se ha hecho con la disculpable precipitación que supone realizarlo sobre resúmenes filtrados de un texto amplio de 51 páginas. Por otra parte, la vertiente política del tema, inevitablemente ha llevado a declaraciones, de uno u otro signo, que sin ser totalmente erróneas, alteraban parte de la verdad. Permítaseme, con el texto en la mano, hacer algunas reflexiones jurídicas.

Ante todo, conviene corregir dos afirmaciones que, desde uno u otro sector, se han escuchado. Es la primera la de que el Consejo de Estado entiende que la Constitución “ampara el matrimonio entre homosexuales”. Es la segunda, la que viene a decir que el Consejo de Estado “descalifica la concesión de efectos a las uniones homosexuales”. En realidad, ni la una ni la otra conclusión sería acertada a la luz del análisis global del dictamen. A lo largo de todo él no se dice expresamente que “sea constitucional” integrar la unión homosexual en el matrimonio. Más bien lo que se dice es que la Constitución permite la extensión” a las parejas homosexuales de los derechos y deberes propios del matrimonio”, y que la “regulación de un nuevo modelo de convivencia en pareja entre personas del mismo sexo, encuentra un sólido apoyo en diferentes instancias de Europa“ (Tribunal Europeo de Derechos Humanos, Parlamento Europeo). Sin embargo, se reitera que esas instancias europeas lo que propugnan no “es directamente la apertura de la institución matrimonial a parejas del mismo sexo, sino la regulación de otros modelos de pareja junto al matrimonio”.

Cuando se aborda directamente la Constitución española, la conclusión del Consejo es aún más nítida, al advertir las implicaciones de orden constitucional que tiene el Anteproyecto. Para el Consejo de Estado, “la Constitución española – y en concreto sus artículos 32, 14 y 10.1- no genera un derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo, aunque amparan el reconocimiento entre ellas de efectos jurídicos a la unión estable “more uxorio”. El art. 32 sólo garantiza el derecho fundamental a contraer matrimonio a personas de distinto sexo, si bien ello no impide que el legislador pueda regular otros modelos de convivencia en pareja entre personas del mismo sexo, y les atribuya análogos derechos a los previstos en distintos ámbitos al matrimonio”. Incidentalmente añadiré que causa sorpresa que el Gobierno, teniendo en cuenta estas implicaciones, no haya enviado el Proyecto de Ley al Consejo General del Poder judicial para su informe, trámite que es preceptivo cuando se regulan aspectos referidos a los derechos fundamentales de las personas.

Lo que el Consejo de Estado afirma –en lo esencial, siguiendo al Tribunal Constitucional- es: 1) Existe un derecho constitucional al matrimonio entre hombre y mujer; 2) No existe un derecho constitucional a la unión de personas del mismo sexo; 3 ) Cabe una extensión de efectos matrimoniales a las uniones homosexuales; 4) No es discriminatorio dejar de regular un matrimonio entre personas del mismo sexo, ni desde la perspectiva de la Constitución ni desde la de las Declaraciones Internacionales de Derechos. Da la impresión, de que el problema de la posible constitucionalidad o no del Proyecto de ley lo deja en suspenso el Consejo hasta el previsible recurso ante el Tribunal Constitucional, que es quien deberá estudiar la cuestión en su momento. Desde luego, lo que no hace es otorgar un plus de constitucionalidad al matrimonio entre personas del mismo sexo.

Ciertamente, el Consejo de Estado no es la “voz jurídica de Dios en la Tierra”, pero no sería prudente, por su carácter simplemente consultivo, desconocer sus razonamientos de legalidad y, sobre todo, los aspectos de oportunidad y conveniencia que también contiene el dictamen. En este sentido, el Consejo aborda la cuestión de si la concreta opción adoptada en el Anteproyecto ( la regulación de un matrimonio entre personas del mismo sexo) es indispensable para el logro de los objetivos que éste se propone. Su contestación es negativa. Teniendo en cuenta que la acción de todo legislador debe ser proporcionada a los objetivos perseguidos- lo que exige ponderar los bienes, derechos o valores en juego – el Consejo de Estado llega a la conclusión de que el Anteproyecto produce el efecto de crear un “ riesgo de afectación de la garantía institucional del matrimonio” . ¿Qué significa esto. Desde mi punto de vista implica el temor fundado de que, tal garantía institucional del matrimonio, llegue a peligrar si se entiende que la discrecionalidad legislativa puede extenderse hasta el extremo de alterar la nota de heterosexualidad del matrimonio, sin respetar ese contenido mínimo esencial que lo haga jurídicamente reconocible.

Sobre este aspecto había ya hablado la doctrina jurídica española. En concreto, Luis Díez-Picazo, una de las cabezas jurídicas más poderosas del panorama jurídico español y antiguo magistrado del Tribunal Constitucional, sostiene que tanto en el artículo 12 del Convenio Europeo de Derechos Humanos como el art. 32 de la Constitución española se presta una garantía institucional a una institución muy concreta que es el matrimonio heterosexual, tendencialmente orientada a la procreación. Otras uniones sin carácter procreativo tendrán carácter asociativo, pero estrictamente no pertenecen a la órbita del Derecho de familia. Por su parte, Rodrigo Bercovitz, catedrático de Derecho Civil en la Autónoma de Madrid, recuerda que el actual marco constitucional, en su interpretación lógica y finalista, excluye del matrimonio a las uniones homosexuales, lo que supone que, para cambiar este hecho, “sería necesario una previa reforma constitucional y no solo la del art.44 del Código Civil”. Por otra parte, la mejor doctrina civilista (Albaladejo, Gullón etc.) entienden que el constituyente de 1978, al abordar en su art. 32 el derecho del hombre y la mujer para contraer matrimonio, no tuvo que introducir en ese precepto concreciones del tipo “entre sí”, «porque lo da por supuesto».

Tal vez por eso, el Consejo de Estado concluye que “la garantía institucional impide alterar la institución matrimonial más allá de lo que su propia naturaleza tolera”. Lo que viene a decir es que, si las instituciones (entre ellas el matrimonio) pueden ser adaptadas al espíritu de los tiempos, esta adecuación no puede hacerse en términos que las hagan irreconocibles por la conciencia social de cada tiempo y lugar. Así ocurriría si se optara por reconocer “ un derecho al matrimonio “ de las parejas homosexuales. Con ello- añade el Consejo- se “forzarían los principios articuladores del matrimonio, de acuerdo con la concepción de éste que actualmente impera tanto en España como en Europa”. Piénsese, en esta línea, que el último censo realizado en España ( con datos sujetos al secreto estadístico) revela (Instituto Nacional de Estadística, datos hechos públicos en agosto de 2004) que las parejas homosexuales que conviven y se han censado suman 10.474 del total de 9.563.723 parejas, es decir, el 0.11% del total de las censadas en España. No parece que la demanda de un hipotético y futuro “matrimonio homosexual” sea de tal entidad que merezca la desproporcionada reacción legal de alterar el rasgo más significativo del matrimonio en toda su historia. De ahí que el Consejo de Estado concluya que, desde la perspectiva de esta garantía institucional, es un “contrasentido “ afirmar que “para fortalecer la protección de los homosexuales deban ser incorporados a la garantía del art. 32 (de la Constitución) . Si el contenido de esa garantía queda en manos del legislador, la Constitución no ofrece garantía alguna; si por el contrario , hay protección constitucional, el legislador tiene límites y no puede, por tanto, disponer libremente de la institución garantizada por la Norma Fundamental “.

Ocurre, me parece, con la heterosexualidad del matrimonio algo parecido a lo que sucede con su nota de monogamia. Cuando el Tribunal Supremo de EE.UU. puso como condición para la integración en la Unión a los mormones de Utah la aceptación de la monogamia matrimonial, no aceptó el argumento de que “el Estado no debe inmiscuirse en las preferencias sexuales de sus ciudadanos”. Al contrario, el Tribunal Supremo entendió que la monogamia pertenece a los rasgos identificativos de la unión matrimonial en el Derecho europeo-americano. De ahí que la Iglesia mormona aceptara renunciar al matrimonio poligámico, plegándose al razonamiento del Tribunal en el caso Reynolds. Como se lee en la sentencia: “el Congreso carece de poder legislativo sobre las simples opiniones, pero es libre para regular actos jurídicos que supongan …principios en los que se fundamenta el gobierno de los pueblos”. La heterosexualidad del matrimonio es uno de estos principios. Lo cual no significa que no puedan concederse ciertos efectos a las uniones homosexuales (siempre, sin encuadrarlas en el matrimonio), al modo en que la Hacienda británica estudia conceder ciertas ventajas fiscales para polígamos, pero sin autorizar la legalidad de los matrimonios múltiples. Se produce una extensión de efectos, pero no una confusión de instituciones.

El dictamen del Consejo de Estado al que se refiere este artículo lo he calificado de “polémico”. No ciertamente por el debate habido en el seno del Consejo, que concluyó con la unanimidad de los consejeros. Más bien me refiero a sus repercusiones en el contexto político. En esta esfera conviene insistir en lo que observaba Savigny: hay que andarse con un cuidado extremo cuando aplicamos el bisturí a nuestras instituciones jurídicas, porque muy fácilmente podríamos atacar en carne viva, y contraer de esta suerte la más grave responsabilidad para el porvenir.

LOS NUEVOS INOCENTES

[En este texto se dicen las cosas con mucha claridad y sin ánimo de enredarse en polémicas, como expresamente se indica ya en el primer párrafo. Lo que interesa es buscar serenamente la verdad y discernir entre una investigación científica respetuosa con la dignidad del ser humano, de otras experiencias menos legítimas y quizá movidas por fines poco rectos que no se declaran... Hay que tener muy presente -aunque algunos pretendan que lo olvidemos- que para investigar con las células madre embrionarias, antes hay que matar al embrión, que es un verdadero ser humano. Y surgen preguntas -que se incluyen en este artículo- que toda persona se plantea en el interior de su conciencia: ¿Es lícito destruir, matar, a un ser humano para curar a otro? ¿Qué medicina es ésa que mata antes de curar? ¿Qué clase de humanidad es ésa que mata a unos para favorecer a otros? (...) Por otra parte, los científicos saben que las células madre embrionarias, hoy por hoy, no sirven para curar, porque son células demasiado abiertas que resultan incontrolables y pueden terminar provocando procesos cancerosos. En cambio, en el mundo científico se sabe también que las células madre presentes en los tejidos de los adultos son más fácilmente manejables y han demostrado ya su capacidad curativa en diversos tejidos humanos dañados o degenerados, porque para eso precisamente están en el organismo. Entonces por qué el empeño en legitimar la investigación con células embrionarias? ¿No será por defender el negocio de la fecundación in vitro, origen de esos “embriones sobrantes” cuya existencia se quiere justificar aprovechándolos para ser material de investigación? Publicado en El Diario de Navarra (28-XII-2004, día de los Santos Inocentes)]


#095
::Vita Categoria-Eutanasia y Aborto

por Mons. Fernando Sebastian, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

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Hace ya algunas semanas, el Gobierno autorizó la investigación con células madre procedentes de embriones humanos mediante un decreto ley que concreta las condiciones para el acceso de los investigadores a estas células. No hay ninguna referencia a la cuestión clave de si se respetará o no la ley que prohíbe la utilización de embriones vivos para la investigación Cuando desde la Iglesia hemos denunciado la inmoralidad de esta práctica nos han dicho oscurantistas, enemigos de la ciencia e insensibles ante los sufrimientos de muchos enfermos. No se trata de enredarse en polémicas descalificadoras, sino de buscar serenamente la verdad de las cosas analizando datos y presentando argumentos. Lo que los cristianos pedimos es que se discierna entre una investigación respetuosa con la dignidad del ser humano y otras posibles actuaciones precipitadas o interesadas.

Resulta que como consecuencia de la fecundación asistida los centros dedicados a estas prácticas tienen un depósito de embriones congelados (40, 50 ó 60.000, nadie lo sabe) con los que no se sabe qué hacer. Sus padres ya no los quieren, no hay mujeres o matrimonios que puedan adoptar tal número de embriones, matarlos directamente parece demasiado cruel. Entonces se encuentra la fórmula de decir “vamos a utilizarlos para investigar con el fin de curar enfermedades degenerativas con las células madre de estos embriones”. Y así se presenta la cuestión de una manera verdaderamente engañosa, ¿quién puede negarse a aprovechar esos embriones sobrantes para conseguir nuevas posibilidades y técnicas de curación?

Evidentemente, sería todavía más grave la producción de embriones humanos por clonación para utilizarlos directamente como material de investigación.

Pero se callan datos importantes. Primero, que para investigar con las células madre embrionarias, antes hay que matar al embrión que es un verdadero ser humano. Y aquí es dónde surge la pregunta ética ¿Es lícito destruir, matar, a un ser humano para curar a otro? ¿Qué medicina es ésa que mata antes de curar? ¿Qué clase de humanidad es ésa que mata a unos para favorecer a otros? Los controles, las precauciones, los reglamentos no eliminan la cuestión fundamental. Por otra parte, los científicos saben que las células madre embrionarias, hoy por hoy, no sirven para curar, porque son células demasiado abiertas que resultan incontrolables y pueden terminar provocando procesos cancerosos. En cambio, en el mundo científico se sabe también que las células madre presentes en los tejidos de los adultos son más fácilmente manejables y han demostrado ya su capacidad curativa en diversos tejidos humanos dañados o degenerados, porque para eso precisamente están en el organismo. Entonces por qué el empeño en legitimar la investigación con células embrionarias? ¿No será por defender el negocio de la fecundación in vitro, origen de esos “embriones sobrantes” cuya existencia se quiere justificar aprovechándolos para ser material de investigación?

