31 octubre 2004

¿CUÁNDO COMIENZA LA VIDA HUMANA?

[A favor de la experimentación con embriones humanos se argumenta que el producto de la fecundación, en los primeros días, no es más que una masa celular, no un individuo vivo. La Prof. Natalia Lopez Moratalla, catedrática de Bioquímica en la Universidad de Navarra, hace algunas precisiones al respecto (publicado en Alfa y Omega, Madrid, 2-V-02; en Aceprensa (nº 070/02) se hacía un amplio resumen que, por su interés, se publica a continuación.]

#037 ::Vita Categoria-Eutanasia y Aborto

___________________________

¿Cuándo se reconoce la existencia de un nuevo individuo de nuestra especie? La respuesta (...) es crucial en un debate acerca de la condición tanto del embrión humano engendrado, fecundado in vitro, crioconservado durante un tiempo en las clínicas de fecundación asistida, producido por clonación, etc., como de la protección que merece.

La cuestión que se plantea en estos debates es doble y ambas partes están íntimamente relacionadas. Una es la configuración de la materia de la que se puede afirmar el carácter de individuo de una determinada especie. O dicho de otro modo, ¿puede afirmarse que toda célula procedente de la fusión de gametos femeninos y masculinos (o por activación partenogenética de un óvulo o por transferencia de un núcleo somático a un óvulo) es un cigoto?; y, por tanto, al conjunto de células que se deriven de ella, ¿se puede considerar, siempre y propiamente, un embrión?
La respuesta no es simple. En principio, y atendiendo sólo a las características morfológicas, de un conjunto de células con fenotipo embrionario, y que están creciendo en un medio adecuado, se podría afirmar tanto que son células humanas vivas en multiplicación, como que son un embrión precoz (o temprano, en fase previa a la implantación). (...) Se requiere un criterio biológico nítido, que no deje lugar a dudas acerca de la diferencia real entre materia viva y viviente individual.
La segunda cuestión que se plantea es si hay diferencia de realidad entre un embrión de pocos días que se desarrolla en el seno materno, y un embrión almacenado en unas condiciones concretas en el laboratorio, producido para reproducción artificial y sobrante, o producido para ser usado para investigación con fines terapéuticos. Es decir, si un embrión sin proyecto parental, sin posibilidad de ser gestado, tiene el mismo carácter que el embrión en gestación, que se prepara a anidar en el útero materno.

Ciertamente el proceso de desarrollo es continuo, con etapas que se suceden en el tiempo y en el espacio (en las diversas zonas del organismo en formación); y además, y de forma gradual, van emergiendo en momentos precisos propiedades nuevas, cualitativamente diferentes a las existentes en un momento anterior. Pues bien, como es propio de lo vivo, el todo unitario, el organismo, no es igual, sino que es más, que la suma de las partes. (...) Y ese avance continuado hacia una progresiva complejidad cada vez mayor requiere el medio intracelular, el medio que suponen las otras células del mismo organismo y el medio materno en que se desarrolla la vida intra-uterina. Esto significa que la viabilidad real de un embrión precoz es plenamente dependiente de las circunstancias, de las condiciones del medio, en que se le sitúa.

La mayor parte de las argumentaciones en la línea de negar a la realidad embrión la condición de individuo, de hombre, reduciéndolo a la condición de simple vida humana embrionaria se basa en la cuestión de la escasa viabilidad de la vida en las primeras semanas. (...) Es necesario establecer con rigor las bases genéticas moleculares y celulares que permitan definir si ha concluido una fecundación verdadera, y, por tanto, la realidad celular producida tiene las propiedades (el fenotipo) propias de un cigoto hombre, y que es por tanto capaz de comenzar el desarrollo embrionario. Cuando esto ocurre, ha comenzado realmente la vida de un ser humano; y si no continuara y muriera pronto, es propiamente un embrión vivo, pero inviable. Tal inviabilidad puede ser per se (porque tenga defectos genéticos o de los componentes intracelulares), o puede ser por falta de las condiciones del medio extraembrionario (materno o del laboratorio) necesarias para su supervivencia. Si fue realmente un individuo humano de pocos días han ocurrido dos cosas muy diferentes: en el primer caso, que ha muerto de forma natural; en el otro, que se le ha dejado morir, al ponerle en unas condiciones en las que no le era posible vivir.
Ahora bien, no toda célula producto de la fusión de los gametos (o por transferencia de núcleos somáticos a óvulos, etc.) alcanza el fenotipo de cigoto y, por tanto, no ha sido un ser humano, no ha existido, aunque esa célula se multiplique y el conjunto se organice en estructuras embrioides, es decir con morfología similar al embrión de pocos días. Por el contrario, un cigoto real, que comienza un desarrollo verdadero, es un embrión humano; y si ha sido engendrado, o producido, lo es con independencia del destino que otros hombres le deparen.

(...) El material genético, el DNA, es necesario. Pero el DNA no es todo. (...) El proceso está recibiendo continuamente nuevos datos, sin los cuales la vida no puede continuar. Los organismos vivos tienen historia –guardan memoria de situaciones por las que han pasado previamente–, y por ello su proceso vital no viene definido exclusivamente por los genes. (...) Hay un segundo nivel de información que no está sin más en el DNA, sino que es un programa, que permite la regulación o coordinación de la emisión en cada célula armonizando toda la información. Esta información es la emergente: es el programa de desarrollo que se emite etapa a etapa; programa que no está previamente en el genoma. Que el programa comience a emitirse es una propiedad que emerge del proceso temporal de la fecundación de los gametos. Ése es el comienzo de la vida de un nuevo individuo.

(...) ¿Puede la ciencia biológica actual precisar cuándo y cómo empieza a emitirse un mensaje genético? (...) La respuesta es que sí. Los datos, en su mayoría muy recientes, permiten distinguir la simple presencia de una dotación genética completa en la célula óvulo del proceso de preparación y armonización de todos los componentes celulares (y no sólo de los cromosomas) para que empiece a vivir un nuevo individuo; esto es, para que comience la emisión del mensaje que le constituye y le pertenece.

CÉLULAS QUE "ESCUCHAN" Y "APRENDEN"

[La Dra. Catherine Verfaillie, especialista en células madre, recibió el premio de la Fundación Conchita Rábago, de Madrid. Con este motivo pronunció una conferencia de la que Aceprensa (nº 079/04) reprodujo algunos fragmentos.]

#036 ::Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

______________________

Catherine Verfaillie es directora del Instituto de Células Madre de la Universidad de Minnesota. Hace dos años, su equipo descubrió un tipo de células madre de la médula ósea que presentan gran versatilidad y se multiplican indefinidamente sin perder capacidad de diferenciarse. En la conferencia pronunciada en Madrid, Verfaillie resumió el estado actual de sus investigaciones.

"La mayoría de las células madre de médula ósea que se han usado hasta ahora son capaces de hacer sangre, pero las que hemos descubierto (MAPC) tienen un potencial mucho mayor. Lo que aún no sabemos es si todos tenemos este tipo de células madre o si podemos tomar una célula madre adulta y hacerla retroceder unos pasos en su desarrollo para que vuelva a acercarse a lo que puede hacer una célula madre embrionaria".

De los éxitos conseguidos en la investigación, Verfaillie destaca la obtención de células de hígado. "Sacamos las células de la médula y las cultivamos. Entonces, cambiamos las condiciones del cultivo, con factores de crecimiento que hemos encontrado con el método de ensayo y error, y así inducimos a que se conviertan en células como las hepáticas y que tienen muchas de sus propiedades funcionales. También sabemos cómo hacer que se conviertan en endotelio, que son las células del interior de los vasos sanguíneos". La tasa de éxito ronda el 80-90% para células endoteliales y musculares. El porcentaje baja al 40-50% con las de hígado.

Verfaillie habló también de las diferencias de comportamiento entre las células madre embrionarias y las de adulto que se introducen en el músculo o en el riñón. Las primeras "deciden en qué quieren convertirse, y no escuchan al órgano en el que se han puesto. Esto no lo hemos visto todavía en células madre adultas. Probablemente no son tan inmaduras como las embrionarias. Han aprendido a escuchar. No tengo explicación, pero imagino que han aprendido por estar en un cuerpo adulto

ENORMES POSIBILIDADES DE LAS CÉLULAS MADRE ADULTAS

[El Dr. Prósper, especialista del departamento de Hematología del Área de Terapia Celular de la Clínica Universitaria de Navarra, subraya las enormes posibilidades de las células madre adultas, a la vez que es partidario de «no transmitir esperanzas exageradas por el bien de los enfermos». Se recogen a continuación algunas ideas que transmitió en uno de los curso de verano del 2003, en la Universidad de Navarra]

#035 ::Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Felipe Prósper

______________________

"Probablemente dentro de unos años, gracias a los estudios realizados con células madre adultas, habremos empezado a comprender un poco mejor las señales que las hacen crecer y diferenciarse. También habremos desarrollado sistemas para poder inducir dichos cambios en las propias células del paciente sin necesidad de manipularlas fuera del cuerpo".

El Dr. Prósper habló sobre "Células madre e ingeniería celular" durante el curso de verano "Los retos de la investigación biomédica en el siglo XXI. Biomecánica, bioinformática y bioingeniería".

Según explicó, ya "existen numerosos avances en el campo experimental en relación con la biología básica de las células madre adultas, pero no en el plano clínico. A pesar de los indudables progresos y las perspectivas existentes, estamos lejos de que el tratamiento con células madre adultas sea una realidad en la práctica clínica. Es fundamental no transmitir esperanzas exageradas por el bien de los enfermos". Por eso, "es imprescindible continuar trabajando en este campo, ya que sin duda dicha investigación contribuirá al desarrollo de nuevos tratamientos de enfermedades devastadoras".

"Se podrían distinguir dos tipos de aplicaciones. En primer lugar, en la reparación de tejidos, es decir, la terapia celular regenerativa. Sería el caso del párkinson, la diabetes, los infartos y otras muchas enfermedades". En este tipo de patologías, "cuanto más complejo es el tejido que se ha de sustituir, mayor es la dificultad, ya que no es lo mismo sustituir un tipo de células que un órgano completo formado por distintos tipos celulares". En segundo lugar, "como vehículo de la terapia génica. Esto consiste en ubicar el gen defectuoso en las células madre adultas y, posteriormente, poner las células en el paciente. Sería el caso de enfermedades como la hemofilia o todas aquéllas en las que la causa de la enfermedad sea la ausencia de un gen".

Felipe Prósper destacó asimismo que "nuestras líneas de investigación se centran en la utilización de células madre adultas en enfermedades cardiacas, en el párkinson, en patología ocular corneal y en cáncer. En todas ellas se trabaja desde el laboratorio, con modelos animales, hasta la aplicación clínica".

LA CONFUSIÓN ENTRE IGUALDAD Y COEDUCACIÓN

[En Francia sigue abierto el debate sobre los problemas de la enseñanza mixta, a raíz de comportamientos violentos o sexistas en las aulas. En un dossier sobre este tema en la revista “Scouts d'Europe” (mayo 2004), Marie-Noëlle Coevoet reflexiona sobre el malentendido que lleva a identificar la igualdad con la coeducación. En Aceprensa (nº 134/04) se publica un resumen de ese artículo.]

#034 ::Educare Categoria-Educacion
____________________________

La autora se remonta a la imposición de la coeducación en la enseñanza pública francesa, en la segunda mitad del siglo XX: “Reconocer que las chicas podían acceder a los mismos programas escolares que los chicos engendró una confusión entre igualdad y coeducación. Acceder a la coeducación se identificó con la igualdad. El debate cambió de terreno o de concepto. Las mujeres habían sido apartadas durante tanto tiempo de un cierto número de problemas que la reivindicación común fue poder mezclarse con los hombres para beneficiarse de su saber, de lo que hasta entonces era un campo aparte”.

“La coeducación se abrió paso en la enseñanza a la vez por reivindicaciones legítimas, por necesidades prácticas (centros escolares poco numerosos y efectivos masculinos o femeninos insuficientes) y por miedo ideológico a volver a la situación anterior”.

La autora se refiere a la experiencia del movimiento scout, que en esos años escogió la fórmula de secciones iguales pero separadas, para asegurar la educación de chicas y chicos según sus talentos, aptitudes y desarrollo. En la segunda mitad del siglo XX, “la demanda igualitaria se desplazó sobre el terreno de la enseñanza mixta: querer ser reconocido es ser igual, colocado en las mismas condiciones, compartir las mismas actividades y mezclarse. La confusión consistió en creer que para promover a la mujer había que colocarla, a cualquier coste, en las mismas condiciones que los chicos, organizar los mismos juegos, vestirlos igual. Quizá también, a modo de arrepentimiento por no haber podido reconocer las aptitudes y cualidades femeninas, se quería imponerlas a cualquier precio en un mundo masculino”.

La autora advierte que, en un ambiente de adolescentes, la mezcla puede agravar las diferencias, pues los chicos adoptan más fácilmente actitudes machistas, van a querer tomar el poder, decidir y organizar, lo que provoca una retirada de las chicas.

“Por otra parte, los adolescentes sienten más que sus mayores el mundo sexuado en que viven. Todo allí tiene una connotación sexual: fotos, revistas en las que las modelos adoptan poses lascivas, programas de televisión y películas que no dejan jamás tranquilos los espíritus y los cuerpos adolescentes dispuestos a encenderse, por no hablar de las actitudes de los compañeros al salir de la escuela o en el recreo”.

