25 noviembre 2007

CÉLULAS MADRE SÍ, PERO SIN EMBRIONES

[La ciencia ha dado uno de esos saltos que hacen historia: se ha logrado reprogramar células adultas de la piel humana de modo que se convierten en células madre como las embrionarias, capaces de diferenciarse en los diversos tejidos del cuerpo humano.

Este paso ha sido calificado de revolucionario por la comunidad científica. Siempre se había pensado que era un camino de una sola dirección, pero se ha logrado invertir el proceso.

Primero en julio de 2006 y luego en el pasado verano, unos investigadores japoneses lograban la conversión de células de la piel de ratones en células madre con las características de las embrionarias. Se demostró que aquellas células de cola de ratón reconvertidas en células embrionarias, eran pluripotentes y podían convertirse en cualquier tipo de célula.

Desde entonces, varios los grupos de científicos han repetido esta metodología siempre en animales. Pero el paso definitivo, que era conseguir los mismos logros con células humanas, lo han dado ahora esos científicos japoneses al mismo tiempo que otros investigadores norteamericanos. Un equipo es el dirigido por Shinya Yamanaka de la Universidad de Kioto (Japón); el otro grupo de investigación trabaja en el laboratorio de James Thomson, de la Universidad de Wisconsin-Madison (Estados Unidos). Han logrado reprogramar células de la piel humana y las han transformado en células madre pluripotentes, similares a las que se podrían obtener de los embriones humanos.


Las células obtenidas han sido designadas técnicamente como iPS, sigla tomada de las iniciales en inglés de células madre pluripotentes inducidas (induced Pluripotent Stem cells). La revista Cell Stem Cells publica el trabajo del equipo de Yamanaka, y la revista Science recoge los datos del grupo de James Thomson: los dos han utilizado un proceso similar, aunque no idéntico. También Nature ha publicado estos trabajos.

El equipo de Yamanaka -según publica Cell Stem Cells- tomo células de la piel de una mujer de 36 años y de un hombre de 69, e introdujo en su interior cuatro genes que están implicados en el proceso de diferenciación celular. Para introducir estos genes en el interior de la célula utilizó como vector un retrovirus. La acción de estos genes puso en marcha un mecanismo de reprogramación que hizo regresar la célula a una fase equivalente a la embrionaria, por eso se les ha llamado iPS. La célula ya diferenciada de la piel se convirtió así en una célula madre pluripotente capaz de convertirse de nuevo, no ya en piel, sino en cualquier tipo de célula del organismo humano (hay 220 tipos de célula que forman los diferentes tejidos del cuerpo adulto).

Aplicando también cuatro genes (dos iguales y otros dos distintos), el equipo de Thomson ha logrado el mismo proceso -según explica Science-: ha utilizado células de piel de fetos y de niños recién nacidos. El resultado ha sido el mismo, lo cual refuerza la certeza del experimento.

James Thomson ha manifestado que con "las iPS se logra todo lo que se puede hacer con las células embrionarias" y que "estas células son probablemente más relevantes a nivel clínico que las células madre embrionarias"; también ha añadido que con el uso de estas células no habría problemas de rechazo. Yamanaka ha dicho cosas parecidas y ha añadido que las iPS podrían servir para comprender los mecanismos de algunas enfermedades y probar la toxicidad de los fármacos.

En todo el mundo ha habido un clamor unánime, al constatar que es un gigantesco avance científico que presenta, al menos, tres grandes ventajas: primero, permite la producción ilimitada de células madre pluripotentes debido a la abundancia de la propia piel (y no es el único tejido adulto del que se han obtenido células madre); segundo, no ocasionaría problemas de rechazo porque el donante y el receptor podrían ser el mismo individuo (las células tendrían el mismo código genético); y, finalmente, pero no es la razón menos importante, confirmaría que no se necesita manipular y destrozar embriones humanos –¡seres vivos!- para lograr células madre.

Con este descubrimiento se ha puesto de manifiesto que algunos científicos han seguido trabajando racionalmente sin atender a las presiones de ciertos lobbies que han tratado de impulsar únicamente la línea de investigación con células madre embrionarias, a pesar de que son muy difíciles de controlar, generan tumores y, sobre todo, implican la destrucción irracional de embriones vivos. De fondo, como es bien sabido, está el sofisma de que el progreso científico exige necesariamente descartar posibles problemas éticos (en este caso, la destrucción de embriones); y no hay que olvidar que están en juego muchos intereses económicos.


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Muy ilustrativos y didácticos los artículos: Células Madre para todos y Hacia la creación de células madre pluripotenciales sin utilizar embriones, de Javier Novo, Director del Departamento de Genética de la Universidad de Navarra


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Science Now Daily News (20 November 2007): “Two groups report today that they have reprogrammed human skin cells into so-called induced pluripotent cells (iPSs). In a paper published online in Cell, Yamanaka and his colleagues show that their mouse technique works with human cells as well. And in a paper published online in Science, James Thomson of the University of Wisconsin, Madison, and his colleagues report success in reprogramming human cells, again by inserting just four genes, two of which are different from those Yamanaka uses.”

“(…) Yamanaka and his colleagues used a retrovirus to ferry into adult cells the same four genes they had previously used to reprogram mouse cells: OCT3/4, SOX2, KLF4, and c-MYC. They reprogrammed cells taken from the facial skin of a 36-year-old woman and from connective tissue from a 69-year-old man.”

“Thomson's team started from scratch, identifying its own list of 14 candidate reprogramming genes. Like Yamanaka's group, the team used a systematic process of elimination to identify four factors: OCT3 and SOX2, as Yamanaka used, and two different genes, NANOG and LIN28. The group reprogrammed cells from fetal skin and from the foreskin of a newborn boy.”


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Time (20 November 2007): “In the journal Cell, Shinya Yamanaka of Kyoto University reports success in turning back the clock on cheek cells from a middle-aged woman, while James Thomson of University of Wisconsin, the first to isolate human embryonic stem cells, achieved the same feat with foreskin cells from a newborn baby. The achievements completely reset the boundaries of the stem cell debate, because both groups generated cells that looked and acted like embryonic stem cells, but without the need for eggs, embryos or ethical quandaries about where the cells came from. "I think this is the future of stem cell research," says Dr. John Gearhart, the biologist who first discovered human fetal embryonic stem cells. ‘It's absolutely terrific.’ "

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Reproducimos ahora un artículo titulado “Células Madre sí, pero sin embriones” escrito por Nicolás Jouve de la Barreda, Catedrático de Genética de la Universidad de Alcalá de Henares (España), que ha sido publicado en Páginas Digital (23-XI-2007).]