Tengo la impresión de que en España se están produciendo procesos profundos de conciencia bastante alarmantes. En muchos ambientes se tiene la convicción de que para entrar en el mundo de la modernidad, hay que distanciarse de lo que diga la Iglesia, ir en contra de los dictámenes de la moral cristiana y de la moral natural. Muchas personas han asimilado la idea de que el progreso consiste en atreverse a todo lo que nos venga bien sin pararnos a pensar si es lícito o no. Según esta manera de pensar, lo natural, lo justo, lo lícito, en cada momento, es lo que nos conviene, lo que el gobierno y los legisladores creen que pide la opinión pública, o lo que a ellos les resulta más conveniente en relación con sus intereses políticos.

Ante semejante situación, los católicos necesitamos aclarar nuestras ideas. Nosotros afirmamos que la voluntad sabia y buena de Dios funda el bien y el mal de las cosas. Por eso nuestra vida se enriquece de verdad únicamente cuando actuamos en conformidad con su sabiduría y su amor. Creemos también que nuestra capacidad natural de conocer el bien y el mal está iluminada y fortalecida por la revelación de Dios, el mensaje de Cristo y la enseñanzas de la Iglesia. Este es el camino de progreso que Dios nos ofrece a todos los hombres. La fe no es una fuente de conocimiento divergente o contraria a la razón humana. La fe libera, purifica y fortalece la razón para conocer mejor la naturaleza y las conveniencias de la existencia humana. Por eso lo que nosotros consideramos como bueno y verdadero lo podemos proponer a los demás como algo razonable, comprensible, aceptable y bueno para todos los hombres. Cerrarse voluntariamente a esta iluminación interior es una rebeldía pecaminosa y destructiva.

A los no católicos no les imponemos nada, ni podríamos hacerlo, simplemente les invitamos a considerar la racionabilidad y la humanidad de lo que nosotros vemos y creemos con la ayuda de la fe. Tenemos pleno derecho a hacerlo, como cada uno tiene derecho a exponer respetuosamente sus propios puntos de vista. Y tenemos obligación de hacerlo sin vulnerar para nada las exigencias de la no confesionalidad. ¿Acaso defender el derecho a vivir de unos pobres seres humanos indefensos puede atentar contra las libertades democráticas? La democracia se edifica sobre el respeto a los derechos de todos, nunca sobre la muerte de unos para el provecho de otros.

El remedio sincero a esta situación sería prescindir de la fecundación asistida, o por lo menos hacerla de tal manera que no quedaran embriones sobrantes, es decir, que no quedaran hijos sobrantes, guardados en el congelador y al final dedicados a la muerte. Sin embargo, los centros de reproducción asistida tienen otras pretensiones y tratan de ampliar la aplicación de la fecundación in vitro a padres fértiles y fecundos, con el fin de obtener un hijo con características seleccionadas, por si alguna vez es necesario utilizar sus células a favor de alguno de sus hermanos. Algo peor que la esclavitud.

Es decisivo para el futuro de nuestra sociedad que los españoles comprendamos que la vida política y la actividad científica tienen que estar sometidas a una norma moral objetiva socialmente compartida y respetada. No basta con apelar a la Constitución. Un texto legal, obra de hombres, no puede ser principio último del bien y del mal. El texto mismo de la Constitución responde a unos principios morales preexistentes. ¿Dónde apoyamos estos principios? Todas las sociedades, mediante el ejercicio de la razón, con la ayuda de sus tradiciones religiosas, han buscado una respuesta. Tocamos aquí la raíz de la identidad y de la consistencia espiritual de los pueblos. Algo suficientemente importante como para pensarlo serenamente.

EFECTOS PSÍQUICOS DEL ABORTO

[La autora de este artículo, que se ha dedicado durante más de tres décadas a la asistencia clínica psiquiátrica, dice que para una mujer, el destruir a su hijo es siempre un trauma, no sólo físico sino también psíquico. Y termina con un dicho sabio del profesor Willke: ‘‘Es más fácil sacar a un niño del útero de su madre que sacárselo de su pensamiento’’. Publicado en Deia (4-XII-2004).]

#094 ::Vita Categoria-Eutanasia y Aborto

por Carmen Gomez Lavin, médico-psiquiatra
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Hay una realidad social que está comenzando a preocupar en los medios sanitarios y es preciso darse cuenta y no cerrar los ojos. Es cada vez mayor el número de personas que acuden a los Centros de Salud Mental con trastornos a veces graves tras haberse sometido a un aborto voluntario.

Los últimos datos facilitados por el Ministerio de Sanidad señalan que fueron 77.125 el número de abortos realizados en España durante 2002 sin incluir los miles de abortos clandestinos.

En mi casuística, que ya va siendo numerosa porque llevo más de 30 años dedicada a la asistencia clínica psiquiátrica, no es extraño encontrarte con chicas con un cuadro clínico, que en Medicina suele llamarse síndrome post-aborto.

Viene a ser como un estrés postraumático que cursa con una serie de perturbaciones emocionales y psíquicas, y que pueden aparecer más o menos tempranamente tras el aborto.

Dicho síndrome ha sido estudiado -dada la evidencia de secuelas que produce- en diversos países: EE.UU., Canadá, Finlandia, Suiza, Inglaterra, etc., siendo cada vez más reconocido como entidad propia. Incluso es reconocida su existencia entre organismos internacionales que promueven el aborto, como puede ser la Federación de Planificación Familiar, el mayor promotor de abortos de EE.UU.

Es verdad que en España se necesita hacer con urgencia estudios epidemiológicos sólidos -algo ya se está haciendo-, pero las personas que estamos dedicadas a Salud Mental sabemos muy bien el trauma que siempre supone un aborto y las consecuencias más o menos tempranas que origina.

Es obvio que toda mujer que aborta queda profundamente afectada aunque no quiera o no pueda reconocerlo, y que esta afectación es mayor si tiene una cierta predisposición a la enfermedad mental.

No podemos cerrar los ojos ante lo que está sucediendo. Hoy más del 90% de las mujeres que abortan se acogen al supuesto "riesgo para la salud psíquica de la madre", bien dicho "supuesto", porque -como se sabe- dicho factor no suele ser cierto.

Un conocido psiquiatra, el profesor Frederik Ayd, señala cómo ningún tipo de enfermedad mental conocida puede curarse mediante un aborto. Es más, aquellas personas que tienen cierta predisposición personal o familiar a la enfermedad mental corren un riesgo mayor y es raro que no queden con un desequilibrio psíquico tras el aborto, entre otras cosas, por la tensión emocional que siempre produce. La misma OMS en celebración oficial dijo: "Las mujeres con alguna señal indicativa de trastorno emocional corren mayor riesgo de graves desajustes mentales tras el aborto, y más si tenían alguna enfermedad psiquiátrica previa" y sigue diciendo: "cuanto más serio sea el diagnóstico psiquiátrico, más perjudicial es para ellas el aborto". Por eso no es extraño que tras el aborto aparezcan auténticos cuadros clínicos, a veces muy severos.

Es verdad que la persistencia de esta sintomatología en parte viene condicionada por la personalidad previa, y el contexto social en que se desenvuelve la persona, pero es urgente poner remedio. Hay que reconocer que es muy elevado el coste que produce, tanto personal, como familiar y social.

¿Es que nuestra sociedad y los políticos no se dan cuenta del drama tan terrible que queda para siempre en estas mujeres? ¿Cómo es posible que médicos aprueben un "código ético" que permite abortar a menores sin permiso paterno?

Para una mujer, el destruir a su hijo es siempre un trauma, no sólo físico sino también psíquico. Casi siempre les deja huella. Por eso no es extraño que el profesor Willke diga: ‘‘Es más fácil sacar a un niño del útero de su madre que sacárselo de su pensamiento’’.

28 diciembre 2004

¿DISCRIMINACIÓN SEXUAL?: NO HAY SORDERA MÁS INCURABLE QUE LA DEL QUE NO QUIERE OÍR

[El informe del Consejo de Estado sobre el anteproyecto de ley que pretende equiparar la unión entre homosexuales al auténtico matrimonio aporta algunas graves críticas que se fundamentan sobre serios argumentos jurídicos. Al ser una democracia consolidada, el gobierno socialista deberá tener muy en cuenta esas sólidas razones de derecho que el Consejo de Estado ha hecho llegar recientemente al Ministro de Justicia. Sin embargo, sorprende que algunos miembros del gabinete socialista digan que ese dictamen es muy favorable al anteproyecto en cuestión... (?) El autor de este artículo lo explica muy bien. Publicado en Hacer camino]

#093 ::Hogar Categoria-Matrimonio y Familia

por Diego Herrera

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He tenido la oportunidad de consultar el informe enviado por el Consejo de Estado al Ministro de Justicia con fecha 16 de diciembre de 2004 sobre el anteproyecto de ley, que pretende autorizar el matrimonio entre homosexuales. El texto, aprobado por unanimidad, en su CONSIDERACIÓN FINAL aporta algunas críticas que —coincido en esto con la valoración que hacía Javier Pradera en su artículo en El País— descansan sobre buenos argumentos jurídicos.
Me parece que la lectura directa de algunas partes de ese texto es lo más clarificador:
"... la apertura del matrimonio a parejas del mismo sexo es absolutamente minoritaria tanto en la Unión Europea como en el ámbito internacional.

La Constitución española –y, en concreto, sus artículos 32, 14 y 10.1- no generan un derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo,... El artículo 32 sólo garantiza el derecho fundamental a contraer matrimonio a parejas de personas de distinto sexo...

Los objetivos perseguidos por el Anteproyecto al amparo de los artículos 9, 10.1 y 14 de la Constitución permiten que el legislador adopte una regulación que afecte al derecho a contraer matrimonio reconocido en el artículo 32, pero la regulación debe ser adecuada, necesaria y proporcionada en sentido estricto y no suponer una quiebra del instituto del matrimonio constitucionalmente garantizado.

La concreta opción adoptada en el Anteproyecto ... suscita dudas que sea proporcionada en sentido estricto, a partir de una ponderación de los bienes, valores e intereses en juego y se aprecia un riesgo de afectación de la garantía institucional del matrimonio.

La garantía institucional impide alterar la institución matrimonial más allá de lo que su propia naturaleza tolera... impide hacerlo en términos que las hagan irreconocibles por la conciencia social de cada tiempo y lugar.

Las exigencias de recognoscibilidad por la conciencia social de cada tiempo y lugar, unida a la necesaria estabilidad de la materia abordada y a exigencias de seguridad jurídica, imponen que las innovaciones que el legislador introduzca en esta materia estén respaldadas por un amplio consenso político y social, y dotadas de especial certeza.

Por todo ello, teniendo en cuenta la posibilidad de dar cauce a los objetivos perseguidos por el legislador a través de otros medios más acordes con la Constitución, así como la especial seguridad y firmeza que requiere la regulación que finalmente se adopte, ha de reconsiderarse la vía escogida para la consecución de unos fines… sin necesidad de forzar los principios articuladores del matrimonio, de acuerdo con la concepción de éste que actualmente impera tanto en España como en Europa."

Después de repasar una y otra vez el análisis del Consejo de Estado, desde la perspectiva de la técnica jurídica y también desde un punto de vista sustantivo, es evidente que proyecta serias y fundamentadas dudas sobre la opción elegida por el Gobierno y aconseja, por garantía institucional, no alterar la institución matrimonial más allá de lo que su propia naturaleza tolera.

Parece incuestionable que se debería aceptar, sin que la politización de este anteproyecto nuble el sentido común, que realidades diferentes piden un tratamiento jurídico diverso. Tal como concluye el artículo de Javier Pradera en El País, medio nada sospechoso de animadversión al Gobierno: en una democracia deliberativa las razones del derecho deben ser atendidas… Probablemente se pueden exponer las cosas con otras palabras, pero es difícil que se formulen con más claridad.


En este contexto, a la luz de las declaraciones de la Vicepresidenta, del Ministro de Justicia y de algunas autoridades de ese Ministerio, felicitándose por la valoración que hace el informe del Consejo sobre el anteproyecto enviado, estarán conmigo - sin necesidad de acudir a opiniones que puedan ser tachadas de homofóbicas o retrógradas - en la oportunidad del título de estas reflexiones: NO HAY SORDERA MÁS INCURABLE QUE LA DEL QUE NO QUIERE OIR.

¿POR QUÉ LA OCTAVA SEMANA?

[No es aceptable científicamente -manifiesta el autor de este artículo, Catedrático de Anatomía y Embriología en la Universidad Autónoma de Madrid- establecer un antes y un después en el desarrollo embrionario: la investigación confirma cada día con más fuerza ese “proceso continuo” del que se quiere prescindir para llegar a un acuerdo global sobre los plazos para la autorización legal del aborto. La "frontera virtual" de la octava semana del embrión como el momento en el que comienza a ser propiamente un sujeto humano distinto de la madre parece, por tanto, una "delgada línea roja", poco sostenible científicamente... Reproducido de Martes 3,00]

#092 ::Vita Categoria-Eutanasia y Aborto

por José Manuel Giménez Amaya

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En Embriología se suele describir el período embrionario como el tiempo trascurrido hasta el final de la octava semana del desarrollo del nuevo ser. Desde entonces, la aparición de los distintos órganos del cuerpo humano está prácticamente terminada, y comienza la etapa fetal. Esta última suele considerarse como un espacio de crecimiento y maduración fisiológica de los diferentes sistemas orgánicos.

Desde la última década del siglo pasado, la aplicación de las modernas técnicas de biología molecular ha revolucionado la comprensión de los mecanismos que regulan el proceso embrionario. Se ha convertido en axioma casi incuestionable la afirmación de que la morfología del nuevo ser se construye sobre un patrón de desarrollo molecular. Sin embargo, son todavía mal conocidos muchos aspectos sobre la interrelación entre moléculas y morfología, quizá porque a nivel molecular forma y función se confunden.