Coevoet hace notar que en los debates actuales “son los excesos los que hacen reflexionar sobre la coeducación: comportamientos violentos y sexistas de los chicos y apartamiento de las chicas para evitar lo peor. (...) Pero rara vez se aborda la cuestión del desarrollo del individuo, de su estructuración, de la educación de la afectividad, del afinamiento de sus gustos, de la confianza en sí mismo (lo que es verdaderamente importante para ambos sexos), de la serenidad, de la tranquilidad, de la alegría de no estar obligado a representar un papel, de no tener que defenderse”.

“A menudo se oye decir que el objetivo es aprender a vivir juntos lo mejor posible. Curiosamente, jamás en nuestra historia ha habido tantos divorcios y tantos niños que nacen fuera del matrimonio, lo que indica que los hombres y las mujeres tienen muchas dificultades para comprometerse. Esto quiere decir que los que se han educado juntos no llegan a saber vivir juntos, a estimarse, a aceptar que son diferentes, y que ninguno está dispuesto a hacer concesiones. El reto para cualquier pareja y para toda relación humana es entenderse como diferentes sin perder su identidad. Haber aprendido a discernir los talentos, las cualidades, la gestión de las emociones y sensibilidades propias de su género antes de llegar a la edad adulta permite quizá apreciar mejor la diferencia y descubrir la complementariedad en la duración”.


UN RESPETO AL LENGUAJE

[El autor de este artículo, catedrático de Lengua española, pide un respeto para las palabras y, en concreto, para las palabras familia y matrimonio que han estado proscritas mucho tiempo en el discurso político considerado "progresista", en contraste con su uso abundante en el lenguaje corriente; y ahora, de repente, por real decreto, algunos quieren que pasen a designar esferas de la realidad que desde siempre les han sido ajenas.]

#033 ::Hogar Categoria-Matrimonio y Familia

por Manuel Casado Velarde
____________________

El eufemismo es tan viejo como el lenguaje y uno de los motores de su constante cambio. Hay esferas de la realidad que, en todas las épocas y lugares, se resisten a comparecer en público y a la vista de todos, por motivos variados: pudor, respeto, miedo, mala conciencia… Es tal la fuerza evocadora de la palabra directa, que se busca un sucedáneo o subterfugio que difumine la presencia de lo mentado, sea ello una enfermedad, un defecto físico o moral, un proceso fisiológico, un encuentro íntimo, una acción deplorable, una situación negativa o la misma muerte.

Pero la realidad, terca como ella sola, termina siempre por impregnar de su contenido al sustituto eufemístico. En mi no larga vida, y perdón por lo ordinario del ejemplo, he conocido la serie de eufemismos retrete, wáter, servicio, baño, cuartito, lavabo… No se sabe cómo –mejor dicho: sí se sabe— la palabra que designa ese lugar tan necesario y de visita obligada acaba evocando lo designado. Y lo mismo sucede con series de eufemismos destinadas a cubrir lo que puede percibirse (sin motivo muchas veces) como limitaciones personales o sociales: invidente, discapacitado, en vías de desarrollo, subsahariano, etc. Nada que objetar a estos usos.

Pero amparándose en el hecho de que el lenguaje lo aguanta todo, no han faltado nunca –tampoco hoy— prestidigitadores de la palabra dispuestos a hacer del eufemismo un uso estratégico persuasivo –seductor, mejor— al servicio de variados intereses. Las ideologías comunista y nazi tienen un capítulo propio también en la historia lingüística del siglo XX. Y el capítulo del terrorismo aún sigue abierto. En todos estos casos se empieza hablando de eliminar “prejuicios morales” del lenguaje corriente y se termina por diseñar una lengua ideologizada capaz de justificar cualquier aberración: solución final del problema hebreo, democracia popular, impuesto revolucionario, ejército de liberación, daños colaterales y un largo etcétera. Aquí es cita obligada la novela de Orwell 1984, con su metamorfosis de “Ministerio de la Guerra” en “Ministerio del Amor”, supongo que pasando antes por “Ministerio del Ejército”, “Ministerio de Defensa” y “Ministerio de Seguridad”.

En estos últimos años ha sido tropicalmente fértil la creación de eufemismos en el campo de la bioética y de la familia, ámbitos en que están profundamente implicadas las historias y las decisiones personales, la conciencia y la libertad de cada cual. Y desde hace algunos lustros vivimos, en consecuencia, instalados en la mismísima torre de Babel. Pero, ojo, en una Babel en la que, a diferencia de la bíblica, pronunciamos materialmente las mismas palabras, pero con significados harto diferentes. Así ocurre con palabras o expresiones como amor, persona, pareja, compañero (sentimental), calidad de vida, embrión, muerte digna o buena muerte, libertad… Tenía razón Rosales cuando escribió que “la palabra que decimos / viene de lejos,/ y no tiene definición, / tiene argumento. / Cuando dices nunca, / cuando dices bueno, / estás contando tu historia / sin saberlo”.

Las palabras familia y matrimonio han estado proscritas mucho tiempo de todo discurso sedicentemente progresista, en contraste con su uso abundante en el lenguaje corriente. He presenciado, en entrevistas televisivas a determinados políticos, auténticos malabarismos verbales para evitar esos vocablos a todo trance. Y ahora, de pronto, se desea vivamente por parte de algunos que esas palabras, por real decreto, pasen a recubrir esferas de la realidad que desde siempre les han sido ajenas: en efecto, ninguna civilización humana conocida, desde Mesopotamia a la actualidad, ha equiparado las relaciones homosexuales con las uniones entre personas de distinto sexo. Aunque el objetivo final sea otro, lo que se logra de hecho con esta medida es firmar el acta de defunción de las palabras familia y matrimonio.

Habría que tener un mayor respeto al lenguaje. El lenguaje no es un juguete. Lo que hacemos con el lenguaje queda dentro de nosotros: nos lo hacemos a nosotros mismos. Como decía Octavio Paz, si se corrompe, nos corrompe. Si jubilamos las palabras que contienen lo que algunos llaman “prejuicios morales”, es decir, contenido ético (vg. robo, asesinato, chantaje terrorista, traición, tortura, prostitución, aborto, eutanasia…), estamos jubilando nuestra propia conciencia y nuestra dignidad. Escribe Amado Nervo que “nada más que con dar a las cosas su verdadero nombre, se produciría la revolución moral más tremenda que han visto los siglos”. Ojalá no tengamos que lamentarnos, como tantos intelectuales de Occidente en el siglo pasado, de haber sido complacientes con una mentalidad que quiere cambiarnos las palabras corrientes e imponer un lenguaje de diseño políticamente correcto.


29 octubre 2004

ALGUNAS FORMAS DE VIOLENCIA EN LOS CENTROS ESCOLARES

[Desgraciadamente, se está generalizando -sin que se adopten medidas eficaces- el acoso a compañeros o compañeras en los centros escolares. En Estados Unidos lo llaman "bullying". Algunos tristes casos de este tipo de acoso terminan en suicidio de adolescentes. El "bully" es el matón, el que se impone por la fuerza a sus compañeros/as de curso, con tal de que puedan ser dominados y humillados por él. En este artículo se hacen unos comentarios que tienen muchos interés para los padres y educadores, sobre todo, para todos los que tienen alguna responsabilidad de gobierno en los centros escolares.]

#030 ::Educare Categoria-Educacion

por José Luis González-Simancas

________________________

En Estados Unidos, hay una palabra que conocen muy bien los niños, los adolescentes, los padres, los profesores, porque se da en la vida de hoy y se practica entre los chicos. Esa palabra es BULLY.

El "bully" es el matón, el tirano, el que presiona a otros amenazándoles, el que se impone por la fuerza: en España le llamaríamos "chulo" o "hijo de tal", porque es el que amedrenta, especialmente a los más débiles, a los menores que él, y por supuesto a las chicas, que son para él "el sexo débil"... Pero también lo hace con sus compañeros/as de curso. Por supuesto que se da entre los del mismo sexo: entre chicos y chicos y entre chicas y chicas, que también las hay chulas entre ellas.

"To bully" (vt) es eso: en general, molestar, meterse con otro, fastidiar, imponiéndose y amenazando. En ese concepto se incluye también el acoso sexual, el "sexual harassment".

Pero en USA, el acoso sexual es ya un delito denunciable ante la autoridad académica y judicial, y es objeto de multas y hasta de penas más fuertes; o de despido de un profesor, si es él quien lo comete. Por el contrario, el "bullying" no se considera delito, sino cosa tan acostumbrada entre los chavales que no se le da importancia, que ya se sabe que ocurre, que está mal pero que ¡qué se le va a hacer!... Habrá que educar en la convivencia, el respeto a los demás, etc., etc. , y todo se queda en buenos deseos inoperantes.

Lo que ocurre es que, en ocasiones, ese "bullying" o matonismo se traduce en acoso sexual, especialmente a las chicas —acoso verbal (comentarios obscenos, etc.); o acoso físico (tocamientos mientras están en las aulas, etc.). Esto ya desde los 12/13/14 años (6º, 7º y 8º grados, equivalentes a 1º, 2º y 3º de ESO). Hay chicas que dan por consabidas estas conductas de los chicos y no les acusan, o se ríen de ellos... También se da el 'bullying" en la escuela primaria y ciertos desmanes sexuales, aunque más inocentes. No se habla de acoso sexual en los alumnos menores de 10/11 años.

Otra variante es el "hazing", "inducción" o "iniciación", definida como práctica organizada a través de conductas degradantes, o de asaltos físicos, o ambas cosas, generalmente para que un chaval entre a formar parte de una "fraternity" o "cofradía estudiantil", o de un equipo deportivo: ¿de un "gang" o pandilla?...

Todo ello es objeto de estudios y trabajos de investigación, especialmente sobre las causas que provocan estas conductas: niños/as maltratados por sus padres/madres, etnicidad (negros, hispánicos, orientales, etc.), soledad, ausencia del padre, madres en la prostitución, situación económica apurada, que en ocasiones no sólo conducen a la violencia en la escuela sino a la delincuencia juvenil y al encarcelamiento subsiguiente. En USA, el "bullying" se dispara muchas veces debido a las diferencias dentro de la misma nación: de raza, de religión, de lenguaje, etc.: de ahí que se hable tanto de "tolerancia", en lugar de educar en el respeto a cada una de las personas, sea quien sea.

_________________________

También se da la violencia y el enfrentamiento con los profesores. Señalo algunas causas que se vienen comentando entre los expertos al analizar los centros escolares de España:

—familias permisivas que lo permiten todo para no tener problemas con los hijos/as: horarios, costumbres, claras desobediencias, descaro, insolencia con padres y madres, etc. Y de ahí pasan a la escuela o al instituto y se comportan igual con los profesores/as. Chavales/as consentidos.

—profesores acomplejados: "que no me llamen facha o retrógado". No se atreven a ser enérgicos o "duros": además les pueden denunciar los alumnos o sus padres, nada más que con pasarse un poco... No tienen autoridad. Han dejado de ejercerla, dadas las consecuencias que puede traer.

—la famosa caracterología olvidada: diferentes temperamentos que se desconocen; y cómo tratarlos...

—la huída de la "tutoría": en todo caso charlitas al grupo de clase... ¿Entrevistas individuales con alumnos? No, gracias. Eso es cosa del Orientador, de los psicopedagogos... "O sea, que encima tenemos que ocuparnos de los problemas que provocan las familas o la sociedad en que vivimos... ¡Es su problema, no el mío!"

—y así nos va... : desplantes, tirar sillas por la ventana, llamarle "h de p" a un profesor, agredirles físicamente, cargarse una clase con comentrarios o preguntas chistosas, impertinentes, al profesor o profesora... No atender. No dar ni golpe, con mala idea... etc., etc.

SOBRE LA CLONACIÓN HUMANA

[Documento que preparó la Santa Sede sobre la clonación humana ante el debate que ha tenido lugar en el VI Comité de la 59ª Asamblea General de las Naciones Unidas, entre el 21 y el 22 de octubre de 2004.]

(publicado en inglés por «L’Osservatore Romano», 17-X-04; la traducción al castellano es de Zenit)

#032 ::Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

____________________

1. La Santa Sede está convencida de la necesidad de sostener y promover la investigación científica para el beneficio de la humanidad. Por esto, la Santa Sede alienta con solicitud aquellas investigaciones que están siendo realizadas en los campos de la medicina y de la biología con el objetivo de curar enfermedades y mejorar la calidad de vida de todos, con tal de que sean respetuosas con la dignidad del ser humano. Este respeto exige que toda investigación que sea contradictoria con la dignidad del ser humano sea moralmente excluida.

2. Hay dos fuentes potenciales de células estaminales para la investigación humana: en primer lugar las células estaminales «adultas», que derivan de las sangre del cordón umbilical, de la médula ósea y otros tejidos, y en segundo lugar las células estaminales «embrionales», que son obtenidas de la desagregación de embriones humanos. La Santa Sede se opone a la clonación de los embriones humanos con el propósito de su destrucción para obtener de ahí sus células estaminales, incluso por un noble objetivo, porque es incompatible con el fundamento y el motivo de la investigación biomédica humana, esto es, el respeto por la dignidad de los seres humanos. Sin embargo, la Santa Sede aplaude y alienta la investigación que utiliza las células estaminales adultas, porque es completamente compatible con el respeto de la dignidad de los seres humanos. La inesperada plasticidad de las células estaminales adultas ha hecho posible usar con éxito este tipo de célula indiferenciada y autoregeneradora en la curación de distintos tejidos y órganos humanos [1], en particular en los corazones dañados después de infartos de miocardio. Los múltiples logros terapéuticos que han sido demostrados utilizando células estaminales adultas, y la promesa que éstas constituyen para otras enfermedades, tales como desórdenes neurodegenerativos o diabetes, hacen de los esfuerzos por respaldar esta fructífera vía de investigación una cuestión urgente [3]. Sobre todo, está universalmente acordado que el uso de las células estaminales adultas no implica problema ético alguno.

