13 junio 2006

HAY QUE SACAR LA TV DEL CUARTO DE LOS CHICOS

[Que hay que sacar la televisión del cuarto de los chicos lo dice el sentido común, pero también lo dicen los especialistas. En este caso, lo afirma un experto en los medios y experto también en pediatría. El Dr. Victor Strasburger es Profesor de Pediatría y profesor de Familia y Medicina Comunitaria, Jefe de la División de Medicina del Adolescente en la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque. Se graduó en la Universidad de Yale y completó su Fellowship en Medicina del Adolescente en la Facultad de Medicina de Harvard.

Es autor de más de 120 artículos y trabajos y de ocho libros relacionados con temas de medicina del adolescente y los efectos de la televisión en niños y adolescentes, incluyendo Medicina del adolescente: guía práctica y Los adolescentes y los medios. Su libro más conocido es Consiga que sus hijos digan no en los 90, cuando usted decía sí en los 60.

Secretario de la Sección de Medicina del Adolescente de la Academia Americana de Pediatría, miembro del Comité de Comunicaciones y consultor del PTA Nacional y de la American Medical Association en los temas de niños y medios. En el año 2000 fue condecorado por la Academia Americana de Pediatría con el Premio Adele Delenbaugh Hofmann, por los logros obtenidos en Medicina del Adolescente y fue además el primero en recibir el Premio Holroyd-Sherry, otorgado por su trabajo sobre los medios.

En definitiva, el pediatra Víctor Strasburger es verdaderamente un experto en el efecto de los medios sobre los niños y los adolescentes.

Reproducimos el artículo de Fabiola Czubaj publicado en La Nación (20-V-2006)]

#324 Educare Categoria-Educacion

por Fabiola Czubaj, de la redacción de La Nación
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La sentencia es contundente: “Hay que sacar el televisor de la habitación de los chicos”, dice a La Nación el pediatra Víctor Strasburger, jefe de la División de Medicina Adolescente del hospital de la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque, Estados Unidos, y autor de más de 120 investigaciones y ocho libros sobre los efectos de los medios en el desarrollo infantil y adolescente. Una vez de acuerdo con ese punto, sostiene, se puede empezar a hablar…

“En Estados Unidos, dos tercios de los adolescentes, la mitad de los preadolescentes y un cuarto de los más chiquitos tienen televisor en el dormitorio y, cuando esto ocurre, pasan más horas frente a la pantalla, por lo que leen menos, hacen menos deporte y son más propensos a tener sobrepeso”, señala. Su explicación está a tono con las críticas que despertó esta semana el lanzamiento de BabyFirst TV, la primera señal de televisión por cable de su país que transmite las 24 horas programas dirigidos, exclusivamente, a un público de entre 6 meses y 3 años de edad.

El problema reside, básicamente, en la falta de control que los padres tienen sobre cuánto y qué ven sus hijos cuando el aparato está en esa zona en la que comienza a construirse su privacidad.

En segundo lugar, Strasburger propone limitar a dos horas por día el tiempo frente a una pantalla. “En el mundo, los chicos miran televisión o usan los videojuegos en promedio tres horas al día, lo que representa una hora de más", indicó el doctor Strasburger, que participa en el XI Simposio Internacional de Actualización Pediátrica Dr. Carlos Gianantonio, organizado por el Departamento de Pediatría del Hospital Italiano de Buenos Aires.

Un tercer consejo, altamente efectivo según la práctica del experto, es que los padres se sienten a mirar las películas, los programas o los videojuegos con sus hijos para hablar sobre qué es lo que disgusta a unos y gusta a otros.

"Se puede tomar cualquier programa y si los padres se sientan y hablan sobre el contenido, la situación se vuelve educativa -señaló el autor de «Decir no en los 90, cuando decían sí en los 60»-. Los padres aún no comprenden cuán poderosa puede ser la televisión como «maestra», que seguramente desaprobarían para la escuela. Les enseña a sus hijos comportamientos agresivos, uso de drogas y sexo explícito Por lo tanto, si no hablan con sus hijos de sexo, del consumo de drogas o de la violencia, lo hará la televisión, pero de manera poco saludable. Y, hoy, los padres no están haciendo nada para evitarlo."

Cuidado: cerebro creciendo

Si de Internet se trata, Strasburger recomendó instalar la computadora en el living o en un lugar expuesto de la casa. "Ningún adolescente se va sentar en la sala a mirar sitios pornográficos con los hermanos y los padres pasando por ahí", razonó.

En la niñez, el cerebro crece como los chicos, rápidamente, y lo hace como respuesta a lo que lo rodea. "Si el entorno es un padre que lee libros a su hijo, el cerebro infantil crecerá con otras opciones", sostuvo Strasburger, que durante la entrevista emitió su segunda sentencia: "Los padres de chicos menores de 2 años no deberían dejarlos mirar televisión".

Pero, ¿qué pasa cuando un hijo se queja de que es el único que no puede mirar este u otro programa? Según Strasburger, la forma más simple de evitarlo es limitar de entrada la el tiempo y los programas que pueden ver sus hijos. "Si lo hacen, no van a llegar a esa situación. Y muchos padres no lo hacen, de modo que lo siguiente es sentarse a mirar el programa con su hijo y explicarle por qué no les gusta", dijo.

Si esto no da resultado, sólo queda empezar a reducir por semana la cantidad de horas frente al televisor y que los chicos elijan los programas de una lista, según la edad y el contenido.

¿Realidad virtual o real?

Los últimos estudios sobre la percepción infantil demuestran que los chicos menores de 8 años tienden a pensar que lo que la pantalla les presenta es cómo los adultos se comportan en la vida real. Es decir, por ejemplo, que no comprenden que si una persona le pega a otra en el mentón, puede quebrarse la mano, aunque no suceda en la pantalla.

"Veo adolescentes en el hospital que le pegan un puñetazo a la pared porque están muy enojados y al menos una vez a la semana tenemos que hacer radiografías de las manos para comprobar si sufrieron lo que se llama una fractura de boxeador -relató Strasburger-. O creen que el sexo como se presenta en la pantalla es real y, entonces, tienden a sobreestimar la cantidad de amigos que tienen relaciones Es muy tentador ver el mundo de los medios como real, el problema es que los chicos lo hacen."

Según el experto, antes de los 8 años, ningún chico puede diferenciar la realidad de la fantasía. Entre 8 y 14 años, no logran hacerlo en temas relacionados con el sexo y las drogas; y no es hasta los 15, 16 o 17 años que comprenden que todo es fantasía y entretenimiento, "a menos que los padres o la escuela se los expliquen antes", que es lo que hacen los denominados programas de educación en medios.

Esos programas, que se pueden dictar desde la escuela primaria, enseñan cómo se "fabrica" la realidad en una publicidad o cómo se filma una pelea, entre otras cosas. "Demostraron ser muy efectivos y protegen a los chicos a través de la educación de los efectos de los medios, aunque la mayoría de los países no los ponen en práctica", opinó Strasburger.

Los buenos resultados de esos programas ya se observaron en las escuelas de Canadá, Australia e Inglaterra.

EL DEBATE SOBRE LA VERDAD

por Enrique Alarcón

http://www.unav.es/filosofia/alarcon

http://www.corpusthomisticum.org/

R. Lázaro, P. Pérez-Ilzarbe (eds.), "Verdad, bien y belleza" (Cuadernos de Anuario Filosófico. Serie Universitaria 103, Pamplona, 2000) p. 35-62.

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El debate sobre la verdad se resume, a mi juicio, en torno a cuatro problemas:
  • 1. El uso de la palabra "verdad"
  • 2. La noción de verdad
  • 3. El conocimiento de la verdad
  • 4. El valor de la verdad

Seguiré este mismo orden, pues, a mi juicio, de la solución que se dé a los primeros depende la de los últimos. Por eso también la exposición será tanto más breve cuanto más avance. Siguiendo este criterio, y antes de entrar en la discusión, intentaré fijar su tema, es decir, a qué me refiero con la palabra "verdad".

La verdad como tema de discusión

En uno de los Viajes de Gulliver, Jonathan Swift narra las aventuras de su personaje en el país de los caballos (1). Estos caballos hablan, piensan, y viven como seres humanos, pero desconocen la mentira. Gulliver tiene grandes dificultades para hacerles entender el sentido y posible utilidad de decir lo contrario de lo que se piensa, pues, para los caballos, quien miente emplea el lenguaje contra su misma utilidad. Es tan absurdo como usar las tijeras para coser y la aguja para cortar.

El nervio literario de la historia radica en su ironía. Si ese país no fuese fabuloso, si no estuviese habitado por caballos inteligentes, sería poco creíble una sociedad donde ni se concibe ni existe la palabra "mentira". Resulta fácil imaginar que falten las palabras "terciopelo" o "carismático", pero es inverosímil que en una lengua humana falten palabras para distinguir verdad de mentira o verdadero de falso.

El análisis estadístico muestra que, de hecho, el vocabulario más frecuente es común a los diversos idiomas. Si nos ceñimos al inglés, francés, y alemán, más del 80 % del lenguaje habitual está compuesto por un pequeño conjunto de mil términos. Con otros mil apenas se añadiría una décima parte de tal proporción (2).

A este vocabulario básico y frecuente pertenecen las palabras "verdad", "falsedad", y "mentira". Su sentido habitual coincide en las diversas lenguas, y sólo varían las voces o signos empleados. Por eso, los diccionarios de idiomas no se explayan en el significado de tales palabras. En efecto, si cada término se explica mediante otros, sin suponer significados comunes, se construye un círculo vicioso. Y si ese significado se indica mediante un dibujo, es porque quien lo ve discierne lo relevante en cada caso, ya que posee la noción que delimita la referencia.

Existen, desde luego, acepciones peculiares, castizas: así, cuando en castellano se dice de alguno que "le soltó dos verdades". Mas ellas, como también las metáforas, dependen de la noción común de verdad.

Hay, por otra parte, connotaciones distintas de la palabra en cada idioma, debidas por lo común a la raíz etimológica. Así, hemeth, en hebreo, denota firmeza y fidelidad, en virtud de su radical haman, "sostener". En cambio, el significado etimológico del griego alétheia es, quizás, "desvelamiento", por la raíz lath, "ocultar". Estas diferencias del significante, variable en cada lengua, y otras similares, son accesorias al significado común y frecuentísimo: si así no fuese, ni hemeth ni alétheia se traducirían habitualmente como verdad.

Tales variaciones son útiles para la interpretación de textos particulares, pero no para la discusión a lo largo de la Historia, pues si ha habido desacuerdo, y no un mero malentendido, es precisamente porque todos hablamos de lo mismo. Lo común a los diversos idiomas, tiempos y lugares, es el significado universal y corriente de la palabra "verdad". Por eso, al exponer las razones a favor y en contra de la verdad, me ceñiré a este significado.

1. EL USO DE LA PALABRA "VERDAD"

El primer punto a esclarecer no es dicho significado, sino si éste, cualquiera que sea, es relevante para el empleo de la palabra "verdad" en cada tiempo y situación. Es decir, hay que aclarar si su empleo depende de su significado. Esta tarea ocupará buena parte de la exposición, pero es rentable porque, una vez hecha, la mayor parte de las discusiones en favor y en contra de la verdad quedarán obviadas.

Algunos autores, como Nietzsche (3) o Marx (4), defienden que la verdad es un término cuya aplicación es artificial y arbitraria. Dependiendo de los intereses propios, o del contexto físico, ideológico o cultural, se aplicaría a unos u otros objetos, al margen de lo que la verdad sea para cada cual.

Similar es la postura de los autores que dan un nuevo sentido o empleo al término "verdad", ya sea para que se acomode a su propio sistema de pensamiento, como Hegel (5), o bien para construir un lenguaje artificial más útil para las ciencias o la técnica, como Tarski (6).

Lo propio de todos ellos estriba en prescindir del sentido y empleo generalizado de la palabra "verdad", para reducir su aplicación a un criterio establecido.

A mi juicio, éste es el ataque más radical a la noción de verdad, porque si tal noción no existe, o si puede ser sustituida arbitrariamente, toda cuestión ulterior es irrelevante. El empleo de la palabra "verdad" tiene, por tanto, una gran importancia, y de ahí que lo abordemos en primer lugar y con cierta extensión.

