CÓMO EDUCAN LAS SERIES ESPAÑOLAS DE TELEVISIÓN
[Una primera versión, más reducida, de este artículo fue publicado en este blog (cfr. # 028). Ahora, es un texto notablemente ampliado y enriquecido y constituye un análisis muy interesante y necesario para los padres y los educadores.Como dice el autor: "...se constata una vez más que en la educación –como en todo arte– no hay recetas mágicas. Los padres son los primeros responsables, sin que esto exima de su responsabilidad al Estado o a los medios de comunicación, y tienen que enseñar a los hijos a poner la televisión en su sitio, para evitar que la televisión se ponga en el suyo y sea ella la que termine educando." Publicado en Nuestro Tiempo (marzo, 2005).]
#141 Educare Categoria-Educacion
por Jesus Juan Pardo, periodista
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La tradicional lista de “los 25” programas más seguidos en 2004 se puede reducir aquí a la de “los 9”: “Aquí no hay quien viva” (8,3 millones), “Los Serrano” (8,1), “Cuéntame cómo pasó” (5,7), “Ana y los 7” (5,5), “Liga de Campeones” (5,3), “El comisario” (4,9), “Hospital Central” (4,6), “Gran Hermano 6” (4,6) y “7 vidas” (4,4). De los nueve, siete son series españolas. Audiencias millonarias para unos productos de calidad. Porque la tienen. La pregunta que hay que responder ahora podría ser: ¿Y qué ideas transmiten a esos millones de telespectadores? Aunque sus responsables hablan de entretener, lo cierto es que forman. Y si todas tienen audiencias millonarias y si todas parece que lo hacen en la misma dirección...
“El vamos a la cama de los Lunnis ya no se lo cree nadie” (Juan Menor, ex director de TVE). “Sólo uno de los veinte programas más vistos por los niños es infantil” (Heraldo de Aragón, basado en datos de un informe de GECA, 1 de diciembre de 2004)...
Cuando se habla de “telebasura” y de la necesidad de defender al menor frente a esta, no todo el mundo entiende lo mismo. Hay una cierta unanimidad en incluir dentro de este concepto a programas como “Salsa rosa”, “Aquí hay tomate”, “Gran Hermano” o “Crónicas Marcianas”.
Sin embargo, series como “Los Serrano” o “Aquí no hay quien viva” tienen un gran éxito entre el público infantil y juvenil y se consideran productos de calidad (las dos han sido galardonadas con el premio Ondas 2004, la segunda ha obtenido hace unas semanas el TP de Oro, y tanto en 2004 como en 2005 lideran con holgura los índices de audiencia, a pesar de que este año compiten en la noche de los miércoles). Premios y aplausos aunque los modelos que presentan dejan bastante que desear desde el punto de vista educativo.
La defensa del menor no es sólo un problema de horario
El problema de la defensa del menor suele plantearse en clave de horarios de emisión. El pasado mes de diciembre el Gobierno llegó a un acuerdo con TVE, Tele 5, Antena 3 y Canal + para suscribir un código que proteja a los menores de la telebasura. Se trata de un pacto voluntario de autorregulación que fija unos criterios generales y unos horarios de precaución, en los que no pueden emitirse determinados espacios.
Al margen de la eficacia que tenga este pacto (el 21 de enero de este año, en elmundo.es se podía leer este título: “Las televisiones mantienen sus programas más polémicos”. Y esta entradilla: “Un mes después de que las cadenas sellasen el Pacto sobre contenidos televisivos e infancia, los niños siguen viendo los mismos programas. Según las organizaciones de telespectadores, en las parrillas continúan los espacios más polémicos y los cambios en sus contenidos son prácticamente inapreciables. En su defensa, los operadores afirman que disponen de un periodo de adaptación y que no se trata de cambiar programas sino de adecuar los ya existentes”), ya puede considerarse un éxito haber puesto de acuerdo a las cadenas para que asuman voluntariamente un código de autorregulación, que siempre es preferible a la intervención directa por parte del Estado.
Sin embargo, con los datos de audiencia en la mano, es fácil darse cuenta de que esta medida, aunque positiva, deja abiertas muchas cuestiones que sólo pueden resolverse con un cambio de los hábitos familiares en el consumo de la televisión. Sin ir más lejos, las 10 de la noche es la hora preferida por los niños para ver la televisión (III Estudio de Audiencias Infantil y Juvenil en España, elaborado por la Asociación para la Investigación en Medios de Comunicación, sobre una muestra de 4.055 entrevistas).