3. En cambio, la investigación que utiliza células estaminales embrionales ha sido obstaculizada por importantes dificultades técnicas [4]. Los experimentos en células estaminales embrionales no han producido aún un solo éxito terapéutico claro, ni siquiera en animales [5]. Además las células estaminales embrionales han causado tumores en los animales [6] y podían generar cáncer si se administraran a pacientes humanos [7]. A menos que estos graves riesgos se eliminen, los experimentos en células estaminales embrionales no tendrán ninguna aplicación clínica [8]. Dejando a un lado los problemas técnicos, la necesidad de extraer estas células de embriones humanos vivos suscita cuestiones éticas de la máxima importancia.

4. La llamada «clonación terapéutica», que sería mejor llamar «clonación de investigación» puesto que estamos aún lejos de las aplicaciones terapéuticas, ha sido propuesta a fin de evitar el potencial rechazo inmunitario de las células estaminales embrionales derivado del donante distinto del receptor. En cualquier caso, el uso de células estaminales embrionales implica un alto riesgo de introducir en los pacientes células de embriones anormales. Ha sido bien probado que la mayoría de los embriones no-humanos producidos por clonación con transferencia nuclear son anómalos, con una deficiencia en muchos genes (marcados y no marcados) necesarios para el desarrollo de un embrión precoz. [9] Las células estaminales embrionales extraídas de embriones anómalos y no aptos llevarán sus «defectos epigenéticos» y transmitirán al menos parte de ellos a sus células hijas. La transferencia de tales células estaminales embrionales clonadas sería por lo tanto extremadamente peligroso: estas células podrían provocar desórdenes genéticos, o iniciar leucemias u otros cánceres. Además, debe desarrollarse aún un modelo primario no-humano de clonación, que sería necesario a fin de llevar a cabo experimentos para establecer en ellos la seguridad antes de intentar experimentos terapéuticos en seres humanos [10].

5. Los beneficios de la clonación terapéutica para la salud son hipotéticos, mientras que el método mismo siga siendo principalmente una hipótesis. Por eso el crescendo de hipérboles que ensalzan la promesa de este tipo de investigación podrían al final minar la misma causa que pretende servir [11]. De hecho, hasta poniendo a un lado las consideraciones éticas fundamentales además de las expectativas del paciente, el estado actual de la «clonación terapéutica» excluye, ahora y en el futuro cercano, cualquier aplicación clínica.

6. Científicos, filósofos, políticos y humanistas están de acuerdo en la necesidad de una prohibición internacional de la clonación reproductiva. Desde un punto de vista biológico, llevar al nacimiento a embriones humanos clonados sería peligroso para la especie humana. Esta forma asexual de reproducción evitaría la usual «mezcla» de genes que hace a cada individuo único en su genoma y fijaría arbitrariamente el genotipo en una particular configuración, [12] con previsibles consecuencias genéticas negativas para la reserva genética humana. Sería además prohibitivamente peligroso para el clon individual. [13] Desde un punto antropológico, la mayoría de las personas reconocen que la clonación es ofensiva a la dignidad humana. La clonación de hecho daría vida a una persona, pero a través de una manipulación de laboratorio en orden de pura zootecnología. Esta persona entraría en el mundo como una «copia» (si bien sólo una copia biológica) de otro ser. Siendo ontológicamente único y digno de respeto, la forma en que un ser humano clonado ha sido traído al mundo marcaría a esa persona más como una manufactura que como nuestro semejante, un reemplazo más que un individuo único, un instrumento de la voluntad de cualquier otro más que algo tiene el fin en sí mismo o en sí misma, un artículo de consumo sustituible antes que un evento irrepetible en la historia humana. Por esta razón la falta de respeto hacia la dignidad de la persona humana es inherente a la clonación.

7. Sin embargo, hay quien querría dejar fuera de esta prohibición internacional propuesta la posibilidad de la «clonación terapéutica», como si se tratara de un proceso distinto del reproductivo. La verdad es que la clonación reproductiva y la clonación «terapéutica» o «de investigación» no son dos tipos diferentes de clonación: implican el mismo proceso técnico de clonación y difieren únicamente en los objetivos que persiguen. Con la clonación reproductiva se apunta a implantar el embrión clonado en el útero de una madre subrogada a fin de «producir» un niño; con la clonación «de investigación» se apunta a utilizar inmediatamente el embrión clonado, sin permitirle que se desarrolle, eliminándolo por lo tanto durante el proceso. Se puede incluso afirmar que cualquier tipo de clonación es «reproductiva» en su primera fase, porque debe producir, a través del proceso de clonación, un nuevo organismo individual y autónomo, dotado de una identidad única y específica, antes de intentar cualquier otra operación con ese embrión.

8. La «clonación terapéutica» no es éticamente neutral. Es más, desde el punto de vista ético sería incluso peor que la «clonación reproductiva». En la «clonación reproductiva» al menos se da al nuevo ser humano producido, inocente respecto a sus propios orígenes, la posibilidad de desarrollarse y nacer. En la clonación «terapéutica» se usa al nuevo ser humano simplemente como material de laboratorio. Tal utilización instrumental de un ser humano ofende gravemente la dignidad humana y toda la humanidad. El término «dignidad», como es empleado en este documento y en la Carta de las Naciones Unidas, no se refiere a un elemento de valía fundado en las capacidades del individuo y en el valor que otros puedan atribuirle –un valor que se podría llamar «dignidad atribuida».

La noción de dignidad atribuida permite juicios jerárquicos, desiguales, arbitrarios e incluso discriminatorios. La dignidad es utilizada aquí para significar el valor intrínseco que es común e igualmente compartido por todos los seres humanos, cualesquiera que sean sus condiciones sociales, intelectuales o físicas. Es esta dignidad la que nos obliga a todos nosotros a respetar a todo ser humano, cualquiera que sea su condición, más aún si él o ella tiene necesidad de protección y cuidado. La dignidad es la base de todos los derechos humanos. Nos sentimos obligados a respetar los derechos de los otros porque primero reconocemos su dignidad.

9. La honradez sugiere que si una línea específica de investigación ya ha demostrado las condiciones de éxito y no plantea cuestiones éticas, ésta debería seguirse antes de embarcarse en otra que ha mostrado escasas perspectivas de éxito y suscita preocupaciones éticas. Los recursos en la investigación biológica son limitados. La «clonación terapéutica» es una teoría no probada que podría resultar una dramática pérdida de tiempo y dinero. El buen sentido y la necesidad de una investigación seria y orientada al objetivo, llama a la comunidad biomédica mundial a destinar los fondos necesarios a la investigación que utiliza células estaminales «adultas».

10. El mundo no puede emprender dos caminos distintos: el de los que están dispuestos a sacrificar o comercializar seres humanos en beneficio de unos pocos privilegiados y el de aquellos que no pueden aceptar este abuso. Por su propio bien, la humanidad necesita una base –una comprensión común de la humanidad y una comprensión común de las bases fundamentales de las que dependen todas nuestras ideas acerca de los derechos humanos. Compete a las Naciones Unidas llevar a cabo todo esfuerzo necesario en la búsqueda de esta base, para que los seres humanos sean respetados por lo que son. Llevar adelante el proyecto de una prohibición internacional y global de la clonación humana forma parte de esta misión y deber de la ONU.

Desde el Vaticano, 27 de septiembre de 2004

_______________________

Referencias:

[1] Körbling M, Estrov Z. Adult stem cells for tissue repair - a new therapeutic concept? New England Journal of Medicine 2003; 349: 570-582. Bunting K, Hawley R. Integrative molecular and developmental biology of adult stem cells Biology of the Cell 95 (2003) 563-578. Wang J, Kimura T, Asada R, Harada S, Yokota S, Kawamoto Y, Fujimura Y, Tsuji T, Ikehara S, Sonoda Y, 2003a. SCIDrepopulating cell activity of human cord blood-derived CD34- cells assured by intra-bone marrow injection. Blood 101, 2924-2931; Gluckman E, Broxmeyer HE, Auerbach AD et al. (1989). Hematopoietic reconstitution in a patient with Fanconi's anemia by means of umbilical-cord blood from an HLA-identical sibling. N. Engl. J. Med. 321, 1174-1178.

[2] Wollert KC, Meyer GP, Lotz J, Ringes-Lichtenberg S, Lippolt P, Breidenbach C, Fichtner S, Korte T, Hornig B, Messinger D, Arseniev L, Hertenstein B, Ganser A, Drexler H. Intracoronary autologous bone-marrow cell transfer after myocardial infarction: the BOOST randomized controlled clinical trial. Lancet 2004: 364: 141-148. Beltrami, AP, Barlucchi, L, Torella D, Baker M, Limana F, Chimenti S, Kasahara H, Rota M, Musso E, Urbanek K, Leri A, Kajstura J, Nadal-Ginard B, Anversa P, 2003. Adult cardiac stem cells are multipotent and support myocardial regeneration. Cell 114, 763-776. Stamm C, Westphal B, Kleine HD, Petzsch M, Kittner C, Klinge H, Schumichen C, Nienaber CA, Freund M, Steinhoff G, 2003. Autologous bone-marrow stem-cell transplantation for myocardial regeneration. Lancet 361, 45-46.

[3] Cfr. for example: Mezey E, Key S, Vogelsang G, Szalayova I, Lange GD, Crain B, 2003. Transplanted bone marrow generates new neurons in human brains. Proc. Natl. Acad. Sci USA 100, 1364-1369; Vescovi AL, Martino G, 2003. Injection of adult neurospheres induces recovery in a chronic model of multiple sclerosis. Nature 422, 688-694; Hess D, Li L, Martin M, Sakano S, Hill D, Strutt B, Thyssen S, Gray DA, Bhatia M., 2003. Bone marrow-derived stem cells initiate pancreatic regeneration. Nat. Biotechnol. 21, 763-770 Horb ME, Shen CN, Tosh D, Slack J.M., 2003. Experimental conversion of liver to pancreas. Curr. Biol. 13, 105-115.

[4] Cfr. Stojkovic M. Lako M, Strachan T, Murdoch1 A. Derivation, growth and applications of human embryonic stem cells Reproduction (2004) 128 259-267.

[5] Freed CR. Will embryonic stem cells be a useful source of dopamine neurons for transplant into patients with Parkinson's disease. Proceedings of the National Academy of Sciences 2002; 99: 1755-1757.

[6] Tsai RY, McKay RD. A nucleolar mechanism controlling cell proliferation in stem cells and cancer cells. Genes and Development 2002: 16: 2991-3003; Wakitani S, Takaoka K, Hattori T, Miyazawa N, Iwanaga T, Takeda S, Watanabe TK, Tanigami A. Embryonic stem cells injected into the mouse knee joint form teratomas and subsequently destroy the joint. Rheumatology 2003; 42: 162-165; Erdö F, Bührle C, Blunk J, Hoehn M, Xia Y, Fleischmann B, Föcking M, Küstermann E, Kolossov E, Hescheler J, Hossmann K-A, Trapp T. Host-dependent tumorigenesis of embryonic stem cell transplantation in experimental stroke. Journal of Cerebral Blood Flow and Metabolism 2003; 23: 780-785.

[7] Marx J. Mutant stem cells may seed cancer. Science 2003; 301: 1308-1310. [8] The fact that these epigenetic factors that contribute to the development of embryonic stem cells in the embryo are also the one that contribute to the development of cancers in the adult is troubling. In fact, stem cells have been found in tumors. Normile D. Cell proliferation. Common control for cancer, stem cells. Science 2002; 298: 1869; Valk-Lingbeek ME, Bruggeman SW, Van Lohuizen M. Stem cells and cancer: the polycomb connection. Cell 2004; 118: 409-418.

[9] Bortvin A, Eggan K, Skaletsky H, Akutsu H, Berry DL, Yanagimachi R, Page DC, Jaenisch R. Incomplete reactivation of Oct4-related genes in mouse embryos cloned from somatic nuclei, Development 2003: 130: 1673-1680; Mann MR, Chung YG, Nolen LD, Verona RI, Latham KE, Bartolomei MS, Disruption of imprinted gene methylation and expression in cloned preimplantation stage mouse embryos. Biology of Reproduction 2003; 69: 902-914; Boiani M, Eckardt S, Leu NA, Scholer HR, McLaughlin KJ, Pluripotency deficit in clones overcome by clone-clone aggregation: epigenetic complementation? EMBO Journal 2003; 22: 5304-5312; Fulka J, Miyashita N, Nagai T, Ogura A, Do cloned mammals skip a reprogramming step? Nature Biotechnology 2004; 22: 25-26; Mann MR, Lee SS, Doherty AS, Verona RI, Nolen LD, Schultz RM, Bartolomei MS, Selective loss of imprinting in the placenta following preimplantation development in culture. Development 2004; 131: 3727-3735.