Algunos autores fijan la octava semana del embrión como el momento en el que este alcanza su propia “sustantividad”, diferente de la madre, y comienza propiamente a ser un sujeto humano. Adquiere entonces el derecho a la vida y las acciones contra él no serán éticamente aceptables. No valdrían ya las consideraciones “antiguas” de que un individuo humano se definiría por su clave genética de 46 cromosomas, porque dichos genes necesitarían determinarse con otros procesos extragenéticos que llevarían a la formación de un nuevo sujeto sólo en la octava semana del desarrollo. Antes no.

Este razonamiento encierra un desconocimiento profundo de la rica estructuración de la biología del desarrollo. En primer lugar, si algo caracteriza al proceso embrionario es la amplia relación que se establece siempre entre forma y función. No es aceptable establecer una base morfofuncional en la estructuración de un órgano o sistema separando la actividad genética de los medios “externos” a ella, porque ese mismo fenómeno se da a lo largo de toda la vida del individuo. Ejemplos típicos son la plasticidad neuronal y el desarrollo de tumores en el individuo adulto.

Además, tras la fecundación, la activación del genoma del nuevo ser es muy rápida. Una cascada de genes y factores promotores y de transcripción (proteínas que ayudan a la expresión de nuevos genes) desencadena los fenómenos de división celular y de localización espacial. Aparecen muy pronto los rudimentos de la polarización embrionaria, tan importante para la estructuración de la forma y función del cuerpo adulto. En los procesos de formación y desarrollo, la cantidad y cualidad de los sistemas biológicos están al servicio de la función. Y ésta, cuando se analiza en Embriología, se escapa de la estructuración temporal de la morfología.

Al observar los fenómenos tempranos del desarrollo embrionario, carece de consistencia la comparación entre el sistema nervioso del recién nacido con el de un brillante orador entrado en años que combina en su discurso los grandes recursos de la inteligencia humana. En realidad, no se es menos persona aunque existan diferencias claras en el desarrollo del cerebro. No es aceptable científicamente establecer un antes y un después en el desarrollo embrionario: la investigación confirma cada día con más fuerza ese “proceso continuo” del que se quiere prescindir para llegar a un acuerdo global sobre los plazos para la autorización legal del aborto.

25 diciembre 2004

EL TRIBUNAL SUPREMO ESPAÑOL ANULA EL RECORTE DE AULAS CONCERTADAS

[Los ciudadanos han recibido con optimismo una sentencia del Tribunal Supremo en la que contempla como derecho fundamental de los padres la posibilidad de elegir el centro educativo de sus hijos. Los colegios españoles que han firmado conciertos con los gobiernos regionales reciben subvenciones económicas de los presupuestos públicos. Publicado en Aceprensa (nº 138/04, 27-10-2004)]

# 091 Educare Categoria-Educacion

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La sentencia es fruto del proceso judicial que el colegio concertado de la Asunción, en Asturias, inició contra el ejecutivo de la comunidad autónoma al obligar ésta a reducir el número de aulas. La Administración asturiana informó al colegio que “no contaba con fondos suficientes para mantener el número de unidades de enseñanza Primaria y Secundaria que hasta ese momento venían financiando en el centro”, y que por ello se estimaba necesaria la reducción de aulas.

Tanto los argumentos que ha alegado el Gobierno regional en el recurso ante el Tribunal Supremo, como los que presentó al inicio del proceso, han sido rechazados. Algunos de ellos manifiestan que el derecho a la elección de centro no es absoluto, y que la modificación del concierto no lesionaba los derechos fundamentales de los padres (aunque se ordenó el cierre de seis aulas).


La sentencia del Tribunal Supremo afirma que esta decisión “afecta directamente al derecho fundamental a la educación y al derecho de los padres a elegir la enseñanza que desean para sus hijos”.


El Supremo defiende el derecho a la libre elección de centro educativo por parte de los padres, tal y como lo contempla el artículo 27 de la Constitución. A este respecto Manuel Castro, uno de los abogados que han representado al colegio de la Asunción durante el proceso, ha aclarado que con la supresión de aulas decidida por el gobierno “se está poniendo por encima el derecho de la Administración a planificar sobre el derecho de los padres a elegir”.


A pesar de este fallo favorable, las propuestas de la actual ministra de Educación, María Jesús San Segundo, siembran la duda en el ámbito de los colegios concertados, que ven con preocupación el posible sistema que se establezca para conjugar los derechos individuales de los alumnos “con las exigencias de planificación de la oferta de plazas”. Así lo han expresado la presidenta de la CECE (Confederación Española de Centros de Enseñanza) y la FERE (Federación de Religiosos de la Enseñanza).


Este último fallo judicial parece mostrar la postura de los órganos judiciales, que si no es definitiva, al menos crea jurisprudencia, ya que no es la primera vez que falla en este sentido. Es el caso de los colegios Corazón de María y el de los jesuitas de la Inmaculada –ambos también en Asturias– que obtuvieron sentencias favorables contra las decisiones del ejecutivo asturiano. El contenido de estas dos sentencias afecta a doce aulas pendientes de reabrirse, que lo harán en el momento que decidan los padres de los alumnos interesados.


Otros cuatro colegios asturianos también se han visto afectados por estas actuaciones, aunque estos, de momento, no han incoado proceso contra de la Administración.

CONSEJOS PARA ENSEÑAR A PENSAR A LOS HIJOS

[Unos sabios consejos para que cada uno aprenda a pensar bien y también enseñe a pensar a los demás: los padres, a sus hijos; los profesores, a sus alumnos... Publicado en Arvo.]

#090 ::Educare Categoria-Educacion

por Luis Olivera, escritor y periodista
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1. Lo primero es actuar de acuerdo con la verdad de las cosas: enseñar a los hijos a no engañarse, a ser sinceros, a actuar con coherencia. “Podemos conocer la química cerebral que explica el movimiento de un dedo, pero eso no explica por qué ese movimiento se usa para tocar el piano o apretar un gatillo” (Marcus Jacobson).Y “no podemos abaratar la verdad” (F. Suárez), devaluando su valor, como si fuera época de rebajas.

2. Un segundo es que “el entrenamiento es una exclusiva de la inteligencia humana” (Marina). Hay que enriquecer el lenguaje, hay que fomentar el diálogo, el ejercicio mental de razonar, de defender una causa, de tener argumentos para las propias decisiones, y no hacer sólo lo que hacen los demás, como los borregos. Aprender a pensar es descubrir todo el inmenso poder que tiene la moda en el mundo y saber salir de la jaula mental en que puede encerrarnos. El pensador libre, es decir, el pensador, no debe sacrificar su libertad de pensar en el altar de la moda. Sacrificar la verdad en el altar de la moda es una de las perversiones más nocivas del pensador.. Sin embargo, con excesiva frecuencia se encarcela a la razón en la jaula de la moda. Entrenamiento y cultivo, dado que “la tierra que no es labrada, llevará abrojos y espinas, aunque sea fértil. Así sucede con el entendimiento del hombre” (Sta. Teresa de Jesús).

3. Ya que es imposible no equivocarse nunca, al menos, por utilidad y por deber, hemos de aprender de nuestras equivocaciones: si queremos aprender a pensar, deberemos descubrir el mundo tan humano del error. "Equivocarse es humano", descubrieron los antiguos. El error es el precio que tiene que pagar el animal racional.

4. Deliberar es la segunda etapa de la voluntad. Seremos más inteligentes y más libres cuando conozcamos mejor la realidad, sepamos evaluarla mejor y seamos capaces de abrir más caminos. Sería un error pensar, observa Leonardo Polo, que el hombre inventó la flecha porque tenía necesidad de comer pájaros. También el gato tiene esa necesidad y, s.e.., no ideó nada. El hombre inventó la flecha porque su inteligencia descubre la oportunidad que le ofrece la rama.

5. Mantener abierta nuestra capacidad de dirigir nuestra conducta por valores pensados: hay que pasar del régimen del impulso irracional al régimen de la inteligencia. Más que enseñar a pensar, la función de los padres ha de consistir en motivar a los hijos para que quieran pensar, por cuenta propia. Con actitudes positivas, las niñas se comen el mundo; con actitudes negativas, el pensar aparece como algo cansino; el actuar, como mediocre.

6. Enseñar a tomar decisiones: la inteligencia es la capacidad de resolver problemas vitales. No es muy inteligente quien no sea capaz de decidir, aunque dentro de su refugio resuelva con soltura problemas de trigonometría. Si convenimos que educar es, esencialmente, crecer en libertad y en responsabilidad, aprender a decidir bien resulta uno de los aspectos claves de esa tarea: cuanta más capacidad de decisión, más libertad.

7. “Debemos recuperar de los niños, y fomentarla, la sana estrategia de preguntar continuamente. Las tres preguntas fundamentales son: ¿Qué es? ¿Por qué es así? y ¿Ud., cómo lo sabe? Aristóteles definía la ciencia como “el conocimiento cierto por las causas”. Pues, habituarse a formular por qués. Los padres deben estimular, motivar, comentar y promover el clima adecuado para favorecer los hábitos intelectuales de sus hijas.

8. La inteligencia que planteamos tiene que saber aprender y, sobre todo, tiene que disfrutar aprendiendo: formular preguntas que ayuden a ser más reflexivos, a interrogarse sobre el pensamiento: ¿Por qué piensa el hombre? ¿Has pensado por qué recuerda cosas? ¿Pensamos mientras dormimos? ¿Qué es lo que más te hace pensar? ¿Puedes pensar en dos cosas distintas a la vez? Leonardo Polo define al hombre como un ser que, no sólo soluciona problemas, sino que además se los plantea. En efecto, el ser humano progresa planteándose nuevos problemas y buscando solucionarlos.

9. La inteligencia debe de ser eficazmente lingüística: porque gracias al lenguaje, no sólo nos comunicamos con los demás, sino con nosotros mismos. La inteligencia no se parece a una colección de fotografías, sino a un río. Río e inteligencia “discurren”. Nuestra lengua natural, la materna, es un río donde confluyen miles de afluentes. "La pluma y la palabra son las armas del pensador" (JA Jauregui): aprender a pensar es aprender a tocar dos instrumentos del pensamiento: la pluma y la palabra.

10. Fomentar la lectura y controlar el uso de la TV: ya que hablamos del vuelo de la inteligencia, se trata de “ser más inteligentes que la TV” (Jiménez). Los libros “tienen que ser obras que alimenten la inteligencia sin dejar seco el corazón”. O sea, que deben iluminar la mente con la verdad y no sumirla en las nieblas de la duda o en la oscuridad del error” (F. Suárez).

11. Urge encontrar tiempos para reflexionar, para pensar, que es menos trabajoso y más barato que otras necesidades que nos creamos: sobre el sentido último de la vida, de las cosas, del hombre, de Dios. Cuando Unamuno dijo que solía ir a pasear con pastores de ovejas para aprender a pensar, para deshacerse de prejuicios y dogmas de escuela, todos se rasgaron las vestiduras. Sin embargo, Unamuno era sincero. Un pastor de ovejas tiene tiempo para pensar, para dar rienda suelta a su imaginación y descubrir nuevos horizontes filosóficos que no ha visto nunca ningún otro filósofo.

Fernando Corominas dice que hay que “sentar” en la mente y en el corazón de los hijos las cosas buenas, antes de que les lleguen las nocivas. Es llegar antes, es educar en futuro. Siempre que nos abandonamos, retornamos a la selva. La selva de la que hablo metafóricamente es siempre una claudicación de la inteligencia.


UNA GRAN LECCIÓN PARA LA VIDA

[La carta que presentamos relata la experiencia de una madre ante la enfermedad severa de su hijo más pequeño. Este hecho de la vida real sucedió en la familia que forman Claudia y José Antonio y sus hijos: Claudia de 6 años, Marta de 4 y Raúl, que hoy tendría ya 2 años, pero a consecuencia de una lesión cerebral muy severa, murió a los 13 meses de nacido. Raúl nació después de seis meses de un embarazo complicado. Era muy pequeño y desde el inicio todo su desarrollo fue muy especial. Estuvo 40 días en incubadora, pesaba 1 kilo y 200 grs. y medía sólo 36 cm. En estos pocos meses, su madre aprendió muchas lecciones, entre ellas... Publicado en Mujer Nueva]

#089 ::Vita Categoria-Eutanasia y Aborto

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Querida Vero:

Créeme que no tengo la menor idea de cómo comenzar, pero te escribo esta experiencia por si en algo puede ayudarte para tu propia vida.

Me pregunto si existe alguien que entienda los misterios de la vida... hoy sólo le pido a Dios me permita amar lo que me pone delante, aunque a veces me sienta un poco sola ante retos tan escabrosos. Sé que tengo una misión en mi propia vida y lo que más quiero es llegar al final del camino y cumplirla, pero he aprendido que, aunque vale la pena, no resulta tan fácil.

El nacimiento de Raulito marcó un punto y aparte en mi vida; no entendía desde un inicio por qué tantas trabas, si antes de él, todos mis embarazos habían sido tan normales. Como fuera, acepté este último y lo único que pedía a Dios, era ver finalizados los nueve meses, aunque me tuvieran que costar, pues sabía que dentro de mí realmente había una vida, por la que valía la pena cualquier sacrificio. Además, tenía la enorme ilusión de tener conmigo, aquello que como madre considero como lo más valioso: la vida de mi propio hijo.

Puse todo de mi parte para que mi bebé permaneciera dentro de mí el máximo tiempo posible..., pero en esto ya no decidía yo. Había una fuerza natural más fuerte que la mía, alguien detrás de todo esto que quiso que las cosas fueran distintas.