A. Tres usos de las palabras

Para esclarecer este problema, es preciso detenerse a distinguir tres maneras de usar las palabras para referirse a objetos. En efecto, buena parte de las confusiones en torno a la verdad nacen de ignorar esta diferencia.

a) En primer lugar, los llamados nombres comunes designan unos u otros objetos en virtud de la adecuación de su significado propio a las características de los objetos. "Sillón", por ejemplo, se dice de un asiento con respaldo y brazos para una sola persona. Cuando nos referimos a algo mediante la palabra "sillón", sólo reconocemos como tal a un objeto que posea dicha serie de características, coincidentes con el significado de la palabra. Por eso "sillón" se usa como nombre común.

b) Las terminologías o nomenclaturas (7), en cambio, designan objetos independientemente del significado de las palabras, aunque tales objetos, para ser reconocidos, deben poseer determinadas características. Por ejemplo, electricidad positiva y electricidad negativa designan a las adquiridas respectivamente por el vidrio y la resina cuando se las frota con lana. Ahora bien, contra lo que sugiere el significado habitual de las palabras, el polo dotado de electricidad positiva puede carecer de voltaje, mientras que el negativo ha de tenerlo (8).

c) Finalmente, los nombres propios designan objetos por adscripción arbitraria. Pueden ser empleados al margen de su significado, y en esto se distinguen de los nombres comunes. Por ejemplo, una mujer y una ciudad pueden llamarse Asunción, sin que el significado de esta palabra nos informe de cómo son. Pero, precisamente porque su adscripción es arbitraria, los nombres propios son también independientes de las características de los objetos, y en esto se diferencian de las terminologías. Que una mujer y una ciudad se llamen Asunción no implica que tengan rasgos comunes. En cambio, dos polos negativos han de tener cierta carga eléctrica.

Como hemos visto, el empleo de los nombres propios y también de las terminologías es independiente del significado de las palabras. Éste sólo es relevante en el caso de los nombres comunes (9). La piedra de toque para distinguir entre nombres comunes, terminologías, y nombres propios, no estriba por tanto en la distinción de sus posibles significados. Radica en si las características de los objetos nombrados pueden ser contradictorias entre sí y, a su vez, con el significado de las palabras.

En efecto, absolutamente todas las características de los diversos objetos designados mediante un mismo nombre propio pueden ser contradictorias y variables. Por ejemplo, una mujer llamada Asunción y la ciudad homónima pueden ser completamente diferentes. Además, las características de cada objeto al que se asigna un nombre propio pueden cambiar por completo a largo del tiempo, sin perder por ello su nombre propio. Tal es el caso en algunas historias, como la de la mujer de Lot, que se convirtió en estatua de sal al mirar la destrucción de Sodoma. Incluso si la estatua de sal perdió su figura, Lot se referiría al arruinado montoncillo usando el nombre propio de su mujer.

En cambio, las características propias de los objetos designados mediante una misma terminología o un mismo nombre común, ni pueden variar de unos a otros objetos, ni tampoco a lo largo del tiempo. Un sillón, para ser reconocido como tal, siempre ha de tener brazos, y el polo negativo ha de tener cierta carga eléctrica. En el caso de las terminologías estas características propias pueden ser contradictorias con el significado de la palabra, mas no pueden serlo en el caso de los nombres comunes.

Tales capacidades de contradicción no vienen dadas por el significado de las palabras, ni por el modo de ser del objeto designado, que a veces son irrelevantes. Por eso, un mismo término puede ser usado de esas tres maneras. "Asunción", por ejemplo, se emplea como nombre propio para designar una ciudad o una mujer. Como nombre común, designa la acción o efecto de asumir. Y, en la terminología del calendario litúrgico, sirve para designar una determinada festividad. Lo que permite discernir unos de otros es su empleo habitual, o el contexto, o una aclaración. Por eso, cuando faltan esos medios, pueden producirse errores y paradojas independientes del significado y del conocimiento de los objetos. Por ejemplo, muchos pensarán que el polo positivo tiene mayor voltaje que el negativo, ya que desconocen las características propias del objeto que designa. Este error es distinto al de ignorar el significado de "positivo", y al de no saber cuál de los dos polos tiene las características correspondientes.

De manera semejante, el empleo de la palabra "verdad" es un problema distinto al de su significado y al de su conocimiento: las discrepancias respecto al uso de la palabra "verdad" estriban, primeramente, en si es un nombre propio, una terminología, o un nombre común.

B. La verdad como nombre propio

Algunas corrientes reducen la verdad a un nombre propio, que puede ser aplicado arbitrariamente a objetos con características totalmente contradictorias y cambiantes. Su empleo no estribaría en el significado de la palabra "verdad", ni en unas u otras características del objeto verdadero, sino en el mero arbitrio, circunstancia, o interés de quienes usan la palabra.

Conforme a dicha postura, no es problemático que unos llamen verdad a algo y otros a lo contrario. En rigor tampoco es contradictorio, pues lo que entienden unos y otros puede ser completamente diferente. En cualquier caso, no hay una norma estricta que regule el empleo de la palabra "verdad", como tampoco la del nombre "Inés". En España es nombre de mujer, en Méjico también puede serlo de varón (creo), y no faltarán ríos o montes con el mismo nombre. En último extremo, que cada uno lo use a su arbitrio y conveniencia.

Respecto a si esta postura es correcta, hay que distinguir dos cuestiones diferentes.

La primera es si, de hecho, la palabra "verdad" es sólo un nombre propio, cuyo significado no existe o es irrelevante. La respuesta a esta cuestión viene dada por el empleo habitual del lenguaje: si dices lo que piensas, dices verdad, pero si dices lo contrario mientes; y si lo que piensas o dices es conforme a cómo son las cosas a las que te refieres, entonces es verdadero, y, cuando no, falso. Es obvio que la palabra "verdad", en su empleo habitual, es un nombre común, pues se usa conforme a un significado propio y compartido por los distintos idiomas, cuya mayor variación se da en los nombres propios. En todas las lenguas, y casi siempre, aquello a lo que se aplica la palabra "verdad" tiene características conformes a dicho significado universal. Por tanto, la palabra "verdad", en su uso más frecuente y compartido, no es un nombre propio, sino un nombre común, cuyo empleo no es arbitrario, sino que está regulado por la conformidad entre su significado y las características de los objetos.

La segunda cuestión es si, pese a todo, cabe emplear la palabra "verdad" arbitrariamente, como un nombre propio. Y la respuesta, a mi juicio, es afirmativa: se puede llamar "verdad" a cualquier cosa, como un río, una persona, o el periódico de Murcia. El problema estriba en que, como ése no es el empleo habitual de la palabra, y ésta sola no basta para clarificar su uso, quien oiga decir que una frase es "verdad" entenderá la palabra conforme a su empleo más frecuente, a saber, como un nombre común que designa la conformidad de la frase con la índole de las cosas, o con lo que piensa quien la profiere.

De hecho, quien usa la palabra "verdad" arbitrariamente y según su interés, suele pretender que los demás la entiendan conforme a su significado habitual, y no como nombre propio. Y quien dice que es verdad aquello que en cada momento quiere, acaba en que nadie le haga caso. Sólo si la palabra "verdad" se usa como nombre común y conforme a su significado habitual cabe entenderse mutuamente, y el lenguaje cumple su finalidad de ser medio de comunicación.

C. La verdad como terminología

Hasta aquí he procurado aclarar que el uso corriente de la palabra "verdad" no es el de los nombres propios, sino el de los nombres comunes, que se aplican conforme a la correspondencia entre su significado y las características de los objetos. Trataré ahora del tercer empleo de la palabra, a saber, como terminología.

Conforme a este tercer uso, se llamaría verdad a lo que presenta determinadas características objetivas, independientemente del significado de "verdad" en el lenguaje corriente.

Este es el caso de la verdad lógica. Un lógico diría que, si todos los toreros tienen montera y Sócrates es un torero, entonces es verdad que Sócrates tiene montera. Este empleo de la palabra "verdad" no significa que haya un Sócrates con montera, sino que el razonamiento es formalmente correcto. El lógico atiende, no al significado de verdad en el lenguaje corriente, sino sólo a determinada característica del silogismo. Por eso, en Lógica, "verdad" no se usa como nombre común, sino como terminología: sólo son relevantes determinadas características del objeto y no el significado ordinario de la palabra "verdad".

A mi juicio, usar la palabra "verdad" como terminología es de suyo indiferente. Los problemas comienzan cuando con ello se prescinde del significado corriente de la palabra.

A lo largo de la Historia, han mantenido esta posición reduccionista todos los autores que, tras establecer su propio sistema filosófico, redefinen la verdad de modo que se ajuste a dicho sistema. "Verdad", así, sería lo que posee las características propias de ciertos objetos, a saber, los establecidos por el sistema. Por ejemplo: para Descartes, sería verdadero lo claro y distinto (10); para Kant, lo conforme a ciertas condiciones de posibilidad a priori de la experiencia (11); para Hegel, la síntesis que asume toda diferencia (12); para Nietzsche, lo que incrementa el sentimiento de poder (13); y, para Tarski, las proposiciones que cumplen ciertos requisitos (14).

En todos estos casos, se definen primero las características de los objetos a los que cabe aplicar el término "verdad", y después se emplea la palabra atendiendo a dicho criterio. El significado que esta palabra tenga en el lenguaje corriente, legítimo o no, es algo de lo que se puede prescindir si se dan tales requisitos objetivos.

Para muchos de estos autores, el significado corriente de "verdad" es, pese a todo, importante y, de hecho, lo que intentan es aclarar el empleo común de la palabra. Pero, al no tener en cuenta la diferencia entre nombres comunes y terminologías, su aclaración se vuelve, a mi juicio, una tergiversación.

En efecto, al sustituir el significado de la palabra por determinadas características de los objetos, ya no se atiende a lo que de hecho entendemos mediante esta palabra. Por más que hayan intentado aclarar la palabra "verdad", no conservan su significado común: y, si no lo conservan, es que tampoco lo aclaran, sino que lo cambian. La prueba es que tales filosofías se aíslan y tecnifican. De Sabiduría, la Filosofía pasa a ser una disciplina particular, sólo para especialistas enterados de la peculiar terminología de cada corriente. A su vez, dentro de la Filosofía, cada escuela llega a estar incomunicada de las demás. Falta el cauce común de entendimiento, anterior a la aceptación de las premisas y de la terminología de cada cual.

Estos sistemas de pensamiento, en la medida en que sean coherentes, se tornarán inatacables, pues siempre se aplicarán a sí mismos el calificativo de verdaderos. La única vía de crítica será desechar ese uso de "verdad" como terminología y volver a su empleo corriente como nombre común. Sólo quien admite la primacía de dicho uso es capaz de verdadero diálogo, porque no impone sus premisas de antemano.

En cambio, el aislamiento es inevitable en el caso de los autores para los que el significado corriente de la palabra "verdad" es ilegítimo o inalcanzable, ya que su postura acarrea necesariamente una petición de principio. Sus sistemas filosóficos se asimilan a los juegos, donde el empleo de las palabras también debe fijarse convencionalmente y admitirse de antemano, al margen del significado ordinario.

Pues bien, para admitir las reglas de un juego, hay que valorarlo desde fuera de sus reglas. Por ejemplo, imaginen un juego de rol en el que se supone que es verdad todo lo que dice un personaje llamado el Gurú. La palabra "verdad" pasa así a emplearse como terminología, aplicable a las proposiciones cuya característica propia es que las dice el Gurú. Pues bien, si el Gurú dice que le debemos tres millones, se acabó el juego. Pero se acabó porque valoramos el juego desde fuera de él y, conforme al significado común de "verdad", no debemos ese dinero. Para aceptar la reducción de la palabra "verdad" a terminología, habría que aceptar de antemano las premisas del sistema, y renunciar a valorar desde fuera si son verdaderas, o si es verdad que son útiles.

Algunos defienden que éste es el mejor modo de valorar un sistema filosófico, a saber, sólo desde dentro. Esto, a mi juicio, puede ser inconveniente, como en el caso del Gurú. Incluso inhumano, como en la novela 1984 de Orwell. Pretendo mostrarles ahora que, además, es imposible.