[10] Simerly C, Dominko T, Navara C, Payne C, Capuano S, Gosman G, Chong KY, Takahashi D, Chace C, Compton D, Hewitson L, Schatten G, Molecular correlates of primate nuclear transfer failures. Science 2003; 300: 297; Wolf DP. An opinion on human reproductive cloning. Journal of Assisted Reproduction and Genetics 2001: 18: 474-475.

[11] Knight J. Biologists fear cloning hype will undermine stem-cell research. Nature 2004; 430: 817.

[12] During the meiotic phase, there is a segregation of alleles with subsequent random assortment of homologues. This "shuffling" of genes, which is the basis for genetic identity, prevents the occurrence of severe genetic abnormalities. There is no such healthy "shuffling" of genes in nuclear transfer cloning.

[13] Healy DL, Weston G, Pera MF, Rombauts L, Trounson AO. Human cloning, 2001. Human Fertility 2002; 5: 75-7.


EL LAICISMO QUE VIENE (I y II)

#031 ::Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Mons. Fernando Sebastian, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
_____________________

I.-(publicado en el Diario de Navarra, 9-IX-04)

El señor presidente del Gobierno nos anuncia leyes «progresistas, laicas y modernas». ¿Qué son leyes progresistas? Y ¿cuáles son las verdaderamente modernas? Esto de ser más o menos moderno es muy relativo y no da garantías de nada. Tan moderna es la bomba atómica como la Sociedad de Naciones. Parece más bien que lo que nos interesaría a los españoles es que el gobierno promoviera leyes inteligentes, prácticas, justas, capaces de favorecer verdaderamente el bien auténtico y general de los españoles. En principio, todas las leyes que salen del Parlamento son leyes laicas, es decir, promulgadas por una autoridad civil, no sagrada, sin ninguna pretensión trascendente. El Parlamento no es el Sinaí. Afortunadamente. Leyes laicas son también las que proceden de una mentalidad laica, o más bien laicista.

Seguramente el señor presidente se refería a leyes elaboradas, aprobadas y promulgadas con una visión laica de la sociedad y del hombre, es decir, sin referencia a Dios, sin tener en cuenta la ley de Dios, incluso sin tener en cuenta la fe en Dios que puedan tener algunos ciudadanos, pocos o muchos. Eso sería tanto como anunciarnos leyes discriminatorias, que se ajustan a la mentalidad de unos y no tienen en cuenta la mentalidad de otros, que favorecen a los que no creen en Dios e ignoran a los que sí creen en Él y quieren vivir de acuerdo con su voluntad.

Según esto, al prometernos leyes laicas, el señor presidente puede estar anunciando leyes que no tengan en cuenta la ley de Dios, ni las exigencias de la moral natural, leyes que favorezcan la concepción laica de la vida, según la cual no hay ningún ser creador, sino que somos hijos del azar, y por tanto dueños absolutos y únicos responsables de nuestra existencia, sin que pueda haber ningún valor absoluto ni tengamos que dar cuentas de nada ante nadie. Estamos solos en el mundo y entre todos tenemos que ir modelando nuestra humanidad como mejor nos parezca. No hay referencias morales que orienten nuestra vida, la opinión pública, el consenso, y en última instancia la conveniencia de los grupos más influyentes son las únicas fuerzas que de verdad rigen nuestra vida. No tenemos raíces firmes ni rumbos orientadores.

Amordazar las conciencias

Parece que nuestros gobernantes consideran un bien importante para España y para los españoles el ir prescindiendo de cualquier influencia religiosa en las leyes y, por tanto, en la configuración de las relaciones sociales entre nosotros y de los bienes que en nuestra convivencia podamos encontrar. Quieren una España laica, en la que la religión sea, a lo más, una afición privada de algunos ciudadanos, tolerable sólo en la medida en que no pretenda aparecer ni ser tenida en cuenta en la vida pública, en las leyes, en la cultura, en los comportamientos, en los usos y costumbres, en los criterios morales y normativos de nuestras conductas. No se trata sólo de impedir que los eclesiásticos influyan en la vida política, se trata más bien de que no influyan tampoco las convicciones religiosas de nadie, ni siquiera de los políticos. Esto es tanto como amordazar las conciencias, destruir la fuerza vital de la religiosidad y de la fe.

Ante este propósito a los creyentes se nos presentan muchas dificultades. Las leyes tienen que responder al conjunto de la sociedad, a la voluntad y a las creencias de los ciudadanos, y no a las opiniones particulares de los gobernantes. Un gobernante puede ser ateo, como un partido puede ser partidario del agnosticismo, pero no tienen por qué tratarnos a los demás como si también lo fuésemos, y menos todavía utilizar los recursos del poder político para convencernos de su ateísmo. Tampoco sería justo lo contrario. Si en España hay treinta millones de ciudadanos que creen en Dios ¿es justo que a la hora de legislar no tengan en cuenta nuestras creencias y sí tengan en cuenta únicamente las creencias de los demás? Eso no es gobernar para el bien de todos.

La fe, parte esencial

Y yendo más al fondo de la cuestión, hay que preguntar por qué la fe de cada uno no puede influir en sus concepciones o actuaciones políticas. En la sociedad democrática cada uno puede manifestarse como es, todos somos iguales ante las leyes y todos tenemos el mismo derecho a intervenir en la vida pública según nuestras propias convicciones, respetando los derechos y la libertad de los demás. La fe religiosa es parte esencial de la mentalidad del creyente y de la cultura de los pueblos. No se puede actuar como si no existiese, ni se la puede recluir a la vida puramente privada, sin mutilar la vida real de los ciudadanos, sin perturbar el patrimonio cultural de la sociedad, sin traspasar los límites y las atribuciones de una autoridad justa y justamente ejercida.

Recientemente el señor presidente nos ha dicho que él no permitirá que nadie imponga a los demás sus creencias morales. Afirma que él respeta el orden moral, pero que el orden cívico se regula por ley en el Parlamento. Frases contundentes. Pero a lo mejor esta contundencia es más aparente que real. Porque no se trata de imponer las creencias morales de nadie, sino de exigir a los legisladores que, por el bien de los ciudadanos, respeten en sus actividades legislativas, las exigencias de un orden moral objetivo, inscrito en la naturaleza del hombre y formulado suficientemente por la recta razón a lo largo de la historia. Es cierto que el orden cívico se regula por ley en el Parlamento. Nadie lo discute. Pero los parlamentarios no son creadores del bien y del mal, no pueden legislar como les convenga, si quieren ser justos tienen que actuar según una ley moral superior y anterior al Parlamento, que fundamenta objetivamente los derechos de los ciudadanos a cuyo bien general las leyes deben ordenarse. Sin el respeto al orden moral objetivo la mejor democracia degenera en tiranía.

Por otra parte, la mentalidad laicista no tiene legitimación ni teórica ni práctica. Teóricamente la existencia de Jesucristo y la validez de su testimonio sobre la existencia y la providencia misericordiosa de Dios tienen tanto fundamento, al menos, como la opinión contraria. En una sociedad donde haya cristianos y no cristianos, creyentes y ateos, un gobierno, que quiera ser justo con todos los ciudadanos, no puede identificarse con ninguna de las dos partes. La confesionalidad religiosa y católica no puede ser sustituida por la confesionalidad contraria de la militancia atea. El progreso no consiste en sustituir una confesionalidad por otra, sino en adoptar el camino de la no confesionalidad, bien entendida y lealmente aplicada, como neutralidad positiva del gobierno en materia religiosa. Si nadie puede imponer un orden moral objetivo, ¿es que el gobierno laicista puede imponernos su permisivismo moral? ¿Es que van a ser los grupos de presión los que determinen los criterios y las actuaciones del Parlamento?

No es progresista

Dicho con todo respeto, los cristianos pensamos que este propósito de gobernar con leyes laicas no tiene fundamento teórico serio, ni es verdaderamente progresista, sino que supone un retroceso a tesis y formas ya superadas. A muchas personas, incluso a algunos cristianos, les parece normal que las actividades religiosas de los ciudadanos no se puedan financiar con fondos públicos. Es cierto que las actividades religiosas no son de todos, pero tampoco lo son el deporte, ni el teatro, ni el cine, ni otras muchas cosas que se financian con dinero público sin que nadie lo discuta. Volvemos a la misma cuestión de siempre, el Estado y la autoridad política tienen que aceptar sinceramente que la fe religiosa es un derecho de los ciudadanos, cuyo ejercicio cualifica la vida y las actividades de la persona, enriquece el patrimonio cultural de la sociedad y facilita la convivencia justa y pacífica de los ciudadanos. O dicho de otra manera, el ejercicio de la libertad religiosa de los creyentes forma parte del bien común que el gobierno debe proteger y fomentar. Si esto es así, ¿por qué hay que ignorarla y dejarla fuera de la actuación positiva del gobierno en igualdad de condiciones con otras muchas actividades espirituales y culturales de los ciudadanos? ¿Por qué hay que excluir la enseñanza de la religión en el programa escolar? ¿Por qué hay que prohibir los signos religiosos en los centros públicos y comunes? ¿A quién ofenden? ¿A quién hacen daño? Ojalá nuestros gobernantes encuentren tiempo para pensar un poco más en estas cuestiones.

_____________________________

y II.-(publicado en el Diario de Navarra, 13-IX-04)

Los católicos españoles sabemos lo que es vivir con un gobierno de preferencias laicistas. En el momento presente, los protagonistas de esta oleada laicista parecen ignorar algunos hechos recientes muy importantes. Cuando presentan la Iglesia católica como poco adaptada a las exigencias de la democracia, no tienen en cuenta la renuncia de la Iglesia y de los católicos españoles al confesionalismo católico, a favor de la reconciliación y de la igualdad de todos los ciudadanos. Y olvidan también que la Constitución se construyó a partir de un consenso social uno de cuyos elementos era el entendimiento entre creyentes y no creyentes, gracias al concepto de no confesionalidad aceptado por todos. Implantar ahora un confesionalismo laicista sería negar aquel consenso constitucional y volver a la situación absurda y peligrosa de las dos Españas.

Es necesario que entre todos hagamos lo posible para encontrar de nuevo aquel espíritu de respeto y sincera voluntad de convivencia que hizo posible la transición política y que resulta indispensable mantener para garantizar la serenidad y la estabilidad de nuestra. En este escrito me dirijo principalmente a los cristianos y por eso intentaré responder a esta pregunta clave: ¿cómo tenemos que actuar los católicos en estas circunstancias?

1. Mi primer consejo es simplemente el consejo tantas veces repetido por el Señor a sus discípulos, "No temáis". El está con nosotros. Ha vencido al mundo. Su victoria es también la nuestra. Nuestra victoria es la fe. No perdamos la confianza en la providencia de Dios, fuerte y misericordiosa. La Iglesia ha vivido siempre entre dificultades y los cristianos han padecido con frecuencia por presentarse y actuar como discípulos de Jesús. Estos sufrimientos nos purifican y fortalecen. Recordemos las palabras de San Pablo, "la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de este mundo; la locura de Dios más sabia que la sabiduría del mundo". "Nos basta la fuerza de Dios, de modo que cuando somos débiles, si confiamos en El, entonces es cuando somos más fuertes". Que las argumentaciones del laicismo no nos hagan dudar de la verdad y del valor de nuestra fe ni de las instituciones y actuaciones de la Iglesia. No nos dejemos paralizar por la inseguridad o por el miedo. No nos avergoncemos del evangelio. No nos desanimemos por ser pocos o por quedar excluidos de las zonas de poder. Nuestra fuerza está en la fuerza de su palabra y de su vida. Precisamente en estas circunstancias es cuando más tenemos que anunciar con sencillez y fidelidad el mensaje de Jesús, conservado y actualizado continuamente por la Santa Madre Iglesia. Este es el mejor servicio que podemos hacer a nuestros conciudadanos. Esta es nuestra misión y nuestra primera obligación. Es la hora de la fidelidad y de la fortaleza. La hora de los testigos.

2. La primera condición para llegar a tener una suficiente influencia moral es vivir en conformidad con nuestra fe. Queremos ser discípulos de Jesús. Y El redujo su mensaje a dos mandamientos bien sencillos: Amar a Dios como Padre nuestro que es, y al prójimo como a nosotros mismos. Y esto de manera efectiva, visible, realista. La fuerza de la Iglesia no está en los instrumentos técnicos ni en las estrategias de opinión que otros utilizan. La fuerza de la Iglesia está en la fe, en la piedad, en la ejemplaridad de los cristianos. Si vivimos de verdad nuestra fe, el testimonio de nuestra vida aclarará muchos malentendidos y más tarde o más temprano convencerá a los hombres y mujeres que buscan la verdad. Comencemos por asegurar la Misa de los domingos. La marcha de los acontecimientos nos está pidiendo una clara definición de nuestra vida. En torno a la Misa dominical tiene que desarrollarse la vida espiritual de cada uno, la oración diaria, el esfuerzo por vivir en gracia de Dios, la celebración sacramental del arrepentimiento y del perdón. Y con la piedad personal, la comprensión y el ejercicio de la vida matrimonial y familiar según la voluntad de Dios, manifestada por Jesucristo y anunciada por la Iglesia. La familia cristiana, estable y fecunda, es signo elocuente de la fuerza humanizadora y santificadora del amor de Dios, presente y actuante en las raíces del amor humano. A partir de aquí podremos ofrecer el testimonio de una vida sobria, alegre, justa, generosa, amante y defensora de la vida y del mundo, sin desmayos, que busca de verdad el Reino de Dios y el bien de los hermanos, sin quedarse en apariencias engañosas o en intereses oportunistas. La verdad de Dios, respaldada por el testimonio de una vida sincera y santa, acaba abriéndose camino en todos los corazones Un verdadero testimonio de vida cristiana requiere la unidad en la fe, en la aceptación integral y equilibrada del evangelio de Jesús, tal como lo han vivido los santos, como lo anuncian y predican los pastores de la Iglesia, en comunión espiritual y visible con el Papa. La disidencia, las divisiones, las condescendencias injustificadas, debilitan la credibilidad del evangelio y dan argumentos a quienes, de una manera o de otra, pretenden ocultar la luz que ha venido a este mundo. En cambio, el testimonio visible de una vida santificada y sosegada por el Espíritu de Dios, puesta de verdad al servicio de los demás, vivida en una comunión cercana y universal, gozosa y esperanzada, serena y operante, en este mundo nuestro tan egoísta y dolorido, será la mejor apologética y el argumento más convincente.