Los últimos datos señalan que más de 800.000 españoles menores de catorce años ven la televisión a partir de las 10 de la noche. En un estudio de GECA de finales del mes de noviembre, se recogía el significativo dato de que entre los veinte programas más vistos por los niños sólo había uno infantil –Zon@ Disney (TVE)— y además en el séptimo puesto.
Ettore Bernabei, ex director general de la RAI y actual productor televisivo, considera que el problema de fondo no se resuelve con medidas cosméticas, como limitar horarios: “Se necesita un cambio en la dirección artística y la producción, para liberar a los programas de entretenimiento del modelo general de un consumo hedonista”.
“Si no sale nada...”
En ocasiones, al preguntar con cierto tono de sorpresa a un adolescente cómo es que ve una determinada serie de televisión (que el adulto considera inconveniente) la respuesta es: “¡Si no sale nada…!”. Esto indica por su parte la percepción de que los contenidos sexuales explícitos no son adecuados para él y, por otro lado, la constatación de que —al menos desde su punto de vista– en dicha serie no los hay. También puede reflejar una cierta deformación, al considerar que los únicos contenidos inapropiados para él son los de este tipo.
Aunque las escenas de sexo explícito no abundan en las series españolas, se trata de un elemento implícito habitual y que con frecuencia sostiene el peso de la trama. Por otro lado, los productores y guionistas son conscientes de los riesgos de un producto con demasiado sexo explícito: no se consideraría apto para todos los públicos y podrían perder parte de su audiencia.
Manuel Ríos, productor de “Mis adorables vecinos”, explica su punto de vista: “Intentamos que funcione la imaginación del espectador: insinuar, pero no mostrar, porque la serie la ven los niños”. David Sánchez, productor ejecutivo de “Siete vidas”, declaraba en una entrevista: “No ponemos límites, sólo tenemos en cuenta el horario. En lugar de mostrar a los actores con menos ropa, jugamos con sus problemas sexuales. Puede haber desnudos, pero no integrales” (El Semanal TV, 1.10.04, pp. 20-21).
Un recurso narrativo muy frecuente —tanto, que a veces se convierte en el asunto más importante de los episodios de una temporada— es la tensión sexual no resuelta, que consiste en hacer que dos personajes se atraigan irresistiblemente, pero sin que esta atracción culmine o no lo haga hasta el final, fundamentalmente, porque daría fin a una de las subtramas que consiguen una mayor fidelización.
En “Los Serrano” hay un claro ejemplo en la relación entre Marcos y Eva, su hermanastra, que dio lugar a la trama horizontal con más fuerza desde el comienzo de la serie. Se quieren, la cosa va avanzando y cuando parece que, por fin, va a culminar, retroceso y vuelta a empezar.
Y lo mismo ha sucedido —quién no recuerda las historias de “Periodistas”, por ejemplo— y ocurre con todas las demás. Incluso en las que, en principio, el “tema” parece que es otro. ¿Cuál fue uno de los principales argumentos en 2004 de “Cuéntame cómo pasó”? La relación de Antonio, el padre, con una atractiva asesora. ¿Y cuál es el gran asunto esta temporada? La “relación” del sacerdote —“progresista”, claro está— con la hija hippy. A este asunto se le puede añadir otro: el hijo acabará saliendo con... (con su novia —fotógrafa del diario— o con su ex —a punto de casarse, pero con la que mantiene una relación...—). Incluso una tercera: la prima llegada del “pueblo”, ¿accederá a tener relaciones sexuales con su novio o seguirá siendo una “carca”?
Y es que, aunque se procura evitar las escenas demasiado explícitas, son muy frecuentes las situaciones sensuales, los comentarios y bromas de doble sentido, el presentar como algo completamente “normal” las relaciones precoces entre adolescentes, las relaciones homosexuales, las infidelidades matrimoniales, etc.
Cuando uno lee en El SemanalTV el primer párrafo de “El amor está en el aire” —que habla sobre la serie “Un paso adelante”—, cualquier lector se puede situar perfectamente en lo apuntado: “Como Pedro ha dejado tan vacía de emociones la Academia de Carmen Arranz, alumnos y profesores se han puesto manos a la obra para hacer crecer los romances...”.