Quizás conocen ustedes la historia de los gamuzinos. Un hombre trataba de cazar algo en el aire. Otro se acercó para preguntarle qué hacía. "Cazo gamuzinos". "Y ¿qué son los gamuzinos?" "Ni idea -contestó-, espere a que cace alguno".

"Gamuzino" carece de significado: incluso si el cazador de gamuzinos lograra atrapar alguno, le faltaría el criterio para juzgar si aquello es o no un gamuzino. Podría inventarse una serie de características de los objetos con este nombre, de modo que, entonces, existiese tal criterio. "Gamuzino", entonces, sería una terminología, un nombre que, al margen de su propio significado, designa objetos con determinados rasgos. Mas esto sería una decisión arbitraria: en realidad, tanto esos como cualesquiera otros objetos podrían haber sido llamados "gamuzinos". En el fondo, "gamuzino" sería un mero nombre propio, aplicable a cualquier cosa.

Pues bien, quien construye un sistema y en él define a qué se llama "verdad", igual podría emplear la voz "gamuzino". Pero, si emplea justamente la palabra "verdad", es porque presupone su significado ordinario y conoce su sentido y utilidad.

Todo sistema es artificial, y requiere ser construido. Cuando el sistema está aún en construcción, aún no se ha definido lo que "verdad" designa en tal sistema. No se puede suponer tal empleo terminológico de verdad: sería como el gamuzino, que no se sabe lo que es. En tales condiciones, aún no puede juzgarse si las premisas del sistema son verdaderas, o si de verdad son útiles, o si las expresiones empleadas manifiestan lo concebido por el autor y no son expresiones fallidas o mentiras. Si no existe un empleo de "verdad" ajeno al sistema, tampoco cabe valorarlo. Su aceptación, entonces, es arbitraria y ciega: cualquier otro sistema sería igualmente aceptable, y no habría razón para construir éste mejor que otro.

La situación descrita es irreal, porque quien construye un sistema de pensamiento lo valora desde supuestos anteriores e independientes del propio sistema. Y uno de esos supuestos es la noción significada en el uso ordinario de "verdad" como nombre común (15). La noción de verdad juzga la validez de cualquier sistema artificial, y no al revés. Si el sistema se acepta, es porque ha sido juzgado conforme a este significado común de verdad, previo al sistema mismo y presente en el lenguaje ordinario (16).

Por tanto, la verdad no es sólo un nombre propio ni tampoco puede ser reducida a terminología. Es un nombre común, cuyo empleo viene regulado por la noción que constituye su significado. Si así no fuese, o no entenderíamos qué significa verdad, o entenderíamos arbitrariamente cada cosa o su contrario. Mas, en tal caso, no podría haber debate sobre la verdad, porque tampoco estaríamos hablando de lo mismo. Si de hecho se da tal debate a lo largo de la Historia del Pensamiento es porque compartimos la misma noción de verdad a través del lenguaje ordinario. De ella trataremos a continuación.

2. LA NOCIÓN DE VERDAD

Hemos visto que la noción de verdad es previa a cualquier sistema artificial. Ahora bien, el lenguaje también tiene algo de artificial, como los significantes o la gramática. Dado que la noción de verdad es previa a estas convenciones, no varía en los distintos idiomas.

Lo mismo puede aplicarse a las diversas definiciones de verdad. La definiciones son artificiales, como productos del hacer humano. Por eso, la noción de verdad es previa e independiente de cualquier definición. Y debe ser así, pues sólo conociendo de antemano lo que significa verdad podríamos valorar si su definición es ajustada.

Por tanto, aunque las definiciones de verdad sean múltiples, no son ellas las que pueden juzgar a la noción común, sino justo al revés: porque tenemos una noción de verdad podemos valorar lo ajustado de cada definición.

Esta conclusión es muy útil, porque nos ahorra el tener que revisar cada definición de verdad. Para esclarecer su noción, bastará atender al empleo ordinario de la palabra, que, al ser un nombre común, viene regulado por ella.

A. Los tres ámbitos de la verdad

El lenguaje ordinario llama verdadero a lo que da a conocer algo tal como es (17).

La noción de verdad allí implícita se define a menudo en términos de conformidad o adecuación (18). Pero tales expresiones comportan un matiz representacionista, de copia: y esto es engañoso, porque lo que manifiesta no ha de tener la misma forma de lo manifestado (19). Por ejemplo, un juicio negativo no existe en la realidad, pero da a conocer algo real. Igualmente, la apariencia del oro verdadero no se parece a la realidad del oro.

Para evitar ese matiz de copia, habría que entender, más bien, que la manifestación es adecuada para dar a conocer. Con todo, esto comporta añadir una finalidad que no toda manifestación tiene en su realidad propia: por ejemplo, las cualidades del oro verdadero pueden manifestar lo que es, pero no por ello han de tener esa finalidad de suyo.

Pienso que "adecuación" o "conformidad" son metáforas algo impropias para expresar la presencia de la realidad en aquello que la da a conocer. Esta específica presencia se significa mejor como patencia o manifestación. Lo verdadero presenta haciendo patente, dando a conocer la realidad de lo manifestado. La verdad, por tanto, sería la manifestación de la realidad en cuanto tal; y verdadero sería lo así manifestado.

De lo dicho se infiere que la verdad es relativa al conocimiento. Sin conocimiento no cabe verdad alguna. Sólo hay verdad cuando hay conocimiento, al menos posible.

Ahora bien, el conocimiento implica tres factores: lo cognoscible, lo conocido, y el cognoscente. Cada uno puede manifestar su propia y específica realidad: lo cognoscible se manifiesta como apariencia; lo conocido, como conocimiento; y el cognoscente, en su expresión de lo que conoce. De este modo, caben tres ámbitos de verdad: las apariencias verdaderas, los conocimientos verdaderos, y las expresiones verdaderas.

Como primera instancia de verdad, las apariencias verdaderas manifiestan, patentizan, dan a conocer, lo que realmente son los objetos cognoscibles. Cuando decimos del oro que es verdadero, expresamos que su apariencia manifiesta o da a conocer su realidad de oro.

La segunda instancia en que se manifiesta una realidad es el conocimiento: pensamiento y sensación son conocimientos verdaderos si manifiestan la realidad de lo conocido. Al decir "de lo conocido" se especifica que la realidad manifestada no es la del entero objeto cognoscible, sino sólo de lo que de él se conoce. Esto es importante, como veremos luego. Lo que se llama verdadero en este caso no es el objeto, sino su manifestación como conocimiento. Por eso, no se considera el mismo objeto cuando se dice que el oro es verdadero y cuando se dice que es verdad que el oro es verdadero. En el primer caso, al decir que el oro es verdadero, la verdad corresponde a la apariencia objetiva del oro. En cambio, al decir que es verdad que el oro es verdadero, la verdad pertenece al conocimiento mediante el cual se patentiza o manifiesta la realidad del oro.

El tercer ámbito de verdad corresponde al cognoscente. El cognoscente se manifiesta como tal en la expresión de lo que conoce: por eso, dos expresiones contradictorias pueden ser verdad si lo que piensan o sienten quienes las profieren es también contradictorio. En cambio, esas dos proposiciones contradictorias nunca son verdaderas si se consideran como los conocimientos que manifiestan, y no como sus expresiones (20).

La expresión no es, obviamente, la apariencia del cognoscente. Cuando se dice de una persona que es verdadera, se considera que sus apariencias dan a conocer la realidad de esa persona. En cambio, cuando se dice que una expresión es verdadera, se significa que da a conocer lo que piensa o siente quien así se expresa. No se atiende a lo que esa persona es, sino a lo que piensa o siente, aunque no corresponda a la realidad de las cosas. Justamente, ese pensar o sentir es lo que hace a tal persona cognoscente. Por eso la expresión manifiesta al cognoscente como tal, y no en su mera realidad cognoscible.

Una expresión es verdadera si patentiza el conocimiento tal como es. Si no, la expresión será lapsus o mentira, según sea involuntaria o no. En todo caso, puesto que la expresión manifiesta el conocimiento, y éste a su vez la realidad, una expresión también se llama verdadera si, a través del conocimiento que manifiesta, da a conocer dicha realidad.

En suma, hay tres ámbitos en los que puede encontrarse la noción de verdad: la apariencia del objeto cognoscible, su conocimiento, y la expresión de quien conoce. Desde este punto de vista, la discusión sobre la noción de verdad se resume en tres posturas.

B. Teorías sobre la noción de verdad

Algunos, como Platón (21) o Hegel (22), conciben la verdad conforme a la índole del objeto cognoscible. Otros, como Aristóteles (23) y Sto. Tomás de Aquino (24), atendiendo al conocimiento. Y una tercera línea de pensadores, como la mayoría de los autores analíticos (25), considerando su expresión.

A mi juicio, si la verdad es la manifestación de la realidad, atañe principalmente al conocimiento, pues manifestar no es más que dar a conocer. En efecto, las apariencias objetivas son verdaderas sólo en cuanto medios de conocimiento verdadero; y la expresión es verdadera en tanto que permite un conocimiento verdadero de lo que piensa o siente quien así se expresa. De este modo, en cualquier instancia del nombre común "verdad", su significado sólo tiene sentido por el conocimiento.

Quienes consideran que la verdad pertenece propiamente al objeto confunden conocimiento y verdad. El conocimiento verdadero conoce objetos. Pero lo verdadero no es el objeto, sino el conocimiento que lo manifiesta, y precisamente como manifestación, no como acto. En efecto, el acto, posesión intencional, se conoce en la consciencia concomitante, sin que con ella se conozca la verdad del conocimiento. Por eso, no es lo mismo conocer un objeto o advertir su posesión intencional que conocer la verdad del conocimiento. Al conocer el objeto, es éste el que se objetiva. Al conocer la verdad, no se considera dicho objeto, sino el conocimiento en tanto que lo manifiesta. Pues bien, si no se distingue entre conocimiento y verdad, lo mismo será conocer un objeto que conocer una verdad. De este modo, la noción de verdad se definirá atendiendo al objeto conocido, y no al conocimiento verdadero.

Por su parte, quienes consideran que la verdad atañe a la expresión sí distinguen conocimiento y verdad, pero confunden la verdad del conocimiento con el juicio sobre su verdad. Un conocimiento es verdadero si manifiesta la realidad del objeto conocido. En cambio, un conocimiento sólo se juzga verdadero si se lo piensa en sí mismo como manifestación. Al juzgar tal verdad objetivo mi conocimiento como tal, no el objeto. Pero en ese mismo momento dejo de ejercer ese conocimiento, porque ya no considero el objeto conocido, sino el acto de conocimiento que lo manifiesta. Ahora bien, ese conocimiento objetivado ya no conoce, no es estrictamente un conocimiento del objeto: øcómo juzgar entonces su verdad? Una vía de solución es intentar fijar el pensamiento de algún modo: y ese modo es su expresión. Por eso, la verdad no se busca en el conocer, que parece inaferrable, sino en la expresión del conocimiento, que puede ser fijada mediante signos. Mas esto es sólo la consecuencia indeseada de una falsa premisa, pues la verdad pertenece al conocimiento como manifestación de la realidad, al margen de que se juzgue tal conocimiento como verdadero.

En suma, conocer un objeto no es lo mismo que conocer la verdad, porque la verdad pertenece al conocimiento, no al objeto conocido. Además, la verdad pertenece a este conocimiento sin necesidad de un juicio ulterior sobre si tal conocimiento es verdadero. Pues bien, si la verdad pertenece al conocimiento, y no al objeto conocido, øcómo se conoce la verdad?

3. EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD

La misma existencia de una noción de verdad prueba que tenemos experiencia de sus contenidos: de otro modo, esta noción sería tan vacía para nosotros como la de color para un ciego de nacimiento. El problema radica en determinar dónde y cómo se da tal experiencia.

La experiencia de la verdad requiere ejercer el conocimiento verdadero, pues sólo respecto a él tiene sentido la verdad como manifestación de la realidad.

A su vez, en ese acto de conocimiento debe poder advertirse la diferencia entre la realidad conocida y el conocimiento mismo, pues, si no, conoceríamos la realidad, pero no la verdad, que es su manifestación.