3. En la respuesta al laicismo es importante que sepamos centrarnos en lo fundamental. No se trata de si los curas y los obispos mandamos mucho o poco, Ni resolveríamos nada con una Iglesia más tradicional o más moderna. La cuestión de fondo está en saber si hay Dios o no, si nuestra vida está presidida por un Alguien original, creador y providente, del cual nos habló Jesucristo de manera definitiva, o vivimos solos en el mundo, como dueños únicos y exclusivos de nuestra vida personal y colectiva. Lo que de verdad se debate en nuestra sociedad, aunque no se formule claramente, es, si para vivir auténticamente nuestra condición humana, tenemos que tener en cuenta la presencia del Dios de Jesucristo cerca de nosotros, o más bien hemos de prescindir de cualquier referencia religiosa como perteneciente a un estadio anterior del desarrollo humano. Centremos nuestro esfuerzo en ofrecer a nuestros conciudadanos la posibilidad de conocer a Dios mediante el testimonio de Jesús, y de aceptar su providencia, no como una amenaza para nuestra libertad, sino como la tierra firme que nos permite construir una vida verdaderamente personal y espiritual, en libertad y justicia, en amor fraternal y esperanza de eternidad. Anunciemos con humildad y claridad, con honestidad y respeto, nuestra manera de entender las cosas. No queremos imponer nada a nadie, pero tampoco podemos callar el evangelio de Jesús, ni podemos ocultar los signos de la presencia de Dios entre nosotros. Invitemos a los hombres y mujeres de buena voluntad a buscar con nosotros la verdad de nuestra humanidad en Jesucristo, como clave definitiva para la comprensión y el desarrollo de nuestra vida. Confiemos en la buena voluntad de los que viven fuera de la Iglesia. No neguemos a nadie la posibilidad de llegar al conocimiento y adoración del Dios de Jesucristo. Todos son hijos suyos. Por todos murió Cristo y a todos les llega la asistencia del Espíritu Santo. Esperemos con tranquilidad la hora de Dios. Si la luz de Dios vuelve a brillar en los corazones de los hombres y en el corazón de nuestra sociedad, todo resultará claro y aceptable. Sin esta aceptación cordial de Dios como fundamento y centro de la vida, ni la moral natural, ni las enseñanzas de la Iglesia ni la vida de los cristianas alcanzarán el reconocimiento y la estima que merecen.

4. Cuanto queda dicho son actuaciones puramente religiosas y en cierta manera internas a la vida de la Iglesia. Pero a la vez que miembros de la Iglesia, los cristianos somos miembros de la sociedad, ciudadanos como los demás, con los mismos derechos y las mismas obligaciones. Y es lógico que pretendamos influir en la marcha de los asuntos públicos y comunes según nuestras convicciones personales y comunitarias. Todos los miembros de la sociedad tienen que procurar el bien común según sus posibilidades personas e institucionales. También los cristianos. Y por supuesto, como todos los demás, según nuestra conciencia y nuestras propias convicciones. Es un derecho y una obligación. Dicen que si la Iglesia quiere influir en la política. Evidente. Al menos como cualquier otra institución. Pero la influencia de la Iglesia en la vida política no es de naturaleza política, sino eclesial, es decir, de naturaleza religiosa y moral. La Iglesia influye en la vida social y política, según su propia naturaleza, con sus actividades propias y, por supuesto, respetando las normas civiles comunes, legítimas y justas. Anunciando la doctrina de Cristo, educando las conciencias y animando a sus fieles a vivir santamente, la Iglesia influye en el comportamiento global de las personas, y de esta manera influye también en el ejercicio de sus actividades profesionales y en sus actividades sociales, públicas y políticas. Es cierto que la Iglesia, como comunidad religiosa que es, no interviene como tal en el desenvolvimiento técnico y directo de la vida política, pero sí interviene libremente en la formación de la conciencia social y moral de las personas que luego actúan en la vida política. La vida política, en su conjunto, la de los votantes y la de los dirigentes, es una actividad humana, personal y libre, cuya legitimación moral está en la promoción y defensa del bien público. Como actividad humana, toda acción política tiene que ser moral y justa y esta justicia no le puede venir en última instancia de sí misma, ni de los consensos circunstanciales o de las presiones de un grupo determinado, sino que le ha de venir de la conformidad con una referencia objetiva, ya sea de naturaleza religiosa o simplemente ética, que vincula la conciencia de todos los hombres, también de los políticos, y que radica en el ser mismo del hombre, de cada persona, considerado como creatura de Dios o como realidad última en el orden práctico a la que se le reconoce un valor absoluto. El reconocimiento de esta referencia moral es la garantía del respeto a la persona y a la sociedad, cuyos derechos no provienen de las instituciones políticas, sino que son anteriores y superiores a todas ellas, fundados en su propio ser y, para nosotros los creyentes, en la sabiduría y el amor de Dios. Un poder político, ejercido sin el reconocimiento de una norma moral objetiva, es un peligro gravísimo para el bien de la sociedad. Basta con repasar la historia del siglo pasado para comprenderlo. La Iglesia contribuye de forma importante a la clarificación y fortalecimiento de esta conciencia moral de los ciudadanos que quieren escucharla. No impone sino que propone. Y luego cada persona, también los cristianos, actúan en consecuencia. Así es como ella contribuye al bien común, también al bien común temporal y político, dentro de un marco legal estrictamente democrático. La lástima es que hoy, en España, muchos cristianos no actúan en la vida profesional y política de acuerdo con las exigencias de la fe. Decir esto no es volver a fórmulas superadas de clericalismo o de confesionalidad, no es fruto de añoranzas inconfesadas de épocas pasadas. Es simplemente animar a los cristianos a ofrecer a la sociedad los bienes de naturaleza moral y temporal que nosotros hemos descubierto gracias a la iluminación de la fe y a la primacía del amor al prójimo como norma suprema de comportamiento en el conjunto de nuestra vida personal, familiar, profesional, cultural y política. ¿Hay en esto algo contra las leyes de la democracia?

28 octubre 2004

ALGUNAS SUGERENCIAS PARA EDUCAR EN EL USO DE LA TELEVISIÓN

[El autor de este artículo indica algunas sugerencias que pueden ayudar a los padres a educar en el uso de la televisión, que es, tan sólo, un aspecto más de la educación de los hijos. No pretende que sean recetas mágicas pero sirven de pauta para un recto uso de la televisión por parte de los chicos.]

#029 ::Educare Categoria-Educacion

por ::Jesus Juan
_____________________________

A continuación se recogen algunas sugerencias que pueden ayudar a los padres a educar en el uso de la televisión, que es, tan sólo, un aspecto más de la educación de los hijos. No se pretende que sean recetas o fórmulas mágicas Hay que tener presente que, a veces, educar es enseñar a ir contracorriente. Entre otras sugerencias, cabe enumerar:

1. Establecer una programación de TV familiar.

• Acostumbrar a los hijos a que la TV no se enciende "para ver qué echan", sino para ver programas concretos.
• Para informarse de la programación puede ser útil acudir a publicaciones con buen criterio (Pantalla 90, Aceprensa, Mundo Cristiano, Arvo, boletines de Asociaciones de Telespectadores, etc.).
• En algunas familias ha resultado útil "pactar" con los hijos el número de horas a la semana que dedicarán a ver la TV (incluyendo en el mismo películas en video, videojuegos, etc.). El número adecuado de horas dependerá de 1a edad de los hijos y del propio criterio de los padres. (p.e. 10 horas semanales puede parecer bastante, pero al final esto se reduce a dos películas, un partido de fútbol y un capítulo de una serie). Cuando se empieza este sistema, es frecuente que los padres se den cuenta de que en su casa se veían más horas semanales de TV de las que se imaginaban.
• Además de "pactar" el n° de horas semanales de TV, es bueno fijar con los hijos los programas que quieren ver, y estar pendientes de la elección que hacen de los mismos.

2. Tener el aparato de TV sólo en la sala de estar y, en la medida de lo posible, enseñar a los hijos a no ver solos la TV.

3. Ver la TV con los hijos.

Dependiendo de la edad y de la madurez de los hijos, en alguna ocasión puede ser aconsejable ver con ellos algún programa en el que estén interesados y que a los padres no les parezca apropiado, para comentarlo y explicarles los motivos. Sin embargo, es preferible no ver estos programas con regularidad, aunque sea en compañía de los padres, por su gran capacidad "de enganche".

4. Utilizar con frecuencia el video para grabar los programas.

Algunos programas p.e. emisiones deportivas pueden perder interés si no se ven en directo, pero en el caso de las películas, series, documentales o programas de entretenimiento apenas altera su interés verlos en otro momento. Si se graban en video, esto facilita mucho la elección: se evitan los anuncios, se pueden pasar con facilidad las escenas inconvenientes, se elige el horario, etc. Requiere un poco de previsión, pero al final se ahorra mucho tiempo y uno elige realmente lo que quiere ver.

27 octubre 2004

SOBRE DETERMINADAS SERIES DE LA TELEVISIÓN, COMO "LOS SERRANO", "7 VIDAS", "AQUÍ NO HAY QUIEN VIVA", "ANA Y LOS 7", etc.

[En opinión del autor de este artículo, estas series de la televisión española tienen calidad técnica, son divertidas, cuentan con buenos actores, tienen "gancho" y presentan historias muy cercanas a la gente que hacen que el público sea especialmente permeable a sus mensajes. Sin embargo, desde el punto de vista educativo presentan con frecuencia serios inconvenientes. Muy interesante análisis para padres y educadores.]

#028 ::Educare Categoria-Educacion

por ::Jesus Juan
________________________

Desde el año 1992, las series de televisión de producción española han evolucionado considerablemente. En poco más de una década han pasado de ocupar un lugar secundario en la programación televisiva a ser líderes de audiencia.

Su calidad técnica ha mejorado considerablemente. Por lo general, cuentan con buenos actores, tienen "gancho" y presentan historias muy cercanas al espectador, que hacen que el público sea especialmente permeable a sus mensajes. Dosifican bien el ritmo narrativo. Utilizan recursos fáciles, pero bien llevados, e incorporan elementos de los "culebrones", la comedia española, los videoclips y la publicidad.

La mayor parte de estas series se dirigen a todos los públicos y, en términos generales, se las incluye entre los programas de calidad de las cadenas. Sin embargo, desde el punto de vista educativo presentan con frecuencia serios inconvenientes. A continuación se recogen algunas características más o menos comunes en este tipo de series:

1. Calidad técnica.

Cuentan con buenos actores y tienen "gancho". Dosifican bien el ritmo narrativo.
Por lo general, tienen bastante gracia, aunque en alguna ocasión se recurra a bromas un poco más zafias. Utilizan recursos fáciles, pero bien llevados, e incorporan elementos de los "culebrones", la comedia española, los videoclips y la publicidad.

2. Cercanía.

Presentan personajes, historias y situaciones muy cercanas al espectador.
Los capítulos se ruedan con gran proximidad a su fecha de emisión. Esto permite tener en cuenta las encuestas, las reacciones de la audiencia, etc.
El lenguaje, aunque en ocasiones pueda ser algo grosero, le da también una gran verosimilitud a las situaciones.
También se hacen referencias a las noticias de actualidad que están presentes en los medios de comunicación.
Si se sigue la serie, es fácil encariñarse con los personajes.

3. Temas.

Los temas son también muy cotidianos y cercanos al espectador: procuran tocar todas las cuestiones que puedan afectar a una familia española actual.
Tienen una importancia especial los temas afectivos: relaciones de amistad, enamoramientos, "ligues", celos, enredos, relaciones sexuales, etc.
Con frecuencia se ridiculiza a la Iglesia Católica y a la religión. No suelen ser ataques virulentos, sino caricaturescos. Presentan de modo amable modelos y conductas muy alejados de una visión cristiana de la vida. Al mismo tiempo, el tono de comedia suaviza la "agresividad" de los mensajes. Lo mismo sucede con la cercanía de los personajes: son de carne y hueso, con sus virtudes y defectos.
El enfoque es especialmente superficial en las cuestiones relacionadas con el amor humano (relaciones prematrimoniales, infidelidades, absolutización del sentimiento, sexo como juego, etc.).
A1 mismo tiempo, transmiten otros valores: capacidad de sacrificio por los amigos, sinceridad en los sentimientos, solidaridad, etc.
Se puede resumir la ética en el principio de "si bebes, no conduzcas", aplicado a todos los ámbitos de la vida. No se cuestiona el "si bebes", porque "todo el mundo lo hace", sino que se procura evitar el daño que esto pueda causar.