# 414 Varios Categoria-Varios: Etica y antropología

por Nicolás Jouve de la Barreda

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Las recientes investigaciones de varios grupos han demostrado que es posible una reprogramación genética de células diferenciadas y que este método es mejor y más seguro para atacar la producción de células válidas para el trasplante de tejidos deteriorados que su extracción de embriones, al poder utilizarse células del propio paciente, soslayando el problema del rechazo.

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Desde hace unos años, cuando se despertó el interés por las células embrionarias como fuente de obtención de líneas celulares útiles para la curación de enfermedades degenerativas, muchos señalamos que estas lamentables investigaciones con embriones, literalmente sacrificados, tenían fecha de caducidad. Los excelentes resultados con células madre adultas apuntaban en una dirección mucho más prometedora y desde luego respetuosa con la vida humana.

Es evidente, señalábamos muchos, que desde ambas perspectivas, la ética y la tecnológica, es preferible experimentar con células madre procedentes de tejidos no embrionarios. Hoy, más del 90% de los protocolos de ensayos clínicos con células madre utilizan células no embrionarias, y son cada vez más los investigadores que están a favor de la terapia celular, o la ingeniería tisular sin dilemas éticos. En lo que sigue vamos a revisar algunos resultados recientes en esta dirección.

En agosto de 2006, el Dr. Robert Lanza y su equipo de investigadores de la empresa californiana ACT (Advanced Cell Technology) informaban sobre la posibilidad de extirpar células madre de embriones en sus primeros estadios de desarrollo, sin afectar al resto del embrión, de forma semejante a como se lleva a cabo el diagnóstico genético preimplantatorio. Los pobres resultados de estas experiencias fueron muy criticados y dejaron a las claras las dificultades de mantener vivos a los embriones manipulados.

Mientras que la mayor parte de los investigadores seguían aferrados a la utilización de los embriones como fuente de células madre, el Dr. Markus Grompe, un joven investigador del Centro de Células Madre de la Universidad de Oregón, se planteó la posibilidad de producir embriones modificados genéticamente, con el fin de detener su desarrollo después de que las células se hubieran extirpado para su cultivo in vitro. La idea, muy discutible, era la de continuar trabajando con embriones si bien se trataría de cambiar su sacrificio directo por un modo más sutil de destrucción, dado que la modificación genética ejercida artificialmente habría de provocar la interrupción de su desarrollo de forma natural, transcurrido el momento necesario para recoger sus preciadas células madre. Curiosamente, este mismo investigador justificaba estas investigaciones en base a razones éticas al señalar algo que venimos repitiendo quienes nos oponemos a la experimentación con embriones: “la vida humana es un continuum que comienza en el momento de la fecundación, por lo que un embrión humano, a pesar de su debilidad y pequeñez, es una vida humana, por lo que es inaceptable su destrucción para extraer las células madre. El fin no justifica los medios”.

Se trataba de producir “artefactos biológicos” sin capacidad de desarrollo. La idea no resiste la crítica ética por varios motivos. En primer lugar porque, si bien estos embriones no serían viables por su naturaleza genética alterada, no por ello dejarían de ser seres humanos en fase embrionaria, a los que se habría manipulado de forma no natural. Además, el hecho de producir un embrión sin capacidad de sobrevivir no sería otra cosa que la creación de vidas humanas defectuosas.

Estos episodios revelan una mala conciencia en muchos investigadores que reconocen el valor de la vida humana existente en los embriones. Además, y debido a ello, demuestran la voluntad de buscar vías alternativas para producir líneas celulares para afrontar los problemas de la medicina regenerativa. Éstas las ofrecen las células madre procedentes de tejidos postembrionarios, en el líquido amniótico, el feto, el cordón umbilical y, tras el nacimiento, en la mayoría de los tejidos durante la vida adulta. Estas células no plantean problemas éticos, y para su obtención en el caso de las células madre adultas basta una biopsia que podría hacerse en el propio paciente afectado por una enfermedad degenerativa (infarto, Alzheimer, Parkinson, diabetes, etc.). De este modo se garantizaría la identidad genética y se evitaría el rechazo, una vez que se obtuviera a partir de ellas una masa de células reprogramadas y dispuestas para el trasplante en el propio paciente.

De este modo, como alternativas a la utilización de células madre embrionarias se han abordado dos estrategias, la utilización de las células madre que existen en la base de muchos tejidos en fase adulta, o la reprogramación de las células especializadas, ya diferenciadas, para su retorno a la fase de indiferenciación, en la que habrían de comportarse como células madre equivalentes a las embrionarias. Esta reprogramación es abordable tocando el programa genético de modo que se reactiven determinados genes que dejan de expresarse en las células diferenciadas.

En esta línea de investigaciones se han hecho avances muy prometedores. En julio de 2003, el Dr. John Gurdon y sus colaboradores de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) publicaban un trabajo en Current Biology que demostraba la posibilidad de activar un gen llamado Oct-4 en células somáticas de adulto. Este gen deja de estar activo tras las primeras etapas del desarrollo embrionario, siendo a su vez el gen más característico y diagnóstico de las células madre pluripotentes (capaces de derivar hacia múltiples especialidades celulares). En este trabajo, sus autores concluyeron que la capacidad de activar el gen Oct-4 supondría un paso de gran interés hacia el establecimiento a largo plazo de un procedimiento de reprogramación celular.

A principios de 2006, los Drs. Melton y Eggan, del Departamento de Biología Celular y Molecular de la Universidad de Harvard, dirigieron su atención a la reprogramación de las células adultas con el fin de convertirlas en células madre, con el mismo comportamiento que las células madre embrionarias. En un trabajo publicado en Nature concluían los citados autores que la metodología es compleja, por el hecho de tener que soslayar las modificaciones epigenéticas (variaciones por metilación del ADN y de las proteínas histonas de la cromatina durante la diferenciación), lo cual, según las estimaciones de estos investigadores, tardaría aun varios años.

En junio de 2006, los Drs. Austin Smith, Ian Chambers y sus colegas de la Universidad de Edimburgo publicaron otra investigación en la revista Nature sobre un gen llamado Nanog que es responsable del mantenimiento de la actividad proliferativa de las células embrionarias. Además, demostraron que si se reactiva o induce artificialmente la expresión de este gen en células somáticas adultas de ratón, las células somáticas se hacen multipotentes y recobran una capacidad de regeneración y transformación en casi cualquier tipo de célula. Un trabajo de gran importancia experimental y bioética que mantenía viva la esperanza de obtener células madre sin necesidad de utilizar embriones.