A. Conocimiento intelectual y realidad

Pues bien, el conocimiento intelectual tiene una capacidad que no se da en la realidad física. Esa capacidad es la de actualizar los contrarios simultáneamente. Por ejemplo, al preguntar si la puerta está abierta o cerrada, pienso a la vez un mismo sujeto con dos características incompatibles, pero actualizadas simultáneamente en el pensamiento. En la realidad física, tal objeto sería imposible: habría que abrir y cerrar la puerta a la vez.

Una pregunta puede ser pensada, pero no puede ser construida como objeto físico. Para construir una pregunta haría falta que un mismo objeto se presentase a la vez con características opuestas. Pero es imposible que lo mismo sea y no sea lo mismo simultáneamente y en el mismo sentido. De ahí que no haya preguntas en el mundo físico, y que los animales tampoco hagan preguntas.

Lo mismo pasa con la negación. La negación requiere tener presente, a la vez, un modo de ser y su exclusión. En efecto, "invisible" requiere pensar "visible" y un modo de ser opuesto, aunque indeterminado. De nuevo, esto es imposible en la materia: con un objeto material no se puede hacer una negación. La realidad material sólo es positiva y determinada.

Esta capacidad que tiene la inteligencia para presentar los contrarios simultáneamente es lo que permite plantearse alternativas. Obviamente, no se puede dudar ni se puede elegir sin conocer a la vez alternativas excluyentes.

Ahora bien, conocer tales alternativas como excluyentes requiere saber que sólo una puede darse. Y esto se conoce mediante el principio de contradicción. No cabe que lo mismo sea y no sea a la vez. En otras palabras, un mismo sujeto puede ser de diversas maneras opuestas entre sí, pero su realidad es única. La potencia del sujeto real puede estar abierta a modos de ser opuestos, particulares y excluyentes, pero su ser, su realidad, es sólo una.

Esa única realidad se conoce en el juicio. Si pienso que algo es así, no puedo pensar a la vez que no sea así: por eso sé que la realidad como tal es única y sin posible contrario, aunque sus modos de ser sean potencialmente múltiples. Ambos conocimientos, el del ser único y el de los modos de ser múltiples, permiten afirmar que algo es de un modo y negar que no lo sea. Como la inteligencia puede conocer los contrarios a la vez, pero no pensar que sean a la vez, también puede afirmar uno y negar los otros.

Así pues, en el juicio se conoce lo real, que es único, en la afirmación o la negación, que son alternativas. De este modo, se distingue entre la realidad, que no admite alternativas, y su conocimiento, que es sólo una alternativa: o la afirmación o la negación. La alternativa que manifiesta la realidad es verdad y, la que no, es falsa.

En el juicio que afirma o niega se distingue la realidad de su conocimiento. La realidad no tiene alternativa: el no ser no existe. En cambio, su conocimiento sí que tiene alternativa, justamente lo contradictorio. Realidad y conocimiento se advierten así como diferentes. Y se advierten porque es posible pensar un modo opuesto al que es, pero no es posible pensar que exista.

Al afirmar y no negar, o al negar y no afirmar, conozco en un único acto de conocimiento lo real como único y su manifestación como alternativa verdadera. Advierto que la verdad es sólo un conocimiento, una manifestación de la realidad, pero no el objeto real.

De lo dicho se infiere que la verdad es manifestación de la realidad, y no de los modos de ser, que siempre son particulares y contingentes. El fundamento de la verdad no es el modo de ser de las cosas, sino su ser, su realidad, que es única (26). Por eso las proposiciones de futuro contingente no son verdaderas ni falsas, pues no hay una realidad única y sin alternativa que funde su verdad. Por ejemplo, que mañana habrá una batalla no es verdadero ni falso... todavía. Lo será al término del día, cuando éste haya sido real, cuando haya sucedido lo uno o lo otro. Idéntico es el caso de las paradojas lógicas. Su referencia es siempre alternativa, y por tanto carecen de valor de verdad.

Cuando no se conoce la realidad única, sino sólo un modo de ser, no hay verdad, aunque haya conocimiento. Tal es el caso del mero concepto. El concepto manifiesta maneras de ser, pero no lo que es realmente. Ahora bien, la verdad consiste en la manifestación de la realidad, y no de un modo de ser. En efecto, también lo falso muestra un modo de ser, pero es falso porque ese modo no es real. La verdad se fundamenta en el ser de las cosas, precisamente porque consiste en su manifestación. El ser es único y por eso la verdad sólo es una para cada modo de ser. Pero los modos de ser, de suyo, son potencialmente múltiples. Por eso, cabe atribuir a un mismo sujeto diversos modos, de los que sólo uno puede ser verdadero. Pues bien, el juicio, y no el concepto, manifiesta lo que es, lo real. El concepto se limita a mostrar un modo de ser, y no si es o no real. Por eso, en el concepto no hay verdad ni falsedad (27).

B. La verdad inadvertida

En otros casos distintos del concepto y del juicio se manifiesta la realidad y, por tanto, hay verdad. Sin embargo, esa verdad no se advierte como tal, porque en tales casos la manifestación de la realidad es tan única como la realidad misma.

Así ocurre en la sensación. A diferencia del concepto, la sensación puede manifestar la realidad. Por eso, hay sensaciones verdaderas y otras falsas. Ahora bien, ni la sensación externa ni tampoco la interna pueden advertir su verdad o falsedad. Y no pueden porque son incapaces de actualizar modos de ser contrarios de un mismo objeto. Ni veo ni imagino algo como siendo blanco y no negro. Sólo veo lo blanco como blanco. El conocimiento sensible sólo tiene un modo, porque es una potencia material, y la materia no puede actualizarse según modos contrarios. Por tanto, la sensación es incapaz de discernir la verdad de la falsedad. Y, como no puede, tampoco discierne conocimiento de realidad. En esta carencia radica el aparente realismo de la sensación. Puedo soñar y pensar que mis imaginaciones son reales. Al ver, al oír, al tocar, parece que accedo directamente a la realidad. Ese aparente realismo de la sensación no es una ventaja sobre el juicio, como sostienen ingenuamente el empirismo y el positivismo. Todo lo contrario: es una carencia. Se debe a que la sensación no advierte la diferencia entre conocimiento y realidad. La sensación no sabe que puede ser falsa. En cambio, al afirmar sé que podría negar, y viceversa. La sensación es incapaz de advertir esa posibilidad, porque no puede dar a conocer alternativas. Su carácter material sólo permite presentar un modo de ser cada vez. De ahí que realidad y verdad, objeto y manifestación, no puedan ser distinguidos con sólo la sensación (28).

Un caso distinto del concepto, donde no hay verdad, y de la sensación, donde la hay pero no se la advierte, es el de las apariencias. Por una parte, en la apariencias no se advierte la verdad, porque, al ser materiales, no es posible la presencia simultánea de lo verdadero y de lo falso. El oro verdadero o el falso sólo son como son. En este caso, como en el de la sensación, el único modo de discernir realidad y manifestación es pensar, discerniendo lo que es de lo que no es. Por eso, no basta conocer una apariencia para saber si es verdadera. Pero, además, ocurre que en las apariencias no hay verdad de suyo, porque su realidad propia no es la de una manifestación: a diferencia de las sensaciones, las apariencias no son conocimientos, sino medios de conocimiento. Por eso, las apariencias de los objetos no son verdaderas o falsas de suyo, sino sólo extrínseca y accidentalmente, en tanto que se las considera como manifestaciones de la realidad del objeto.

Lo dicho de la apariencia se aplica en parte a la expresión: si la expresión se considera como tal, y no como mero objeto, puede ser verdadera o no. Pero, al ser sólo de un modo, no cabe distinguir en ella entre la realidad del pensamiento o sentimiento manifestado y su patencia como manifestación. La expresión se identifica con el pensamiento o la sensación de quien así se expresa. Por eso es fácil mentir, qué le vamos a hacer. Y por eso, también, muchos analíticos confunden pensamiento y lenguaje (29). Para discernir la expresión como verdadera o no, se precisa una reflexión ulterior, que pertenece ya al ámbito del conocimiento judicativo.

Recapitulando: la verdad es la manifestación de la realidad. Se da en las apariencias del objeto, en el conocimiento, y en la expresión. Se da, pero no se conoce como tal. Sólo se conoce la verdad en el juicio de la inteligencia, que afirma lo que es o niega lo que no es. En este sentido, el juicio aseverativo es la máxima instancia de verdad, porque no sólo manifiesta la realidad, sino que además la manifiesta como tal verdad. Y lo hace fundándose en la unicidad del ser, conocida mediante el principio de contradicción.

4. EL VALOR DE LA VERDAD

Esto último nos sitúa ya en la premisas necesarias para afrontar el último tema de debate: el valor de la verdad.

A. La necesidad de la verdad

Hemos visto que la verdad se fundamenta en dos principios necesarios. Uno es el ser: el ser es único, no tiene alternativa, y por eso lo verdadero es distinto de lo falso y no cabe que lo verdadero sea falso. La verdad se distingue de la falsedad con la misma necesidad del ser. Si el no ser no puede existir, lo falso tampoco puede identificarse con lo verdadero. Así pues, si cabe una manifestación de la realidad, su carácter de verdad tiene la misma necesidad del ser, pues de él depende.

El segundo fundamento necesario de la verdad afecta a su conocimiento. Advertimos la verdad como distinta del ser conociendo la única realidad en un juicio con alternativa. Y esto lo conocemos mediante el principio de contradicción. Ahora bien, el principio de contradicción nos da a conocer lo necesario porque él mismo es necesario. El principio de contradicción carece de alternativa, porque, para distinguir tal alternativa, habría que suponer la validez del principio de contradicción. Si se dijese que hay un ámbito que refuta el principio de contradicción, ese ámbito se estaría definiendo mediante este mismo principio, pues se distingue lo que refuta de lo que no. Y si se define tal ámbito mediante dicho principio, éste es válido allí donde se lo pretendía negar. Y, si no es válido, esta negación deja de serlo. En efecto, si no excluye a la afirmación, una negación no significa nada.

Pues bien, el principio de contradicción es necesario. Por él conocemos que las cosas podrían ser de un modo o de otro, que podemos acertar o equivocarnos, pero una alternativa es verdadera porque las cosas sólo son como son: su realidad es única. Si conocemos el principio de contradicción, advertimos que la verdad es tan necesaria y única como el ser que manifiesta.

Ahora bien, es imposible pensar si no es mediante el principio de contradicción. Cada noción y cada afirmación se identificarían con las opuestas, puesto que podemos actualizar simultáneamente los contrarios. Los conceptos no estarían definidos: serían pura confusión sin sentido. Tampoco tendría sentido afirmar ni negar, si lo uno no excluyese a lo otro. El pensamiento sería imposible, pues lo pensado sería ininteligible.

Si se piensa, se conoce el principio de contradicción. Y, si se conoce, se sabe que la verdad es distinta del ser, pero tan necesaria como él.

Pues bien, si la verdad es necesaria, o se la acepta o se la ignora, pero no puede quererse que no la haya: en efecto, esto ni siquiera es una hipótesis, porque resulta ininteligible. Quien quiere que no haya verdad no sabe lo que piensa, porque lo que quiere es que la verdad sea que no haya verdad.

No se puede pensar y, a la vez, prescindir de la verdad. Piensen ustedes en la mentira, por ejemplo: no puede haber mentira si no hay verdad. Hay oscuridad porque no hay luz; pero hay mentira porque sí hay verdad. Para poder mentir, hay que conocer la verdad. En cambio, cabe conocer la verdad sin conocer la falsedad o la mentira: así ocurre en los objetos necesarios, como el principio de contradicción. O se conoce con verdad, o se ignora y no se piensa, pero no cabe equivocarse al respecto, porque para equivocarse hay que pensar, y no se puede pensar sin el principio de contradicción.

Así pues, cabe prescindir de la falsedad y de la mentira, pero no se puede pensar y prescindir de la verdad. O se la quiere, o no se piensa y así se la ignora, pero no se puede querer que no la haya. Para querer que no haya verdad hay que saber qué es lo que se quiere. Y es imposible pensar esa no-verdad, pues la verdad es tan necesaria y sin alternativa pensable como el principio de contradicción. Quien dice que la verdad no existe, o que no la quiere, no piensa lo que dice, porque no puede pensarlo.