4. Tono sensual y frívolo; carencia de pudor.

Parte del éxito de estas series es que no caen en lo pornográfico, aunque incluyen escenas sensuales. De este modo se presentan como un producto "apto para todos los públicos".
Se suele insinuar más de lo que se muestra, pero la sensualidad y la frivolidad en los diálogos, modos de vestir y de comportarse, etc. son un ingrediente habitual.
La falta de pudor es llamativa en las conversaciones, modos de vestir, situaciones, etc, pero resulta fácil acostumbrarse a este tono y terminar viéndolo como algo "normal".

5. Sentimentalismo.

Forma parte del "gancho" de este tipo de series, y es eficaz con el público de cualquier edad, aunque su influencia es mayor con el público adolescente.
Utilizan recursos fáciles, pero eficaces: música romántica, cámara lenta, primeros planos de las actrices, etc. Se insiste mucho en la sinceridad de los sentimientos, convirtiendo esta cuestión en el núcleo de la conducta moral.

6. Gran permeabilidad por parte del público.

El fin de este tipo de series no es educar, sino entretener, y sin embargo precisamente por esto su influencia en el público, especialmente en los niños y en los adolescentes, es enorme.
Por la propia naturaleza del medio de comunicación audiovisual, su recepción suele ser bastante pasiva y sin apenas reflexión por parte del público general. No exponen teorías, cuentan historias. Las series reflejan la sociedad, y al mismo tiempo influyen en ella.

Conclusión:

Estas series tienen cierta calidad técnica, son divertidas y cuentan con buenos actores, pero con demasiada frecuencia su tono es frívolo y sensual, y presentan de modo amable y cercano modelos y conductas poco cristianos.
Tienen gran éxito en el público desde los diez o doce años en adelante. Actuando con sentido pedagógico no parece recomendable verla con los más pequeños, ni siquiera con comentarios de los padres. Con chicos de dieciséis o diecisiete años quizá un poco más jóvenes, según su grado de madurez podría ser ilustrativo ver algún capitulo en familia (mejor grabado en vídeo), para explicar los motivos por los que no parece conveniente ver estas series de modo habitual.

LA HORA DEL LAICO: UNA LLAMADA A DAR TESTIMONIO

[Publicado en «First Things», revista de religión y vida pública, en noviembre de 2002. Traducción al castellano realizada por los Servicios de Documentación Arvonet].

#026 ::Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Mary Ann Glendon
__________________________

A lo largo del siglo XX, los líderes de la Iglesia Católica suplicaron con creciente urgencia a los hombres y mujeres laicos, que fueran católicos más activos en la sociedad y --desde el Concilio Vaticano II-- que se involucraran más en los asuntos de la Iglesia. Esas súplicas encontraron una cálida respuesta entre los católicos norteamericanos de los años treinta, cuarenta y cincuenta. Pero, a medida que los católicos ganaban en poder económico e influencia, el apostolado laico se resentía, mientras que las nuevas oportunidades para servir a la Iglesia institucional que daban vacías. No resulta sorprendente que Juan Pablo II, con su historial de estrecha colaboración con hombres y mujeres laicos, haga frecuentes referencias al laicado, equiparándolo con un «gigante dormido». Durante décadas, el gigante parecía perdido en el sueño profundo de un adolescente. Ahora que el «gigante dormido» comienza a despertarse --debido al alcance que han tenido en la prensa las conductas sex uales de algunos clérigos-- empieza a parecer que el gigante tiene la fe de un preadolescente. Tras una larga espera, ¿podría ser esta la hora del laico?

El resurgir reciente que se ha producido en organizaciones laicales sugiere que ha llegado el momento de analizar, debido a lo mucho que se ha avanzado en los últimos años tanto a nivel económico como a nivel social, qué es exactamente lo que han entendido los católicos estadounidenses sobre la vocación laical. ¿Están los aproximadamente 63 millones de católicos --y que representan más de un quinto de la población-- evangelizando la cultura, tal y como ha de hacer cada cristiano, o la cultura les está evangelizan do a ellos? Dado que muchas veces los poetas y novelistas nos ayudan a ver las cosas de una forma nueva y con más claridad, propongo acercamos a esta cuestión a través del prisma de un observador literario del mundo moderno.

El protagonista de «El hablador», de Mario Vargas Llosa, es, en realidad, no tanto una persona sino más bien un grupo, una tribu nómada que habita en la selva. Los extranjeros la conocen como «los machiguengas», pero ellos se llaman a sí mismos «la gente que anda». El lector nunca llega a encontrarse con los machiguengas cara a cara; sólo sabemos de ellos a través del narrador, que intenta averiguar si existen. Nos dice que, desde tiempos inmemoriales, las historias y tradiciones de «la gente que anda» fueron recordadas, enriquecidas y transmitidas de generación en generación por «habladores» las personas que les recuerdan su historia. Esta historia ayudaba a la tribu a mantener su propia identidad --a seguir andando--, pasara lo que pasase, a través de muchos cambios y crisis de todo tipo. Pero a medida que la selva fue cediendo terreno a la agricultura y a la industria, los Machiguengas se dispersaron. Durante un tiempo, sus «habladores» viajaban de un núcleo familiar a otr o; y así se mantenían unidos. Los «habladores» eran «la savia viva que circulaba y convertía a los Machiguengas en una sociedad, en un pueblo de personas interconectadas e interdependientes». Pero los antropólogos creen que los «habladores» murieron, que los Machiguengas fueron absorbidos por pueblos y ciudades, y que sus historias sobreviven sólo para entretener. El narrador piensa de manera distinta, y el drama de la novela viene dado por el esfuerzo que hace para ver si realmente es verdad que un extraño pelirrojo, con el fin de que no pierdan su historia y el conocimiento de quienes son, se ha convertido en el «hablador» de los Machiguengas.

Este problema --el problema de cómo gentes dispersas recuerdan quiénes son y, por tanto, lo que les hace ser personas-- es el que está en el centro de las dificultades con las que se enfrenta la Iglesia (que podría ser traducida como la «gente-llamada-a estar unida») en Estados Unidos. Los católicos se constituyen como personas en virtud de la Historia de la salvación del mundo, y parte de esta Historia requiere que sean activos en el mundo, diseminando la Buena Nueva allá donde estén. La «gente-llamada-a estar unida» está llamada a dar testimonio, y a seguir dando testimonio pase lo que pase, dentro y fuera de temporada. ¿Cómo han cumplido los católicos esa historia viva a través de las crisis, los cambios, las tentaciones y las oportunidades con las que se han encontrado en el territorio de misión que es Estados Unidos?

Desde el principio, los católicos que llegaron a América del Norte eran extranjeros en una tierra protestante. En el momento de la fundación, varios estados habían establecido iglesias protestantes. El congregacionalismo era, por ejemplo, la religión oficial en Massachusetts hasta 1833; y en muchas ciudades de Nueva Inglaterra, la casa de reunión congregacional era el lugar del gobierno de la ciudad, así como el lugar donde el domingo se rezaba. De todas maneras, cuando Alexis de Tocqueville hizo un estudio del panorama social norteamericano en 1831, predijo que los católicos florecerían ahí. La creciente presencia católica sería beneficiosa para el experimento de autogobierno de la joven nación porque --argumentaba-- su religión les hacía ser «la clase más democrática en Estados Unidos» ya que impone las mismas exigencias a todos, ricos y pobres, y permite a sus seguidores libertad para actuar en la esfera política.

El visitante francés, un hombre con visión de futuro, nunca sospechó que se estaba formando una tormenta en el mismo momento en el que escribía esas palabras. No supo detectar el anticatolicismo, que se fundiría con el nativismo y que eructaría en violencia a medida que los inmigrantes católicos llegaban de Europa en número cada vez mayor. En 1834, en Boston --la ciudad que se consideraba la más civilizada de América--, una multitud airada quemó completamente un convento de Ursulinas mientras la policía y los bomberos se limitaban a mirar cómo se destruía el edificio. Tres años más tarde, un grupo de pirómanos destrozó la mayor parte de zona irlandesa de la ciudad. A lo largo del país se repitieron atrocidades similares. Pero la creciente economía demandaba mano de obra barata, y los inmigrantes no hacían más que llegar desde Irlanda, Italia, Alemania, la parte francesa de Canadá y Europa del Este. A principios del siglo XX, con sus doce millones de miembros, la Iglesia Catól ica era la comunidad religiosa más numerosa y la que crecía con mayor rapidez.

Luchando por sobrevivir en un ambiente hostil, los católicos inmigrantes construyeron sus propios colegios, hospitales y universidades. Aprovechando la tendencia natural de los americanos a asociarse, formaron innumerables organizaciones fraternales, sociales, de caridad y profesionales. Los protestantes tenían a los masones y a la Estrella del Este, y los católicos a los Caballeros de Colón y a las Hijas de Isabel. Con gran esfuerzo y sacrificio, construyeron, en palabras del historiador Charles Monis, «un estado virtual dentro de otro estado para que los católicos pudieran vivir la mayor parte de sus vidas bajo el calor y la protección de instituciones católicas». Desde sus barrios en las ciudades del norte, los recién llegados se involucraron en procesos políticos democráticos para ganar poder político a nivel estatal y local. Pero cuando Al Smith, el gobernador católico de Nueva York, se presentó a las elecciones presidenciales de 1928, se desencadenaron demostraciones an ticatólicas virulentas. El hecho de que perdiera de manera tan estrepitosa reforzó, durante los años treinta, cuarenta y cincuenta, la sensación de falta de integración de los católicos.

Curiosamente, cuando los católicos estaban menos integrados en la sociedad fue en el periodo en el que eran más activos --como católicos-- en el mundo. En 1931, en el cuarenta aniversario de la histórica encíclica social Rerum Novarum, Pío XI pidió ayuda a los católicos para que hicieran de contrapeso a la transformación comunista o fascista de la sociedad. «Hoy en día --escribió en Quadragesimo Anno--, como más de una vez en la historia de la Iglesia, nos enfrentamos con un mundo que en gran medida ha vuelto a caer en el paganismo». Dijo a los fieles católicos que «deberían dejar de lado sus luchas internas» para que cada persona pudiera desempeñar su papel «en lo que sus talentos, poder y estado permitan». De manera pacífica, pero de una forma militante para «la renovación cristiana de la sociedad humana» los laicos deberían ser los «apóstoles principales e inmediatos» en esa lucha.

La respuesta de los católicos en Estados Unidos fue todo lo positiva que el Papa hubiera podido desear. Fueron instrumentos para romper la influencia comunista en el movimiento obrero, y convirtieron al Partido Demócrata del norte urbano en el partido de vecinos, de la familia y del trabajador.

El filósofo español Jorge Santayana, que fue profesor en Harvard a principios del siglo XX, estaba intrigado por el contraste que él percibía entre una cultura americana boyante y optimista y la antigua fe católica, con su «gran desilusión por este mundo y su poca ilusión por el siguiente». En 1934 escribió que los católicos en Estados Unidos no tenían conflictos con sus vecinos protestantes porque «sus religiones respectivas pasan entre ellos como asuntos familiares privados y sagrados sin implicaciones políticas». Si Santayana hubiera pasado menos tiempo en Cambridge (Massachusetts) y más en Boston, se habría dado cuenta de que el catolicismo de las comunidades urbanas de inmigrantes no era --en modo alguno-- un asunto «privado»; simplemente, estaba impregnado en los barrios.

Fueron esas décadas en que los católicos estuvieron profundamente involucrados, como católicos, en la parroquia, en el trabajo y en el barrio. También fue un tiempo en el que la «gente-llamada-a estar unida» tuvo la fortuna de contar con multitud de «hablado res». En los colegios parroquiales, en la Eucaristía y en sus devociones, y también alrededor de sus mesas de cocina, a los católicos se les recordaba constantemente quiénes eran, de dónde venían y cuál era su misión en el mundo.

Pero como san Pablo dijo a los corintios, «tal y como lo conocemos, el mundo pasa». A medida que los católicos escalaban peldaños sociales, cambiaron sus viejos barrios por casas en las afueras de las ciudades. Los padres empezaron a mandar a sus hijos a colegios públicos y a universidades no católicas. Las vocaciones religiosas decrecieron. La movilidad social y geográfica diseminó las comunidades católicas de memoria y de ayuda mutua-- con la misma fuerza con que la agricultura y la industria le comió terreno a la selva de los machiguengas. Con la llegada de los años sesenta, la nación dentro de una nación se había disuelto, y la diáspora había empezado.

La «gente-llamada-a estar unida» se embarcó en lo que Monis describe con acierto como «un proyecto peligroso de cortar su conexión entre la religión católica y la cultura (...) individualista, que había sido siempre la fuerza de su dinamismo, su atractivo y su poder». La transición quedó simbolizada en la elección como presidente de John F. Kennedy, un católico muy integrado, que igualaba a los nativos en el vigor de su denuncia de ayuda pública a colegios parroquiales. La elección de 1960 enseñó a los descendientes de inmigrantes que todas las puertas estaban abiertas para ellos, siempre y cuando no fueran demasiado católicos.

Dos años más tarde comenzó el Concilio Vaticano II, el esfuerzo histórico de la Iglesia por afrontar las dificultades de llevar el Evangelio a las estructuras, cada vez más secularizadas, del mundo moderno. Los padres del Concilio entendiendo que la cooperación con el laicado resultaba crucial, enviaron mensajes claros y contundentes a hombres y mujeres laicos, recordándoles que son la primera línea de defensa en la misión de la Iglesia en la sociedad, y que, ahí donde se encontraran, tenían que hacer todo lo posible por «consagrar el mundo a Dios».