Pero hay mucho más. En “Ana y los siete”, serie de gran éxito entre el público infantil, la protagonista es una bailarina de striptease; al comienzo de esta temporada estaba embarazada y se desconocía quién era el padre.
Y en uno de los capítulos de “Aquí no hay quien viva”, varios adolescentes se burlan de Emilio porque hace más de un mes que tiene novia —la cartera— y todavía no se ha acostado con ella. Eso sí, lo ha hecho varias veces con una vecina. De nuevo, el espectador ante la gran pregunta: ¿con quién acabará el portero?
Más datos relevantes: los gays y las lesbianas aparecen insistentemente representados en las series, y lo hacen siempre de modo políticamente correcto (Diana, en “Siete vidas”; Mauri, en “Aquí no hay quien viva”; Macarena y la enfermera —antes no lo eran—, en “Hospital Central”, etc.). Suelen ser personajes amables, muy humanos, dotados de una gran sensibilidad. Se subraya la “normalidad” de relaciones homosexuales y a todo aquel que no le parecen bien se le tacha de homófobo. Parece imposible sostener una opinión contraria sin convertirse en un salvaje intolerante que pretende imponer sus creencias a los demás y violentar su libertad, su felicidad.
A finales del curso pasado un profesor de Primaria mostraba su perplejidad por el hecho de que varios alumnos de 8 y 9 años le habían preguntado si uno podía casarse con su hermana. Lo saqué de su desconcierto explicándole que probablemente esos chicos serían asiduos a “Los Serrano”. La familia protagonista de la serie está formada por un viudo y una divorciada; él tiene tres hijos de su primer matrimonio y ella dos hijas. Los dos mayores (Marcos y Eva) se enamoran. Le animé a explicar a sus alumnos la diferencia entre hermana y hermanastra, aunque me quedé con la duda de si eso resolvería su verdadero problema.
El fin de las series de televisión es el entretenimiento. No cuentan teorías, sino historias. Precisamente por esto, su influencia entre el público infantil y juvenil es mucho mayor. Cualquiera que haya tenido una cierta experiencia educativa habrá comprobado que los alumnos retienen con facilidad las anécdotas y los ejemplos, mientras que son más impermeables a los conceptos abstractos.
Eso sucede con las series: dejan de lado las abstracciones y se centran en las anécdotas. Por eso los niños y los adolescentes absorben con gran facilidad los modelos que presentan estas series.
El modo de argumentar es enormemente sentimental. Siguiendo con el ejemplo de Marcos y Eva, cuando ellos explican a su padre que están enamorados, Marcos insiste en que “no se pueden poner diques al mar”; Eva dice que se quieren y que no pretenden engañar a nadie. La sinceridad con los propios sentimientos se convierte en la guía moral. Si uno se siente feliz, todo vale. En capítulos anteriores y posteriores, han tenido otros novios y novias, romances, líos, etc. Si se convierte el sentimiento en la norma moral, no hay compromisos estables. Si mañana siento distinto, las reglas del juego habrán cambiado totalmente y lo que es válido para hoy, mañana puede no serlo. El sentimentalismo es un recurso narrativo fácil, pero muy eficaz y con un gancho extraordinario, especialmente entre la gente joven. Facilita la fidelidad de las audiencias y en todas las series se emplea reiteradamente.
Por otro lado, la cultura del esfuerzo, del sacrificio y del trabajo brilla por su ausencia. Los protagonistas más jóvenes son malos estudiantes en la mayor parte de los casos. En cambio, se anima a dejarse llevar por el sentimiento como el camino para alcanzar la felicidad. Es muy difícil —por no decir imposible— que se llegue a una comprensión madura del amor si se deja de lado todo lo que tiene que ver con el sacrificio.
Los modelos que presentan las series
“Siete vidas” cerró la temporada a finales de diciembre y es la serie más longeva de la historia de la televisión española (más de 170 capítulos emitidos). En ella se narran las peripecias de siete personajes que conforman un abanico de estereotipos exagerados. El personaje del frutero podría calificarse de “desecho de virtudes”: machista, racista, frecuenta prostíbulos, se ha cargado su matrimonio y como no tiene donde ir, termina viviendo con Gonzalo, un amigo ingenuo al que su mujer acaba de abandonar por otro hombre. Sole es una roja convencida y militante anti PP. Sergio es un pijo a la última moda, que vuelve locas a las chicas y está en un tira y afloja continuo con su novia. Vero, la novia de Sergio, es una moderna, superficial y celosa. Diana es lesbiana e ingenua, y Aida —ahora con serie propia, también en Tele5 y también en prime time— una ex alcohólica obsesionada con encontrar al hombre de su vida.
