14 octubre 2006

LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN Y LA IRRACIONALIDAD

[Seguimos con Ciencia y Fe. En concreto con la teoría de la evolución y el mensaje cristiano; prolonga de algún modo el artículo anterior con la entrevista al Dr. Francis Collins.

Como es bien sabido, el evolucionismo es utilizado por los materialistas como un arma para combatir el cristianismo: algunos piensan que con la teoría de la evolución es innecesario e incluso imposible admitir la existencia de Dios, del gobierno divino del mundo, de un plan divino acerca del ser humano, y de la existencia de dimensiones espirituales en la persona humana.

Sin embargo, el Papa Juan Pablo II -en continuidad con el Magisterio pontificio precedente- ha recordado en varias ocasiones que no existen obstáculos entre la teoría de la evolución y la fe en la creación, si se las entiende correctamente.

Queda claro que «entender correctamente» significa admitir que las dimensiones espirituales de la persona humana exigen una intervención especial por parte de Dios, una creación inmediata del alma espiritual.

El mismo Juan Pablo II enseñaba en su catequesis: Por tanto, se puede decir que, desde el punto de vista de la doctrina de la fe, no se ven dificultades para explicar el origen del hombre, en cuanto cuerpo, mediante la hipótesis del evolucionismo. Es preciso, sin embargo, añadir que la hipótesis propone solamente una probabilidad, no una certeza científica. En cambio, la doctrina de la fe afirma de modo invariable que el alma espiritual del hombre es creada directamente por Dios. O sea, es posible, según la hipótesis mencionada, que el cuerpo humano, siguiendo el orden impreso por el Creador en las energías de la vida, haya sido preparado gradualmente en las formas de seres vivientes antecedentes. Pero el alma humana, de la cual depende en definitiva la humanidad del hombre, siendo espiritual, no puede haber emergido de la materia.

Un análisis sobre el evolucionismo ya fue tratado por extenso en este blog por el Prof. Mariano Artigas (cfr. #200), pero es oportuno volver ahora sobre el tema con ocasión de la catequesis de Benedicto XVI en Alemania.

En la homilía del día 12 de septiembre, en la explanada de Isling (Ratisbona), decía el Papa entre otras cosas:

  • Creemos en Dios. Esta es nuestra opción fundamental. Pero, nos preguntamos de nuevo: ¿es posible esto aún hoy? ¿Es algo razonable? Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se dedica con empeño a buscar una explicación del mundo en la que Dios sería superfluo. Y si eso fuera así, Dios sería inútil también para nuestra vida. Pero cada vez que parecía que este intento había tenido éxito, inevitablemente resultaba evidente que las cuentas no cuadran. Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin él no cuadran. En resumidas cuentas, quedan dos alternativas: ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático, así como el hombre y su razón. Esta, sin embargo, no sería más que un resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo, también algo irracional.
  • Los cristianos decimos: "Creo en Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra", creo en el Espíritu Creador. Creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad. Con esta fe no tenemos necesidad de escondernos, no debemos tener miedo de encontrarnos con ella en un callejón sin salida. Nos alegra poder conocer a Dios. Y tratamos de hacer ver también a los demás la racionalidad de la fe, como san Pedro exhortaba explícitamente, en su primera carta (cf. 1 P 3, 15), a los cristianos de su tiempo, y también a nosotros.
  • Creemos en Dios. Lo afirman las partes principales del Credo y lo subraya sobre todo su primera parte. Pero ahora surge inmediatamente la segunda pregunta: ¿en qué Dios? Pues bien, creemos precisamente en el Dios que es Espíritu Creador, Razón creadora, del que proviene todo y del que provenimos también nosotros.

Para ver el texto completo de esa homilia del Papa basta pulsar aquí.

Reproducimos un artículo de Juan Luis Lorda que glosa este texto y que fue publicado en el Diario de Navarra (16-IX-2006).