Pero lo que sucedía en Estados Unidos y en otros países desarrollados hacía más difícil que nunca que el mensaje pudiera llegar. La rotura de amarras en el campo sexual, el incremento de familias separadas y la entrada masiva de madres con niños pequeños al mundo laboral constituyó un experimento social masivo, una revolución demográfica sin precedentes para la que ni la Iglesia ni las sociedades afectadas estaban preparadas.

En esos años turbulentos, los católicos sufrieron presiones para tratar su religión como un asunto absolutamente privado y para que adoptaran un catolicismo parcial destinado a elegir con qué partes de la doctrina se que daban y cuales rechazaban. Muchos de sus «habladores» --teólogos, educadores religiosos y el clero-- sucumbieron a la misma tentación. En este contexto, era difícil que las exigentes demandas del Concilio Vaticano II se escucharan. Por si eso fuera poco, los buenos mensajes llegaron, en multitud de ocasiones, distorsionados. En su sentido más importante, las cuestiones más difíciles de resolver de los años posconciliares fueron las que trataban sobre cómo de lejos podían ir los católicos en su adaptación a la cultura existente y seguir siendo católicos.

Aunque la sociedad se secularizaba a pasos agigantados, algunos elementos del protestantismo se mantuvieron tan o más fuertes que nunca: individualismo radical, intolerancia con los que opinaban de manera distinta (dirigida hacia la disidencia de los dogmas seculares que reemplazaron al cristianismo como sistema de creencias de muchos) y una hostilidad permanente hacia los católicos. Para el católico que progresaba, integrarse en esta cultura significó ceder a un anticatolicismo en un grado que hubiera sorprendido a nuestros antecesores inmigrantes.

Pero eso es lo que hicimos demasiados de nosotros. En los años setenta, Andrew Greeley observó que, «de todos los grupos minoritarios en este país, los católicos son los menos preocupados por sus propios derechos y los que menos conciencia tienen de la discriminación persistente y sistemática en las altas esferas del mundo corporativo e intelectual».

En esta observación, así como en los casos sobre abusos sexuales de menores y en el incremento de la subcultura homosexual entre el clero, el Padre Greeley estaba en lo cierto. Hasta que mi marido, que es judío, me hizo reflexionar sobre este tema, siento decir que soy un ejemplo de ello. En los años setenta --yo daba clase en la Facultad de Derecho de Boston College--, durante las vacaciones de verano, alguien quitó los crucifijos de las paredes. Aunque la mayoría de los miembros del profesorado éramos católicos y el decano era un sacerdote jesuita, ninguno protestó. Cuando se lo conté a mi marido, no se lo podía creer. Me dijo: «Qué os pasa a los católicos? Si alguien hubiera hecho algo parecido con los símbolos judíos, habría habido un escándalo. ¿Por qué los católicos aceptáis estas cosas?».

Ese fue un momento de cambio para mí. Empecé a preguntarme: ¿Por qué nosotros los católicos aceptamos este tipo de cosas? ¿Por qué les damos tan poca importancia a temas relacionados con la fe por los que nuestros antepasados hicieron tantos sacrificios?

En muchos casos, la contestación tiene su base en la necesidad de progresar y de ser aceptados. Pero para la mayoría de los católicos de la diáspora americana, creo que el problema es más profundo: ya no saben hablar sobre lo que creen o por qué creen. La «gente-llamada-a estar unida» ha perdido su identidad y no sabe a qué está llamada.

También parece que han perdido muchas cartas. Uno se pregunta: ¿Cuántos católicos laicos han leído cualquiera de las cartas que los Papas les han enviado a lo largo de los años?, ¿cuántos católicos saben dar una explicación lógica sobre temas elementales sobre lo que enseña la Iglesia en materias cercanas a ellos, como la Eucaristía o la sexualidad, o qué decir del apostolado laico? Si son pocos los que pueden hacerlo, no será por falta de comunicaciones desde Roma.

Construyendo sobre la Rerum Novarum y sobre Quadragesimo Anno, los padres del Concilio Vaticano II recordaron a los fieles laicos que es responsabilidad suya la de «evangelizar los sectores familiares, sociales, profesionales, culturales y de la vida política».

Estos han sido temas constantes en el pontificado de Juan Pablo II. En Sollicitudo Rei Socialis, por citar un ejemplo, renovó la llamada para un apostolado social, enfatizando «el papel preeminente» de los laicos en la protección de la dignidad de la persona, y pidiendo «tanto a hombres como a mujeres (...) que estuvieran convencidos (...) de sus respectivas responsabilidades, y para dar testimonio --por la forma en la que viven como personas y como familias, por el uso de sus recursos, por su actividad cívica, por su contribución en decisiones económicas y políticas, y por su compromiso personal, a proyectos nacionales e internacionales-- las medidas inspiradas por la solidaridad y el amor y la preferencia por los más pobres».

En 1995, en Baltimore, el Papa dejó muy claras las implicaciones de una vocación laica para los americanos contemporáneos: «Algunas veces, ser testigos de Cristo significa extraer de una cultura el sentido más completo de sus intenciones más nobles (...). En otras ocasiones, ser testigos de Cristo significa hacerle frente a esa cultura, especialmente cuando la verdad sobre la persona humana está bajo asalto».

Ahora que el «gigante dormido» está empezando a dar signos de recobrar su conciencia católica, la Iglesia va a tener que aceptar que el laicado más educado de la historia ha olvidado gran parte de su historia. Ha olvidado de dónde vino. Entre tanto, al igual que con todo movimiento emergente de masas, los activistas con ideas claras sobre dónde quieren ir quieren asegurarse de que secuestran la fuerza del gigante para sus propios fines. En los últimos meses, los católicos han oído llamadas muy generales, pero estridentes, para que se produzcan «reformas estructurales» destinadas a conseguir «poder para los laicos» y para obtener mayor participación laica en los «poderes de decisión» internos de la Iglesia. El doctor Scott Appleby, por ejemplo, les dijo a los obispos americanos en su reunión del pasado junio que «no exagero al decir que el futuro de la Iglesia en este país depende de que compartáis autoridad con los laicos».

También se ha hablado mucho sobre la necesidad de una Iglesia Católica estadounidense más independiente. «Dejad que Roma sea Roma indicó Appleby. Además, tenemos al gobernador Frank Keating, elegido por los obispos para presidir el National Review Board, y que, sorprendentemente, anunció en su primera conferencia de prensa que, con respecto al papel del laicado, «Martin Lutero --el dirigente de la reforma protestante-- tenía razón». The Voice of The Faith ful, la organización formada en 2002 por varios grupos de la burguesía de Boston, señala como su misión la de «facilitar una voz orante, atenta al espíritu, a través de la cual los fieles puedan participar activamente en el gobierno y dirección de la Iglesia Católica’ (Una no tiene más remedio que preguntarse qué espíritus han sido consultados cuando el dirigente de ese grupo presumió, con gran exaltación, en el Boston Globe, de que «la corriente principal católica en Estados Unidos, los sesenta y cuatro millones» hablaba a través de la convención de The Voice of the Faithful el pasado mes de julio).

Hasta la fecha, no hay signos de que ninguno de estos vocales tenga la sensación de que la labor principal de los Evangelios sea precisamente decirles a los cristianos lo que tienen que hacer en esta vida. Incluso el ya fallecido cardenal Basil Hume, que favoreció reformas en materias de Iglesia, hizo todo lo posible por alertar a un grupo reformador anterior, el Common Ground Initiative, contra «el peligro de concentrar demasiada vida dentro de la Iglesia»: «Sospecho --dijo en relación a la necesidad de evangelizar-- que es un truco del demonio para confundir a la gente de buena voluntad al liarles la cabeza en temas obtusos y difíciles con el fin de que se olviden de que el papel esencial de la Iglesia es evangelizar».

Al dejar fuera del cuadro la evangelización y el apostolado social, muchos laicos de prestigio están promoviendo algunos errores bastante básicos: que la mejor forma para que el laicado sea activo requiere estudiar términos de gobierno de la Iglesia; que la Iglesia y sus estructuras son equivalentes a agencias del gobierno o compañías privadas; que hay que mirar con desconfianza a la Iglesia y a sus ministros; y que la Iglesia necesita estar supervisada por reformadores seglares. Si esas actitudes toman cuerpo, harán que sea muy difícil para la Iglesia salir de esta crisis y progresar sin comprometer sus enseñanzas o su libertad para ejercer su misión, la cual está garantizada constitucionalmente.

Mucho de lo que se comenta en la calle refleja, simplemente, que, con el declive de las instituciones católicas, la experiencia real de apostolado laico ha desaparecido de la vida de la gran mayoría de los católicos --con la aceptación de que en la práctica ya hay una complementariedad entre las distintas actuaciones de los miembros del cuerpo místico de Cristo--. Es de sentido común el que la gran mayoría de nosotros, los laicos, estamos idealmente equipados para cumplir nuestra vocación en los lugares donde vivimos y trabajamos. Precisamente porque estamos presentes en todas las ocupaciones seglares que los padres del Concilio Vaticano II enfatizaron, nuestra «misión especial» para tomar una mayor parte activa, de acuerdo con nuestros talentos y conocimientos, en la explicación y defensa de los principios cristianos y en su aplicación a los problemas de nuestro tiempo. Juan Pablo II elaboró este tema en Christifideles Laici, donde señaló que esto será posible en sociedades secularizadas sólo «si los fieles saben cómo superar la separación existente entre el Evangelio y la realidad de sus vidas, para, una vez más, tomar en su vida diaria, en sus familias, su trabajo, y la sociedad en la que se desenvuelven una unidad de vida que se manifiesta por la inspiración y fuerza del Evangelio».
Esos son los mensajes principales de todas esas cartas que la mayoría de nosotros no ha leído o contestado. Y esos son los mensajes que están tan notablemente ausentes de los comunicados de los dirigentes de grupos laicos que se han formado en los últimos meses.

A medida que se fueron olvidando las experiencias del apostolado laico vivido, el ministerio laico --entendido como la actividad realizada por aquellos que proclaman las lecturas en la santa misa o ayudan a distribuir la comunión llevarían al cristianismo americano aquellas visiones mucho antes de que nos diéramos cuenta la mayoría de nosotros-- se expandió en los años posteriores al Concilio Vaticano II Por ello, no sorprende que muchos católicos piensen que la manera principal para ser activos como católicos es participar en la vida interna de la Iglesia. Da la sensación de que los que clamaban para este tipo de participación están asaltando una puerta abierta. La Iglesia lleva tiempo suplicando a hombres y mujeres laicos para que den un paso al frente y asuman posiciones a todos los niveles. Nadie debería quejarse, seamos claros, de que los obispos y sacerdotes sean reticentes a la hora de ceder puestos de responsabilidad a disidentes que quieren utilizar dichos puestos para cambiar enseñanzas básicas de la Iglesia.

Ningún buen pastor va a invitar a los lobos a cuidar su rebaño. Ni que decir tiene que la Iglesia deberá realizar reformas estructurales con el fin de ir más allá de la presente crisis, y muchas de las llamadas de reforma vienen de hombres y mujeres bien intencionados. La gran mayoría de los católicos está acertada y profundamente preocupada por las recientes revelaciones de abusos sexuales por parte de algunos miembros de el clero; quieren hacer algo para solucionar la tragedia que han traído los sacerdotes infieles; y se aferran a los eslóganes que hay en el aire. Pero los eslóganes sobre «reforma estructural» y «reparto de poder» tienen su propio origen. Personas de mayor edad y miembros de una generación de teorías fallidas --políticas, económicas y sexuales-- han saltado sobre la presente crisis como su última oportunidad para transformar el catolicismo americano en algo más compatible con el espíritu de la época de su juventud. Es, como apunta Michael Novak, su última o portunidad de ir a tirar el muro. Escritores del Sur como Flannery O’Connor y Walker Percy vieron adónde.

El antihéroe de la obra de O’Connor Wise Blood se ubica como un predicador de la Iglesia de Cristo Sin Cristo. La novela escrita en 1971 por Percy, Love in the Ruins, está ambientada en una época no muy lejana, cuando la Iglesia Católica se divide en tres partes: la Iglesia Patriótica, con sus oficinas principales en Cicero, Illinois, donde el himno nacional se toca en el momento de la elevación de la Sagrada Forma; la Iglesia Católica Reformada Holandesa, fundada por varios sacerdotes y monjas que se marcharon para casarse; y «lo que queda de la Iglesia Católica, un pequeño grupo esparcido geográficamente sin un lugar claro adonde ir». Aunque la realidad no ha llegado, afortunadamente, a este punto, hay que hacer notar que los temas más sobresalientes de los autonombrados portavoces durante la crisis de 2002 han ido en estas direcciones: el deseo de tener una Iglesia americana libre de autoridad jerárquica y el deseo de un magisterio a medida, libre de las duras enseñanzas e n relación al sexo y al matrimonio.