A finales de 2006, los japoneses Kazutoshi Takahashi and Shinya Yamanaka, del Departamento de Células Madre de la Universidad de Kyoto, experimentando en ratón demostraron la posibilidad de derivar células de la piel y fibroblastos hacia células madre pluripotentes, mediante la modificación de cuatro factores genéticos: Oct3/4, Sox2, c-Myc y Klf4. Estas células, que se denominaron iPS (=induced pluripotent stem cells), presentan la morfología y las propiedades de crecimiento de las células madre embrionarias y también expresan proteínas propias de dichas células. Sin embargo, en los primeros experimentos el trasplante subcutáneo de células iPS en ratones causaba tumores, que afectaban a una variedad de tejidos de las tres capas germinales, ectodermo, mesodermo y endodermo. Por otra parte, la inyección de las células iPS en blastocistos de ratón genera el desarrollo embrionario, lo cual demuestra que se comportan como las células embrionarias.

Prácticamente al mismo tiempo, el 20 de noviembre pasado, el Dr. Yamanaka en Japón y el del Dr. James Thompson de la Universidad de Wisconsin-Madison, con procedimientos distintos, han publicado el logro de la reprogramación de células de la piel y del tejido conectivo, fibroblastos, convirtiéndolas en células madre capaces de diferenciarse en cualquier tejido del cuerpo humano. En el caso del Dr. Thompson la desprogramación se obtiene mediante la introducción de cuatro genes parcialmente comunes a los de Yamanaka, los llamados Oct4, Sox2, Nanog y Lin28. Han conseguido que una célula somática ya diferenciada se comporte y actúe como si fuera embrionaria, y por tanto capaz de dirigir su especialización hacia células cardiacas, óseas, neuronas o de cualquier otra de las más de 200 especialidades celulares humanas. Los dos trabajos son de una importancia extraordinaria y han sido publicados en Cell y Science, dos de las mejores revistas científicas de la especialidad. Las células pluripotentes humanas producidas en ambos casos han de servir para su uso en medicina regenerativa, pero antes habrán de superar ciertos controles, como los relativos a la eliminación de riesgos debidos a los vectores retrovirales utilizados para la introducción de los genes en las células de la piel.

Se da la circunstancia de que el Dr. James Thompson fue junto a sus colaboradores quienes publicaron en 1998, también en Science, el primer trabajo en el que se demostraba la totipotencialidad de las células madre embrionarias, de modo que, tras cinco o seis meses de proliferación indiferenciada, eran capaces de producir un amplio abanico de tipos celulares, correspondientes al endodermo (epitelio intestinal), mesodermo (cartílago, hueso, músculo, etc.) y ectodermo (epitelio neural, ganglios, piel, etc.). Ahora, el Dr. Thompson da un giro a estas investigaciones y a partir de los fibroblastos ha logrado hasta el momento ocho líneas de células que, en el caso de algunas de ellas, extienden su cultivo durante un periodo de hasta 22 semanas.

Estos trabajos representan un cambio copernicano, una auténtica revolución en las investigaciones con células madre. Suponen el abandono de las dos metodologías que con más pena que gloria se venían ensayando hasta ahora: la utilización directa de las células embrionarias (embriones congelados o previamente obtenidos) y la producción ex profeso de embriones mediante el trasplante nuclear. Estamos en el umbral de algo muy deseado por la comunidad científica, la posibilidad de producir tejidos humanos sin embriones, útiles para reparar órganos dañados a partir del material genético del propio paciente, lo que evitará cualquier tipo de rechazo inmunológico.

Aunque hay que esperar a los acontecimientos, ya se han empezado a producir efectos colaterales. Entre ellos la deserción de las investigaciones con embriones o el abandono del artificioso trasplante nuclear por parte de diversos grupos de investigación. De este modo, Ian Wilmut, 'padre' de la oveja Dolly, a la vista de las investigaciones de Yamanaka y Thompson, ha declarado que abandonaba la técnica de la transferencia nuclear, o clonación terapéutica, para dedicar su trabajo a la inducción de pluripotencialidad de células adultas humanas. Según sus propias palabras esta línea de investigación es “cien veces más interesante”.

Por otra parte, queda invalidada la argumentación de que el fin justifica los medios, dado que se puede conseguir el mismo fin por métodos distintos y mejores. También queda anulada la tecnología del trasplante nuclear heterólogo, como la obtención de embriones híbridos por trasplante de núcleos somáticos humanos en citoplasma de ovocélulas de vaca, algo para lo que investigadores del King’s College de Londres y de la Universidad de Newcastle recibieron la aprobación de la HFEA (Autoridad de Embriología y Fertilización Humana) en el Reino Unido en septiembre de 2007.

Queda igualmente en vía muerta la propia tecnología de la “transferencia nuclear terapéutica”, impropiamente denominada “clonación terapéutica”, que propugna la obtención de embriones utilizando el núcleo celular (la información genética) del paciente en sustitución del núcleo de ovocitos no fecundados, y que protagonizó el fiasco de la falsa clonación humana del coreano Hwang Woo-suk en 2005.

Quedan fuera de lugar, por inoperantes y obsoletos, los argumentos que sustentaban las reformas legislativas recientes en España, como la Ley 14/2006, de Reproducción humana asistida y de investigación con embriones humanos con fines terapéuticos para terceros y, sobre todo, la Ley 14/2007 de Investigación Biomédica, por la que se autorizaba y se promovía la transferencia nuclear, al tiempo que se establecía la prohibición de la práctica de la clonación reproductiva. Lo que no dejaba de ser una flagrante contradicción, ya que el trasplante nuclear fue la tecnología que permitió clonar ranas y más tarde mamíferos, que tuvieron su dato más significativo en el origen de la oveja Dolly.

Por todo ello, una vez más nos alegramos de que confluyan en la misma dirección el progreso científico-tecnológico y el moral, y que los descubrimientos científicos y sus potenciales aplicaciones se muevan a favor del hombre sin ningún coste de vidas humanas.