En “Aquí no hay quien viva”, la serie que ha encabezado las audiencias en el último trimestre de 2004, Emilio (un Fernando Tejero al que el público ha premiado con el TP de Oro al mejor actor y que se ha convertido, según un reciente estudio de GECA, en “el personaje favorito de la televisión”, seguido por Imanol Arias, Amparo Baró —TP de Oro a la mejor actriz—, Antonio Resines y Emilio Aragón) –el portero del inmueble– se enamora de Belén (Malena Alterio) y se va a vivir con ella al 3ºB; Alicia vivía con Belén, pero al instalarse allí Emilio, no lo soporta y se traslada al 3ºA, donde Roberto y Lucía acaban de romper (y él se ha mudado al ático). En el 1ºB está Mauri, el homosexual de la serie, enamorado de Diego, hermano de Lucía, y recién casado con una chica lesbiana —con la que ha tenido un hijo por inseminación artificial—, lo cual no parece un obstáculo para su relación con Mauri. Las historias que se narran son de lo más truculento, pero los guionistas conocen su trabajo y saben hilvanar muy bien las tramas para provocar, sobre todo, la constante risa del espectador.
El tono de comedia disparatada que se ríe de todo muestra una realidad distorsionada, suavizando conductas y situaciones que no es que se puedan considerar precisamente modélicas para los jóvenes. Casi siempre rozan el umbral de lo chabacano —en ocasiones lo sobrepasan–, pero tienen su gracia.
Algunos adultos restan la importancia negativa que estos contenidos puedan tener para sus hijos argumentando precisamente que “es muy divertida, y lo otro, tampoco es para tanto: ya se ve que van de broma”. Cuando se hacen referencias a la religión católica, lo habitual es que sean para ridiculizarla. En uno de los capítulos de “Los Serrano” de la temporada pasada, aparece un sacerdote tonto y borracho. Se presenta la función de monaguillo como algo ridículo; Guille sustituye el cáliz por un trofeo de fútbol, y el vino por cava; el pan ácimo lo cambian por un tipo de papel, que los tontos católicos mascan y tragan como pueden. Guille y su amigo se cuelan en el confesionario y escuchan a su abuela relatar un sueño erótico con un familiar.
Si este asunto se hubiera referido al Islam, probablemente se habría organizado un lío considerable –y además con toda justicia–, pero parece que al tratarse del Catolicismo el rasero es diferente. En esta misma serie uno de los personajes habituales (Lourdes) es profesora de Religión en un instituto. Podríamos describirla con dos adjetivos: ñoña y rancia. Mientras sus alumnos y los telespectadores se ríen de ella, en la opinión pública se debate el futuro de la asignatura de Religión en los colegios...
Lo pretendan o no, las series de ficción tienen una influencia extraordinaria. Por un lado, reflejan la sociedad —aunque en ocasiones sea un reflejo distorsionado–, y al mismo tiempo son un elemento de configuración social de gran influencia. En los estudios de la opinión pública se ha constatado desde hace bastantes años que para ganar unas elecciones lo más eficaz es controlar los informativos, mientras que para cambiar los modelos sociales tiene más influencia la ficción, especialmente en el cine y la televisión.
Pequeños adultos precoces
Volviendo al terreno educativo, un fenómeno reciente que preocupa es el adelanto de la adolescencia, especialmente en las niñas. Es un problema de ellas y ellos, pero las niñas empiezan antes y se les nota más. Tienen prisa por crecer. Con diez años la niñez se les ha quedado pequeña. Visten minifalda o pantalones bajos y tops hiperajustados, esforzándose por marcar un tipín del que todavía carecen. Les gusta ir fashion; aunque aún están lejos de cumplir los 14 son ya una fotocopia reducida de las adolescentes “genuinas”. Su juguete preferido ya es el móvil repleto de tonos bajados de internet, le “pegan” duro al SMS, están preocupadas por llevar el peinado a la última y ya van preocupándose por hacerse con un piercing.