Entre tanto, al igual que el apóstol Pablo, Juan Pablo II sigue mandando esas cartas resistentes, recordándonos a los que con generosidad llama «fieles» que los cristianos no tienen que conformarse con el espíritu de los tiempos, que han de buscar lo que es bueno, gustoso y perfecto ante Dios. Por enésima vez, explica que «no es cuestión de inventar un programa nuevo. El programa ya existe: el plan es el que encontramos en el Evangelio y en la Tradición viva; es el mismo de siempre».
Cabría pensar que, como mínimo, estos mensajes los recogerían aquellos católicos cuya profesión es, precisamente, mediar entre las verdades que son «las de siempre y siempre nuevas» bajo condiciones sociales nuevas. Pero el hecho es que demasiados teólogos católicos, educados en facultades de Teología sin denominación alguna, han recibido poca base en su propia tradición. Demasiados materiales de educación religiosa están impregnados de rabia y fracasos por parte de quienes, en su día, fueron sacerdotes y monjas que trabajaron en editoriales religiosas porque su formación les permitía poco más. Y demasiados obispos y sacerdotes han dejado de predicar la Palabra de Dios en su contenido más pleno, incluidas las enseñanzas más difíciles de seguir en una sociedad hedonista y materialista.

El abandono de sus obligaciones por parte de demasiados habladores ha dejado a un número excesivo de padres de familia mal equipados para poder luchar con competidores más poderosos en la formación de las almas de sus hijos: los colegios gubernamentales (agresivamente seculares) y una industria del entretenimiento que disfruta enormemente eliminando cualquier trazo de catolicismo. No pretendo sugerir que los fallos de teólogos, educadores religiosos, obispos y sacerdotes excusen fallos en los laicos. Lo que sí quiero apuntar es que estamos en el principio de una monumental crisis de formación.

El Padre Richard John Neuhaus ha dicho que la crisis de la Iglesia Católica en 2002 tiene tres facetas: fidelidad, fidelidad y fidelidad. Tiene razón al enfatizar que la falta de fidelidad ha llevado a la Iglesia en Estados Unidos a una triste situación. Pero también hay que decir que estamos pagando el precio por otro desastre tridimensional: formación, formación y formación. Falta de formación de nuestros teólogos, de nuestros educadores religiosos y, por tanto, de padres y madres de familia.

Los altavoces de la cultura de la muerte han subido el volumen a la hora de explotar la debilidad de la Iglesia, que ha sido, consistentemente, su enemigo más poderoso y temido. Hace más o menos treinta años, aparecieron con uno de los eslóganes más destructivos jamás inventados: «Personalmente, estoy en contra de [aborto, el divorcio, la eutanasia ...], pero no puedo imponer mis opiniones a otros».

Este eslogan es la anestesia moral que ofrecen quienes están preocupados por la de cadencia moral, pero que no saben cómo exponer sus puntos de vista, especialmente en público. Sólo más recientemente algunos católicos, protestantes y judíos han dado un paso al frente para aclarar que, cuando en la vida pública los ciudadanos de una república democrática hacen comentarios religiosos basados en puntos de vista morales, no están imponiendo nada a nadie. Están proponiendo. Esto es lo que ha de ocurrir bajo nuestra forma de gobierno. Los ciudadanos proponen, dan razones, deliberan, votan. Es una doctrina siniestra la que intenta silenciar sólo los puntos de vista morales que tienen una base religiosa.

Pero la anestesia fue eficaz a la hora de silenciar el testimonio de innumerables hombres y mujeres de buena voluntad. Y, por supuesto, el eslogan fue un éxito para políticos cobardes y faltos de principios.

En este momento, la persona que, conocedora de que el analfabetismo en materia de fe ha sido siempre común, podría preguntar, «¿Por qué precisamente ahora hay urgencia para la formación?». La respuesta es que la escasa formación presenta un peligro especial, precisamente ahora, en una sociedad en la que los católicos han perdido gran parte de su apoyo, y en donde la educación en otras áreas es avanzada. Si la educación religiosa se queda atrás en relación con la educación secular a nivel general, los cristianos están perdidos en la defensa de sus creencias incluso ante sí mismos. Van a sentirse incapaces cuando se enfrenten a un secularismo y a un relativismo tan extendidos en nuestra cultura.

Resulta irónico, dada su rica herencia intelectual, que tantos católicos se sientan incapaces de responder incluso a las formas más simplistas del fundamentalismo secular que prevalece entre la clase con educación media. Tradicionalmente, ha sido una de las glorias de su fe que los católicos puedan dar razones para las posiciones morales que mantienen, razones accesibles a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, de otras creencias o de aquellos que no creen. Hace tiempo, santo Tomás de Aquino escribió: «Enseñad a aquellos que escuchan para que lleguen a un nivel de conocimiento de la verdad concebida. Aquí uno ha de apoyarse en argumentos que pongan a prueba las raíces de la verdad y hacer que las personas entiendan que lo que se les dice es verdad; de otra manera, si el maestro decide una cuestión simplemente por su autoridad, el que escucha (...) no adquirirá ningún conocimiento ni entendimiento y se marchará vacío».

Santo Tomás inspiró a Bartolomé de las Casas, que denunció la esclavitud y proclamó la humanidad completa de los aborígenes en el siglo XVI, sin apoyo directo de la Revelación, Y en la Universidad de Princeton, Robert George hace hoy lo mismo en su defensa filosófica de la vida humana desde el momento de su concepción hasta el momento de su muerte natural.

Recientemente, el Dr. John Haas, presidente del Centro de Bioética Católica Nacional, se reunió con un conocido científico que está involucrado en la clonación humana. En el transcurso de esa reunión, el científico le dijo a Haas que la formación que había recibido de pequeño había sido protestante evangélica, pero que hubo un momento en «el que supe que tenía que decidirme entre la religión y la ciencia, y opté por la ciencia» La respuesta del doctor Haas fue, obviamente, «pero si no tiene que elegir...». Y como buen evangelizador que es, comenzó a exponer las enseñanzas de Fides et Ratio. Una reunión de treinta minutos duró varias horas.
Juan Pablo II anima a los católicos a seguir ese tipo de ejemplos cuando dice en Novo Millennio Ineunte: «Para que el testimonio cristiano sea eficaz, especialmente en (...) áreas delicadas y controvertidas, es importante que se haga un esfuerzo especial para explicar bien las razones de la posición de la Iglesia, dejando muy claro que de lo que se trata no es de imponer una visión basada en la fe a los no creyentes, sino de interpretar y defender los valores centrales de la naturaleza de la persona».

Para explicar las razones, parece lógico, uno ha de conocerlas. «No tengáis miedo» no significa «No estéis preparados».

Ya es hora de que los católicos (no sólo en Estados Unidos) reconozcamos que hemos hecho poco caso a las obligaciones que tenemos en virtud de nuestra herencia intelectual, de la que somos custodios para futuras generaciones. La pregunta de por qué hemos fallado en mantener esa tradición en los acontecimientos humanos y científicos de nuestros días --como hizo santo Tomás en su momento-- es materia para otra ocasión. Baste decir ahora que, en el siglo XX, ese fue el proyecto de Bernard Lonergan y otros, pero que su trabajo ha tenido pocos adeptos. El diagnóstico de Andrew Greeley es duro: «El catolicismo estadounidense no intentó tener esperanza en el intelectualismo; más bien encontró el intelectualismo duro y decidió no intentarlo».

Quizá Greeley es demasiado severo, pero parece difícil no estar de acuerdo con el teólogo Frederick Lawrence cuando dice que «la actividad en la Iglesia en la esfera educativa no está dejando de manifiesto que la fuerza básica del cristianismo católico está en armonía con el intelectualismo más completo y, ni que decir tiene, que la vida intelectual es parte integral de la misión de la Iglesia». Lawrence va más allá cuando señala que «la Iglesia hoy necesita proclamar de manera clara y en voz alta que el entendimiento del orden natural del cosmos en las ciencias humanas y físicas, así como en filosofía y teología, es parte de apreciar el Verbo cósmico de Dios expresado en la Creación. Es parte intrínseca de la totalidad de la mente y el corazón católicos».

Los católicos estadounidenses necesitan volver a dedicarse al apostolado intelectual, no sólo para realizar la misión de la Iglesia, sino por un país al que, de manera peligrosa, parecen importarle poco los cimientos morales sobre los que dependen nuestras libertades. Tocqueville tenía razón cuando dijo que el catolicismo puede ser bueno para la democracia americana, pero que eso sólo puede ocurrir si el catolicismo es fiel a sí mismo.
¿Es posible que la actividad laical producida por los escándalos de 2002 sea el principio de una época de reforma auténtica y de renovación? Si uno tiene esperanza, se pueden divisar algunos signos positivos. Varias asociaciones laicales recientemente constituidas, por ejemplo, están formando grupos de estudio para leer documentos de la Iglesia, encíclicas y el Catecismo.

El signo más prometedor de que vienen tiempos mejores es la generación creciente de católicos jóvenes, que lo son sin mayores respetos humanos; y eso incluye a muchos sacerdotes, que han sido inspirados por la heroica vida y las enseñanzas de Juan Pablo II.

Entre tanto, el mundo tal y como lo conocemos, pasa. El panorama demográfico en Estados Unidos está siendo, una vez más, transformado por la inmigración, esta vez principalmente del Sur. La gran mayoría de estos recién llegados han sido formados en las culturas católicas de América Central, del Sur y del Caribe. Es verdad que muchos han olvidado su pasado pero, a pesar de ello, tienen una forma católica de ver la realidad, de mirar a la persona y a la sociedad. Con las tasas de natalidad actuales, Estados Unidos será el país con la tercera población católica más numerosa del mundo, después de Brasil y México.

En la primavera de 2002, mientras los miembros de The Voice of The Faithful debatían sobre la financiación de la Iglesia y su gobierno, los católicos latinos de Boston mantenían vigilias de oración para reafirmar la solidaridad de todos los miembros del cuerpo místico de Cristo --hombres y mujeres, ricos y pobres, clérigos y laicos y, sí, las víctimas y sus abusadores--.

Allá donde quiera que se encuentren los hijos e hijas de la diáspora católica estadounidense, un hecho es cierto: la «gente-llamada-a estar unida» busca el hilo conductor de su historia, aquello que les permita dar sentido a sus vidas. La mujer en el autobús que, ávidamente, lee en el periódico de la mañana su horóscopo, busca darle sentido a su vida; el profesor que idolatra esta u otra ideología, busca un credo, un porqué y para qué vivir.

Las encuestas de opinión que nos dicen que la mayoría de los americanos creemos que el país vive en un declive moral, no sienten que puedan «imponer» su moralidad a otros y justifican esta conclusión que aflige a la gente de buena voluntad en momentos en que «a los mejores les falta convicción, mientras que los peores están llenos de pasión».

¿Que pasaría si los fieles católicos de la diáspora recordaran y abrazaran la herencia que les pertenece? ¿Que pasaría si volviéramos a descubrir lo novedoso de nuestra fe y su poder para juzgar la cultura que nos rodea? ¡Menudo despertar tendría el «gigante dormido»! A Juan Pablo II le gusta repetir a los jóvenes: « sois lo que deberíais ser --es decir, si vivís vuestro cristianismo sin condiciones--, encenderíais el mundo!».

¿Es un sueño pensar que, a pesar de estar dispersos, la «gente-llamada-a estar unida» podría redescubrir la novedad dinámica de su fe? Los miembros de las grandes organizaciones laicas de la Iglesia piensan que no. Aunque la movilidad ha aguado la vitalidad de muchas parroquias, ha habido un gran crecimiento --principalmente, fuera de Estados Unidos por ahora-- de asociaciones laicales, programas de formación y movimientos eclesiales. Estos grupos, tan variados en sus carismas, tan ricos en contadores de historias, están facilitando un camino para que los católicos estén en contacto unos con otros y con su tradición bajo condiciones de diáspora. Juan Pablo II ha reconocido los grandes éxitos de estos grupos en el área de formación y ha animado a sus hermanos en el episcopado y a los sacerdotes a que aprovechen en su totalidad el potencial que tienen para la renovación personal y eclesial.

Hasta hace poco, al igual que la mayoría de los católicos estadounidenses, mi conocimiento del número y de la variedad de estos movimientos era relativamente limitado. Fue a raíz de servir en el Consejo Pontificio de Laicos cuando he podido conocer grupos como Comunión y Liberación, la Comunidad de San Egidio, Foccolare, el Camino Neo-Catecumenal, Opus Dei y Regnum Christi, y conocer a muchos de sus dirigentes y de sus miembros. ¡Menudo contraste entre estos grupos que trabajan en armonía con la Iglesia y organizaciones que definen sus objetivos en términos de poder! No sorprende a nadie que cuanto más fieles y vibrantes son las grandes organizaciones laicales, más son atacadas por sus disidentes y aquellos que están en contra de los católicos. Pero los ataques no parecen importarles, ya que saben quiénes son y adónde van.

Finalmente, una de las grandes bendiciones de tener un Papado y un Magisterio es que nos aseguran que la historia de la «gente-llamada-a-estar-unida» se preservará, incluso en los momentos más difíciles.

En «El hablador» de Vargas Llosa, un extranjero visita a los machiguengas dispersos, un hombre que está tan enamorado de la «gente-que-anda» y de sus historias, que se convierte en su «hablador». Pasa mucho tiempo en la carretera, viajando de familia en familia, llevando noticias de un lugar a otro, «recordando a cada miembro de la tribu que los demás están vivos, que, a pesar de las grandes distancias que los separan, aún forman una comunidad, comparten una tradición y creencias, antepasados, tristezas y alegrías». Entre las muchas razones para alegrarse del largo pontificado de Juan Pablo II es que, al igual que los «habladores» más extraordinarios, ha sabido mantener la historia de su gente radiantemente viva, llevándola a todos los rincones de la tierra en uno de los momentos más oscuros de la humanidad.