Lo que sí se puede pensar y querer es que fuese verdad algo que no lo es. De suyo, es indiferente querer que cambien las cosas, o que hubiesen sido distintas. Pero esto no es minusvalorar la verdad, sino apreciarla: lo que se desea es que fuese verdad algo diferente.

Distinto es el caso de quien se empeña en llamar verdadero a lo falso y viceversa. Las cosas sólo son como son, porque no hay más que una realidad. Por eso, lo verdadero es tan necesario e inmutable como el ser que manifiesta. No podemos saber que no es verdad lo que sí sabemos que es verdad. Y no podemos por el principio de contradicción, que nos da a conocer la unicidad del ser y por tanto de la verdad. A quien se niega a admitir lo que sabe sólo le queda una opción: no pensarlo. Pero eso no es pensar lo verdadero como falso, sino dejar de pensar. Si se sabe, se sabe qué es verdad. O, al menos, se piensa que es verdad lo que uno sabe, por más que pueda equivocarse al respecto. Si no, a lo más, sólo se dirán palabras o se imaginarán frases sin saber lo que se dice.

Si hay inteligencia, hay verdad. Por eso, esta palabra existe en todas las lenguas del hombre, y su significado corriente es siempre el mismo en cada tiempo y lugar. Quien quiere trastocarlo o ignorarlo corre tras un imposible. Pues, en efecto, øqué razones podrían darse contra la verdad sino las carentes de verdad?

En suma: no se puede pensar y, a la vez, no querer que haya verdad. La verdad, si se conoce, sólo se puede querer. Por eso es un bien necesario, un bien siempre vigente. Ese tipo de bien necesario e incondicional es, justamente, lo que llamamos valor.

B. La verdad y la dignidad del hombre

Buscamos nuestro propio bien, y es lógico que lo encontremos en lo que tenemos de más específico. Por eso, la inteligencia, que nos constituye como hombres, es uno de los grandes bienes humanos. Quien no piensa se deshumaniza: se pierde a sí mismo, se enajena. No cabe una vida humana sin inteligencia, y educar la inteligencia es hacer la vida más humana. Nos hace ser más, y no sólo tener más conocimiento, pues al conocer crece también esa capacidad de pensar que nos constituye en seres humanos.

Educar en la verdad va más lejos, porque lo conocido puede ser contingente, y nuestro conocimiento falible, pero algo hay en él que es necesario y permanente: el principio de contradicción, donde advertimos el ser y la verdad. Podemos equivocarnos y olvidar, pero sabemos que la realidad es única y que siempre hay una verdad, incluso cuando se miente o se yerra. La verdad nos permite alcanzar algo incondicional, que siempre prevalece, y que es constitutivo de nuestra naturaleza humana.

El amor a la verdad va aún más lejos que su conocimiento. Al amar, nos asimilamos a la dignidad del objeto amado, pues quien ama algo noble se ennoblece él mismo. Nuestro obrar es limitado y falible, aunque su fundamento sea necesario e incondicional. Cuando amamos la verdad, cuando nuestra actuación se guía por este fin, incluso lo que en nosotros hay de contingente se reviste de la superior dignidad y nobleza de un fin que siempre es valioso, porque rige toda contingencia.

No todo en el hombre puede ser vencido, y aún menos cuando ama la verdad incondicionalmente. Nadie puede hacer pensar sin que se conozca que hay verdad, previa e independiente de cualquier artificio, error, o mentira. El hombre participa en este conocimiento necesario: de ahí su dignidad inatacable. Siempre poseemos este criterio incondicional, que nos eleva sobre cualquier condicionamiento exterior e incluso sobre nuestras propias equivocaciones y malicias.

Esta dignidad de la inteligencia es más fuerte que la enfermedad y la muerte. Por lo mismo que la inteligencia es capaz de actualizar contrarios, su naturaleza no es la de la materia. Por tanto, no es reductible a un ser físico, que nunca actualiza simultáneamente modos de ser opuestos. Lo mismo que nos permite advertir la verdad y el ser, es lo que hace de la naturaleza humana algo más que azar y contingencia física.

Si nadie puede hacer pensar al margen del valor de verdad, tampoco nadie puede destruir todo en cada hombre. En efecto, si el hombre fuese un mero estado material, su materia podría cambiar de estado: todo lo humano desaparecería al morir su cuerpo. Mas cada hombre tiene una capacidad que no es la de la materia, pues actualiza los contrarios. Esa capacidad, que nos da a conocer la unicidad del ser y nos permite advertir la verdad, no desaparece ni con la enfermedad ni con la muerte, precisamente por desbordar el ámbito físico. Lo más permanente del hombre es, por tanto, aquello que le constituye precisamente en persona.

La dignidad del hombre radica en esta capacidad, y no sólo en su ejercicio. Un Mercedes no vale menos parado que en marcha. Del mismo modo, un sabio no deja de serlo por estar dormido. Si la inteligencia no es una capacidad material, tampoco desaparece con las indisposiciones orgánicas. En todo caso, la enfermedad, o el sueño, pueden dificultar su ejercicio. Es difícil resolver un problema matemático sin lápiz y papel, pero la inteligencia del matemático no es lo mismo que estos medios. De modo similar, es dificultoso pensar sin el auxilio de palabras. Éstas, imaginadas y recordadas sensiblemente, fijan nuestra atención y retienen sus contenidos, como las anotaciones del matemático. El daño orgánico, o la mera indisposición, pueden dificultar este auxilio del pensar, pero no equivalen a su desaparición. Por eso a un deficiente psíquico lo consideramos enfermo y a una piedra no. Si la piedra no piensa, nada tiene de extraño. Pero si el deficiente no piensa, tal situación es anormal, porque debiera poder pensar. Y debiera, porque no pierde su condición humana, es decir, su índole específica, que comporta la capacidad de pensar. Esta facultad es la inteligencia, que, al no ser material, tampoco se pierde con las indisposiciones orgánicas. Como la dignidad humana radica en la capacidad, y no en su ejercicio, el enfermo mental, o el embrión humano, mantienen su dignidad humana básica e inalienable.

La Ética es realista, y por eso el conocimiento de lo que somos tiene consecuencias prácticas. La índole de la verdad nos permite conocer lo que cada hombre tiene de más digno, de más inatacable, por encima de sus errores y de todo desamparo. Por eso, educar en la verdad conduce, mediante el conocimiento de lo que somos, al humanismo, al respeto incondicional de cada persona humana, y a la consiguiente estima desinteresada del bien ajeno.

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NOTAS:


(1) J. SWIFT, Gulliver's Travels, Part IV, ch. 4. Ed. R. A. GREENBERG (2: Norton, New York, 1970) p. 207: "My Master heard me with great Appearances of Uneasiness in his Countenance; because Doubting or not believing, are so little known in this Country, that the Inhabitants cannot tell how to behave themselves under such Circumstances. And I remember in frequent Discourses with my Master concerning the Nature of Manhood, in other Parts of the World; having Occasion to talk of Lying, and false Representation, it was with much Difficulty that he comprehended what I meant; although he had otherwise a most acute Judgment. For he argued thus; That the Use of Speech was to make us understand one another, and to receive Information of Facts; now if any one said the Thing that was not, these Ends were defeated; because I cannot properly be said to understand him; and I am so far from receiving Information, that he leaves me worse than in Ignorance; for I am led to believe a Thing Black when it is White, and Short when it is Long. And these were all the Notions he had concerning that Faculty of Lying, so perfectly well understood, and so universally practised among human Creatures."

(2) H. OEHLER, Grundwortschatz Deutsch (Ernst Klett, Stuttgart, 1982) p. 3. Cf. Longman Dictionary of Contemporary English (2: Longman, Essex, 1987) p. F8-F9.

(3) Cf. F. NIETZSCHE, Nachgelassene Fragmente, Frühjahr 1888, 14[103], 3, en Werke, t. 8, 3. Ed. G. COLLI, M. MONTINARI (Walter de Gruyter, Berlin, 1972) p. 74, lin. 11-15: " 'Der Wille zur Wahrheit' wäre sodann psychologisch zu untersuchen: er ist keine moralische Gewalt, sondern eine Form des Willens zur Macht. Dies wäre damit zu beweisen, dass er sich aller unmoralischen Mittel bedient: der Metaphysik voran - ."

(4) Cf. K. MARX, Thesen über Feuerbach, II, en K. MARX, F. ENGELS, Werke, t. 3. Ed. Institut für Marxismus-Leninismus beim ZK der SED (Dietz, Berlin, 1969) p. 5: "Die Frage, ob dem menschlichen Denken gegenständliche Wahrheit zukomme - ist keine Frage der Theorie, sondern eine praktische Frage. In der Praxis muss der Mensch die Wahrheit, i. e. Wirklichkeit und Macht, Diesseitigkeit seines Denkens beweisen. Der Streit über die Wirklichkeit oder Nichtwirklichkeit des Denkens - das von der Praxis isoliert ist - ist eine rein scholastiche Frage."

(5) Cf. G. W. F. HEGEL, Phänomenologie des Geistes, Vorrede, en Gesammelte Werke, t. 9. Ed. W. BONSIEPEN, R. HEEDE (Felix Meiner, Hamburg, 1980) p. 11, lin. 24-28: "Die wahre Gestalt, in welcher die Wahrheit existirt, kann allein das wissenschafftliche System derselben seyn. Daran mitzuarbeiten, dass die Philosophie der Form der Wissenschaft näher komme, - dem Ziele, ihren Namen der Liebe zum Wissen ablegen zu können und wirkliches Wissen zu seyn, - ist es, was ich mir vorgesetz."

(6) Cf. A. TARSKI, The Establishment of Scientific Semantics, en Logic, Semantic, Metamathematics (Clarendon, Oxford, 1956) XV, p. 401-408.

(7) Vid. E. COSERIU, Introducción al estudio estructural del léxico, 3.1.1, en Principios de semántica estructural (2: Gredos, Madrid, 1991) p. 96-100.

(8) De hecho, el polo positivo recibe la corriente eléctrica que fluye desde el negativo aunque, por convención, el vector J de un circuito eléctrico se represente como yendo en sentido opuesto. Casos similares pueden darse en todas las terminologías, y se dan en muchas, hasta el punto de que el significado de los términos puede olvidarse por irrelevante y pasar a ser sólo etimológico. øQuién cae en la cuenta de que octubre, noviembre, y diciembre significaban el octavo, noveno y décimo mes del año? Los significaban, pero ya no los designan. Precisamente esta característica hace a las terminologías muy útiles para las ciencias y las instituciones. Nuevos descubrimientos o convenciones que comporten una impropiedad en el significado no obligan a modificar la terminología tradicional: piensen, por ejemplo, en la palabra "átomo", que no cambió al descubrirse su posible división.

(9) Por eso, tal distinción no es la misma que la de los términos equívocos, análogos, y unívocos, que atiende precisamente a lo que las palabras significan. Una palabra es unívoca si sólo tiene un significado, análoga si tiene varios semejantes, y equívoca si son desemejantes. En todo caso, lo relevante es el significado, y por eso esta división sólo afecta a los nombres comunes, pero no a los nombres propios ni a las terminologías. Es verdad que un término equívoco se parece a un nombre propio en que puede designar objetos completamente distintos. Sin embargo, el término equívoco, como tal, designa siempre en virtud de su significado, y el nombre propio no. Por ejemplo, "gato" significa dos cosas distintas, el animal y la herramienta. En cambio, "Micifuz" no significa nada, aunque suela aplicarse sólo a los gatos y no a otras cosas. A su vez, un término análogo, como "sano", se aplica a objetos distintos, como el clima y el estado del organismo, pero relacionados entre sí mediante el significado de la palabra. Dicho significado es irrelevante en el caso de las terminologías y de los nombres propios, e incluso puede ser impropio, como en el caso del polo positivo o del océano Pacífico. Precisamente porque lo relevante en los nombres equívocos y análogos es el significado de los términos, esta distinción no afecta a las terminologías ni a los nombres propios, cuyo significado, o no existe, o no importa.