Así fue como nació Raúl de 6 meses y dos semanas: un bebé con un gran espíritu de lucha y sin embargo, un bebé asociado desde el inicio al sufrimiento. Al nacer, pasó directamente a la incubadora. Los doctores nos explicaron que los niños prematuros tienen un desarrollo normal, sólo que es un poco más lento que el de los niños que nacen después de los nueve meses de embarazo. Nos explicaron también que la incubadora, en algunas ocasiones, puede presentar tres riesgos: afectar la vista del bebé, su sentido del oído y su cerebro. Cuando Raúl alcanzó los 2 kilos salió de la incubadora y llegó finalmente a casa, pero lloraba mucho, y los doctores sugirieron que se le hicieran estudios del estómago para ver si tenía algún reflujo que le estuviera molestando.

Con estos estudios iniciamos un largo camino de batalla por su salud. A los cuatro meses de nacido, notamos cosas extrañas para un niño normal: sus ojos no tenían simetría, es decir, no los movía como lo hacemos nosotros siguiendo los objetos con la vista; tampoco se movía, ni emitía sonidos, no se reía..., en fin, todo esto nos inquietó mucho, y fue así como anduvimos de doctor en doctor, y de un lado a otro con el niño, sin poder encontrar una opinión que nos dejara clara su situación.

A los seis meses supimos que tenía un problema en el cerebro, sin nombre ni apellido, así que consultamos otro especialista, que nos explicó que Raúl tenía una malformación en su cerebro, lo llamaba "un trastorno de migración neuronal"; con esto se explicaban tantos problemas en el inicio de mi embarazo. A partir de aquí, lo único que se nos indicó fue iniciar con el niño, lo antes posible, terapias físicas para ofrecerle una mejor calidad de vida. Nadie sabía a ciencia cierta qué tanto podríamos conseguir con él.

Iniciamos sus terapias, y como pasaba el tiempo, no veíamos progreso, Raúl seguía sin moverse, y su mirada permanecía perdida. Su problema con el estómago seguía ahí, no comía nada, dormía poco... tenía ya un añito de vida, y sólo pesaba 6 kilos.

Finalmente al año y 23 días, murió. Cuando dormía, le vino un reflujo que le quemó el esófago, y con eso, sus vías respiratorias se cerraron y le sobrevino un paro cardíaco.

Esta es la historia de mi Raúl, y yo ahora sé que así nació porque tenía una grandísima misión que sólo podía realizar siendo tal como era. Lo que hoy me da consuelo es pensar que yo fui necesaria para que, a través de mí, este bebé viniera a cambiar la vida de toda mi familia. Sabía que cada uno en su vida va encontrando el camino para ser feliz. Pero, así ¿se podía ser FELIZ?????

Antes, yo pensaba que sólo las cosas agradables nos podían hacer felices, y siempre daba gracias al cielo porque no tenía sufrimientos. Jamás pensé que el dolor fuera a tocar mi vida; veía con admiración a la gente que sufría por diversos motivos, pero no me daba cuenta de que también el dolor es un regalo que nos enriquece mucho y que misteriosamente, al mismo tiempo, encierra una felicidad muy auténtica y muy profunda.

Conocí el dolor y el sufrimiento con este hijo mío, y por medio de él, aprendí que para ser feliz también se necesita sufrir.

Hoy no puedo menos que agradecer lo que ha sucedido con mi hijo y con nosotros (digo nosotros porque no soy sólo yo la beneficiada: somos mi esposo, mis hijas y yo); digo GRACIAS porque este niño tan especial para nosotros, vino a probar nuestra capacidad de amar, vino a enseñarnos la incomodidad de lo cómodo, vino a enseñarnos lo que cuesta renunciar a lo placentero, a pararnos para servirle a él, a olvidarnos de nuestro sueño para intentar confortar al que sufre y no puede conciliar el sueño; nos enseñó que no hay hora para el descanso, y que realmente la fuerza del cuerpo no es la del espíritu, que puede más que ninguna otra fuerza. Nos enseñó a valorar la sonrisa del que no puede valerse por sí mismo, y nos retó a vivir de cara a lo que realmente vale y no de cara a las cosas materiales que se acaban.

Este bebé pudo enternecernos a todos. Nos enseñó con su ejemplo el sacrificio de comer lo que nos parecía menos apetitoso, pensando en el trabajo que él tenía que pasar para tolerar cualquier alimento. Aprendimos a comerlo todo, aunque no nos gustara, sólo con recordar el sabor tan espantoso de la leche que Raúl se tenía que tomar.

En fin, este bebé me enseñó muchas lecciones y me hizo realizarme como mujer, descubriendo que lo que más feliz me hacía era amarlo y tener la oportunidad de hacer algo por él. Aprendí a mirar con los ojos del alma, como me enseñó mi bebé, que jamás pudo ver, pero le bastó con sentir el amor de su hermosa familia. Él veía un mundo que antes yo no veía.

Vero, éstas fueron sin duda, las experiencias más duras pero también las más enriquecedoras que he vivido. Mi esposo y yo estamos seguros de que nuestro sacrificio ha valido la pena, y que tenemos en el cielo a ese angelito que no se olvidará de nosotros, y que sin duda cuida de sus hermanas que lo recuerdan todos los días.

Escribo esto y todavía termino llorando, pero quise compartir contigo esta experiencia que hoy me deja llena y satisfecha.

Recibe un gran saludo... te quiere tu hermana de siempre.

Claudia.

RESPETAR LAS PROPIAS RAÍCES

[El autor de este artículo -Catedrático de Metafísica en la Universidad de Navarra- dice, entre otras cosas, que "no tiene sentido erosionar las propias tradiciones con objeto de ser capaz de recibir otras. El diálogo sólo es posible si los interlocutores se sitúan a la misma altura. Respetar nuestras raíces es condición necesaria para que nuestras ramas se entrelacen con las que brotan de otros troncos. El multiculturalismo presupone la cultura." Publicado en La Gaceta de los Negocios (21-XII-2004).]

#088 ::Educare Categoria-Educacion

por Alejandro Llano

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Condicionadas quizá por la angostura mental del tripartito, algunas guarderías de Barcelona han cambiado el tradicional belén por un abstracto y frío paisaje invernal. ¿Cómo se lo habrán explicado a los niños? Ni siquiera les dan la oportunidad de reírse con el típico caganer. En Madrid también tienen aspiraciones de asepsia globalizadora: en la sopa de palabras de algunas decoraciones conceptuales se ha prohibido que figuren palabras con sabor religioso, escrúpulo que no se ha tenido en cambio con los vocablos ofensivos o malsonantes. Para completar el panorama, se dice que en algunos ayuntamientos se han cancelado los concursos de villancicos, y que el corcho y las figuritas de los nacimientos van a estar ausentes de bastantes institutos y colegios públicos. Todo lo cual cuadra muy bien con el deterioro de la enseñanza que adscriben a nuestro país los informes internacionales. La cultura retrocede, la vulgaridad avanza.


Fuerte contraste con lo que sucede en Italia. La ministra de Educación, Letizia Moratti, ha escrito una carta a los directores de todas las escuelas -públicas y privadas, de cualquier tipo y grado- recomendándoles que instalen el pesebre en sus centros educativos. No se debe privar a los estudiantes de ese símbolo de amor. Se trata de un mensaje universal -argumenta Moratti- que no cierra las puertas a la recepción de otras llamadas, sino que abre la inteligencia y el corazón a todas ellas.


Es un razonamiento que cualquiera puede entender, con la única condición de que el sectarismo no le haya sorbido el seso. El primer requisito para abrirse a un horizonte multicultural es justamente el de situarse en el nivel propio de la cultura. Y lo cierto es que no hay culturas amorfas, porque lo que aporta cada una de ellas es una configuración en la que se plasman los diferentes estilos de vida. El genio del idioma alemán lo sabe bien cuando una de las palabras de que dispone para referirse a la cultura es precisamente Bildung, es decir, formación. Por eso no tiene sentido erosionar las propias tradiciones con objeto de ser capaz de recibir otras. El diálogo sólo es posible si los interlocutores se sitúan a la misma altura. Respetar nuestras raíces es condición necesaria para que nuestras ramas se entrelacen con las que brotan de otros troncos. El multiculturalismo presupone la cultura.


Es también la ministra Moratti quien mantiene en su carta que sin respetar nuestra historia cultural -vinculada, nos guste o no, al cristianismo- no tendremos la posibilidad de comprender la historia y los valores de culturas diferentes a las nuestras. Imponer un laicismo que en España nada tiene de constitucional produciría una desertificación cultural que nos incapacitaría para comprender a los inmigrantes que llegan a nuestra tierra a ritmo creciente. Por de pronto, la mayoría de ellos son cristianos. Y muchos de los que no lo son creen también en el Dios único. ¿Qué podrá ofrecer a unos y otros la pedantería de ciertos pseudoilustrados hartos de tópicos televisivos y que apenas han leído algún panfleto de autoayuda intelectual? Nada que le interese o les consuele. Todo lo contrario: dureza, frialdad, materialismo rancio. Por lo que yo sé, los inmigrantes no suelen quejarse en España del cristianismo -que no se les impone y quizá ni siquiera se les ayuda a conocer- sino de la asepsia que lleva consigo la superficialidad presuntamente cosmopolita, la peor de las globalizaciones.


Derivar este laicismo simplón de las exigencias de la democracia es un signo más que deja traslucir la ignorancia escondida tras estas actitudes de intromisión abusiva en el tejido social social. No nos vendría mal una relectura de Tocqueville, cuya fundamental obra Democracia en América pone de relieve el papel de la religión en la génesis y consolidación de la más antigua y lograda democracia moderna, que no es precisamente -¡lástima!- la surgida de la Revolución Francesa.


El desarraigo es pretotalitario. Si se cortan las raíces que le hincan en la tierra, el árbol queda a merced del viento que le arrastra. Bien lo sabía Juan Ramón Jiménez cuando cantó: "libertad de lo bien arraigado / seguridad del infinito vuelo". La savia que vivifica desde dentro constituye el único dinamismo de resistencia a la fuerza anónima del poder, del dinero y de la influencia manipuladora. Pero no cabe esperar que sean los políticos y los detentadores del poder económico o mediático quienes fomenten la libertad de los ciudadanos de a pie. No hay más libertad que la que uno se toma. Y ésa hay que tomársela de una vez por todas. Si es necesario, a través de una conspiración cívica, que sea leal y transparente, en lugar de oblicua y tenebrosa. Humildemente, al estilo que hoy se lleva, yo lanzo mi mensaje: "Haz tu belén allí donde puedas, y procura que se vea lo más posible". Pásalo.

LA DECLARACIÓN DE NULIDAD NO ES UN REMEDIO PASTORAL

[Una cosa es el posible deterioro en la vida matrimonial y otra la solución del problema. En la calle está el equívoco de que el divorcio disuelve sencillamente el matrimonio –lo cual es falso, porque el Estado no tiene ese poder- y a partir de ahí se ha extendido también esa mentalidad entre algunos fieles católicos: no acudiendo al divorcio, pero sí pensando que la "solución" puede venir por la nulidad. Ante ese posible modo viciado de razonar, para las situaciones de conflicto matrimonial, el autor sugiere tener en cuenta algunos principios que expone en este artículo.]

#087 ::Hogar Categoria-Matrimonio y Familia

por Juan Ignacio Banares

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A veces conviene revalorizar el ‘sentido común’. Es cierto que surgen dificultades en la vida conyugal y familiar, pero sería farisaico escandalizarse de ellas. Primero, porque es humano que existan en todos los aspectos de la vida. Después, porque se trata de una realidad que comprende un ámbito íntimo de relación entre los cónyuges y con los hijos, y el clima de las relaciones interpersonales resulta muy sensible a las variaciones. Y en tercer lugar, porque la conyugalidad constituye una señal de identidad en el ser (‘soy esposa/o’; como ‘soy hijo’; o ‘soy madre’) y permanece a través del tiempo (no es suprimible o borrable), lo que hace natural que antes o después puedan surgir dificultades.

La dificultad es un obstáculo para el logro de un fin, que exige en todo caso esfuerzo para removerlo -o bordearlo- y poder continuar. En sí misma, la dificultad no es algo malo: significa un reto y una exigencia, lo que da lugar a que cada uno ponga en juego lo mejor de sí mismo, como persona y -especialmente si es cristiano- como hijo de Dios.

La vida conyugal y familiar, con todas sus idas y venidas, con sus altibajos, con sus días extraordinarios y otros aparentemente monótonos, con sus tristezas y sus alegrías, es camino normal de la vocación cristiana para los casados. Por tanto, camino que lleva cotidianamente a la santidad, a las virtudes heroicas que Dios pide de sus hijos: virtudes que se construyen con luces y sombras, con remansos de sosiego y batallas con el propio yo, con el deslumbramiento de lo nuevo y la constancia en la guarda de los valores perennes.

No cabe, pues, pasar inconscientemente del término ‘conflictividad’ -que indica sin más una circunstancia de dificultad en la convivencia matrimonial- a la expresión ‘situación irreversible’ y de ahí a ‘nulidad matrimonial’ como si la declaración de la nulidad fuese el fin directamente pretendido como medio para ‘solucionar’ una situación pastoral compleja, o para dar ‘salida’ a una nueva voluntad de unos cónyuges. Una cosa es un deterioro en la vida matrimonial, y otra su solución.

En el ámbito civil prolifera el equívoco de que el divorcio disuelve el matrimonio existente –lo cual es falso, porque el Estado no tiene ese poder- y a partir de ahí se ha extendido la mentalidad de que, cuando existen conflictos conyugales, lo mejor es acudir a ese divorcio y ‘resolver’ así la situación. Este planteamiento se ha infiltrado en sectores de la sociedad y también en algunos fieles. Ciertamente, una persona con buena formación puede conocer y denunciar la falsedad y la injusticia que supone el divorcio por parte del Estado. Sin embargo, es fácil que se contagie la mentalidad -de fondo- que el sistema divorcista plantea: “si no hay acuerdo de voluntades entre los cónyuges, declárese disuelto el vínculo”. Cabe la tentación de trasladar un razonamiento de este tipo a otro que, bajo palabras cristianas, oculta la misma finalidad: “si hay dificultades graves, búsquese el modo de declarar nulo el matrimonio” Desde luego no se acepta el divorcio, pero la nulidad se ve como un bien que hay que alcanzar -a veces, como sea- para ‘salvar’ una situación o una voluntad de alguien.