Una historia recogida en el suplemento semanal del diario El País puede servir para ilustrarlo mejor. “El lunes siguiente al sábado de su primera comunión, Natalia le dijo a su madre que se iba a jugar, caminó doce manzanas hasta el centro de belleza Kyon y pidió cita para hacerse un corte moderno. Llevaba meses planeándolo, y sólo había esperado por dos razones: conservar su melena para las ondas del peinado de comunión y recaudar ese día dinero para pagarse una peluquería de lujo. Cuando Luisa, de 36 años, se enteró de la jugarreta, se quedó tan perpleja –y admirada– por el desparpajo de su hija, que no tuvo cuerpo de negarle el capricho. (...) Natalia tiene nueve años y es más lista que el hambre, aunque sus notas de cuarto de Primaria no lo atestigüen. Para ella es cuestión de prioridades. El cole está bien para pasar el rato, pero yo quiero disfrutar de la vida. Según sus cálculos, le quedan cinco años. A los 14 ya puedes entrar en la XL –una discoteca light de moda–, aunque si vas arreglada y pareces mayor te dejan entrar antes”.
La niña en cuestión no es un caso único. Cada vez hay más “Natalias”. Aunque probablemente no será la única causa, la influencia de las series de televisión en este asunto parece indudable. Los niños ven la televisión de dos a cuatro horas diarias –algo menos que los adultos–, y quieren hacer lo que ven. Hace unos años crecían viendo a sus padres y a sus hermanos. Ahora los modelos de vida son los que les presentan la publicidad y la televisión. En “Los Serrano”, “Aquí no hay quien viva”, “Un paso adelante” o “Siete vidas” los chicos un poco mayores que ellos salen, gastan y ligan. La visión del estudio y del trabajo no suele ser demasiado positiva.
Además, los actores que encarnan en las series a personajes de dieciséis años, en la vida real pasan de los veinticinco (por ejemplo Fran Perea, que representa a Marcos Serrano, o Verónica Sánchez, en su papel de Eva). Tanto en las series como en la sociedad se produce una adultización de los niños y adolescentes y una infantilización de los adultos.
Hace unos días, Petra María Pérez, catedrática de la Universidad de Valencia, apuntaba las mismas ideas en una entrevista publicada por periodistadigital.com: “El botellón a edades tempranas, la afición a los móviles, ver programas de adultos, ir a discotecas antes de tiempo, ponerse ropa que no corresponde a su edad, las niñas que se pintan a los 11 años. Todo son manifestaciones de la misma realidad. Estamos asistiendo a la reducción de la infancia”.
Un cambio de hábitos
Ante este panorama se puede sentir una cierta desazón por parte de los padres y educadores. La solución es compleja y articulada. Probablemente, la propuesta más eficaz sea cambiar el modo de ver la televisión en los hogares. Podría resumirse en “no poner la televisión para ver qué hay, sino para ver algo concreto que resulte interesante”. Se trata de una cuestión ardua y al mismo tiempo accesible, porque no requiere el cambio de toda la sociedad, ni de los medios de comunicación, ni de las productoras, sino que se centra en el ámbito familiar. La tentación de utilizar la televisión como “canguro” es cómoda, pero ésta puede moldear a los hijos en una dirección totalmente contraria a la deseada por los padres.
Después de un duro día de trabajo, muchos encuentran relajante ver la televisión porque, a diferencia de leer un libro, no exige por nuestra parte más que una presencia pasiva. Esta pasividad sin esfuerzo es lo que hace tan atractiva la televisión a los jóvenes. Cuando son pequeños, es conveniente educarlos para que no echen tanto en falta la televisión. Se puede establecer la costumbre de no ver la tele entre semana para leer, pintar o cualquier otra cosa en su lugar. Como toda dependencia, la de la tele se debe prevenir a edades tempranas y con el ejemplo del esfuerzo personal. En el recuadro “Algunas sugerencias para educar en el uso de la TV” se recogen algunas ideas en esta línea.