20 noviembre 2007

DEBATE SOBRE EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA

[El primer párrafo del Manifiesto de Intelectuales propuesto por la Universidad San Pablo-CEU sobre la imposición de la asignatura de Educación para la Ciudadanía dice lo siguiente: "La asignatura Educación para la Ciudadanía implantada por el Gobierno es moral, intelectual y políticamente inadmisible porque supone el adoctrinamiento obligatorio para los niños y adolescentes españoles en una ideología particular gravemente lesiva para la persona y la sociedad, de modo contrario a la letra y al espíritu de la Constitución española y con gravísima irresponsabilidad política al conducir a una enorme proporción de los españoles a un enfrentamiento radical con los poderes del Estado."

Y hacia el final del manifiesto dicen: "Con la imposición de Educación para la Ciudadanía el Gobierno no sólo introduce un elemento negativo más, el más negativo de todos hasta ahora, en el proceso de destrucción moral e intelectual de niños y adolescentes que España padece desde hace ya mucho tiempo, sino que, además, y con gravísima irresponsabilidad histórica y política, se propone objetiva, y, acaso, subjetivamente, desterrar de la comunidad política a una enorme proporción de españoles. Enorme irresponsabilidad histórica y política."


Es una nota fechada ayer. Que nadie piense, por tanto, que los padres de familia ya se han calmado y que la batalla ya la ha ganado el Estado totalitario. De eso, nada. El clamor de los ciudadanos libres sigue creciendo...

Para tener las ideas claras y conocer, a la vez, los argumentos que pretenden justificar la imposición de esta asignatura abusiva, ofrecemos a continuación un debate muy interesante mantenido en CNN+ entre Jaime Urcelay, Presidente de Profesionales por la Ética, y José Antonio Marina, conocido escritor y autor de uno de los manuales más difundidos de Educación para la Ciudadanía. El moderador fue José María Calleja.]






# 413
Categoria-Educacion

09 noviembre 2007

LA ABOLICIÓN DEL HOMBRE

[C. S. Lewis (1898-1963) ha sido uno de los intelectuales más importantes del siglo XX y uno de los escritores más influyente de su tiempo. En 1943 publicó “La abolición del hombre” ("The Abolition of Man") que, en su brevedad, es uno de sus libros más lúcidos y que aportan un diagnóstico más certero sobre lo que ocurre en la sociedad actual. Hace poco ha sido reeditado en español (Ed. Encuentro, Madrid, 2007, 96 págs.).

El párrafo inicial del pequeño libro parece haber sido escrito en estos días teniendo en la mente la asignatura “Educación para la ciudadanía” (EpC). Dice así: Dudo de que estemos suficiente atentos a la importancia que tienen los libros de texto de la enseñanza primaria. Esta es la razón por la que he elegido como punto de partida para estas reflexiones un pequeño libro de Lengua destinado a los ‘niños y niñas de ciclo escolar básico’. No creo que los autores (pues eran dos) de este libro pretendieran hacer daño con él y tengo una deuda con ellos o con su editor, por haberme enviado un ejemplar de regalo. Pero, a la vez, no puedo decir nada bueno de ellos. Por tanto, me encuentro en una situación bastante comprometida. No quiero poner en la picota a dos modestos maestros en activo que han hecho lo mejor que sabían hacer; pero tampoco puedo callar ante lo que considero que es la orientación real de su trabajo. Por lo tanto, prefiero silenciar sus nombres. Me referiré a estos señores como Gayo y Tito, y a su libro como ‘El libro verde’. Pero les prometo que tal libro existe y que lo tengo en mi biblioteca.

Dice Victor Gago en Libertad Digital: “No cabe sino celebrar el oportuno rescate de este ensayo, que advirtió hace más de sesenta años sobre el asalto de la educación por el Estado y de su nefasto desenlace: una humanidad sin hombres. Indispensable para padres, profesores y adolescentes que aún no hayan entregado las llaves de su ciudadela a los adoctrinadores de EpC.”

Argumentos parecidos a los de Lewis esgrime Alejandro Llano en un artículo que ha escrito recientemente en La Gaceta: “Cuando el Estado pretende transformar al hombre, emprende un ejercicio de manipulación al que es preciso oponerse.” (…) “Intelectuales orgánicos y escribidores a sueldo del poder tratan de adoctrinarnos en el sentido de que se trata de mejorar la conciencia cívica de las nuevas generaciones. Y a quienes no se convencen se les amenaza con el truncamiento de los estudios de sus hijos, el ostracismo escolar e incluso la cárcel para los progenitores que osen presentar una objeción de conciencia. Demasiado afán, sospechoso empeño, exagerada dureza represiva. El ciudadano medio comienza a maliciarse que en juego anda algo más que una asignatura” (…) “…el objetivo es un profundo cambio de las mentalidades juveniles, como base permanente para una transformación de la sociedad hacia un modelo del que se han suprimido las referencias estables, los valores firmes y, en definitiva, los recursos en los que se basa la libertad política de los ciudadanos comunes.”

G. K. Chesterton en su libro “Lo que está mal en el mundo (“What's Wrong with the World”), escrito en 1910, se expresaba también de un modo parecido. Sin dejarse llevar por lo 'políticamente correcto', suscitaba con sus ideas un debate que, en esencia, se mantiene hasta hoy mismo: sobre la libertad, la familia, la democracia, la educación de los hijos, etc. Chesterton señala claramente que la raíz de los males del mundo es una concepción erronea sobre lo que es el hombre. Ante posibles cambios que la autoridad de turno pretenda imponer en la sociedad, Chesterton insiste en que no nos dejemos llevar neciamente por el aparente progreso, sino que hay que preguntarse si esos posibles cambios mejoran o empeoran la vida humana. Dice un comentarista de Chesterton: “He urges us not to blindly believe in 'progress' or 'modernisation', but rather to ask whether these changes have made things better or worse and, if worse, to undertake to reverse them.”

En una reseña publicada en Minuto Digital se puede leer: “…el mensaje de Lewis es alarmante para la generación presente (…): el desprecio por los valores tradicionales y la obsesión por guiar a la humanidad de acuerdo a moldes nuevos elaborados por una minoría que pretende ideologizar.” Y concluye: “Son precisamente el subjetivismo, el cientificismo, el relativismo moral y el positivismo, los mayores riesgos para la libertad del hombre actual, pasando a ser la recuperación de la tradición, de la familia y de la verdadera educación, el principal objetivo del hombre occidental si quiere salvar una civilización que está en claro declive.”