Ante este planteamiento -muchas veces no consciente- es importante tener en cuenta varios principios:

1) La solución que propone la Iglesia para la dificultad en la convivencia matrimonial no es la nulidad (que, además, lógicamente sólo puede declararse cuando de verdad existe), sino el restablecimiento de la concordia entre los cónyuges. Hacia ahí deben encaminarse los esfuerzos humanos y sobrenaturales de todos los implicados.

2) Cuando se sospecha con indicios de verdad la existencia de una causa de nulidad en un matrimonio canónico, siempre que sea posible todos (cónyuges, pastores, asesores, familiares y amigos, abogados) han de poner los medios a su alcance para que las partes convaliden ese matrimonio.

3) Esta obligación moral es más fuerte en la medida en que la causa de la nulidad sea más externa al consentimiento matrimonial (un impedimento dispensable, un defecto de forma involuntario), o haya sido más claramente corregida (de hecho) en el transcurso de la vida conyugal.

4) La decisión última de iniciar una causa de nulidad sólo pertenece a los cónyuges (salvo algún caso en que está en juego un bien público). Son ellos quienes deben formar adecuadamente su conciencia -mediante los consejos oportunos en su caso- contando también con la gracia de Dios, con el bien que pueden hacer y con el mal que pueden evitar.

5) Iniciar una causa de nulidad, aun con indicios de ella, no es nunca una decisión ‘moralmente neutra’ sino grave, pues tiene mucho que ver con el modo de vivir la fe. Cabalmente, si no hay indicios claros, o la nulidad viniera provocada por factores meramente externos o ya sanados de hecho, pretender la nulidad sería un acto ciertamente inmoral. Por mucho que se intenten aprovechar los resquicios de la ley canónica: no todo lo jurídicamente posible es moralmente bueno.

Antes de aconsejar a quien se encuentra en conflicto, o antes de pedir consejo para la propia situación, deberían tenerse en cuenta estas consideraciones. No cabe olvidar que a lo largo de los siglos -también hoy- muchos matrimonios se han salvado, a pesar de momentos difíciles, por la decisión -a veces heroica- de vivir seriamente la fe cristiana y de vivirla en unidad, en todos los ámbitos.

LA EDUCACIÓN NO ES MONEDA DE INTERCAMBIO

[La finalidad de la educación -sea de política estatal o de iniciativa ciudadana- es la mejora de las personas y, como consecuencia, que se logre una sociedad más humana. El autor dice que a juzgar por lo visto en los últimos lustros, los ciudadanos no lo hacen nada mal cuando ejercen el protagonismo que les corresponde en la sociedad. Que las políticas estatales sean de verdad políticas sociales habría que demostrarlo, pero que las políticas sociales no tienen porqué coincidir con las políticas estatales es una evidencia manifiesta. Sería muy de desear que se abandonasen discursos rancios y se apostase realmente por la calidad en la educación, tanto estatal como de libre iniciativa ciudadana. Pero parece que a algunos esta apuesta de calidad y libertad les da miedo; prefieren coartar la libertad ciudadana, aunque sea a costa de perder también la calidad educativa.]

#086 ::Educare Categoria-Educacion

por Alfredo Rodríguez Sedano, Prof. de Sociología de la Educación.
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Cuando la educación ocupa un lugar tan importante en los discursos de la campaña electoral es, sin duda, por la importancia que tiene para el desarrollo y progreso de un país.

Sin embargo, la educación no es moneda de intercambio, un instrumento para alcanzar cotas de poder, un medio para homogeneizar a la sociedad. La educación tiene como finalidad la mejora de los educandos y, consiguientemente, el desarrollo y progreso de las culturas, de los países, de una sociedad más humana.

Bien harían algunos líderes políticos en callar sobre esta cuestión, pues cada vez que hablan todo lo empeoran. Imaginemos que me dedico a dar consejos a una serie de científicos sobre cómo deben de investigar y les marco las pautas de actuación. Cualquiera en sus cabales diría que soy un insensato, y eso sería lo más suave.

Algunas propuestas educativas hacen hincapié en que mejorarán decididamente la enseñanza pública, cosa que está muy bien y ya era hora. Sin embargo, no dicen cómo. Señalan a lo más la inversión económica que realizarán para crear más puestos de trabajo. La educación se entiende entonces en términos de mercado. ¿Por invertir se va a mejorar la educación? Comprendo que uno no puede saber de todo, pero al menos debe asesorarse bien sobre lo que habla.

En ese discurso se echa de menos qué harán con la enseñanza concertada. Si nos fijamos en las propuestas de los discursos, la omisión a esta posibilidad permite prever que desaparecerá. Eso sí con elegancia: “si usted no cumple con los requisitos que le impongo –inasumibles como los que se plantean en Cataluña- le retiro la subvención”. Eso es democracia y libertad en el siglo XXI, piensan algunos. La pluralidad para mí, parecen decir.

Pensaba, con cierto grado de optimismo, que habíamos superado el viejo dilema políticas sociales-políticas públicas. Las conquistas sociales que los ciudadanos están logrando con nuevas realidades emergentes que no son estatales, se ven amenazadas. ¿Se puede confiar en quien no cree –por las propuestas que presenta- en la libertad? Lo que nos espera, si salen algunos dirigentes políticos, es más Estado y menos ciudadanía, aunque en sus palabras sostienen lo contrario a lo que mantienen sus propuestas.

A juzgar por los avances políticos, sociales y económicos en las últimas legislaturas, no lo hacen tan mal los ciudadanos cuando se les otorga el protagonismo que les corresponde en la sociedad. Que las políticas públicas sean políticas sociales habría que demostrarlo, pero que las políticas sociales no tienen porqué coincidir con las políticas públicas (estatales) es una evidencia manifiesta. Bien les vendría a algunos políticos abrirse a la realidad y percibir que las configuraciones sociales son bien distintas y alejadas de algunos discursos políticos.

No envenenar la educación es lo mínimo que se puede y debe pedir a un dirigente político. La educación no es moneda de intercambio para alcanzar cotas de poder, porque eso es mercadear con las personas, utilizarlas, ejercer un dominio despótico, poner a la educación un fin distinto al que tiene.

Sería muy de desear que se abandonasen viejos discursos caducos y se apostase por la calidad y la libertad en la educación. Parece que a algunos esta apuesta les da miedo. Ideologizar la educación no da buenos resultados.

CULTURA Y VIDA LOGRADA

[El consumo de cualquier tipo producto cultural no nos vacuna contra la barbarie, nos dice, entre otras cosas, el autor de este artículo, que es Catedrático de Lengua española en la Universidad de Navarra y miembro correspondiente de la Real Academia Española. El texto ha sido publicado en Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, nº 96, nov.-dic. 2004, págs. 112-116.]

#085 ::Educare Categoria-Educacion

por Manuel Casado Velarde

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1. No todo es cultura.

No conozco mejor caracterización de la cultura que la que hizo el escritor T. S. Eliot: “Aquello que hace que la vida merezca la pena ser vivida”[1]. Pero no me parece que esta concepción de la cultura se encuentre hoy muy extendida, al menos en nuestras sociedades occidentales. Cuando se dice de alguien que “tiene cultura”, que “es una persona culta”, comúnmente se asocia al hecho de que tiene un cierto bagaje de conocimientos, de informaciones, de erudición. “Es una persona muy leída”, se afirma a veces, dando a entender –no sin razón-- que cultura y lectura se dan la mano.

Por otra parte, y desde hace algunos decenios, a veces abusamos de la palabra cultura –con evidente influencia anglosajona— para referirnos a un conjunto determinado de comportamientos (in)humanos, y hablamos de la cultura de la droga, del sexo, de la violencia, etc.

Pero dejando aparte todo aquello que se llama cultura sin serlo, algunos de los productos que inequívocamente catalogamos como culturales (artísticos, literarios, cinematográficos, etc.) han producido y producen frutos amargos en “este mundo nuestro –el diagnóstico es de Juan Rof Carballo--, de un pavoroso vacío espiritual, cuyos habitantes sufren cada día más enfermedades imaginarias y más enfermedades reales suscitadas por nuestra cultura, que está ‘hambriento’ de Medicina”[2]. Hay libros que quizá hubiera sido mejor que no se hubieran escrito, y no me refiero sólo a aquellos que incitan al odio, a la violencia, al racismo, al genocidio. Hay libros que envenenan, aunque los venenos presenten a veces apariencia vistosa y seductora (Kafka).

2. La cultura no vacuna contra la barbarie.

Pero aunque sólo nos quedáramos con los frutos más sabrosos de lo que en Occidente llamamos cultura (bellas artes, humanidades), tendríamos que preguntarnos si lo que consideramos cultura nos hace más plenamente humanos. Lo que parece claro es que el consumo de productos culturales no nos vacuna contra la barbarie. Aunque nuestra memoria histórica sólo alcanzara a este último siglo, sabemos que leer la más exquisita literatura o gozar de la más sublime música es compatible con diseñar minuciosamente y poner por obra con frialdad el más atroz sistema de aniquilar vidas humanas. Los exterminios nazis, como todos sabemos, se llevaron a cabo en un país que disfrutaba de la más alta cultura; las dos guerras mundiales, los gulags, las deportaciones, torturas, actos terroristas, limpiezas étnicas y otras atrocidades ejecutadas o permitidas conviven o han convivido con las instituciones culturales, científicas, artísticas, sociales que más nos enorgullecen.

“El primer problema, contra el que lucho en todos mis libros y en toda mi enseñanza –dice Steiner— es muy simple: ¿por qué las humanidades, en el sentido más amplio de la palabra, por qué la razón de las ciencias no nos han dado protección alguna contra lo inhumano? ¿Por qué […] es posible que una misma persona vaya a interpretar a Schubert por la noche y marchar por la mañana a cumplir con sus obligaciones en el campo de concentración? Ni la gran lectura, ni la música, ni el arte han podido impedir la barbarie total”[3].

3. Adicciones y vacío existencial

Da la impresión de que algo falla; de que lo que comúnmente entendemos por cultura –en el sentido ilustrado, moderno, de la palabra— no llega a producir en las personas los efectos benéficos que cabría esperar. Más aún: en nuestro paisaje social, que proclama con orgullo el acceso de todos a la cultura, vemos desarrollarse y extenderse conductas adictivas y comportamientos compulsivos que son síntoma de un enorme vacío existencial y déficit espiritual; de una vida que carece de un sentido consistente[4]. Las toxicomanías son sólo una modalidad de dependencia, pero no la única. Hay personas preocupadas de modo compulsivo por el sexo, por el aspecto físico (vigorexia, anorexia, ortorexia), por el trabajo (workaholism), por el juego (ludopatías); hay jóvenes y mayores enganchados a la televisión, al móvil o a internet. Todas estas adicciones, que no respetan edad ni nivel social, tienen un denominador común: la esclavitud existencial o expropiación de la libertad.

4. Cultura y sabiduría

Dudo de la capacidad humanizadora, educadora, de una propuesta cultural que silencie “las preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana”[5] en todas las épocas históricas y en todas las latitudes: ¿quién soy?, ¿de dónde procedo?, ¿adónde voy?, ¿por qué existe el mal?, ¿qué hay después de esta vida? “Son preguntas que tienen su origen común en la necesidad de sentido que desde siempre acucia el corazón del hombre: y de la respuesta que se dé a tales preguntas, en efecto, depende la orientación que se dé a la existencia”[6]; porque constituyen el fundamento último de la vida humana, tanto personal como cívica.

“En las comunidades arcaicas –escribe el novelista argentino Ernesto Sabato--, mientras el padre iba en busca de alimento y las mujeres se dedicaban a la alfarería o al cuidado de los cultivos, los chiquitos, sentados sobre las rodillas de sus abuelos, eran educados en su sabiduría; no en el sentido que le otorga a esta palabra la civilización cientificista, sino aquella que nos ayuda a vivir y a morir; la sabiduría de esos consejeros, que en general eran analfabetos, pero, como un día me dijo el gran poeta Senghor, en Dakar: ‘La muerte de uno de esos ancianos es lo que para ustedes sería el incendio de una biblioteca de pensadores y poetas’”[7].

La sabiduría es la sal de la cultura y de los conocimientos. La sabiduría armoniza, integra y vertebra lo que, de otra forma, sería caos y sinsentido, erudición y faramalla, caparazón que seca la savia de la vida.

5. Cultura y vida lograda.

Porque si la cultura no sirve para vivir una vida lograda, sirve para poco. Pero para que los contenidos culturales vivifiquen la existencia personal hay que digerirlos y asimilarlos. Antonio Machado ironizó, en su Juan de Mairena, sobre la nula virtud nutritiva de la avalancha de datos y de información que constantemente nos llueve y nos resbala: “Aprendió tantas cosas –escribía mi maestro, a la muerte de un su amigo erudito--, que no tuvo tiempo para pensar en ninguna de ellas”. “Ciencia sin seso, locura doble”, que diría Gracián.

Sin discernimiento y crítica, sin tiempo de silencio y reflexión, el mero trasiego de datos puede ser sólo fuga y escape, condimento sin alimento, adorno y floritura: un anestésico más para la fatiga de vivir sin sentido. La cultura que mejora la vida se fragua en la meditación personal, lo que implica disponer de espacios –es decir, tiempos-- de recogimiento, de silencio, de soledad, de lentitud; espacios que, con mayor o menor esfuerzo, puede conseguir quien se lo proponga seriamente; y que propician que una vida sea plena y vigorosa, lograda: culta.