#346 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Juan Luis Lorda

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El viaje a Alemania de Benedicto XVI, como cabía esperar, ha sido la ocasión de varios discursos muy significativos. El mismo Papa que, al principio de su pontificado, no quería señalar cuál iba a ser su programa, ha aprovechado todas las ocasiones importantes para hablar de las cuestiones que le interesan, que son las grandes cuestiones del debate intelectual.

El día 12, en Ratisbona, pronunció una homilía sobre la creación del mundo. Y tuvo un discurso académico, en la Universidad donde fue Vicerrector, sobre las relaciones entre fe y razón. El tema tiene enorme actualidad.

En 1859, Darwin publicó El origen de las especies. Y casi un siglo después, hacia 1960, dos ingenieros de la compañía Bell, sin saberlo, dieron con la prueba de la explosión inicial del universo (Big Bang). La teoría de la evolución cambió nuestra concepción sobre el origen del hombre. Y la teoría del Big Bang cambió nuestra idea sobre el origen del mundo.

Si juntamos las dos teorías, resulta una especie de proceso que comienza con la explosión original, hace más de 14.300 millones de años, y que produce toda la realidad que conocemos, hasta la criatura más compleja, que es el hombre, y el objeto más complejo del universo, que es el cerebro.

La Teoría de la evolución fue saludada por muchos pensadores materialistas como la demostración de que el hombre es sólo materia. En cambio, la teoría del Big Bang acabó con la ilusión materialista de la materia eterna, que “ni se crea ni se destruye”. Por supuesto la materia se destruye y se degrada en energía. Pero, además, toda la materia que conocemos actualmente en todas sus formas, ha emergido y se ha constituido a partir de la explosión original. Y esto necesita algún tipo de explicación.

Y aquí está el quid de la cuestión. Quienes quieren seguir siendo materialistas defienden que la explosión y todo lo que ha venido después es un proceso sin ninguna lógica. Es decir, que no hay ninguna mente detrás, que todo es fruto ciego del azar. Y niegan que la evolución tenga ningún sentido. Es una apuesta por el absurdo.

El argumento que le gusta repetir a Benedicto XVI es que si el proceso es irracional, entonces la razón humana, que es resultado de ese proceso, es fruto de la irracionalidad. Curiosa paradoja: una razón que procede de la sinrazón. Esto recuerda el prólogo del Quijote y el argumento con el que se volvió loco.

Que ha habido casualidad en la formación del universo es evidente. Hoy mismo la casualidad, el azar, pequeñas causas imprevisibles dominan, por ejemplo, el tiempo atmosférico, y muchas circunstancias de la vida. Siempre ha habido casualidad.

Pero hay que tener cuidado con este argumento. Si un día paseamos por el campo y metemos el pie en un hoyo donde encontramos un tesoro; la casualidad explica que encontremos el tesoro, pero no explica la existencia del tesoro. De forma paralela, la casualidad ha podido tener un papel en la aparición de las formas superiores de la vida, pero no las explica. La casualidad puede dar ocasión a que se manifiesten las leyes y las estructuras del mundo, pero no explica las leyes y las estructuras del mundo.

Esta es hoy la cuestión más importante de la filosofía de la ciencia: la emergencia del orden y de las propiedades. Para los que son creyentes, la existencia de orden y belleza en el universo es una huella de la sabiduría del Creador. De un creador de las leyes y de las formas, que ha creado el mundo contando también con el azar para desarrollarlo.

En este proceso, que pasa desde una explosión inicial de energía a la aparición de todas las formas y las leyes de la física, a la formación de las peculiares condiciones de la tierra, a la aparición de las formas de vida y al desarrollo de toda la escala hasta el hombre, ha habido mucha casualidad. Pero las leyes, las formas, las estructuras, las propiedades y la razón humana no se explican por la casualidad. Lo racional no se explica por lo irracional. La razón no puede basarse en la sinrazón. La inteligencia tiene que basarse en la inteligencia.

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