BENEDICTO XVI O LA FE DE UN TEÓLOGO
[El Cónclave ha necesitado sólo cuatro votaciones para elegir Papa: el Cardenal Ratzinger se ha convertido en Benedicto XVI. Como es sabido, la elección exigía al menos 77 votos de los 115 Cardenales electores. La rapidez con que se ha llegado a la fumata blanca denota de modo evidente una gran unidad de criterio entre los Cardenales. Publicado en Analisis digital (20-IV-2005).]
#137 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia
por Pedro Rodríguez, profesor de la Universidad de Navarra
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El recién elegido Papa Benedicto XVI nació en Marktl am Inn (Baviera) el día 16 de abril de 1927. Ese día era lo que se llamaba en Alemania Karsamstag y en España “sábado de gloria”, que anticipaba a la mañana del Sábado Santo la celebración de la Vigilia Pascual. Ese mismo día recibió las aguas del Bautismo. Fueron sus padres los que quisieron que el hijo fuera bautizado ¡cuatro horas después de nacer!, estrenando así las aguas bautismales recién bendecidas en aquella pequeña comunidad... El futuro Benedicto XVI, que cultivará de manera singularmente penetrante la escatología, siempre vio en esa jornada un símbolo de su propia imagen de la historia, y, en general, de lo que es la posición del cristiano en el camino de la vida terrena; dicho con sus propias palabras: vivimos “en las mismas puertas de la Pascua, pero sin haber entrado todavía”. Era Joseph el tercer hijo de una piadosa familia, en la que se hacía realidad vital —como he apuntado— la esforzada tradición católica de aquellas tierras. Los dos hijos varones, Georg y Joseph, entraron en el Seminario en su primera juventud y también se ordenaron sacerdotes; María, la hermana, queridísima en la familia y fallecida hace pocos años, fue la mano femenina que siguió cuidando de sus hermanos, especialmente de Joseph, con el que se trasladó incluso a Roma al ser llamado allí por el Papa Juan Pablo II.
Después de la guerra mundial pasó del seminario menor de Traunstein al Seminario mayor de Freising. Fue ordenado sacerdote el 29 de junio de 1951 e hizo sus estudios superiores en la Universidad de Munich, donde se consagró su vocación teológica. Son ampliamente conocidos en el mundo teológico, traducidos a varios idiomas, los dos trabajos de estricta investigación que le llevaron al profesorado universitario, ambos realizados bajo la dirección de su principal maestro en aquellos años: el profesor de Teología Fundamental Gottlieb Söhngen. El primero, su tesis doctoral (1953), estaba dedicado a la doctrina de San Agustín sobre la Iglesia como Pueblo de Dios. Este libro juvenil es una de las más importantes monografías sobre la eclesiología de la época patrística y estaba llamado a tener una fuerte proyección ulterior.
Impresiona ver al gran dogmático de Munich, que fue Rector de aquella Universidad, el Prof. Michael Schmaus, citando una vez y otra en su gran Eclesiología -y no de manera colateral- los resultados de aquella tesis, hasta el extremo de hacer propia la definición de Iglesia que, a partir de Agustín, propone el joven estudiante recién doctorado. Después de este recorrido por los siglos de la antigua Iglesia, se introdujo el Dr. Ratzinger en los entresijos de la Cristiandad medieval, manteniendo siempre el horizonte agustiniano de su teología; se trataba ahora de la tesis de habilitación, que versó sobre la teología de la historia de San Buenaventura (1957).
Teólogo del Vaticano II
Estas dos investigaciones le permitirían adentrarse en la problemática actual de la teología con una singular solvencia, es decir, sabiendo -por decirlo con la fórmula clásica- quiénes somos, de donde venimos y a dónde vamos. Sobre esta base tan sólida comenzó su Profesorado universitario. Su primera llamada la tuvo en la Universidad de Bonn (1959-63), de donde pasó a Münster (1963-66), enseñando en ambas Teología Fundamental. Fue después llamado a Tubinga (1966-69), donde dictó su célebre curso Introducción al Cristianismo, para oyentes de todas las Facultades, que llegó a reunir más de mil alumnos. Fue un acontecimiento en aquella Universidad, que empezaba vivir momentos dramáticos, y el libro que recoge aquellas lecciones -traducido a 17 idiomas y continuamente reeditado- es uno de los escritos más sugestivos de la teología de nuestra época. Finalmente, en 1969 volvió a su querida Baviera natal. Aceptó, en efecto, la llamada de la Universidad de Ratisbona, donde enseñó, como antes en Tubinga, la Teología Dogmática. Allí permaneció hasta que en 1977, siendo Vicerrector de la Universidad, el Papa Pablo VI lo llamó a suceder al Cardenal Döpfner como Arzobispo de Munich, creándolo pocos meses después Cardenal de la Iglesia Romana.
Todos esos años de dedicación al profesorado están llenos de una intensa actividad docente e investigadora que, en esta breve nota, renuncio necesariamente a exponer. Me limitaré a nombrar tres libros, que abarcan los tres campos principales de su investigación y que debo calificar de fundamentales para quien quiera conocer el rumbo de la teología del Concilio Vaticano II. Me refiero, ante todo, a El nuevo Pueblo de Dios (1969), en el que se contienen los principales resultados de su investigación y reflexión eclesiológica, tema este en el que ha sido permanente su magisterio; después, a Teoría de los principios teológicos (1982), en el que describe el cuadro hermenéutico de la fe en su quehacer teológico ad intra y ad extra de la comunidad eclesial; finalmente, a su Escatología (1977), que forma parte de la colección de manuales de Dogmática Ratzinger-Auer y en la que el Autor pone a punto uno de los campos de la teología en los que el debate de este siglo había suscitado más interrogantes y perplejidades. El análisis que el autor hace de sus propias posiciones en la materia, me parece ejemplar y plenamente inserto en la más noble tradición del oficio teológico. No querría dejar de citar su pequeño gran libro de juventud, La fraternidad cristiana (1960), que me sigue pareciendo paradigmático de su manera de teologizar.