En los oídos de nuestros contemporáneos se aprecia un horror vacui general, una huida del silencio. Hay miedo a quedarse solos, a encontrarse de frente con uno mismo. Necesitamos compulsivamente el runruneo de la radio o de la televisión o de la música; en todas partes, a todas horas: en casa, en el coche, en el despacho; caminando, trabajando, en la cama. Pero a los efectos de no dejarse expropiar la vida, resulta decisivo aprender a “apagar los aparatos”, esa sabia decisión de prescindir que nos protege de injerencias e intrusismos; y a cultivar la lectura.

“La cultura es la lectura”, se ha dicho no sin razón. Hay que leer. Y hay que leer los clásicos. ¿Por qué? Responde Italo Calvino: porque “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”[8]. Pero ¿sirve para algo? Y contesta condescendiente: “Los clásicos sirven para entender quiénes somos y adónde hemos llegado”[9]. ¿Y qué utilidad tiene eso? “La única razón que se puede aducir es que leer los clásicos es mejor que no leer los clásicos”[10]. El año 2005 se cumple el cuarto centenario de la publicación del Quijote, el clásico más universal de la literatura en español. Buena ocasión para leerlo o releerlo.

Y vuelvo a Eliot y a su visión de la cultura como modo de vida lograda, como aquello “que justifica que otros pueblos y generaciones, al contemplar los restos y la influencia de una civilización extinguida, digan que a esa civilización le mereció la pena existir”[11]. Esa es la idea de cultura que me gusta y que me sirve.
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Notas:

[1] T. S. Eliot, Notas para la definición de la cultura, Barcelona, Bruguera, 1984, 36.
[2] J. Rof Carballo, “El mar y la palabra”, ABC, 23.9.1989, 3.
[3] G. Steiner, La barbarie de la ignorancia, Madrid, Mario Muchnik, 1999, 58-59.
[4] J. L. Cañas, Antropología de las adicciones. Psicoterapia y rehumanización, Madrid, Dykinson, 2004.
[5] Juan Pablo II, Fides et ratio, 1b.
[6] Ibidem.
[7] E. Sabato, Antes del fin, Barcelona, Seix Barral, 1999, 18.
[8] I. Calvino, Por qué leer los clásicos, Barcelona, Tusquets, 1995, 15.
[9] Idem, 19-20.
[10] Ibidem.
[11] T. S. Eliot, Notas…, 36-37.

17 diciembre 2004

UNA PEDAGOGÍA DE LA FE EN FAMILIA

[Los padres han dado la vida a los hijos y por eso están gravemente obligados a su educación, a "formar un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos (Conc. Vaticano II)" . En este artículo, el autor muestra cómo San Josemaría Escrivá, Fundador del Opus Dei, ha profundizado en esta verdad. Reproducido de Romana]

#084 ::Hogar Categoria-Matrimonio y Familia

por Michele Dolz, Doctor en Teología y Pedagogía
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Que los padres son los principales educadores de sus propios hijos es principio recurrente en el Magisterio de la Iglesia desde la Divini illius Magistri de Pio XI (1929) hasta los documentos de Juan Pablo II. El Concilio Vaticano II resume así esta postura doctrinal: «Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos» .

Veremos en estas páginas cómo San Josemaría Escrivá ha profundizado en esta verdad y la ha enseñado en relación con la llamada bautismal a la santidad y al apostolado. Me limitaré a citar algunos textos muy sumariamente pero de manera, espero, bastante clara para que puedan comenzarse nuevos estudios .

La familia en los planes de Dios

En el antiguo pueblo de Israel la familia era, de manera evidentísima, la piedra angular de la sociedad. En los pueblos semíticos la familia contaba más que el individuo, y las familias se agregaban a su vez en clanes o tribus, estructura social que acentúa enormemente el papel de la tradición y que tiende a la estabilidad y a la continuidad. El modelo patriarcal es aún más confirmado en el pueblo escogido por el empeño de fidelidad a JHWH: «teme al Señor tu Dios, guardando todos los mandamientos y preceptos que te manda, tú, tus hijos y tus nietos, mientras viváis (...). Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado» .

El padre israelita en el pueblo de la Antigua Alianza siente por tanto el deber moral de transmitir a los suyos el depósito que Dios le ha confiado, obligación que da sentido a su misión de jefe de la familia y de cuyo cumplimiento depende la prosperidad y la felicidad misma del núcleo . De ahí se deriva un lazo estrechísimo entre los miembros: «hueso y carne tuya somos» . Una unidad de destino que lleva a resultados paradójicos, como por ejemplo el castigo de una familia entera por la culpa del padre .

La familia hebrea es «la casa del padre» y Dios es «el Dios de nuestros padres». La misión del padre se reviste de características religiosas. El padre desarrolla un papel casi sacerdotal . La familia no es sólo una unidad social sino un grupo religioso, que celebra las fiestas con verdadera actitud litúrgica en la propia casa como sede propia. En otras palabras, la religión de JHWH, desde el punto de vista social, no se funda en la labor de predicadores, de carismáticos y ni siquiera específicamente de la casta sacerdotal, sino en el núcleo familiar. Y aunque no hayan faltado los profetas y los caudillos del pueblo, la religión se trasmitió en la familia.

El Nuevo Testamento nos presenta inicialmente la transposición del modelo antiguo a la nueva fe en Jesucristo. Familias enteras se convierten tras la conversión del padre: después de la curación de su hijo, el funcionario de Cafarnaún «creyó él y toda su casa» ; el carcelero de Pablo y Silas , y el jefe de la sinagoga de Corinto, Crispo , son otros ejemplos.

Con la expansión del cristianismo en todo el imperio, el modelo patriarcal hebreo cesó pronto de ser el único, pero no desapareció el sentido de responsabilidad de los padres para transmitir la fe en la familia. La literatura es aquí abundantísima y fascinaba a San Josemaría no sólo por la frescura de las narraciones sino por las altas aspiraciones a la santidad que allí se encuentran.

«No puede proponerse a los esposos cristianos mejor modelo que el de las familias de los tiempos apostólicos: el centurión Cornelio, que fue dócil a la voluntad de Dios y en cuya casa se consumó la apertura de la Iglesia a los gentiles; Aquila y Priscila, que difundieron el cristianismo en Corinto y en Éfeso y que colaboraron en el apostolado de San Pablo; Tabita, que con su caridad asistió a los necesitados de Joppe. Y tantos otros hogares de judíos y de gentiles, de griegos y de romanos, en los que prendió la predicación de los primeros discípulos del Señor.

Familias que vivieron de Cristo y que dieron a conocer a Cristo. Pequeñas comunidades cristianas, que fueron como centros de irradiación del mensaje evangélico. Hogares iguales a los otros hogares de aquellos tiempos, pero animados de un espíritu nuevo, que contagiaba a quienes los conocían y los trataban. Eso fueron los primeros cristianos, y eso hemos de ser los cristianos de hoy» .

La admiración de San Josemaría por los primeros cristianos y el continuo proponerlos como modelo, nada quitaba, obviamente, al reconocimiento de todos los frutos de santidad que la Iglesia ha producido en dos milenios de historia, santidad «cultivada» muy a menudo en las familias cristianas. Pero las primeras generaciones ponen muy bien de relieve tres aspectos básicos:

a) la meta a la que aspiran es la santidad, entendida como identificación total con Cristo;

b) la misión de cristianización de la sociedad y de la cultura (que equivale al acercamiento a Cristo de las personas singulares) corresponde a cada uno de los cristianos en su proprio ambiente, empezando por la familia;

c) todo esto tiene su origen en el bautismo, es decir, en el hecho de ser cristianos, y no en mandatos particulares de la jerarquía o en actos de consagración añadidos.

Volviendo a la misión educativa de los padres con sus proprios hijos, San Josemaría Escrivá enseñó siempre, no sin incomprensiones iniciales, que el matrimonio es una vocación divina y que radica su grandeza, sus obligaciones y su eficacia en el mismo sacramento.

«El matrimonio está hecho para que los que lo contraen se santifiquen en él, y santifiquen a través de él: para eso los cónyuges tienen una gracia especial, que confiere el sacramento instituido por Jesucristo. Quien es llamado al estado matrimonial, encuentra en ese estado -con la gracia de Dios- todo lo necesario para ser santo, para identificarse cada día más con Jesucristo, y para llevar hacia el Señor a las personas con las que convive.

(...) Debemos trabajar para que esas células cristianas de la sociedad nazcan y se desarrollen con afán de santidad, con la conciencia de que el sacramento inicial -el bautismo- ya confiere a todos los cristianos una misión divina, que cada uno debe cumplir en su propio camino. Los esposos cristianos han de ser conscientes de que están llamados a santificarse santificando, de que están llamados a ser apóstoles, y de que su primer apostolado está en el hogar. Deben comprender la obra sobrenatural que implica la fundación de una familia, la educación de los hijos, la irradiación cristiana en la sociedad. De esta conciencia de la propia misión dependen en gran parte la eficacia y el éxito de su vida: su felicidad» .

La misión de educadores de la fe nace de los sacramentos. Los padres cuando educan son la Iglesia que educa. Su hogar es iglesia doméstica. Y además de ser un deber, éste es también un derecho, como reconoce claramente el Código de Derecho Canónico .

San Josemaría presta atención a los motivos naturales que fundamentan el carácter insustituible de los padres como educadores de la fe. Esta labor no ha de ser vista sólo como un empeño, por santo que sea, sino como una verdadera necesidad: lo que no hagan los padres no podrá hacerlo nadie más en su lugar.

«En todos los ambientes cristianos se sabe, por experiencia, qué buenos resultados da esa natural y sobrenatural iniciación a la vida de piedad, hecha en el calor del hogar. El niño aprende a colocar al Señor en la línea de los primeros y más fundamentales afectos; aprende a tratar a Dios como Padre y a la Virgen como Madre; aprende a rezar, siguiendo el ejemplo de sus padres. Cuando se comprende eso, se ve la gran tarea apostólica que pueden realizar los padres, y cómo están obligados a ser sinceramente piadosos, para poder transmitir -más que enseñar- esa piedad a los hijos» .

Aquí habla el pastor, no el pedagogo, y habla con la seguridad de una vida interior santa y de una vastísima experiencia de almas. Y, sin embargo, su intuición concuerda con las investigaciones de la psicología infantil que han marcado la pedagogía del siglo XX. Baldwin atribuía a la imitación de los padres la formación del mismo yo. Bovet elaboró la noción de «respeto» como la actitud de sumisión y de afecto que se da principalmente en relación a los padres y que permite al niño la asimilación de las consignas morales. Después fue Piaget quien demostró la dependencia afectiva de los padres en el aprendizaje de los valores .

El niño capta lo que se le ofrece a través del inimitable lazo afectivo con los padres. Es experiencia común. Como es también conocida la escasa eficacia de las instituciones alternativas a la familia, aunque estén movidas por las mejores intenciones. Hay que alzar una alabanza a tantos institutos de beneficiencia que, con caridad cristiana, han educado, también en la fe, a niños sin padres; en esos ambientes Dios ha suscitado incluso grandes santos. Pero, en general, son precisamente ellos los que demuestran cómo son imprescindibles unos padres cristianos. Más aún, la multisecular historia de la educación cristiana es testimonio bien fiable de que difícilmente germina la semilla de la vida sobrenatural si no encuentra la colaboración de los padres. Al contrario, la sinergia familia-escuela (o familia y educadores cristianos en general) es de una eficacia globalizadora. De aquí otra intuición pastoral de San Josemaría que hoy es práctica difundida en todo el mundo y que representa una novedad en el campo educativo: la promoción de centros educativos que se coloquen en continuidad con la acción formativa de los padres y en los cuales éstos sigan ejerciendo el papel de principales educadores.

Profundizando y aplicando el principio del primado educativo de los padres, San Josemaría les daba una indicación aparentemente metodológica: hacerse amigos de sus hijos, es decir, establecer con ellos una relación de confidencia, de confianza, de verdadera condivisión. El pedagogo Víctor García Hoz, que conocía a San Josemaría Escrivá desde los años treinta, ha puesto de relieve la importancia de este consejo, recordando que, en último extremo, toda educación verdadera se basa en la relación de amistad entre educador y educando . He dicho “aparentemente metodológica”, porque la amistad y el amor cristiano son caridad y ésta no se reduce a técnicas sino que constituye la substancia misma de la nueva vida en Cristo.

Educación para la santidad

Recordábamos antes la admiración de San Josemaría por el standard formativo de los primeros cristianos, que miraba a la santidad, a la plena identificación con Cristo. San Pablo señala dos polos entre los cuales se desarrolla toda auténtica formación cristiana. En la Carta a los Romanos, hablando de la constricción de la ley y de la libertad que Cristo nos ha ganado, dice: «Si hago lo que no quiero (...) no soy yo quien hace esto, sino el pecado que habita en mí. Porque sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita el bien; pues querer el bien está a mi alcance, pero ponerlo por obra no» . Es el drama de la naturaleza caída y de la imposibilidad de acciones santas sin la gracia. Desde el punto de vista formativo recuerda el absurdo (y los daños) de toda educación moral que no tenga en cuenta la debilidad para hacer el bien -debilidad causada por el pecado-, y prescinda de la gracia . El otro polo lo encontramos en el célebre pasaje de la Carta a los Gálatas insistentemente citado por San Josemaría: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y la vida que vivo ahora en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios» . Es la vida de Cristo en el fiel, en la cual la actuación moral es la consecuencia.