(10) R. DESCARTES, Discours de la Méthode, Section IV, en Oeuvres, t. 6. Ed. Ch. ADAM, P. TANNERY (J. Vrin, Paris, 1996) p. 38, lin. 17-19: "les choses que nous conceuons tres clairement & tres distinctement, sont toutes vrayes".

(11) Cf. I. KANT, Kritik der reinen Vernunft, A 236-237, B 295-296, en Werke in zehn Bänden, t. 3. Ed. W. WEISCHEDEL (Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 1983) p. 268: "Wir haben nämlich gesehen: dass alles, was der Verstand aus sich selbst schöpft, ohne es von der Erfahrung zu borgen, das habe er dennoch zu keinem andern Behuf, als lediglich zum Erfahrungsgebrauch. Die Grundsätze des reinen Verstandes, sie mögen nun a priori konstitutiv sein (wie die mathematischen), oder bloss regulativ (wie die dynamischen), enthalten nichts als gleichsam nur das reine Schema zur möglichen Erfahrung; dem diese hat ihre Einheit nur von der synthetischen Einheit, welche der Verstandt der Synthesis der Einbildungskraft in Beziehung auf die Apperzeption ursprünglich und von selbst erteilt, und auf welche die Erscheinungen, als Data zu einem möglichen Erkenntnisse, schon a priori in Beziehung und Einstimmung stehen müssen. Ob nun aber gleich diese Verstandesregeln nicht allein a priori wahr sind, sondern sogar der Quell aller Wahrheit, d. i. der Übereinstimmung unserer Erkenntnis mit Objekten, dadurch, dass sie den Grund der Möglichkeit der Erfahrung, als des Inbegriffes aller Erkenntnis, darin uns Objekte gegeben werden mögen, in sich enthalten, so scheint es uns doch nicht genug, sich bloss dasjenige vortragen zu lassen, was wahr ist, sondern, was man zu wissen begehrt."

(12) Cf. G. W. F. HEGEL, loc. cit., p. 19, lin. 12-15: "Das Wahre ist das Ganze. Das Ganze aber ist nur das durch seine Entwicklung sich vollendende Wesen. Es ist von dem Absoluten zu sagen, dass es wesentlich Resultat, dass es erst am Ende das ist, was es in Wahrheit ist; und hierin eben besteht seine Natur, Wirkliches, Subject, oder sich selbst Werden, zu seyn."

(13) Cf. F. NIETZSCHE, Nachgelassene Fragmente, Herbst 1887, 9[91], en Werke cit., t. 8, 2 (1970) p. 51, lin. 4-19: "Der Intellekt setzt sein freiestes und stärkstes Vermögen und Können als Kriterium des Werthvollsten, folglich Wahren... 'wahr': von Seiten des Gefühls aus - : was das Gefühl am Stärksten erregt ('Ich'). Von Seiten des Denkens aus - : was dem Denken das grösste Gefühl von Kraft giebt. Von Seiten des Tasten, Sehens, Hörens aus: wobei am Stärksten Widerstand zu leisten ist. Also die höchsten Grade in der Leistung erwecken für das Objekt den Glauben an dessen 'Wahrheit' d. h. Wirklichkeit. Das Gefühl der Kraft, des Kampfes, des Widerstand überredet dazu, dass es etwas giebt, dem hier widerstanden wird." A partir de este fragmento se redactó póstumamente Der Wille zur Macht, lib. III, ß 533.

(14) Cf. A. TARSKI, The Concept of Truth in Formalized Languages, en Logic... cit., VIII, p. 152-278.

(15) Incluso si el que hace o estudia un sistema se apoya en una terminología y unos supuestos ya construidos anteriormente, como los del lenguaje lógico-formal o el matemático, es patente que ha recibido dichos contenidos mediante explicaciones en lenguaje ordinario, y que su comprensión y aceptación de los mismos presuponen la validez de dicho medio de expresión y de la noción común de verdad para aceptarlo o rechazarlo.

(16) Cf. R. DESCARTES, Correspondance, CLXXIV: Au Mersenne, 16 Octobre 1639, en Oeuvres cit., t. 2, p. 596, lin. 25 - p. 597, lin. 9: "Il examine ce que c'est que la Verité; & pour moy, ie n'en ay iamais douté, me semblant que c'est vne notion si transcendentalement claire, qu'il est impossible de l'ignorer: en effect, on a bien de moyens pour examiner vne balance auant que de s'en seruir, mais on n'en auroit point pour apprendre ce que c'est que la verité, si on ne la connoissoit de nature. Car qu'elle raison aurions nous ne sçauions qu'il sust vray, c'est a dire, si nous ne connoissions la verité?"

(17) Cf. AGUSTÍN DE HIPONA, De vera religione, cap. 36, ß 66. Ed. K. D. DAUR ("Corpus Christianorum. Series Latina", 32: Brepols, Turnhout, 1962) p. 230, lin. 185-187: "Sed cui saltem illud manifestum est falsitatem esse, qua id putatur esse quod non est, intellegit eam esse ueritatem, quae ostendit id quod est."

(18) TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 1, a. 1, co.: "Hoc est ergo quod addit verum super ens, scilicet conformitatem, sive adaequationem rei et intellectus; ad quam conformitatem, ut dictum est, sequitur cognitio rei. Sic ergo entitas rei praecedit rationem veritatis, sed cognitio est quidam veritatis effectum. Secundum hoc ergo veritas sive verum tripliciter invenitur diffiniri. Uno modo secundum illud quod praecedit rationem veritatis, et in quo verum fundatur; et sic Augustinus definit in lib. Solil.: Verum est id quod est; et Avicenna in sua Metaphysic.: Veritas cuiusque rei est proprietas sui esse quod stabilitum est ei; et quidam sic: Verum est indivisio esse, et quod est. Alio modo definitur secundum id in quo formaliter ratio veri perficitur; et sic dicit Isaac quod veritas est adaequatio rei et intellectus; et Anselmus in lib. De veritate: Veritas est rectitudo sola mente perceptibilis. Rectitudo enim ista secundum adaequationem quamdam dicitur, et Philosophus dicit in IV Metaphysic., quod definientes verum dicimus cum dicitur esse quod est, aut non esse quod non est. Tertio modo definitur verum, secundum effectum consequentem; et sic dicit Hilarius, quod verum est declarativum et manifestativum esse; et Augustinus in lib. De vera relig.: Veritas est qua ostenditur id quod est; et in eodem libro: Veritas est secundum quam de inferioribus iudicamus." En este pasaje juvenil, Sto. Tomás supone un objeto de conocimiento que causa el conocimiento, e identifica a éste con la manifestación. A mi juicio, la manifestación no es el conocimiento, sino el objeto conocido en acto. Es en éste donde se da la verdad. Sto. Tomás evolucionará en esta misma dirección, como puede apreciarse en un texto diez años posterior: el de Contra Gentes citado en la siguiente nota. Posiblemente, el origen de este cambio sea la Teología trinitaria de los Padres griegos, que Tomás emplea profusamente poco antes, al redactar la Catena aurea.

(19) Cf. TOMÁS DE AQUINO, Contra Gentes, I, cap. 59, n. 1-3: "Ex hoc autem apparet quod, licet divini intellectus cognitio non se habeat ad modum intellectus componentis et dividentis, non tamen excluditur ab eo veritas, quae, secundum Philosophum, solum circa compositionem et divisionem intellectus est. Cum enim veritas intellectus sit adaequatio intellectus et rei, secundum quod intellectus dicit esse quod est vel non esse quod non est, ad illud in intellectu veritas pertinet quod intellectus dicit, non ad operationem qua illud dicit. Non enim ad veritatem intellectus exigitur ut ipsum intelligere rei aequetur, cum res interdum sit materialis, intelligere vero immateriale: sed illud quod intellectus intelligendo dicit et cognoscit, oportet esse rei aequatum, ut scilicet ita sit in re sicut intellectus dicit. Deus autem sua simplici intelligentia, in qua non est compositio et divisio, cognoscit non solum rerum quidditates, sed etiam enuntiationes, ut ostensum est. Et sic illud quod intellectus divinus intelligendo dicit est compositio et divisio. Non ergo excluditur veritas ab intellectu divino ratione suae simplicitatis."

(20) Hay algunos casos en que dos frases verdaderas parecen contradictorias, sin que lo sean en realidad. Ocurre así, primero, cuando se refieren a objetos distintos. Por ejemplo, quien dice que hace frío y quien dice que hace calor pueden tener razón a la vez, si estas expresiones se refieren a la sensación del uno y del otro, que son distintas entre sí. En otras ocasiones, el objeto al que se refieren es el mismo, pero las características que se le atribuyen no son estrictamente contrarias. De este modo, algunos calificarán el color gris de claro y otros de oscuro. Ambos se refieren a lo mismo, la luminosidad del color gris. En cuanto que ver un color distinto del negro requiere cierta luminosidad, se dice que el gris es un color claro. Pero como, a su vez, la luminosidad precisa para ver objetos de color gris es muy escasa, se dice que el gris es un color oscuro. No hay aquí contradicción, sino dos consideraciones distintas y compatibles.

(21) Cf. PLATÓN, Respublica, V, 475 E - 476 A; Phaedo, 65 A - 68 A. En estos textos, la verdad radica en la unicidad del objeto.

(22) Cf. G. W. F. HEGEL, cit. supra.

(23) ARISTÓTELES, Metaphysica, VI, 4, 1027 b 25-27: "Pues no están lo falso y lo verdadero en las cosas, como si lo bueno fuese verdadero y lo malo falso, sino en el pensamiento, y con respecto a los entes simples y la quididad, ni siquiera en el pensamiento."

(24) TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 1, a. 2, co.: "Dicendum, quod sicut verum per prius invenitur in intellectu quam in rebus, ita etiam per prius invenitur in actu intellectus componentis et dividentis quam in actu intellectus quidditatem rerum formantis. Veri enim ratio consistit in adaequatione rei et intellectus; idem autem non adaequatur sibi ipsi, sed aequalitas diversorum est; unde ibi primo invenitur ratio veritatis in intellectu ubi primo intellectus incipit aliquid proprium habere quod res extra animam non habet, sed aliquid ei correspondens, inter quae adaequatio attendi potest. Intellectus autem formans quidditatem rerum, non habet nisi similitudinem rei existentis extra animam, sicut et sensus in quantum accipit speciem sensibilis; sed quando incipit iudicare de re apprehensa, tunc ipsum iudicium intellectus est quoddam proprium ei, quod non invenitur extra in re. Sed quando adaequatur ei quod est extra in re, dicitur iudicium verum; tunc autem iudicat intellectus de re apprehensa quando dicit aliquid esse vel non esse, quod est intellectus componentis et dividentis; unde dicit etiam Philosophus in VI Metaph., quod compositio et divisio est in intellectu, et non in rebus. Et inde est quod veritas per prius invenitur in compositione et divisione intellectus. Secundario autem dicitur verum et per posterius in intellectu formante quiditates rerum vel definitiones; unde definitio dicitur vera vel falsa, ratione compositionis verae vel falsae, ut quando scilicet dicitur esse definitio eius cuius non est, sicut si definitio circuli assignetur triangulo; vel etiam quando partes definitionis non possunt componi ad invicem, ut si dicatur definitio alicuius rei animal insensibile, haec enim compositio quae implicatur, scilicet aliquod animal est insensibile, est falsa. Et sic definitio non dicitur vera vel falsa nisi per ordinem ad compositionem, sicut et res dicitur vera per ordinem ad intellectum."

(25) Cf. R. L. KIRKHAM, Theories of Truth: A Critical Introduction (MIT, Cambridge [Massachusetts], 1992).

(26) Esta es la respuesta a la objeción de F. NIETZSCHE, Nachgelassene Fragmente, Herbst 1887, 9[91], en Werke cit., t. 8, 2 (1970) p. 50, lin. 31 - p. 51, lin. 4: "Aber das ist eine grosse Verwechslung: wie simplex sigillum veri. Woher weiss man das, dass die wahre Beschaffenheit der Dinge in diesem Verhältniss zu unserem Intellekt steht? - Wäre es nicht anders? dass die ihm am meisten das Gefühl von Macht und Sicherheit gebende Hypothese am meisten von ihm bevorzugt, geschätzt, und folglich als wahr bezeichnet wird?" Nietzsche supone que la verdad consiste en una copia exacta. Así, el fundamento de la verdad sería un modo de ser, y no el ser mismo. Como todo modo de ser admite alternativa, no habría un fundamento necesario de la verdad, sino sólo una decisión. Pero el fundamento de la verdad es el ser, que, como carece de alternativa, no puede ser elegido o desechado.