John Walker: "This short book (or long essay—the main text is but 83 pages) is (…) one of the pithiest and most eloquent defences of traditional values I recall having read. Writing in the final years of World War II, when moral relativism was just beginning to infiltrate the secondary school curriculum, he uses as the point of departure an English textbook he refers to as ‘The Green Book’ (actually The Control of Language: A critical approach to reading and writing, by Alex King and Martin Ketley), which he dissects as attempting to ‘debunk’ the development of a visceral sense of right and wrong in students in the guise of avoiding emotionalism and sentimentality.” An on-line edition is available, although I doubt it is authorised, as the copyright for this work was last renewed in 1974."

Dale J. Nelson: “All civilizations have agreed: education ought to nurture in the child a love of the good; admiration of the excellent and beautiful; faithfulness to the truth; and also children should be taught to disapprove of the false, the shoddy, the unworthy. The aim of true education is not only that children learn to spell and calculate and become physically strong. It is, above all, that young people should become courageous, generous, steady, and capable of discrimination in a good sense, that is, able to judge what is more worthy and what is less worthy of the esteem of a mature human being.” (…) “However, Lewis discusses the error of modern educators who teach that "values" are nothing but expressions of feeling. These educators perhaps intend only to "debunk" advertisements and bad political appeals, but when they say statements of value are nothing but statements of preference or dislike, they plant damaging seeds in children. Children who absorb their philosophy will disbelieve in the natural law itself.”

Phillip Goggans: “In this brief but challenging book, Lewis examines what happens if we reject the moral law that all civilizations have to some degree taught and embodied. He argues that if we refuse to submit to it, either by asserting the authority to change it or by denying its existence altogether, we become less than human. For human life, he says, is civilized life, and civilization is only possible where there is submission to the moral law.” (…) “Lewis goes on to take up the real issue: the attempt to found a new morality.” (…) “For to live rightly, argues Lewis, it is not only necessary to believe correctly about right and wrong; one must feel correctly as well. Pride, shame, indignation, compassion and other emotions must support reason against the demands of the animal appetite. Education should nurture these feelings, teaching children to love what deserves love, hate what deserves hate, and so on.”

Lewis considers the consequences of rejecting objective value altogether. He imagines the human race saying, ‘Let us decide for ourselves what man is to be and make him into that; not on any imagined value, but because we want him to be such. Having mastered our environment, let us now master ourselves and choose our own destiny.’ ” (…) “Using a mixture of metaphor, history and futurology, Lewis argues that when human beings assume the authority to control moral law, they forfeit their humanity. Their bid for ultimate freedom makes them slaves to their purely animal natures.”

Juan Manuel de Prada en dos artículos publicados en XLSEMANAL (7-13 y 14-20 de octubre de 2007) —que reproducimos a continuación— comenta “La abolición del hombre” de C. S. Lewis de un modo profundo y con unas consecuencias muy claras para la actual situación creada con la asignatura 'Educación para la ciudadanía'.

Termina Prada su comentario con este párrafo: “O somos espíritus racionales obligados a obedecer los valores que se desprenden de la ley natural o bien somos mera materia moldeable según las preferencias de los amos. Lewis concluye que sólo la ley natural proporciona a los hombres una norma de actuación común, una norma que abarca a la vez a los legisladores y a las leyes. Cuando dejamos de creer en los valores que se desprenden de esa ley natural, la norma se convierte en tiranía y la obediencia, en esclavitud. Y en ésas estamos. No dejen de leer ‘La abolición del hombre’.” Tampoco dejen de leer estos artículos de Juan Manuel de Prada.]


# 412 Categoria-Educacion

por Juan Manuel de Prada

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— I —


Acabo de leer un extraordinario ensayo de C. S. Lewis titulado “La abolición del hombre” (Ed. Encuentro), en donde se nos propone un feroz y lucidísimo diagnóstico sobre la crisis de nuestra cultura. En “La abolición del hombre”, el autor de las célebres “Crónicas de Narnia” nos propone una vindicación de la ley natural, a la vez que nos alerta sobre los peligros de una educación que, fundándose sobre el subjetivismo, trate de apartarse de esa senda, sustituyendo los juicios y los valores objetivos por los puros sentimientos. El libro, que se complementa con un repertorio de sentencias morales coincidentes, aunque originarias de tradiciones culturales diversas –confuciana, platónica, aristotélica, judía o cristiana–, postula que cualquier civilización procede, en último extremo, de un centro único; y que el único modo de llegar a ese ‘centro’ es siguiendo un camino, una ley natural inspirada por la Razón. El ensayo de C. S. Lewis cobra una actualidad candente en una época como la nuestra, en la que mediante la educación se pretenden instaurar nuevos sistemas de valores ad hoc que se presentan como conquistas de la libertad, pero que no son sino disfraces de una pavorosa esclavitud, formas sibilinas de manipulación que despojan al hombre de su condición humana.

El orden natural inspira a la Razón la convicción de que ciertas actitudes son realmente verdaderas y buenas y otras, realmente falsas y nocivas. Ninguna emoción o sentimiento tiene en sí mismo lógica, pero puede ser racional o irracional según se adecue a la Razón o no. El corazón nunca ocupa el lugar de la cabeza, sino que puede, y debe, obedecerla. Siguiendo a Platón y Aristóteles, C. S. Lewis sostiene que este orden natural que inspira a la Razón no es uno cualquiera de entre los sistemas de valores posibles, sino la fuente única de todo sistema. Las nuevas ideologías proponen sacar de contexto y tergiversar aspectos diversos de ese orden natural; su rebelión sería algo así como “la rebelión de las ramas contra el árbol”: si los rebeldes del orden natural pudieran vencer, se encontrarían con que se han destruido a sí mismos. “La mente humana –afirma Lewis– no tiene más poder para inventar un nuevo valor que para imaginar un nuevo color primario o, incluso, que para crear un nuevo sol y un nuevo firmamento que lo contenga.” Lo cual, por supuesto, no quiere decir que no se pueda progresar en nuestra percepción del valor; pero esas percepciones nuevas tienen que realizarse desde dentro del orden natural, no desde fuera. Sólo el hombre que se ha dejado guiar por el orden natural puede profundizar en los valores que de él emanan.

