29 marzo 2008

LA PASIÓN DE CRISTO Y LA LENGUA ESPAÑOLA

[Sobre la literatura española dice Diego Quiñones:"...no se entiende sin lo que constituye su esencia y existencia por tradición cultural: el Cristianismo. Este es un dato objetivo minuciosamente estudiado por la Historia de la Literatura."

Manuel Casado publicó un artículo en ABC el Viernes Santo (21-III-2008), con el título “La Pasión y la Lengua Española”. Habla del lenguaje y de la impronta que la fe ha dejado en tantos modos de expresarse de la gente de la calle.

Dice entre otras cosas: “La temprana evangelización de los habitantes de Hispania (…) tuvo repercusiones de gran calado en las diferentes manifestaciones de la actividad lingüística, bien creando palabras nuevas, bien dando nuevo significado a las existentes. (…) Apenas hay esfera de la vida en la que no haya dejado su impronta la fe y el modo de vivir de los cristianos. (…) Los personajes y acontecimientos de los Libros Sagrados –tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento- pasaron a formar parte del acervo idiomático de andar por casa.”

Y después de poner múltiples ejemplos de la vida ordinaria, concluye con estas ideas: “Nos preocupa, con razón, la falta de competencia lingüística de amplios sectores de la población joven. (…) Es posible, en cambio, que nos cause menos desazón la ignorancia de las raíces cristianas de nuestra cultura y civilización. Pero no nos engañemos: no se puede separar la lengua y la cultura; la civilización y el idioma que le ha servido de cauce expresivo durante siglos.”

Reproducimos a continuación el artículo de Manuel Casado.]


# 433 Varios Categoria-Varios: Etica y antropología



por Manuel Casado Velarde, Catedrático de Lengua española

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Todo lo que forma parte de la vida, creencias y afanes de las sociedades humanas acaba por dejar huella en su lenguaje y afectar a sus maneras de expresarse. Lo que es tanto como decir, con Heidegger, que influye en el modo de estar las personas instaladas en el mundo.

La temprana evangelización de los habitantes de Hispania, cuyo comienzo se remonta a la época apostólica –pensemos en Santiago el Zebedeo-, tuvo repercusiones de gran calado en las diferentes manifestaciones de la actividad lingüística, bien creando palabras nuevas, bien dando nuevo significado a las existentes: empezando por la denominación de las nuevas realidades que anunciaba el Evangelio -Mesías o Cristo, apóstol, obispo, bautismo, misa, domingo, pascua, iglesia, penitencia, ángel, demonio, cementerio… - y siguiendo por la antroponimia (nuevos nombres de personas), e incluso la misma toponimia (múltiples ciudades llamadas Santiago o Santa Cruz, San Juan, San Pedro, San Francisco, San Antonio, Santa Olalla, Santillana ‘Santa Juliana’, Los Ángeles, Valdeiglesias, Baselga ‘basílica’, Chavela ‘capilla’, Dueñas ‘, dominas, monjas’, Covadonga ‘cueva de la Señora’, Fuensanta, etc., que luego siguieron su camino a América), apenas hay esfera de la vida en la que no haya dejado su impronta la fe y el modo de vivir de los cristianos: saludos y despedidas, calendario, festividades, edificaciones, patronos, romerías, gastronomía (ej. huesos de santos), indumentaria, etc.

Y, como no podía ser menos, los personajes y acontecimientos de los Libros Sagrados –tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento- pasaron a formar parte del acervo idiomático de andar por casa. Por referirme sólo a personas o hechos asociados con las conmemoraciones que celebramos los cristianos en la Semana Santa, sirvan de ejemplo comparaciones como más falso que Judas, llorar como una magdalena o más alegre o contento que unas pascuas; enunciados o frases como ir de Herodes a Pilato (o salir de Herodes para meterse en Pilato), lavarse las manos (como el gobernador romano), estar hecho un ecce homo, armar o montar el cirio, ser alguien un cirineo, o un Barrabás, hacer una barrabasada, stabat Mater; vocablos como Dolorosa, resurrección, hosanna, aleluya, escriba, fariseo…; o interjecciones como ¡por los clavos de Cristo! y ¡(y) santas pascuas!

Para referirnos a lo que se nos hace costoso o nos produce dolor, la lengua española nos proporciona expresiones fraseológicas que incluyen palabras como Calvario o Gólgota, Getsemaní, via crucis. Sólo para el vocablo cruz el Diccionario común de la Academia registra más de cuarenta frases o locuciones. El rótulo latino de la cruz (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum), reducido a las iniciales inri –la madre de todas las siglas que vendrían a lo largo de los siglos, en particular en ese siglo de siglas que fue el siglo XX-, campa en la difundida locución para más (mayor) inri. ¿A quién, con un mínimo bagaje cultural, no le resultan familiares los nombres de, además de los ya citados Judas, Cirineo, Pilato o Barrabás, Verónica, Anás, Caifás, Nicodemo, José de Arimatea, etc.? ¿O no le traen sabores de consuelo la última cena, el buen ladrón, Betania, Emaús o la Pascua?

Nos preocupa, con razón, la falta de competencia lingüística de amplios sectores de la población joven. No hace falta que, de pascuas a ramos, nos lo recuerden los informes PISA. Es posible, en cambio, que nos cause menos desazón la ignorancia de las raíces cristianas de nuestra cultura y civilización. Pero no nos engañemos: no se puede separar la lengua y la cultura; la civilización y el idioma que le ha servido de cauce expresivo durante siglos. En Europa, en España, la incompetencia acerca de los valores religiosos que han configurado su vivir durante siglos se traduce en incompetencia lingüística, por no traer aquí a colación el inmenso mundo de las Bellas Artes, que se torna opaco en buena parte cuando se desconocen los referentes religiosos. ¿Más motivos para ponderar la importancia del conocimiento de la religión cristiana?

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