La Carta a los Gálatas puede leerse, en mi opinión, como carta magna de los educadores cristianos. Conceptos como «la vida en Cristo», «ser hijos de Dios por la fe en Jesucristo», «estar llamados a la libertad», van mucho más allá de la simple observancia de preceptos o códigos morales, y recuerdan a los formadores que el cristianismo no es una moral ni una filosofía de vida, sino una vida, la vida de Cristo en nosotros. Por esto Pablo exclama en la misma epístola: «hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta que Cristo esté formado en vosotros» . En esto consiste la santidad. Y por el mismo motivo Pablo advierte contra la tentación de un planteamiento formativo empequeñecido y, en el fondo, mundano: «No os engañéis: de Dios nadie se burla. Porque lo que uno siembre, eso recogerá: el que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el Espíritu, del Espíritu cosechará la vida eterna» . La rebaja de las expectativas en la educación familiar (consecuencia de la lógica del «sembrar en la carne») es lo que San Josemaría solía llamar «el fracaso de Cristo en las familias cristianas», familias que no saben reconocer ni aceptar los dones de Dios, por ejemplo la vocación de los hijos a una particular misión en la Iglesia (como es la llamada al sacerdocio ministerial) o sencillamente la invitación divina a asumir coherentemente la vocación a la santidad y al apostolado recibida en el bautismo.

Unos padres que aspiran a la santidad y desean la santidad para sus hijos comprenden bien aquellas otras palabras de San Josemaría: «Hay una especial Comunión de los Santos entre los miembros de una misma familia. Si sois muy santos, vuestros hijos tendrán más facilidad para serlo» . Una particular comunión espiritual que nace una vez más del sacramento del matrimonio, porque Cristo ha asumido, santificado y hecho vocacionales las relaciones familiares naturales.

Ahora bien, la santidad no se puede enseñar como un contenido teórico. Los padres pueden y deben transmitir las verdades de la fe cristiana y encaminar a sus hijos hacia los medios de santificación de los que dispone la Iglesia. Sin embargo, es bueno recordar que «los padres educan fundamentalmente con su conducta. Lo que los hijos y las hijas buscan en su padre o en su madre no son sólo unos conocimientos más amplios que los suyos o unos consejos más o menos acertados, sino algo de mayor categoría: un testimonio del valor y del sentido de la vida encarnado en una existencia concreta, confirmado en las diversas circunstancias y situaciones que se suceden a lo largo de los años» .

Lo que pueden hacer los padres es una seria educación a la oración de sus hijos: «que Dios no sea considerado un extraño, a quien se va a ver una vez a la semana, el domingo, a la iglesia; que Dios sea visto y tratado como es en realidad: también en medio del hogar, porque, como ha dicho el Señor, “donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mat 18, 20)» .

No hace falta explicar aquí que una intensa vida de oración es camino necesario para la santidad. Lo ha enseñado Jesús en cada página del Evangelio. Y San Josemaría Escrivá ha hecho de esta verdad el telón de fondo de su predicación. Decía constantemente, refiriéndose a la formación de los jóvenes: «Si no hacéis de los chicos hombres de oración, habéis perdido el tiempo» . Y planteó la formación en los apostolados del Opus Dei de manera que se encaminase a las personas a la oración mental, así como a un nutrido plan de vida espiritual. Al mismo tiempo temía como una necrosis del alma el formalismo, la exterioridad, la “observancia”, la práctica exterior de la piedad sin una correspondencia interior de apertura personal a Cristo. Lo que, en una palabra, llamaba “beatería”. Los mismos criterios los aplicaba a la familia, con las debidas proporciones dictadas por la edad de los hijos y por el hecho de que los padres no son directores espirituales. Pero no con menor exigencia, porque, bien mirado, casi todos los cristianos han aprendido las oraciones en la propria familia, y sin embargo, ¿cuántos han sido almas de oración?

«Enseñar -primero con el ejemplo, y después con la palabra- en qué consiste la verdadera piedad. La beatería no es más que una triste caricatura pseudo-espiritual, fruto generalmente de la falta de doctrina, y también de cierta deformación en lo humano: resulta lógico que repugne, a quienes aman lo auténtico y lo sincero.

He visto con alegría cómo prende en la juventud -en la de hoy como en la de hace cuarenta años- la piedad cristiana, cuando la contemplan hecha vida sincera;

-cuando entienden que hacer oración es hablar con el Señor como se habla con un padre, con un amigo: sin anonimato, con un trato personal, en una conversación de tú a tú;

-cuando se procura que resuenen en sus almas aquellas palabras de Jesucristo, que son una invitación al encuentro confiado: vos autem dixi amicos (Ioan 15, 15), os he llamado amigos;

-cuando se hace una llamada fuerte a su fe, para que vean que el Señor es el mismo ayer y hoy y siempre (Heb 13, 8).

Por otra parte, es muy necesario que vean cómo esa piedad ingenua y cordial exige también el ejercicio de las virtudes humanas, y que no puede reducirse a unos cuantos actos de devoción semanales o diarios: que ha de penetrar la vida entera, que ha de dar sentido al trabajo, al descanso, a la amistad, a la diversión, a todo. No podemos ser hijos de Dios sólo a ratos, aunque haya algunos momentos especialmente dedicados a considerarlo, a penetrarnos de ese sentido de nuestra filiación divina, que es la médula de la piedad» .

Estaba convencido de que, a causa del especial lazo afectivo con los propios padres, la piedad aprendida en la infancia se habría de quedar anclada en el alma para toda la vida, aún bajo aparentes alejamientos de la fe o de la práctica cristiana. Decía a los padres, hablando de la devoción en familia:

«Vuestra delicadeza y vuestra piedad (...) quedan en el fondo del alma. Y si vienen luego las pasiones, y nos tiran para abajo, y tenemos una temporada mala en la vida, al final vuelve a brotar la buena semilla. No se pierde nunca la piedad que las madres metéis en el corazón de vuestros hijos» .

Aconsejaba enseñar a los niños pocas oraciones pero constantes. No hay que aburrir con la piedad. Lo importante es que aprendan que son hijos de Dios y que actúen en consecuencia. Por eso, para llegar educativamente al núcleo de la unión personal con Dios, no veía otro camino más que una amplia libertad, «ya que no hay verdadera educación sin responsabilidad personal, ni responsabilidad sin libertad» .

«Conviene que no se pierdan esas tradiciones maravillosas del rezo en familia, pero sin obligarles. Que os vean conservarlas con cariño, que sepan a qué hora se reza el Rosario, y acabarán uniéndose a vosotros. ¡Pero sin forzarlos! Si se ponen a tiro -y se pondrán, si haces lo posible por ser amigo suyo-, les dices, a solas: mira, esa costumbre que tenemos es una cosa de siglos, y se debe continuar porque agrada mucho a Nuestra Señora, porque es grata a Dios, y así El nos bendice. Pero hazlo cuando tú quieras, con toda libertad. Y ellos volverán» .

El margen de libertad será poco a poco más amplio en la medida de su crecimiento y desarrollo. También éste es un rasgo destacado de la pedagogía de San Josemaría Escrivá: no temer la libertad, porque sin ella no hay verdadero mejoramiento. El mismo Cristo ha querido correr el riesgo de nuestra libertad, gustaba decir. E invitaba al mismo tiempo a la paciencia («porque Dios tiene mucha paciencia con nosotros»), a no tener prisa con las almas, precisamente porque se tiene la urgencia de formarlas bien.

«No puedes obligar a tus hijos mayores a cumplir por la fuerza las obligaciones religiosas. No debes cogerles por las orejas y decirles: te llevo a Misa. Porque, aunque materialmente los lleves a la iglesia, si no quieren oír la Santa Misa, no la oyen.

Que sepan que hacen mal y que ofenden a Dios; y que le ofenden gravemente, si no cumplen sus obligaciones en materia grave. Pero tú, quédate tranquila, y reza. Acuérdate de Santa Mónica rezando por su hijo Agustín. Si rezas por ellos, después de haberles explicado sus deberes, ten la seguridad de que al fin Dios moverá sus corazones, y el Espíritu Santo arrastrará aquellas almas, aquellos corazones, hasta la contrición y la buena conducta» .

El primado de la gracia

Como era un óptimo teólogo, San Josemaría no cayó nunca en la trampa más clásica del educador cristiano: tratar de obtener del educando con medios humanos lo que sólo puede ser alcanzado con la ayuda de la gracia de Dios. Por el contrario, desarrolló una constante catequesis sobre la necesidad de acudir siempre a las fuentes de la gracia, a los sacramentos, y planteó la lucha ascética personal como correspondencia a la gracia.

Utilizando la terminología de muchos Padres , hablaba de divinización del cristiano, como una realidad de hecho y como un objetivo. Tomaba absolutamente en serio, como pertenecientes a la vida cotidiana, las expresiones de San Juan sobre la comunión (koinonía) entre Cristo y el fiel, que tiene como prototipo la comunión entre Cristo y el Padre. Por ejemplo, enseñaba a recitar frecuentemente y a meditar las palabras de Jesús: «que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros» . Y también: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él» . Frase que comentaba así: «El corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas (...). Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y las virtudes sobrenaturales!» .

Basta una mirada a los escritos de San Josemaría Escrivá para darse cuenta de la profusión con que vuelve al tema de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma, del que hace derivar el programa práctico de la vida cristiana: vida de «hijos en el Hijo» , es decir de hijos de Dios in Christo, según la expresión recurrente en san Pablo, por el envío del Espíritu Santo . San Pablo, en efecto, ha desarrollado el concepto de la presencia del Espíritu en el alma, de alguna manera preanunciada, como ha sido dicho , por la shekinah de Dios en el Templo: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? (...). El templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros» .

San Josemaría plantea toda la formación cristiana como una ayuda para que la inhabitación y la divinización -y, por tanto, la conciencia de ser hijos de Dios en Cristo- se traduzcan en la oración y en el recurso oportuno y consciente a los sacramentos. Para él, conducir a la oración y a los sacramentos era realmente educar.

«Si se abandonan los Sacramentos, desaparece la verdadera vida cristiana. Sin embargo, no se nos oculta que particularmente en esta época nuestra no faltan quienes parece que olvidan, y que llegan a despreciar, esta corriente redentora de la gracia de Cristo. Es doloroso hablar de esta llaga de la sociedad que se llama cristiana, pero resulta necesario, para que en nuestras almas se afiance el deseo de acudir con más amor y gratitud a esas fuentes de santificación» .

A lo largo de su vida, y de modo particular entre 1970 y 1975, año de su muerte, desarrolló una amplísima catequesis sobre los sacramentos. Le dolía la “moda”, difundida en aquella época, de retrasar el bautismo de los niños con el pretexto de una elección más consciente por parte de los bautizandos. Es oportuno recordar aquí la doctrina sobre los efectos del bautismo, que «no solamente purifica de todos los pecados, sino que hace también del neófito “una nueva creación” (2 Cor 5,17), un hijo adoptivo de Dios, que ha sido hecho “partícipe de la naturaleza divina” (2 Ptr 1, 4), miembro de Cristo, coheredero con él y templo del Espíritu Santo. La Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia de la justificación que le hace capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo mediante las virtudes teologales; le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo; le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales» .

Basado en esta fuerte convicción, San Josemaría lamentaba:

«No faltan quienes parece que olvidan, y que llegan a despreciar, esta corriente redentora de la gracia de Cristo (...). Deciden sin el menor escrúpulo retardar el bautismo de los recién nacidos, privándoles -con un grave atentado contra la justicia y contra la caridad- de la gracia de la fe, del tesoro incalculable de la inhabitación de la Trinidad Santísima en el alma, que viene al mundo manchada por el pecado original. Pretenden también desvirtuar la naturaleza propia del Sacramento de la Confirmación, en el que la Tradición unánimemente ha visto siempre un robustecimiento de la vida espiritual, una efusión callada y fecunda del Espíritu Santo, para que, fortalecida sobrenaturalmente, pueda el alma luchar -miles Christi, como soldado de Cristo- en esa batalla interior contra el egoísmo y la concupiscencia» .

Con frecuencia se refería también a la confesión de los niños, animando a los padres a llevar a sus hijos sin retrasos a ese sacramento.

«¡Qué alegría ir a confesar! Yo he confesado a miles y miles de niños. No se pierde el tiempo: se aprovecha, se aprende de aquellas almas en las que el Espíritu Santo está actuando. Como las mamás dais a las criaturas vuestra sangre, y después el néctar de vuestro pecho; así el Espíritu Santo, metido en el alma de esas criaturas, que no se dan cuenta de nada quizá, actúa, actúa, actúa. Y el sacerdote colabora con Él, con el Espíritu Santo. Además, la gracia del sacramento, que es también el Espíritu Santo en acción» .

Y llegamos así al verdadero fundamento de la formación cristiana según San Josemaría Escrivá: la filiación divina. Dios nos ha creado para darnos gratuitamente una dignidad superior, estrictamente sobrenatural: ser sus hijos adoptivos, hijos en el Hijo, miembros de la familia del Padre, Hijo y Espíritu Santo: domestici Dei . «El modo en que Dios nos constituye miembros de su familia -escribe F. Ocáriz, comentando las enseñanzas de San Josemaría- es pues uno concreto: la filiación. Esta familiaridad divina no es, en nosotros, una simple cuestión moral, un simple comportamiento, sino que se fundamenta en una real transformación -elevación, adopción-, pues “la fe nos dice que el hombre, en estado de gracia, está endiosado” (Es Cristo que pasa, n. 103), es decir, metido verdaderamente en Dios, introducido a participar de la vida divina; de esa Vida que son las Procesiones eternas de la Santísima Trinidad (...). No sólo Dios, en un derroche de bondad, quiere que le tratemos como a un padre, sino que en un derroche incomparablemente mayor de su amor, nos adopta como hijos suyos» . Así escribe san Juan: «Mirad qué amor hacia nosotros ha tenido el Padre, queriendo que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos en verdad» . San Josemaría hizo de la filiación divina el fundamento de la vida espiritual. En sus enseñanzas éste no es un aspecto más, sino el encuadre transversal y omnicomprensivo.