En nuestra época, la infracción de la ley natural es con frecuencia percibida como una conquista del progreso. Para C. S. Lewis, lo que denominamos `conquista´ no es sino imposición del poder de unos hombres sobre otros. Ilustra su aserto con el ejemplo de los anticonceptivos, una consecución del progreso que la mayoría de los hombres considera un logro. Pero, para Lewis, lo que los anticonceptivos permiten a una generación humana es convertirse en dueña de las generaciones venideras. A través de la contracepción, se niega o restringe la existencia de las generaciones venideras, se las obliga a ser –sin que se les pida opinión– lo que la generación actual decide tiránicamente. Así, concluye Lewis, «lo que llamamos poder del hombre sobre la Naturaleza se revela como poder de algunos hombres sobre otros con la Naturaleza como instrumento». Algo similar ocurre con la educación que se rebela contra la ley natural: la generación actual ejercita un poder sobre las generaciones venideras, un poder que, en lugar de hacerlas más fuertes, las debilita, dejándolas más inermes en manos de los grandes planificadores y manipuladores. Todo poder conquistado por el hombre es también un poder ejercido sobre el hombre. A la postre, la educación que se revuelve contra la ley natural resultará ser el proyecto de algunos cientos de hombres sobre miles de millones de ellos. El peldaño final se alcanzará cuando, mediante esa educación, el hombre logre un completo control de sí mismo; pero ese control se logrará mediante la abolición de la naturaleza humana. Seremos libres para hacer de nuestra especie aquello que deseemos; pero ¿merecerá esa especie resultante el calificativo de humana? Ese poder del hombre para hacer lo que le plazca, ¿no será en realidad el poder de unos pocos hombres para hacer de otros hombres lo que les place? Trataremos, de la mano de C. S. Lewis, de dar respuesta a este interrogante en la próxima entrega.

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— y II —

Nos preguntábamos la semana pasada, siguiendo los razonamientos de C. S. Lewis en su ensayo “La abolición del hombre”, si el poder del hombre para hacer lo que le plazca no es, en realidad, el poder de unos pocos hombres para hacer de otros hombres lo que les place. Inevitablemente, la principal vía para instaurar esta nueva dominación será, a juicio de Lewis, la educación. Los antiguos educadores acataban esa ley natural, común a todas las tradiciones culturales, a la que nos referíamos en un artículo anterior; no trataban, por lo tanto, de educar a los niños conforme a esquemas preestablecidos por ellos mismos. “Pero los que moldeen al hombre en esta nueva era –vaticina Lewis– estarán armados con los poderes de un estado omnicompetente y una irresistible tecnología científica: se obtendrá finalmente una raza de manipuladores que podrán, verdaderamente, moldear la posteridad a su antojo.” Los valores que estos nuevos manipuladores impongan ya no serán la consecuencia de un orden natural que inspira la Razón; por el contrario, generarán juicios de valor en el alumno como resultado de una manipulación. Los manipuladores se habrán emancipado de la ley natural, presentando dicha emancipación como una conquista de la libertad humana. Para ellos, el origen último de toda acción humana ya no será algo dado por la Naturaleza; será algo que los manipuladores podrán manejar. Los manipuladores de ese futuro aciago que Lewis vaticina “sabrán cómo ‘concienciar’ y qué tipo de conciencia suscitar”. Estarán en condiciones de elegir el tipo de orden artificial que deseen imponer. Podrán, en fin, crear ex novo motivos que guíen la conducta humana.

C. S. Lewis no presupone que estos manipuladores sean personas malvadas, “pues ni siquiera son ya hombres en el antiguo sentido de la palabra. Son, si se quiere, hombres que han sacrificado la parte de humanidad tradicional que en ellos subsistía a fin de dedicarse a decidir lo que a partir de ahora ha de ser la Humanidad”. ‘Bueno’ y ‘malo’ se convertirán en palabras vacías, puesto que el contenido de las mismas, su significado, lo determinarán ellos mismos, a libre conveniencia, según las conveniencias de cada momento, según el dictado de sus sentimientos. No es que sean hombres malvados; es que han dejado simplemente de ser hombres, se han convertido en meros artefactos, dispuestos a convertir a quienes vienen detrás de ellos en artefactos hechos a su imagen y semejanza. Apartándose de la ley natural, han dado un paso hacia el vacío.

Cualquier motivo cuya validez pretenda tener un peso más allá del sentimiento experimentado en cada momento ya no servirá. Y en una situación en que quien se atreve a calificar una conducta como buena o mala es menospreciado, prevalece quien dice: “Yo quiero”. La única motivación que los manipuladores aceptarán será la que se guía por su fuerza sentimental. ¿Podemos esperar que, entre todos los impulsos que llegan a mentes vaciadas de todo motivo ‘racional’ o ‘espiritual’, alguno de ellos sea bondadoso? Tal vez, pero desgajados de aquella ley natural que los explicaba y sustentaba, tales impulsos bondadosos quedarán abandonados a su suerte y no tendrán influencia alguna. Tampoco parece probable que una persona entregada al dictado de sus sentimientos pueda llegar a ser buena o recta; tarde o temprano, sus impulsos bondadosos perecerán ahogados ante la pujanza de impulsos caprichosos, liberados de todo freno moral. ¿Y qué ofrece –se pregunta C. S. Lewis– el manipulador a los hombres que pretende abolir? Lo mismo que Mefistófeles a Fausto: “Entrega tu alma, y recibirás poder a cambio”. Pero una vez que hayamos entregado nuestras almas, es decir, que entreguemos nuestras personas, el poder que se nos otorga no nos pertenecerá. Seremos esclavos y marionetas de aquello a lo que hayamos entregado nuestras almas. No podemos entregar nuestras prerrogativas y, al tiempo, retenerlas. O somos espíritus racionales obligados a obedecer los valores que se desprenden de la ley natural o bien somos mera materia moldeable según las preferencias de los amos. Lewis concluye que sólo la ley natural proporciona a los hombres una norma de actuación común, una norma que abarca a la vez a los legisladores y a las leyes. Cuando dejamos de creer en los valores que se desprenden de esa ley natural, la norma se convierte en tiranía y la obediencia, en esclavitud. Y en ésas estamos. No dejen de leer “La abolición del hombre”.

01 noviembre 2007

LOS FUNERALES DEL LAICISMO

[El conocido psiquiatra Víctor Frankl, superviviente de los campos de exterminio nazi, escribió: “Si le presentamos al ser humano un concepto no verdadero del hombre, bien podemos corromperlo. Cuando lo presentamos como una automatización de los reflejos, como una máquina mental, como un conjunto de instintos, como un peón de acciones y reacciones, como un mero producto de la herencia y del ambiente, estamos alimentando el nihilismo hacia el cual el hombre moderno está, en todo caso, inclinado. (…) Estoy absolutamente convencido de que las cámaras de gas de Auschwitz, Treblinka y Maidanek fueron preparadas, en última instancia, no en uno u otro ministerio en Berlín, sino más bien en los escritorios y salones de conferencias de científicos nihilistas y filósofos.”