Al mismo tiempo, sería deseable seguir avanzando en la línea del acuerdo de autorregulación para proteger al menor de la telebasura, anteriormente señalado, y evitar que éste se convierta en un mero cosmético (por ejemplo, Tele 5 no ha renunciado a emitir resúmenes de “Gran Hermano” en horario protegido, y para justificarse ha dicho que serán versiones light del programa). En España hay cientos de productoras, pero al final todas tienen que pasan por el filtro de la distribución que son las grandes cadenas. En su mano está elegir el tipo de contenidos que emiten. Es falso que la calidad esté reñida con la audiencia: los buenos programas suelen tener buenas audiencias (otro asunto es que también haya muchos programas-basura que también las tengan). Tenemos un ejemplo reciente en Italia, donde “Gran Hermano” (Tele 5) tenía una audiencia de nueve millones. El canal 1 de la RAI emitió a la misma hora una serie sobre Don Bosco, un santo italiano que ayudó a los jóvenes con problemas a principios del siglo XX, y la audiencia de “Gran Hermano” bajó a 6,8 millones, mientras que “Don Bosco” tuvo un audiencia de ocho millones. Cuando hay programas de mejor calidad, la gente suele elegirlos.
Las cadenas intentan desentenderse de esta responsabilidad trasladándola a la audiencia: sostienen que emiten lo que la gente quiere ver, porque cuando la audiencia baja, retiran el programa. Los padres pueden aprovechar los cauces que proporciona la democracia para opinar, protestar y hacer valer sus criterios. Se pueden detener o modificar determinados programas mediante el rechazo social.
Las productoras –y dentro de ellas los guionistas– tienen también un papel y una responsabilidad importantísima, ya que en última instancia constituyen el primer eslabón en la cadena de la oferta.
Pero al final se constata una vez más que en la educación –como en todo arte– no hay recetas mágicas. Los padres son los primeros responsables, sin que esto exima de su responsabilidad al Estado o a los medios de comunicación, y tienen que enseñar a los hijos a poner la televisión en su sitio, para evitar que la televisión se ponga en el suyo y sea ella la que termine educando.
RECUADRO 1
Amarillismo televisivo en horario infantil
En horario infantil se emiten algunos programas tan chabacanos, que resulta difícil elegir un color para calificarlos: cambian vertiginosamente del rosa al verde, del verde al amarillo y del amarillo al marrón. Ninguna de las cadenas nacionales queda al margen. En una emisión del programa “Gente” (TVE, 20.00 h) se relata el caso de una juez que entrega a los hijos a un hombre acusado de malos tratos. La mujer maltratada participa en el programa: “Tengo marcas de cuchillo, un tímpano perforado y me decía que me iba a matar como a una perra”. En “El diario de Patricia” (Antena 3, 19.00 h) aparece llorando un hombre: “Quiero recuperar a mi ex mujer aunque esté con otro”. Ella aparece en la pantalla riéndose de sus súplicas. En “A tu lado” (Tele 5, 17.30 h) se discute sobre una supuesta amante de Francisco Rivera diciendo que “es una guarra de las que se van a la cama por dinero”.
Por desgracia, estos ejemplos no son casos aislados, sino botones de muestra de los contenidos habituales en este tipo de programas emitidos en horario de protección del menor. Son precisamente este tipo de programas los que han provocado una reacción por parte del Defensor del Menor para garantizar “unos mínimos” en el horario protegido.
RECUADRO 2
Algunas sugerencias para educar en el uso de la TV
A continuación se recogen algunas sugerencias que pueden ayudar a los padres a educar en el uso de la televisión, que es, tan sólo, un aspecto más de la educación de los hijos. No se pretende que sean recetas o fórmulas mágicas Hay que tener presente que, a veces, educar es enseñar a ir contracorriente. Entre otras sugerencias, cabe enumerar:
1. Establecer una programación de TV familiar.
—Acostumbrar a los hijos a que la TV no se enciende “para ver qué echan”, sino para ver programas concretos.
—Para informarse de la programación puede ser útil acudir a publicaciones con buen criterio (Pantalla 90, Aceprensa, Mundo Cristiano, Arvo, boletines de Asociaciones de Telespectadores, etc.).
—En algunas familias ha resultado útil “pactar” con los hijos el número de horas a la semana que dedicarán a ver la TV (incluyendo en el mismo pacto películas en vídeo, vídeojuegos, etc.). El número adecuado de horas dependerá de la edad de los hijos y del propio criterio de los padres. (Por ejemplo, diez horas semanales puede parecer bastante, pero al final esto se reduce a dos películas, un partido de fútbol y un capítulo de una serie). Cuando se empieza este sistema, es frecuente que los padres se den cuenta de que en su casa se veían más horas semanales de TV de las que se imaginaban.