(27) TOMÁS DE AQUINO, De veritate, q. 1, a. 2, co.: "Amplius. Cum aliquod incomplexum vel dicitur vel intelligitur, ipsum quidem incomplexum, quantum est de se, non est rei aequatum nec rei inaequale: cum aequalitas et inaequalitas secundum comparationem dicantur; incomplexum autem, quantum est de se, non continet aliquam comparationem vel applicationem ad rem. Unde de se nec verum nec falsum dici potest: sed tantum complexum, in quo designatur comparatio incomplexi ad rem per notam compositionis aut divisionis. Intellectus tamen incomplexus, intelligendo quod quid est, apprehendit quidditatem rei in quadam comparatione ad rem: quia apprehendit eam ut huius rei quidditatem. Unde, licet ipsum incomplexum, vel etiam definitio, non sit secundum se verum vel falsum, tamen intellectus apprehendens quod quid est dicitur quidem per se semper esse verus, ut patet in III De anima; etsi per accidens possit esse falsus, inquantum vel definitio includit aliquam complexionem, vel partium definitionis ad invicem, vel totius definitionis ad definitum. Unde definitio dicetur, secundum quod intelligitur ut huius vel illius rei definitio, secundum quod ab intellectu accipitur, vel simpliciter falsa, si partes definitionis non cohaereant invicem, ut si dicatur animal insensibile; vel falsa secundum hanc rem, prout definitio circuli accipitur ut trianguli. Dato igitur, per impossibile, quod intellectus divinus solum incomplexa cognosceret, adhuc esset verus, cognoscendo suam quidditatem ut suam."

(28) Sólo mediante el juicio dudan los escépticos de la experiencia. Por eso, de modo tácito, el escéptico confía en el juicio, aunque sin advertir que sus alternativas le serían desconocidas sin el conocimiento sensible.

(29) Algunos consideran que no cabe pensamiento sin lenguaje, y que, en consecuencia, ninguna noción, tampoco la de verdad, sería previa al lenguaje mismo. Discrepo de esta postura por varias razones. Una es la misma dificultad de establecer definiciones, a saber, de expresar el significado de una palabra mediante otras. Definir la verdad es dificultoso porque no todo pensamiento se expresa con palabras. En efecto, si la noción de verdad nos viene dada con el lenguaje, sabemos el significado del término. Pero, si no nos viene dada la definición, sino que hemos de encontrarla, es que sabemos algo y no sabemos expresarlo, sino sólo pronunciar su nombre. Así ocurre también cuando tenemos una palabra "en la punta de la lengua": sabemos lo que queremos decir, pero sin medio lingüístico de expresarlo. Lo mismo sucede al traducir una palabra: sabemos lo que significa al margen de la palabra que lo exprese. Que el conocimiento transciende al lenguaje se advierte también en la expresión de conocimientos necesarios. Toda expresión aseverativa es alternativa: puede afirmarse o negarse de un modo plenamente correcto desde el punto de vista lingüístico. Mas no todo conocimiento es alternativo: el principio de contradicción no se puede negar, pues tal negación dejaría de serlo, ya que, al no excluir la afirmación, la negación carecería de sentido. Así, un conocimiento necesario transciende el ámbito lingüístico. Todo esto, a mi juicio, es lógico, puesto que el conocimiento es previo al lenguaje como el objeto cognoscible lo es a su manifestación. Ciertamente, es casi imposible razonar sin imaginar expresiones lingüísticas; pero el caso no es distinto a resolver un problema matemático sin lápiz y papel para retener los pasos y fijar la atención. No por ello las matemáticas deben asimilarse a su lenguaje: pueden saltarse pasos sin cambiar el sentido de la solución. De hecho, ocurre así tanto más cuanto mejor conocemos: intelligenti pauca, pues conocer es distinto de expresar.

12 junio 2006

LA FINANCIACIÓN DE LA IGLESIA EN ESPAÑA

[De solidaridad.net: "La Iglesia Católica ahorra al Estado español más de 31.000 millones de euros al año (5,19 billones de ptas) sólo en su labor social y educativa. Una Iglesia Católica que, en su servicio a la sociedad, ofrece un 5.580 % más de lo que recibe. Si la Iglesia no prestase sus servicios a la sociedad, tendrían que aumentarse considerablemente los impuestos para que estos servicios pudieran ser asumidos por el Estado. "

Y el Obispo de Canarias, Mons. Francisco Cases, dice a sus diocesanos (1-V-2006) en unas reflexiones sobre la financiación de la Iglesia:
  • "En realidad todo cuanto tiene y hace la Iglesia depende de la generosidad de los fieles que la forman. Es equívoco hablar de que la Iglesia recibe del Estado, y mucho más todavía afirmar que el Estado financia a la Iglesia. Es más justo y más verdadero reconocer que son los feligreses de nuestras Parroquias y Comunidades los realmente generosos y responsables. De hecho hay diversos modos de vivir esta responsabilidad: Donativos, colectas, cuotas permanentes, legados, disposición sobre los propios Impuestos, etc."
  • "Hay personas que al fijarse en la cifra (12.787.354 €) la consideran extraordinaria, o no tienen referencias comparativas para advertir su verdadera magnitud. (...) Sería interesante comparar esta cantidad con lo que reciben de los Presupuestos Generales del Estado los Partidos Políticos, o los Sindicatos, o tantas y tantas instituciones y actividades de colectivos de la sociedad española de los más diversos géneros. La comparación permitiría tener criterios referenciales para valorar la realidad."
  • "Subrayando de entrada que esta cantidad es para todas las Diócesis de España y el funcionamiento de los organismos nacionales de la Conferencia Episcopal, indico algunas magnitudes sacadas de los diarios para que se tenga un punto decomparación:

    - La Conselleria de Empresa de la Comunidad Valenciana hizo pública ayer la concesión de una ayuda de doce millones de € a la Universidad Politécnica de Valencia (ABC, 1-V-06).

    - Milito rechaza la oferta del Liverpool y renueva por el Zaragoza. El club inglés había realizado una oferta al club maño de unos doce millones de € por el traspaso (El País, 26/07/05)

    - PRISA obtuvo un beneficio neto de 152,8 millones de € en 2005 (El País, 17-II-06). "

Por su parte, Fernando Giménez Barriocanal, vicesecretario para Asuntos Económicos de la Conferencia Episcopal Española, afirma que el 65 % de la financiación de la Iglesia proviene de los fieles y asegura que no ha comenzado una negociación "como tal" entre la Iglesia y el Estado sobre los temas económicos del Acuerdo, pero sí "han comenzado unos contactos previos para ver sobre qué puntos vamos a poder negociar".

Para que cada uno puede tener los datos fundamentales y pueda así formarse un juicio basado en la realidad, incluimos a continuación un vídeo preparado por arguments con la presentación en Power Point que el propio Giménez Barriocanal ha hecho pública hace poco más de una semana (2-VI-2006).]

#323 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por
Fernando Giménez Barriocanal

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10 junio 2006

THE QUESTION OF GOD: S. FREUD VERSUS C. S. LEWIS

[Dr. Armand M. Nicholi, Jr. is an associate clinical professor of psychiatry at Harvard Medical School and the Massachusetts General Hospital. He has taught a popular seminar at Harvard, for the past 35 years, on the worldviews of Freud and Lewis. Nicholi's seminar, which is the basis for his book The Question of God: C.S. Lewis and Sigmund Freud Debate God, Love, Sex, and the Meaning of Life.

Armand Nicholi’s book is well written and well worth reading by those who seek answers to life’s most important question.

Está editado en español, traducido por Alfonso Bielza y Eulalio Fiestas: La Cuestión de Dios (ed. Rialp, 2004, 372 pgs.).

El objetivo "es mirar la vida humana desde dos puntos de vida diametralmente opuestos: el de un creyente y el de un no creyente". No nos encontramos ni con una exposición, ni con una defensa de la fe cristiana, sino que ésta se manifiesta como una cuestión viva -por su presencia o por su ausencia- en las vidas de Lewis y de Freud.

Para Nicholi, C. S. Lewis resulta un pensador capaz de contrarrestar los argumentos freudianos. "Cuando Lewis era ateo leyó las obras de Freud y usó sus obras filosóficas como una defensa de su ateísmo; tras su conversión, muchos de los argumentos que respondió eran aquellos mismos que Freud había formulado y que el mismo Lewis había usado como ateo", explica Nicholi.

Publicamos ahora en inglés un resumen de la comparación que hace Nicholi en su libro entre el pensamiento de Freud y el de Lewis.

Para saber más: Harvard University Gazette, LeadershipU, Aceprensa (nº 117/04) y ForumLibertas]

#322 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

by Armand Nicholi
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C.S. Lewis and Sigmund Freud:
a comparison of their thoughts

• The worldviews of Sigmund Freud and C. S. Lewis, both prevalent in our culture today, present diametrically opposed interpretations of who we are our identity, where we come from, our biological and cultural heritage and our destiny.

• Few men have influenced the moral fabric of our civilization more than Sigmund Freud and C. S. Lewis.

• Freud was the Viennese physician who developed psychoanalysis. How we interpret human behaviour is strongly influenced by his theories. As part of an intellectual legacy, Freud vehemently advocated a secular, materialistic, atheistic philosophy of life.

• Though C.S. Lewis won international recognition long before his death in 1963, his popular books continue to sell millions of copies a year and his influence continues to grow. As a young faculty member at Oxford, Lewis changed from a secular, atheistic worldview to a spiritual one; a worldview that Freud regularly attacked, but which Lewis embraced and defined and described in many of his writings after his conversion.

• Both Lewis and Freud possessed extraordinary literary gifts. Freud won the Goethe prize for literature in 1930. Lewis, who taught at Oxford and held the chair of English literature at Cambridge University, produced some of the world's great literary criticism and scores of widely-read scholarly and fictional books.

Conflicting Worldviews

• Now, on to the question of defining "worldview." Freud defined a worldview as "an intellectual construction which solves all the problems of our existence uniformly on the basis of one overriding hypothesis."

• All of us, whether we realize it or not, have a worldview; we have a philosophy of life our attempt to make sense out of our existence. It contains our answers to the fundamental questions concerning the meaning of our lives, questions that we struggle with at some level all of our lives, and that we often think about only when we wake up at three o'clock in the morning. The rest of the time when we are alone we have the radio or the television on anything to avoid being alone with ourselves. Pascal maintained the sole reason for our unhappiness is that we are unable to sit alone in our room. He claimed we do not like to confront the reality of our lives; the human condition is so basically unhappy that we do everything to keep distracted from thinking about it.

• The broad interest and enduring influence of the works of Freud and Lewis result less from their unique literary style than from the universal appeal of the questions they addressed; questions that remain extraordinarily relevant to our personal lives and to our contemporary social and moral crises.

• From diametrically opposed views, they talked about issues such as, "Is there meaning and purpose to existence?"

• Freud would say, "Absolutely not! We cannot even, from our scientific point of view, address the question of whether or not there is meaning to life." But he would declare that if you observe human behaviour, you would notice the main purpose of life seems to be to find happiness to find pleasure. Thus Freud devised the "pleasure principle" as one of the main features of our existence.

• Lewis, on the other hand, said meaning and purpose are found in understanding why we are here in terms of the Creator who made us. Our primary purpose is to establish a relationship with that Creator.

• Freud and Lewis also discussed the sources of morality and conscience. Everyday we get up and make a series of decisions that carry us through the day. Those decisions are usually based on what we consider to be right: what we value, or our moral code. We decide to study hard and not use other people's ideas, because somehow that is part of our moral code.

Now, Freud said our moral code comes from human experience, like our traffic laws. We make the codes up because they are expedient for us. In some cultures you drive on the left, in others you drive on the right.

• But Lewis would disagree with that. He said that while there are differences in cultures, there is a basic moral law that transcends culture and time. This law is not invented, like traffic laws, but is discovered, like mathematical truth. So Freud and Lewis had an entirely different understanding of the source of moral truth.