La cultura atea unida al relativismo radical han hecho perder de vista a muchos hombres y mujeres el sentido de su entera existencia, en lo grande y en lo pequeño: la vida y la muerte, la libertad y la responsabilidad, el placer y el dolor, la infancia y la vejez, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, la riqueza y la pobreza; y también se ha perdido el significado de lo que es una familia de verdad, de lo que es ser padre y madre de verdad, el sentido profundo del trabajo humano, de la amistad auténtica...

Glosando aspectos del relativismo, dice el filósofo Robert Spaemann: “Quien diga que cada uno debe hacer lo que quiera se mueve en un círculo vicioso. Ignora el hecho que el hombre no es un ser acuñado de antemano por los instintos, sino alguien que debe buscar primero y encontrar después la norma de su comportamiento. Ni siquiera poseemos por naturaleza el lenguaje, debemos aprenderlo. Ser hombre no es tan sencillo como ser animal; ni se vive espontáneamente la vida humana. Como afirma el dicho, debemos ‘dirigir nuestra vida’. Tenemos deseos e impulsos contrapuestos. Y la afirmación: haz lo que quieras, presupone que uno sabe lo que quiere.”

Un cristiano sí sabe lo que quiere, a pesar de que se mueva en un entorno con culturas e ideologías agresivas contra la fe. La realidad histórica es que, a lo largo de sus dos mil años de historia, el cristianismo ha conocido más cambios culturales que ninguna otra realidad viviente en el mundo. Y ahí está. El cristianismo siempre ha tenido que luchar contracorriente y en la actualidad ocurre lo mismo. La realidad es compleja y no caben planteamientos simplistas como pretenden algunos al repetir el estereotipo de que el cristianismo ya es algo superado y que ahora se trata de vivir un humanismo ilustrado, con los límites que parezcan razonables a todos, etc, etc. Esto es una pura falacia.

No hay más que mirar alrededor para advertir que no todos los que abandonan la religión y a Dios están dispuestos a vivir según un código impuesto por la autoridad de turno, y ni siquiera por la recta razón: la presión de una sociedad que es cada vez menos recta lleva a muchos a no aceptar normas de conducta que no quieren vivir, simplemente porque no les da la gana aceptar unos límites en su autonomía. Así de claro.


En una comunicación del V Simposio Internacional Fe Cristiana y Cultura Contemporánea “CRISTIANISMO EN UNA CULTURA POSTSECULAR”, organizado por el IAE de la Universidad de Navarra, dice Miguel Lluch que el verdadero combate que se está dando ahora en nuestro mundo “no es entre cristianos y no cristianos, sino entre los que quieren mantener el proyecto ilustrado de una sociedad moral sin Dios y los que (…) ya no quieren seguir soportando normas y medidas de rectitud. Ya nada une a estos dos grupos, salvo su oposición a lo cristiano. Ésta es, en mi opinión, la dramática situación en la que nos encontramos.”


Dos grupos: el humanista con límites; y su oponente, el humanista sin límites. Cada día nos encontramos con hombres y mujeres de uno y otro tipo. Se indican algunos matices para perfilar mejor cada grupo. Sigue Lluch:

· Un tipo: “El humanista con límites. Niega a Dios de la realidad que cuenta para la vida, desconfía e incluso descalifica a las personas con convicciones basadas en una religiosidad viva, pero cree en la moralidad, trata de ser buena persona y buen ciudadano, rechaza la violencia, cuida del bienestar y de la salud propia y de la de sus seres queridos. Permite todo lo que no le moleste a él y a sus seres queridos. Pero guarda en todo unos límites, unas normas que no deben abandonarse. Pero el humanista con límites no quiere fundamentar su vida ni sus decisiones en verdades permanentes. No hay Dios que nos haya creado, y si lo hay no nos puede hacer cumplir su voluntad. Su enemigo es el intransigente y le inquieta el que vive convencido de algo. No acepta la indiferencia cínica del relativismo pero carece de un fundamento teórico para contestarlo.” (…) “El cristiano es humanista, tiene límites, pero es cristiano y por eso es humanista y tiene límites y no al revés. Lo que le distingue del humanista con límites es que sí que fundamenta sus decisiones y se pueden conocer sus convicciones.”

· Y el otro: “… el humanista sin límites. Su argumento principal es: ¿por qué no? Todo puede hacerse, no hay bien ni mal, no hay acciones mejores o peores. Nada nos limita: ni Dios, ni la naturaleza, ni la razón recta.”

Dice Miguel Lluch que los primeros responderán a los segundos cosas de este estilo: “‘es terrible esto que reclamáis, pero ¿por qué no vamos a legitimarlo?’. Y así todo puede venir a ser aprobado por ley y convertirse en objeto de ayuda por parte de los estados: el divorcio, la equiparación de las uniones de homosexuales con los matrimonios, la adopción de niños por parejas de homosexuales, la experimentación con embriones humanos, el aborto, el suicidio, la eutanasia, el negocio de las guerras, de la prostitución, de la pornografía en todas sus modalidades, de la droga... quedan todavía cosas de las que los hombres abandonados a sus impulsos individualistas son capaces de hacer y que no creo necesario escribirlas.” (…) “Según la misma lógica de su racionamiento social, antropológico y moral lo único que pueden decir es: ‘espera, todavía no, pero no sé por qué no, vamos a pensarlo un poco más’.”

Publicamos a continuación un artículo de Fermín Fuertes, escrito para arguments, en el que hace unos comentarios al hilo de la comunicación de Miguel Lluch.]


# 411 Varios Categoria-Varios: Etica y antropología


por Fermín Fuertes

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Hace pocos días un amigo me asaltó por un pasillo: “tengo un texto que te gustará. Ya me dirás que te parece”, y me pasó unas fotocopias unidas con una grapa y bastante trabajadas con subrayados y glosas. Me llamó la atención una frase: No estamos asistiendo al alumbramiento de una era postcristiana sino que asistimos a los funerales de la era neopagana y secularizada. ¡Caramba!, -pensé- esto por lo menos es provocador. Veamos a dónde nos lleva.