«La piedad que nace de la filiación divina es una actitud profunda del alma, que acaba por informar la existencia entera: está presente en todos los pensamientos, en todos los deseos, en todos los afectos. ¿No habíais observado que, en las familias, los hijos, aun sin darse cuenta, imitan a sus padres: repiten sus gestos, sus costumbres, coinciden en tantos modos de comportarse?

Pues lo mismo sucede en la conducta del buen hijo de Dios: se alcanza también -sin que se sepa cómo, ni por qué camino- ese endiosamiento maravilloso, que nos ayuda a enfocar los acontecimientos con el relieve sobrenatural de la fe; se ama a todos los hombres como nuestro Padre del Cielo los ama y -esto es lo que más cuenta- se obtiene un brío nuevo en nuestro esfuerzo cotidiano por acercarnos al Señor. No importan las miserias, insisto, porque ahí están los brazos amorosos de Nuestro Padre Dios para levantarnos» .

Hablando a los padres decía que el punto focal de la formación cristiana impartida a sus hijos era el conocimiento de Dios como Padre. Y no debería resultar difícil a los padres que son amados por sus hijos provocar la transferencia del modelo filial, del natural al sobrenatural.

Las virtudes humanas

Otro aspecto central del planteamiento que San Josemaría da a la formación cristiana es la importancia atribuida a las virtudes humanas. Le gustaba usar el adjetivo humanas para subrayar que se trata de hábitos que honoran a la persona que los posee, que están en la base del comportamiento libre y que «algunos tienen, aun sin conocer a Cristo» .

«En este mundo, muchos no tratan a Dios; son criaturas que quizá no han tenido ocasión de escuchar la palabra divina o que la han olvidado. Pero sus disposiciones son humanamente sinceras, leales, compasivas, honradas. Y yo me atrevo a afirmar que quien reúne esas condiciones está a punto de ser generoso con Dios, porque las virtudes humanas componen el fundamento de las sobrenaturales» .

En consecuencia, para el actuar cristiano las virtudes humanas y las sobrenaturales se reclaman recíprocamente, siendo las primeras la base de las segundas. Es difícil ejercitar, por ejemplo, la fortaleza sobrenatural si humanamente faltan los hábitos de dominio de sí, o la prudencia cristiana si naturalmente se es atolondrado.

Por otro lado, las virtudes humanas, en un cristiano, se convierten en sobrenaturales cuando son vivificadas por la caridad, y pueden ser desarrolladas con la ayuda de la gracia divina . Para la formación de las virtudes en la vida familiar hay que tener presente que, como advierte el Romano Pontífice, «por una especie de ósmosis, los hijos incorporan a sus vidas y a su personalidad cuanto respiran en el ambiente del hogar, como fruto de las virtudes que los padres han labrado en sus propias vidas. El mejor modo de esculpir las virtudes en el corazón de los hijos es ofrecérselas grabadas en la vida de los padres. Virtudes humanas y virtudes cristianas, en armoniosa y fuerte unidad, hacen amable el ideal contemplado en los padres, y estimulan a los hijos a emprender su conquista» .

Una vida virtuosa es atrayente. Pero San Josemaría reconocía que entre los cristianos no siempre es así.

«Habréis, quizá, observado (...) tantos que se dicen cristianos -porque han sido bautizados y reciben otros Sacramentos-, pero que se muestran desleales, mentirosos, insinceros, soberbios... Y caen de golpe. Parecen estrellas que brillan un momento en el cielo y, de pronto, se precipitan irremisiblemente. Si aceptamos nuestra responsabilidad de hijos suyos, Dios nos quiere muy humanos. Que la cabeza toque el cielo, pero que las plantas pisen bien seguras en la tierra. El precio de vivir en cristiano no es dejar de ser hombres o abdicar del esfuerzo por adquirir esas virtudes que algunos tienen, aun sin conocer a Cristo. El precio de cada cristiano es la Sangre redentora de Nuestro Señor, que nos quiere -insisto- muy humanos y muy divinos, con el empeño diario de imitarle a El, que es perfectus Deus, perfectus homo» .

El cristiano que no se empeña en la práctica de las virtudes, que no se esfuerza en el cumplimiento de sus deberes familiares, profesionales y sociales, y también en el ejercicio de sus propios derechos, no puede ser un buen discípulo de Cristo y hace daño a la Iglesia. Significativamente, San Josemaría quería que, en la familia y en los centros educativos, los hijos recibiesen una profunda formación sobre sus derechos y deberes como ciudadanos libres que, con una marcada sensibilidad hacia el bien común, deben contribuir al desarrollo de la sociedad. Juzgaba ruinosas dos posturas opuestas pero que coinciden en vaciar al hombre de su humanidad.

«Cierta mentalidad laicista y otras maneras de pensar que podríamos llamar “pietistas”, coinciden en no considerar al cristiano como hombre entero y pleno. Para los primeros, las exigencias del Evangelio sofocarían las cualidades humanas; para los otros, la naturaleza caída pondría en peligro la pureza de la fe. El resultado es el mismo: desconocer la hondura de la Encarnación de Cristo, ignorar que el Verbo se hizo carne, hombre, y habitó en medio de nosotros» .

Es aquí donde se sitúa en buena parte la ascesis cristiana . Y aquí era muy exigente, primero consigo mismo y después con los demás. Contando siempre con la gracia de Dios, animaba a adiestrar las propias potencias con la tenacidad y el optimismo del deportista y con la aspereza del asceta. En los hogares cristianos, decía, hay que crear un clima de sinceridad, de generosidad, de lealtad. En las escuelas y en los ambientes formativos hay que buscar, sin componendas, que las personas desarrollen estas actitudes, precisamente porque se les quiere santos.

«Cuando un alma se esfuerza por cultivar las virtudes humanas, su corazón está ya muy cerca de Cristo. Y el cristiano percibe que las virtudes teologales -la fe, la esperanza, la caridad-, y todas las otras que trae consigo la gracia de Dios, le impulsan a no descuidar nunca esas cualidades buenas que comparte con tantos hombres.

Las virtudes humanas -insisto- son el fundamento de las sobrenaturales; y éstas proporcionan siempre un nuevo empuje para desenvolverse con hombría de bien. Pero, en cualquier caso, no basta el afán de poseer esas virtudes: es preciso aprender a practicarlas. Discite benefacere (Is 1, 17), aprended a hacer el bien. Hay que ejercitarse habitualmente en los actos correspondientes -hechos de sinceridad, de veracidad, de ecuanimidad, de serenidad, de paciencia-, porque obras son amores, y no cabe amar a Dios sólo de palabra, sino con obras y de verdad (1 Jn 3, 18).

Si el cristiano lucha por adquirir estas virtudes, su alma se dispone a recibir eficazmente la gracia del Espíritu Santo; y las buenas cualidades humanas se refuerzan por las mociones que el Paráclito pone en su alma. La Tercera Persona de la Trinidad Beatísima -dulce huésped del alma- regala sus dones: don de sabiduría, de entendimiento, de consejo, de fortaleza, de ciencia, de piedad, de temor de Dios.

(...) Nuestra fe confiere todo su relieve a estas virtudes que ninguna persona debería dejar de cultivar. Nadie puede ganar al cristiano en humanidad. Por eso el que sigue a Cristo es capaz -no por mérito propio, sino por gracia del Señor- de comunicar a los que le rodean lo que a veces barruntan, pero no logran entender: que la verdadera felicidad, el auténtico servicio al prójimo pasa sólo por el Corazón de Nuestro Redentor, perfectus Deus, perfectus homo .

¿Se puede contar con San Josemaría entre los santos educadores de los que es rica la historia de la Iglesia? Ciertamente puede decirse que ha sido un colosal promotor de formación cristiana, no sólo a través de las instituciones educativas que se inspiran en sus enseñanzas, sino también -y sobre todo- con la misma vida del Opus Dei, al que gustaba definir como «una gran catequesis». Formación de cristianos en medio del mundo orientada a hacerles asumir, con toda la radicalidad y con los medios adecuados, la llamada bautismal a la vida en Cristo.

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Notas:

1) CONCILIO VATICANO II, Decl. Gravissimum educationis, n. 3. Cfr. también Cost. dog. Lumen gentium, n. 11 y Cost. past. Gaudium et spes, n. 52; y, en el Magisterio postconciliar, JUAN PABLO II, Ex. ap. Catechesi tradendae, 16-X-1979, nn. 68-69; Ex. ap. Familiaris consortio, 22-XI-1981, n. 21; y Carta a las familias, 2-II-1994, n. 16. En este último texto el Papa explicita que la educación de los hijos es prosecución y desarrollo del amor conyugal, y una participación al amor paternal y maternal de Dios. Cfr. también: Mensaje a los participantes de la XII Asamblea plenaria del Pontificio Consejo para la Familia, 29-IX-1995, sobre el tema La transmisión de la fe en la familia.
2) Sobre el alto concepto que el Beato Josemaría tenía de la educación como actividad humana y como expresión apostólica, ver F. PONZ PIEDRAFITA, La educación y la actividad educativa en la enseñanza de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, Eunsa, Pamplona 1976.
3) Dt 6, 2-7.
4) Cfr. Dt 6, 10ss.
5) 2 Sam 5, 1.
6) Cfr. Gen 7, 16-26.
7) Cfr. Jb 1, 5.
8) Jn 4, 53.
9) Cfr. Act 16, 16-39.
10) Cfr. Act 18, 8.
11) Además de los conocidos estudios de A. HAMMAN (La vie quotidienne des premiers chrétiens) y de G. BARDY (La vie spirituelle d’après les Pères des trois premiers siècles), me limito a señalar: E. CAVALCANTI, La vita familiare, en C. BURINI - E. CAVALCANTI, La spiritualità della vita quotidiana negli scritti dei Padri della Chiesa, Ed. Dehoniane, Bologna 1988, pp. 155-179.
12) BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n. 30.
13) BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Conversaciones, n. 91.
14) Cfr. can. 1136.
15) BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Conversaciones, n. 103. «Los padres, donando la vida y recibiéndola en un clima de amor, están provistos de un potencial educativo que ningún otro detenta; de un modo único conocen a sus propios hijos en su irrepetible singularidad y, por experiencia, poseen los secretos y los recursos del amor verdadero» (PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA, Orientaciones educativas en familia, 8-XII-1995, n. 7).
16) Una excelente reflexión filosófica sobre el amor como alma de la educación, ampliamente inspirada en las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá, la desarrolla C. CARDONA en Ética del quehacer educativo, Rialp, Madrid 1990.
17) Cfr. V. GARCÍA HOZ, La pedagogia in Mons. Escrivá de Balaguer, en “Studi Cattolici” 182-183 (1976), pp. 260-266. Cfr. también T. ALVIRA, ¿Cómo ayudar a nuestros hijos?, Palabra, Madrid 1983.
18) Rm 7, 16-18.
19) Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 407.
20) Gal 2, 20.
21) Ibid. 4, 19.
22) Ibid. 6, 7-8.
23) Apuntes tomados en una tertulia en Valencia (España), 19-XI-1972: AGP, P11, p. 101.
24) BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n. 28.
25) Ibid., Conversaciones, n. 103.
26) Ibid., Instrucción, 9-I-1935, n. 133.
27) Ibid., Conversaciones, n. 102.
28) Apuntes tomados en una tertulia en San Pablo (Brasil), 4-VI-1974: AGP, P11, p. 104.
29) BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n. 27.
30) Apuntes tomados en una tertulia en Madrid (España), 28-X-1972: AGP, P11, p. 109.
31) Apuntes tomados en una tertulia en San Pablo (Brasil), 2-VI-1974: AGP, P11, p. 111.
32) Cfr., por ejemplo, J. GROSS, La divinisation du chrétien d’après les Pères Grecs, Gabalda, Paris 1938; cfr. también el artículo Divinisation, del Dictionnaire de Spiritualité, Beauchesne, Paris.
33) Jn 17, 21.
34) Ibid. 14, 23.
35) BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, n. 306.
36) CONCILIO VATICANO II, Decl. Gaudium et spes, n. 22.
37) Cfr. Gal 4, 6.
38) Cfr. L. BOUYER, La Bible et l’Evangile, Du Cerf, Paris 1952; Idem, Mysterion. Du mystère à la mystique, Oeil, Paris 1986.
39) 1 Cor 3, 16-17.
40) BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n. 78.
41) Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1265-1266.
42) BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n. 78.
43) Apuntes tomados en una tertulia en Santiago de Chile, 2-VII-1974: AGP, P11, p. 106.
44) Ef 2, 19.
45) F. OCÁRIZ, Naturaleza, Gracia y Gloria, Eunsa, Pamplona 2000, pp. 183-184 (capítulo La filiación divina, realidad central en la vida y en la enseñanza de Mons. Escrivá de Balaguer). «Nuestra relación con las tres personas divinas es una relación fundada en nuestra participación a la filiación de Cristo, por iniciativa del Padre, que quiere hacernos hijos en el Hijo, y por la infusión del Espíritu, el cual nos asimila a Cristo en cuanto Hijo» (J. A. SAYES, La gracia de Cristo, BAC, Madrid 1993, p. 283).
46) 1 Jn 3, 1.
47) BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios n. 146.
48) Ibid., n. 75.
49) Ibid., n. 74.
50) «No basta esa capacidad personal: nadie se salva sin la gracia de Cristo» (Ibid., n. 75).
51) JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en la IV Asamblea general del Consejo Pontificio para la Familia, sobre el tema: El sacramento del matrimonio y la misión educativa, 10-X-1986, n. 5: AAS 79 (1987) 286-290.
52) BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, n. 75.
53) Ibid., n. 74.
54) Cfr. V. GARCÍA HOZ, Pedagogía de la lucha ascética, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid 1946, especialmente pp. 387-411.
55) BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, nn. 91-93.