• Lewis and Freud also talked about the existence of an intelligence beyond the universe; Freud said "No," Lewis said "Yes." Their viewpoints led them to discuss the problem of miracles in an age of science.

• Freud claimed miracles contradict everything we have learned through empirical observation; they do not really occur.

• However, Lewis would ask, "How do we know they don't occur? If there is any evidence, the philosophy that you bring to that evidence determines how you interpret it." So, according to Lewis, we need to understand whether our philosophy excludes miracles and colours our interpretation of the evidence.

• Freud and Lewis both spoke at length about human sexuality.

• Freud considered all love a kind of sublimated sexuality even love between friends. Lewis said that anybody who thinks that friendship is based on sexuality has never really had a friend.

• It's significant to note that Freud's philosophical works have had a much greater influence on the secularization of our culture than his scientific works.

The God Question

• As we look at the world around us, we make one of two basic assumptions: either we view the universe as an accident and our existence on this planet a matter of chance, or we assume some intelligence beyond the universe who not only gives the universe design and order, but also gives life meaning and purpose. How we live our lives, how we end our lives, what we perceive, how we interpret what we perceive, are all formed and influenced consciously or unconsciously by one of these two basic assumptions.

Freud:

• Freud divided all people into "believers" and "unbelievers."

• Freud came down clearly and strongly against the notion that there is "Anyone" out there. He described his worldview as secular and called it "scientific," and he claimed that no source of knowledge of the universe exists other than "carefully scrutinized observation what we call research."

• Freud described the concept of God as merely a projection of the childish wish for the protection of an all-powerful father. He added that "religion is an attempt to master the sensory world in which we are situated by means of the wishful world which we have developed within us as a result of biological and psychological abnormality."

• He concluded that the religious view is "so pathetically absurd and . . . infantile that it is humiliating and embarrassing to think that the majority of people will never rise above it."

• He certainly attacked this view with all his intellectual might and from every possible perspective. Yet, for some reason he remained preoccupied with these issues; he just could not leave them alone. He spent the last thirty years of his life writing about them.

• Anna Freud, Sigmund's daughter who died a few years ago, explained the only way to know her father: "Don't read his biographies;" she instructed, "read his letters." During the last thirty years of Freud's life, he carried out a continuous exchange of hundreds of letters with a Swiss theologian, Oskar Phister. It's interesting to note that his longest correspondence was with this theologian. He said that Phister was, "In the fortunate position of being able to lead men to God."

Lewis:

• How do people change their worldviews from one to another that is dramatically different? With C.S. Lewis, this transformation happened over a long period of time. Nevertheless, his conversion was no less dramatic than St. Paul, St. Augustine, or many others.

• First, Lewis gradually became aware that most of the great writers he had been reading for years were believers. This began to make him think about a deep yearning in himself; he recognized that it was a kind of yearning he experienced periodically but did not quite understand. He called it "joy" and he wrote a great deal about it. He realized that this joy was not an end in itself, but a reminder of something or someone else.

• Second, Lewis was shocked during a conversation with some of his Oxford faculty colleagues to hear one of them, an avowed atheist, state that the evidence for the historical authenticity of the gospels was very good. The evidence was sound and the gospel stories actually appeared to be true. Lewis said one cannot understand the impact that had on him coming from this particular faculty member.

• Third, he read G.K. Chesterton's Everlasting Man (ed. español: El hombre eterno) and finally arrived at a belief in God. He writes about it very briefly this way in Surprised by Joy (ed. español: Cautivado por la alegría).

• “You must picture me alone in that room at Magdalene, night after night, feeling, whenever my mind lifted even for a second from my work, the steady, unrelenting approach of Him whom I so earnestly desired not to meet. That which I greatly feared had at last come upon me. In the Trinity Term of 1929 I gave in, and admitted that God was God, and knelt and prayed: perhaps, that night, the most dejected and reluctant convert in all England.”

• Then, in the fall of 1931, he had dinner with two faculty members, J.R.R. Tolkien, author of Lord of the Rings, and Hugo Dyson, a professor of English literature. After dinner, the three of them talked about the great question concerning the truth of the Gospels and asked the question that one of Lewis' pupils referred to as, "And is it true, and is it true, this most amazing tale of all?" They talked and walked for hours along a path. This talk had a profound effect on Lewis. Nine days later, Lewis wrote: "When we set out I did not believe that Jesus Christ was the Son of God, and when we reached the zoo, I did." Later, Lewis wrote: "My long night talk with Dyson and Tolkien had a good deal to do with it."

• Lewis' conversion revolutionized his life. Because he himself embraced atheism the first half of his life, he knew the arguments well. For example, Lewis agreed with Freud that we do indeed possess a deep-seated wish for God. But he disagreed with Freud's notion that God therefore is nothing but a product of wish fulfillment. What we wish for, Lewis pointed out, has nothing to do with whether or not God exists. According to Freud's theory, the wish that God not exist would be as strong as the wish that He does exist. Lewis therefore said that all of this tells us something about our feelings, but very little about whether or not God exists. So Lewis tended to answer most of the arguments raised by Freud.

The Question of Pain and Suffering

Freud:

• The main obstacle Freud had with the idea of some intelligence out there was his inability to reconcile an all-loving, all-powerful God with the suffering that all of us experience to some degree.

• In 1933, Freud said: It seems not to be the case that there's a power in the universe which watches over the well-being of individuals with parental care and brings all their affairs to a happy ending. (…) Earthquakes, tidal waves, complications make no distinctions between the virtuous and pious and the scoundrel or unbeliever. Even where what is in question is not inanimate nature, but where an individual's fate depends on his relationships with other people, it is by no means the rule that virtue is rewarded and evil finds its punishment. Often enough the violent cunning or ruthless man seizes the envied good things of the world and the pious man goes away empty. Obscure, unfeeling, unloving powers determine our fate. The systems of rewards and punishments which religion describes to the government of the universe seems not to exist.

• We must remember that Freud suffered considerably in his life, emotionally as a Jew in Vienna, and physically with an intractable cancer of the palate that he struggled with for sixteen years of his life.

Lewis:

• Lewis, throughout the first half of his life, also described himself, like Freud, as an "out-and-out unbeliever." If Freud wavered in his unbelief as a college student, Lewis flaunted his atheism as a student at Oxford. He strongly expressed cynicism and hostility toward people that he called "believers" and shared Freud's pessimism toward life generally.

• When thirty-three years old, by then a popular member of the Oxford faculty, Lewis experienced a profound and radical change in his life and in his thinking. He rejected the materialistic and atheistic worldview and embraced a strong faith in God and eventually in Jesus Christ. This conversion from one worldview to the other began an outpouring of scholarly and popular works that have influenced millions of people.

Death: The Question of Mortality

A fundamental fact of our existence, one that we learn very early in life, is that we're on this earth for a very short time. We are the only creatures on earth that can foresee our own death.

Now, how do you process that information? How do you come to terms with this? Psychiatrists say this issue is so important that you can't really live your life until you do come to terms with it. But how do you process it without being filled with anxiety or filled with fear?

Freud:

• Freud referred to as "the painful riddle of death." Socrates said the true philosopher is always pursing death and dying. Freud often wrote about death.

• In 1932, Freud made the interesting observation that death does not exist in our unconscious mind: "Our unconscious then does not believe in its own death. It behaves as if it were immortal." Freud avoided giving any philosophical interpretation of his rather provocative observation that in the deepest recesses of our mind, "everyone of us is convinced of our own immortality."

• Freud spoke often of “the painful riddle of death”. He closed one essay with the curious suggestion that if you want to endure life you must prepare yourself for death.

• Freud became utterly obsessed with death. His official biographer, wrote: “As far back as we know anything about Freud's life, he seems to have been prepossessed with thoughts about death. (…) He once said he thought of it every day of his life, which is really unusual.”

• Freud's physician described his preoccupation with death as superstitious and obsessive. Freud was certain he was going to die at 41, then at 51, then at 61, then at 62, then at 70. He would check into a hotel and be given the room number 63. He would leave that room and for months be absolutely convinced that he was going to die at age 63…

• Freud died at the age of 83 after a sixteen-year battle with cancer. His favorite book was Goethe's Faust, the story of Faust making a pact with the devil. Just before Freud died, he walked to a library shelf and took down a book by Bolzac entitled The Fatal Skin, in which the main character also makes a pact with the devil. The book ends when the hero cannot master his fear of death and dies in a state of panic. How strange, as his last book. After reading the book, Freud reminded his physician of a promise he had made to help ease his passing when the time came. His doctor injected two centigrams of morphine that caused him to fall asleep, then after 12 hours he injected two more centigrams. Freud died at 3 a.m. on September 12, 1939.

Lewis:

• C. S. Lewis also wrote about mortality. In The Problem of Pain, Lewis described how as an atheist the problem of human suffering especially the capacity of man to foresee his death while keenly desiring permanence made it difficult for him to believe in an all-loving, all-powerful God. After his conversion, he understood death as the result of the fall, a transgression of God's laws, and that death was not part of the original plan.

• In his personal life, C. S. Lewis was confronted with death as a young child. At nine years of age he lost within a few months a paternal grandfather, an uncle, and his beautiful mother. In an autobiography, Surprised by Joy, he recalls being confined to his room, ill with a headache and a toothache. “And then my father, in tears, came into my room and began to try to convey to my terrified mind things it had never conceived before.” He was told that his mother was dying of cancer. He recalled that his "whole existence changed into something alien and menacing, as the house became full of strange smells and midnight noises and sinister whispered conversations."

• When 18 years old and a student at Oxford, Lewis joined the army. He suffered wounds during action in France and, in a lecture given at Oxford many years later, he made the interesting observation that war does not make death more frequent "100 percent of us die and the percentage cannot be increased." He stated that war puts several deaths earlier and that one of the few positive aspects of war is that it makes us aware of our mortality.

• When he was 23 years old he wrote: “A real person is so very real and so obviously living and different from what is left. And one cannot believe that something has turned into nothing, that one could suddenly turn into nothing. (..) there is something that disappears that is not there after death and that we are so much more than our bodies.”

• In A Grief Observed (ed. español: Una pena en observación), Lewis wrote about the death of his wife who was to him everything worthwhile. Lewis makes you feel the anger, resentment, loneliness, and fear. His anger becomes palpable when he wonders if God is "the cosmic sadist; the spiteful imbecile." He wrote, "It is hard to have patience with people who say there is no death or that death doesn't matter. There is death," he continued, "and whatever is matters. We might as well say birth doesn't matter."

• Lewis never lost his sense of humor. When he was 59 years old, a lady wrote to him and said how terrible it was that she had just lost a friend. Lewis wrote back, "There is nothing discreditable in dying. I've known the most respectable people to do it." In another letter a couple of years later he wrote, "What a state we've gotten into when we can't say, 'I'll be happy when God calls me,' without being afraid one will be thought morbid. After all, Saint Paul said just the same. Why should we not look forward to the arrival?"

• Lewis concluded that we can do only three things about death: desire it, fear it, or ignore it. He claimed the third alternative, which is the one the modern world calls healthy, is surely the most uneasy and precarious of all.

• Lewis suffered a heart attack on June 15, 1963, and lapsed into a coma. He recovered, however, and lived the next few months quietly and happily. His latest biographer notes that before his conversion, Lewis was extraordinarily anxious about death and dying, but after his conversion he seemed to have a wonderful calmness about it, and even an anticipation. Records of his last days attest to a calmness and inner peace.

• Two weeks before his death, Lewis had lunch with a faculty colleague. He said Lewis was aware the end was near and that never was a man better prepared. On November 22, 1963, Lewis' brother brought Lewis his 4 p.m. tea. He noted that Lewis was drowsy, but calm and cheerful. At 5:30, he was dead.

We have considered the contrasting worldviews of two prolific minds. One view claims that the universe is an accident and our existence a matter of chance. The other sees the universe a result of design and our existence a part of that design. One view sees death as a painful riddle that causes great anxiety and despair and bitterness. The other views death as the final step in the design for one's life, a step that one can experience with a degree of calmness and even anticipation because of what Lewis called "that grand miracle," the resurrection.