Guardé los folios de mi amigo en un cajón, con ánimo de devolvérselos en su momento, y con la intención de conseguir mis propias páginas sobre las que reflexionar y anotar. Al concluir el trabajo de aquella mañana, la red y la impresora me facilitaron lo que buscaba: 10 folios por las dos caras, titulados “Cristianos en Europa después de la cultura secularizada”. Su autor, Miguel Lluch.

¿Qué es lo que allí se dice? ¿Cuáles son las ideas fundamentales que Lluch transmite? A mi entender, el mensaje que se quiere comunicar es el siguiente: vivimos un tiempo entre dos tiempos, asistimos a los estertores crepusculares del secularismo, que, sin embargo, todavía golpea con fuerza; en esa situación, las mujeres y los hombres cristianos, manteniendo su identidad religiosa, no pueden encerrarse a la defensiva en los muros de protección de las comunidades vivas de los creyentes, porque tienen la apasionante tarea de contribuir al nacimiento de la nueva cultura, aportando con audacia su propia creatividad personal y su fe.

Estamos acostumbrados a pensar que el tiempo actual es un momento de cambio: el cristianismo ha sido superado y -para gozo o desdicha, según la perspectiva- entramos en una cultura postcristiana. En realidad las cosas no son así. Hace mucho tiempo que la mentalidad colectiva dominante en la sociedad y en la cultura ya no es cristiana. Lo novedoso no son los proyectos secularizadores. Lo nuevo es que la cultura secularizada dominante desde hace siglos ha entrado en crisis y que ya no tiene fuerzas para inaugurar nuevas eras.

¿Cuál es el problema, entonces? ¿Acaso semejante crisis no es positiva desde el punto de vista cristiano? ¿No es motivo de alegría que el oponente desfallezca? El problema es que en esta etapa final la cultura de lo que Henri de Lubac llamó en 1967 humanismo ateo, está dejando de ser humanista. La cultura del Hombre contra Dios se vuelve contra los hombres. Y eso para el cristiano, a quien nada humano resulta ajeno, nunca es motivo de júbilo.

El humanismo ateo nació como una cultura anticristiana: todas sus acciones prácticas y sus elaboraciones intelectuales se desplegaron en silenciosa contraposición a la religión, como marginación y sustitución de la vida cristiana y de sus obras culturales.

En el actual momento de extinción de la cultura secularista, el laicismo es más beligerante, más dictatorial, se ha convertido en totalitarismo. Agotado el pensamiento y la capacidad de argumentación, se dedica con todas sus fuerzas -ya agónicas, pero todavía salvajes- a imponer sus principios configurando una legislación favorable a todas las costumbres e instituciones sociales que no sean cristianas. Se ha producido una mutación y ha aparecido un nuevo modelo, el humanista sin límites, que en su urgente afán de eliminar todo lo cristiano, ataca también lo humano.

Antes, el humanista marginaba a Dios de la realidad que cuenta para la vida, desconfiaba e incluso descalificaba a las personas con convicciones basadas en una religiosidad viva, pero creía en la moralidad, trataba de ser buena persona y buen ciudadano, rechazaba la violencia, cuidaba del bienestar propio y de sus seres queridos. No quería fundamentar su vida ni sus decisiones en verdades permanentes, pero conservaba unos límites, respetaba unas normas que no debían abandonarse.

Según el humanista evolucionado nada nos limita: ni Dios, ni la naturaleza, ni la razón. Ante este nuevo mutante sin límites nadie está seguro, ni siquiera los humanistas con límites. El combate crepuscular de la Cultura sin Dios no es entre cristianos y no cristianos, sino entre los que quieren mantener el proyecto ilustrado de una sociedad moral sin Dios y los que –siguiendo el argumento de Habermas- “se han convertido en fríos cínicos y relativistas indiferentes”, ya no quieren seguir soportando normas y medidas de rectitud. Ya nada une a estos dos grupos, salvo su oposición a lo cristiano. Esta es en mi opinión –escribe Lluch- la dramática situación en la que nos encontramos.

En ese combate, el humanista con límites está llamado al fracaso, poco puede oponer ante el despliegue arrogante del humanista sin límites. Atenazado por su afán de eliminar a Dios, no tiene fuerzas ni respuestas capaces de hacer frente a los impulsos individualistas. Si se suprime la hipótesis de un Dios rector del mundo no llego a comprender –dice Antonio Baumann- sobre qué realidad se puede asentar la noción de un derecho que permita al individuo, mónada aislada, situarse frente a los otros seres que le rodean y decirles: hay en mí algo de intangible que os obliga a respetarme porque su principio es independiente de vosotros”.

¿Nos queda pues, solamente, el horizonte de la barbarie? ¿Caminamos apresurada e inexorablemente hacia una barbarie técnica y centralizada, reflexivamente inhumana y por eso más peligrosa que la antigua? ¿Tiene el relativismo la última palabra?

Sabemos que no. Nuestra fe –decía Benedicto XVI en Austria el pasado 8 de septiembre- se opone decididamente a la resignación que considera al hombre incapaz de la verdad, como si esta fuera demasiado grande para él. Sabemos también que el cristianismo no está en peligro en un tiempo entre dos tiempos. Porque no se une sustancialmente a las culturas. A lo largo de sus dos mil años de historia ha conocido más cambios culturales que ninguna otra realidad viviente en el mundo. El cristianismo se hace presente en todas las culturas humanas sin identificarse con ninguna de ellas. Sobrevive incluso la vida de las culturas que se han hecho cristianas.

Pero al cristiano, al cristiano concreto, la nueva situación le puede desconcertar. Debe reorientarse y aprender a manejarse en un tiempo en el que la identidad cristiana es atacada precisamente con argumentos originariamente cristianos aunque ahora tergiversados. No sólo tiene que sobrevivir personalmente en medio de la tormenta desatada a su alrededor. Es también responsable de la tarea de cuidar y perfeccionar el mundo. La fe en Cristo –escribía San Josemaría Escrivá- ilumina nuestras conciencias, incitándonos a participar con todas las fuerzas en las vicisitudes y en los problemas de la historia humana.

El cristiano ama al mundo porque ama a Dios y protege el mundo con responsabilidad porque Dios lo ha puesto en sus manos. Comparte la cultura con todos los demás hombres de su tiempo y con ellos, pero sin perder su identidad, trabaja con esfuerzo y entusiasmo para construir una cultura digna del hombre.

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Nota: La comunicación de Miguel Lluch, que lleva por título "CRISTIANOS EN EUROPA DESPUÉS DE LA CULTURA SECULARIZADA", puede leerse pulsando aquí.