05 enero 2008

LA GRAN ESPERANZA

[Reproducimos dos comentarios a la segunda Encíclica de Benedicto XVI, "Spe Salvi": uno ha sido publicado por el periodista Juan José García-Noblejas en su blog Scriptor; el otro, se publicó en La Gaceta y su autor es el filósofo Alejandro Llano.

Con la salvación, dice el Papa, "se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino".

Los cristianos “tienen un futuro, saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. El Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva".

Copio un párrafo del artículo de Alejandro Llano: "El ambiente bronco y violento que tantas veces impregna la sociedad actual no surge de crispaciones coyunturales ni encuentra su remedio en leyes coercitivas. Lo que el pesimismo colectivo denota es un déficit de esperanza, fomentado por quienes pretenden organizar la vida común con horizontes secularizados y, a la postre, materialistas. No hay remedios automáticos para las patologías sociales más acuciantes. Si las personas van perdiendo la visión de las dimensiones trascendentes, no tienen mucho que esperar. Y la amargura suele desembocar en un enfrentamiento que no acepta conciliaciones banales."

A su vez, en el artículo de Juan José García-Noblejas se dice entre otras muchas cosas: "
Parece que sobrevuela el pensamiento de San Agustín, y está claro el razonamiento en torno a las enormes deficiencias y puntos de falibilidad de la revolución francesa ilustrada y la revolución marxista, como fuentes de esperanza para el ser humano." (...) "Parecía de entrada un texto más bien teórico y académico. Hay que rendirse a la evidencia de que Benedicto XVI, además de ser un intelectual, es un pastor, y un hombre que entiende muy bien la dimensión social de las personas y de los tiempos que corren."]


# 420 Varios Categoria-Varios: Etica y antropología

por
Juan José García-Noblejas y Alejandro Llano
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¿QUÉ HACER PARA QUE SURJA ALREDEDOR LA ESPERANZA?

por Juan José García-Noblejas


Al comenzar a leer, recién salida, la nueva Encíclica de Benedicto XVI, "Spe Salvi (facti sumus)" (en castellano: "En esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros"), me vino a la memoria una anécdota de Juan Pablo II.

En una ocasión, Juan Pablo II concedió una entrevista a la BBC. El periodista le explicó las exigencias de brevedad en televisión y le dijo ¿Santidad, podría explicarme, en pocas palabras, qué es la Iglesia? Juan Pablo II contestó –sonriente- que, puestos a ser breves para decir qué es la Iglesia, le bastaba con una sola palabra: “salvación”.

Así que la nueva Encíclica trata básicamente de esperanza y salvación. De Dios y la Iglesia. Y desde luego, hay muchas cosas que atraen la atención en sus 50 puntos y 40 notas, que en la versión impresa ocupan 77 páginas.

El detalle de los asuntos destacados está en la prensa, y también en el resumen del Vatican Information Service.

Cabe observar algunas constantes que -como advierte John Allen- forman parte del pensamiento de Benedicto XVI: la mutua necesidad de fe y razón, la imposibilidad de hacer un orden social justo sin referencia a Dios, la urgencia de no entender la escatología ("el nuevo Cielo y la nueva tierra") en términos exclusivamente políticos, concebir la verdad objetiva como el límite real para las ideologías, etc.

Llama la atención, por ejemplo, leer que:
  • “Un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza".
  • El Papa observa que "El restablecimiento del "paraíso" perdido, ya no se espera de la fe" sino de los progresos técnicos y científicos, de los que surgirá "el reino del hombre". La esperanza se transforma de ese modo en "fe en el progreso" asentada sobre dos columnas: la razón y la libertad, que parecen garantizar de por sí, en virtud de su bondad intrínseca, una nueva comunidad humana perfecta".
  • El error fundamental de Marx está en que "ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad. Ha olvidado que la libertad es siempre libertad, incluso para el mal. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo: en efecto, el hombre no es sólo el producto de condiciones económicas y no es posible curarlo sólo desde fuera, creando condiciones económicas favorables".
  • Jesús no traía "un mensaje socio-revolucionario" (...) Lo que Jesús había traído "era algo totalmente diverso: (...) el encuentro con el Dios vivo, (...) el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud".
  • Cristo nos hace libres verdaderamente: "No somos esclavos del universo" y "de las leyes y de la casualidad de la materia". (...) Somos libres porque "el cielo no está vacío", porque el Señor del universo es Dios, que "en Jesús se ha revelado como Amor".
  • Cristo es el "verdadero filósofo" que nos dice "quién es en realidad el hombre y qué debe hacer para ser verdaderamente hombre". "Él indica también el camino más allá de la muerte; sólo quien es capaz de hacer todo esto es un verdadero maestro de vida". Y nos ofrece una esperanza que es al mismo tiempo espera y presencia: porque "el hecho de que este futuro exista cambia el presente".
Parece que sobrevuela el pensamiento de San Agustín, y está claro el razonamiento en torno a las enormes deficiencias y puntos de falibilidad de la revolución francesa ilustrada y la revolución marxista, como fuentes de esperanza para el ser humano.