—Además de “pactar” el número de horas semanales de TV, es bueno fijar con los hijos los programas que quieren ver, y estar pendientes de la elección que hacen de los mismos.
2. Tener el aparato de TV sólo en la sala de estar y, en la medida de lo posible, enseñar a los hijos a no ver solos la TV.
3. Ver la TV con los hijos.
Dependiendo de la edad y de la madurez de los hijos, en alguna ocasión puede ser aconsejable ver con ellos algún programa en el que estén interesados y que a los padres no les parezca apropiado, para comentarlo y explicarles los motivos. Sin embargo, es preferible no ver estos programas con regularidad, aunque sea en compañía de los padres, por su gran capacidad “de enganche”.
4. Utilizar con frecuencia el vídeo para grabar los programas.
Algunos programas –por ejemplo, emisiones deportivas– pueden perder interés si no se ven en directo, pero en el caso de las películas, series, documentales o programas de entretenimiento apenas altera su interés verlos en otro momento. Si se graban en vídeo, esto facilita mucho la elección: se evitan los anuncios, se pueden pasar con facilidad las escenas inconvenientes, se elige el horario, etc. Requiere un poco de previsión, pero al final se ahorra mucho tiempo y uno elige realmente lo que quiere ver.
RECUADRO 3
Ver la tele como si fuera un frigorífico
por Jokin de Irala
Poco a poco va consiguiéndose más consenso sobre la necesidad de cuidar los contenidos televisivos durante el horario infantil. Los contenidos violentos en la televisión se han asociado ya en varios estudios científicos con comportamientos más violentos entre los jóvenes asiduos a verlos. Pero no solamente afectan los contenidos sino el tiempo invertido en ver la televisión. Cada vez más investigaciones relacionan el número de horas delante de la televisión con mayores prevalencias de sobrepeso y obesidad, ambos a su vez factores de riesgo para la diabetes que poco a poco está convirtiéndose en una auténtica epidemia en nuestras sociedades.
Supongo que no será sencillo que esta cuestión quede zanjada a corto plazo. Por un lado, están los intereses comerciales y la competitividad de las cadenas televisivas, así como la libertad de expresión; por otro, está el deber de los padres y autoridades de “proteger” a los menores de ciertos programas, pero no todos coincidirán en la pertinencia o el significado de esta protección en la práctica. Además, tendrían que controlarse también los anuncios porque muestran, a veces con toda su crudeza, el contenido de los programas previstos para la noche.
La gente tiene opiniones bastante homogéneas sobre programas típicamente para adultos y en horario nocturno, muchos de los cuales son llamados directamente “telebasura”. Sin embargo, ha habido y hay otros programas —como “Compañeros”, “Al salir de clase”, “Ana y los siete” o “Los Serrano”— que no se consideran “telebasura” por la población aunque no por ello estén libres de efectos negativos sobre los jóvenes.
Acaba de publicarse un estudio en la revista médica Pediatrics (Collins RL y cols. 2004;114:280) que afirma que el contenido de temas sexuales en programas televisivos es responsable del inicio más precoz de relaciones sexuales en adolescentes. Lo interesante de este trabajo es que no se refiere únicamente a la presentación explícita de actos sexuales sino también a situaciones o conversaciones que tratan con ligereza la sexualidad propia o ajena o a descripciones de planes para tener relaciones sexuales.
Un ejemplo de este tipo de contenidos es la escena de “Los Serrano” donde un padre felicita alegremente a su hijo adolescente después de haber conseguido, “por fin”, su primera experiencia sexual.
Se ha comprobado que el 64% de los programas contenía este tipo de conversaciones o situaciones sexuales no explícitas; una media de 4,4 situaciones por hora de programación. Estos contenidos dan a los jóvenes la impresión de que la sexualidad es más central en su vida que lo que debiera ser en realidad.