Durante aquellos años de profesorado universitario, la palabra y la pluma del Prof. Ratzinger eran cada vez más solicitadas y escuchadas. Sin duda, a esto contribuyó su destacada presencia, en plena juventud, en el Concilio Vaticano II, cuya preparación y celebración coincide con la actividad académica del Prof. Ratzinger en Bonn y Münster. Al Concilio acudió, primero, como asesor personal del Cardenal Frings, Arzobispo de Colonia, y, desde el segundo período, también como experto nombrado por el Santo Padre. Actuó decisivamente en los grupos de trabajo que preparaban las dos grandes constituciones dogmáticas del Concilio: Lumen Gentium, sobre la Iglesia, y Dei Verbum, sobre la Revelación divina. De todos es conocida la influencia que tuvo su obra Episcopado y Primado (escrita en colaboración con K. Rahner) en el planteamiento de la colegialidad episcopal. A los estudiosos de la historia interna del Concilio Vaticano II se ha hecho patente la autoridad de que gozaban sus dictámenes y sus intervenciones en las comisiones conciliares.
Del drama del primer postconcilio...
Los años de su docencia en Tubinga y Ratisbona, coinciden con lo que ahora -mirando hacia atrás ya con una cierta perspectiva histórica- podríamos llamar el "drama del primer posconcilio". Fue entonces cuando en aquellas tierras germánicas emergió con fuerza inusitada la figura de quien es desde ayer el Papa Benedicto XVI. El Prof. Ratzinger advirtió en toda su radicalidad que la creciente secularización que se extendía en la cultura de Occidente y cuyas raíces ideológicas él mismo ha contribuido de manera egregia a identificar y describir, pretendía apoyarse, paradójicamente, en las propuestas renovadoras del Concilio. No todos fueron conscientes de esta realidad, o no tuvieron el valor de decirlo. Otros estaban, sencillamente, dentro del oleaje. La cuestión que estaba en el fondo del drama era, en efecto, la interpretación del Concilio, sobre todo a la hora de comprender la posición del cristiano en la historia y las relaciones entre la Iglesia y el mundo. Al prof. Ratzinger el tema se le presentaba con la máxima gravedad precisamente por haber sido él uno de los propugnadores más constantes de la necesidad de una profunda renovación de la teología católica: lo que en el lenguaje de la época se llamaba un "teólogo de vanguardia". Y lo era ciertamente, pero de verdad, es decir, avanzando desde el pleno sentido de la fe católica.
En el año 1966 tuve el honor de publicar en la revista "Palabra", de la que entonces era Director, un artículo del actual Romano Pontífice titulado Iglesia abierta al mundo, en el que el profesor de Tubinga escribía: "Si para la Iglesia, abrirse al mundo significara desviarse de la Cruz, esto la llevaría no a una renovación sino a su fin [...] No, el Concilio no ha podido ni ha querido suprimir el escándalo de la Cruz: lo que ha querido es hacerlo visible y accesible con toda claridad, y por eso ha querido apartar los escándalos secundarios". Treinta años después declaraba: "En el Concilio, mi principal objetivo había sido poner al descubierto el centro nuclear de la fe -que existía debajo de tanto cuerpo extraño- para darle impulso y dinamismo. Ese impulso es una constante en mi vida".
Detrás de estas palabras suyas su intenso y profundo sentido de la Revelación como acto de Dios y de la Tradición como realidad sustentante de la Iglesia. Una Tradición viva, viviente, que incluye a la Escritura, pero que no es sólo verbal sino recibida cada día y entregada de nuevo, de padres a hijos, en la comunidad de los creyentes, en la comunión de los fieles con sus Pastores, en la celebración común y orante de la Sagrada Eucaristía. Así se explica que él, uno de los teólogos más ilustres de nuestra época, pudiera decir: "Lo más importante para mí es y ha sido siempre no apartarme de la dirección que quedó grabada en mi vida desde la niñez, y permanecer en ella siendo fiel".
...a la actual coyuntura de la Iglesia
Ese sentido de la Tradición de la fe constituye a mi entender no sólo un rasgo característico de la teología de Joseph Ratzinger, sino el hilo que vertebra su extensa producción teológica, el criterio que permite comprender el concreto itinerario histórico -teológico y eclesial- que ha recorrido el actual Sucesor de Pedro: desde sus primeros escritos hasta sus conferencias e intervenciones siendo ya Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pasando por su extensa bibliografía profesoral y sus intervenciones en los debates posconciliares. Una preclara inteligencia y esa vigorosa manera de hacer teología, antes y después del Concilio Vaticano II, hacían que Joseph Ratzinger destacara de manera singular en la difícil coyuntura de la Iglesia de los años 70 y 80. Se entiende que el Papa Pablo VI lo situara al frente de la Iglesia en Baviera, su patria; que el Papa Juan Pablo II encomendara después a este ilustre Pastor y teólogo la gravísima tarea del a Doctrina de la Fe; y que ayer los Cardenales, con una inesperada rapidez, lo eligieran para la Cátedra de Pedro desempeña en la Iglesia.
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