De todos modos, hay además algo que me llama poderosamente la atención, quizá bajo el prejuicio o el prurito personal de la comunicación. Algo que tiene que ver con la fuerza del lenguaje y algo que -en el último párrafo de la Encíclica- destaca la dimensión social de las personas:
  • Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente. De este modo, podemos decir ahora: el cristianismo no era solamente una «buena noticia», una comunicación de contenidos desconocidos hasta aquel momento. En nuestro lenguaje se diría: el mensaje cristiano no era sólo «informativo», sino «performativo». Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva.
  • Nadie vive solo (…) Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí. Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi salvación personal.
Parecía de entrada un texto más bien teórico y académico. Hay que rendirse a la evidencia de que Benedicto XVI, además de ser un intelectual, es un pastor, y un hombre que entiende muy bien la dimensión social de las personas y de los tiempos que corren.

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LA GRAN ESPERANZA

por Alejandro Llano


Qué me cabe esperar? Ésta es la pregunta decisiva que toda persona se hace a lo largo de su vida. Representa un interrogante acerca del sentido de nuestra existencia y del destino que nos aguarda. La formuló Immanuel Kant hace más de dos siglos y encuentra hoy una luminosa respuesta en Spe salvi, la encíclica sobre la esperanza que acaba de publicar Benedicto XVI. Lo que todos esperamos es vivir. Por eso la muerte se presenta ante nosotros como una profunda quiebra en la que parece que nuestras expectativas se hunden. Pero, bien pensado, lo que de verdad queremos no es una indefinida prolongación de los días del calendario. Aspiramos a más. El objeto de nuestro deseo es una vida plena, en la que —como dice el Papa-—“la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos a la totalidad”. Anhelamos sumergirnos en “el océano del amor infinito”, en la inmensidad del ser, desbordados por la alegría. Y esto, lo sabemos bien, no es algo que nos quepa alcanzar en esta vida.

Se trata de un tema perfectamente serio, que escritores superficiales están tratando de manera frívola. Hay razones filosóficas que fundamentan rigurosamente la realidad de la inmortalidad del alma. Pero, sobre todo, nos cabe esperar en la vida eterna gracias la confianza cierta que nos ofrece la fe en Jesucristo, muerto y resucitado por amor.

No se trata de una salvación individualista. Nadie se salva solo, así como nadie puede ser libre por su cuenta. La vida humana es un entramado de libertades que únicamente se pueden conciliar si todos aspiramos concertadamente a un bien solidario. Nada hay menos humano ni menos cristiano que el atomismo social, imperante en las ideologías de la modernidad. No es cierto que, si todos buscan su beneficio egoísta, lo que resulte sea el interés general.

Pero también se han mostrado vanas las promesas del colectivismo revolucionario, que pretendía establecer el reino del hombre sobre la tierra. El teólogo Joseph Ratzinger sabe que un mundo sin Dios es un mundo sin libertad y no promete, en modo alguno, un mundo bueno. Los cráneos apilados de Pol Pot ofrecen el icono de muerte al que da culto el totalitarismo marxista. “Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida”. Y por eso se muestran tan insuficientes las propuestas postmarxistas de Horkheimer, Adorno o Bloch.

La gran esperanza es la que mueve y anima las pequeñas esperanzas. El amor personal, los empeños profesionales, la propia pugna política, el trabajo que mejora la sociedad y protege la tierra… todas esas realidades humanas son excelentes siempre que no se absoluticen y, en lugar de señalar caminos, se constituyan en barreras que obstaculizan y separan. Quien sabe esto, no ignora la clave del optimismo. Quien lo ignora, está abocado a la congoja.

El ambiente bronco y violento que tantas veces impregna la sociedad actual no surge de crispaciones coyunturales ni encuentra su remedio en leyes coercitivas. Lo que el pesimismo colectivo denota es un déficit de esperanza, fomentado por quienes pretenden organizar la vida común con horizontes secularizados y, a la postre, materialistas. No hay remedios automáticos para las patologías sociales más acuciantes. Si las personas van perdiendo la visión de las dimensiones trascendentes, no tienen mucho que esperar. Y la amargura suele desembocar en un enfrentamiento que no acepta conciliaciones banales.

Cada persona esperanzada es, ella misma, un foco de esperanza. El que vive para los otros ofrece continuamente salidas a los aparentes callejones sin salida. Todo gesto de solidaridad y de ayuda es algo así como una bocanada de aire fresco en un ambiente enrarecido. Aunque hoy día las cosas no se presenten fáciles para quienes proponen una visión religiosa del mundo, su aportación es decisiva para la sociedad. Porque la religión es la clave de toda cultura y pieza imprescindible de una educación que no se reduzca a ese adiestramiento que termina por revelarse como ramplón y estéril.

Benedicto XVI traza en un panorama grandioso y realista, tan alejado de las utopías de la liberación como del consumismo que pone su corazón en satisfacciones inmediatas. Este horizonte trascendente confiere peso y valor a cada una de las actuaciones humanas que, como ya apunta el diálogo Gorgias de Platón, serán tenidas muy en cuenta al final. El Romano Pontífice no vacila a la hora de afirmar que el argumento más fuerte en favor de la vida eterna es precisamente el de la necesidad de un restablecimiento de la justicia que abarque todo el arco de la historia. Los débiles encontrarán satisfacción de los atropellos sufridos, mientras que el cinismo del poder no se dará por bueno. Pero el balance definitivo no anuncia temor sino amor. Sólo el amor salva. Sin menoscabo de la justicia, lo que nos espera es la misericordia.

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