Por otra parte, altera su opinión sobre las posibles consecuencias de tener una relación sexual porque no dan la debida importancia a la conveniencia de retrasar sus relaciones sexuales. Las series no suelen relacionar la sexualidad temprana con consecuencias negativas frecuentes como la decepción afectiva ante una experiencia precoz que no progresa hacia una relación estable o por alguien que no está preparado psicológicamente para asumir sus consecuencias. Tampoco hacen hincapié sobre los embarazos en adolescentes, las consecuencias del aborto, las enfermedades de transmisión sexual (ETS) e incluso sobre los fallos de los preservativos. Los autores del trabajo llaman la atención sobre la irrealidad de lo proyectado por muchas series.
En un estudio español se señalaba que entre las razones aducidas por los jóvenes para solicitar la píldora del día después, el 79,6% lo hacía por ruptura o deslizamiento del preservativo. En el estudio de Pediatrics se afirma que, si bien 1 de cada 4 adolescentes sexualmente activos acaba teniendo una ETS, el 85% de las series no habla de los citados problemas y, cuando lo hacen, no lo tratan con suficiente insistencia o intensidad. Desde el punto de vista de la Salud Pública la sexualidad en la adolescencia se debería desaconsejar porque el inicio precoz de relaciones sexuales se asocia invariablemente con un mayor número total de parejas sexuales y, en consecuencia, con una mayor probabilidad de ETS y de embarazos.
La solución a este problema es compleja. Algunos optarían quizá por eliminar la televisión en sus hogares pero esto probablemente no sería la mejor de las soluciones ni la más educativa para los hijos según las edades. Parece lógico que parte de la solución pase por una más óptima utilización de la televisión. En teoría, deberíamos utilizar la televisión como si fuera un frigorífico: uno no abre automáticamente el frigorífico nada más entrar en casa sino cuando se necesita. Así, deberíamos encender la televisión puntualmente cuando hay un programa que realmente merezca la pena, en vez de tener el reflejo automático de encenderlo para contar con su “ruido de fondo”.
Pero después de un día duro de trabajo, muchos encuentran relajante ver la televisión porque, a diferencia de leer un libro, no exige por nuestra parte más que nuestra presencia pasiva. Esta pasividad sin esfuerzo es lo que hace atractiva la televisión a nuestros jóvenes. Cuando son pequeños, es recomendable educarlos para que no echen tanto en falta la televisión. Se puede establecer la costumbre de no ver la tele entre semana para leer, pintar o hacer cualquier otra cosa en su lugar. Como toda dependencia, la de la tele se debe prevenir desde edades tempranas y con el ejemplo del esfuerzo personal. A veces, no nos resistimos a la tele porque nos sirve de “canguro” y la alternativa sería tener a los hijos peleándose o pintando en las paredes. Otras veces, cuando ambos padres trabajan fuera de casa, la tele puede resultar socorrida o es la única solución percibida por ellos. El problema es que este “canguro” puede moldear a nuestros hijos en una dirección totalmente contraria a la que deseamos para ellos y que podemos lamentar con el tiempo.
Los padres también podemos utilizar los cauces de la democracia para opinar, protestar y hacer valer nuestros criterios de tal manera que los medios de comunicación y las autoridades cuenten también con nosotros a la hora de realizar y regular estos programas. Se puede detener o modificar determinados programas mediante la influencia y el rechazo social. Si nuestros hijos ya son adolescentes, no deberíamos renunciar a opinar y contrarrestar ciertos mensajes que ven. Aprovechemos el problema como una oportunidad educativa. Compartamos con ellos nuestros criterios sobre lo que ven. Aunque aparentemente esto no les importe mucho, la educación en libertad significa, de hecho, darles opciones razonadas para que puedan escoger entre el criterio de los medios de comunicación y el de sus padres.
Los padres difícilmente sabríamos aprovechar estas oportunidades educativas que se nos brindan sin que previamente tengamos claros nuestros propios criterios y prioridades. Difícilmente se puede transmitir lo que uno no ha asumido libre y conscientemente. Esto es lo que aportan muchas asociaciones educativas y familiares. Nos ayudan a los padres a “reciclarnos” con asiduidad para poder dar respuestas actualizadas a los retos educativos que se nos plantean. Los cursos de educación familiar o del tipo “escuela de padres” que se organizan en colegios o que patrocinan algunos ayuntamientos sirven precisamente para poner al día nuestras capacidades y conocimientos, aprender de la experiencia de otros y compartir con ellos nuestras preocupaciones y éxitos educativos. La formación continuada como padres se convierte así en un reto personal que enriquece a nuestros hijos, a nosotros mismos y a otros padres.