BENEDICTO XVI, EN VALENCIA
[La ciudad de Valencia ha recuperado ya su estado normal después del V Encuentro Mundial de las Familias (EMF).
Benedicto XVI permaneció 26 horas en tierras valencianas, desde su llegada el sábado 8 al aeropuerto de Manises, a las 11:22 minutos, hasta las 13 horas del domingo 9, en que regresó a Roma.
Para los que valoran las cifras, la magnitud de este EMF se puede ver reflejado en algunos datos significativos, entresacados entre otros muchos:
- Más de 8.000 policías velaron por la seguridad del Papa, autoridades y peregrinos durante el EMF.
- 200 miembros de las fuerzas armadas y 10.000 voluntarios de distintas procedencias colaboraron también en la seguridad.
- Más de 4.000 periodistas fueron acreditados por la Organización para cubrir este acontecimiento.
- Se instalaron 50 pantallas gigantes, desde el Paseo de la Alameda hasta la Ciudad de las Artes y las Ciencias.
- El "presbiterio" donde Benedicto XVI celebró la Misa tenía una superficie de 2.700 metros cuadrados .
- Más de 50 cardenales, 450 obispos y 3.000 sacerdotes de los cinco continentes, participaron en la multitudinaria Misa.
- Más de un millón de fieles de todo el mundo asistieron en esa Misa celebrada por el Papa el domingo 9 de julio.
- Más de 1.000 personas, entre médicos, enfermeros y voluntarios, participaron en el dispositivo sanitario.
- Más de 2.000 grifos de agua ayudaron a los peregrinos a combatir el fuerte calor.
Quien no acierte a verlo así, quizá sea porque carezca de las suficientes luces intelectuales y éticas como para valorar rectamente una cuestión de tanta trascendencia antropológica y sociológica. Cuando uno habla, por ejemplo, del peligro ecológico y del daño que hace al mundo el agujero de ozono, a nadie se le ocurre gritar diciendo que es intolerante por defender el mundo y la atmósfera; ni tampoco le dice que se calle, porque la libertad prevalece por encima de todo y uno quema un bosque si así le viene en gana... ¡Faltaría más: no se le ocurra tocar el bosque! Pues algo parecido pasa con la "gripe aviar" y pasa también con el "agujero familiar" del que estamos hablando: nada tienen que ver ni con la tolerancia, ni con la libertad, sino que son peligros evidentes que afectan gravemente —de distinto modo y en diverso grado— a la entera sociedad humana.
Como se dice en un reciente documento del Consejo Pontificio de la Familia —«Familia y procreación humana»— que fue presentado el pasado 6 de junio: "(...) hoy el hombre se ha vuelto un gran enigma para sí mismo y vive la crisis más aguda de toda la historia en su dimensión familiar: la familia es objeto de ataques como nunca en el pasado; los nuevos modelos de familia la destruyen; las técnicas de procreación arrojan por la ventana el amor humano; las políticas del control de natalidad conducen al actual 'invierno demográfico' ".
Hace unos días el Cardenal Herranz respondía a la pregunta ¿quién inventó la familia?. Entresacamos lo más sustancioso de lo que dijo:
- ... el Cristianismo no ha creado la familia. La familia la encontramos en todos los pueblos y culturas de todos los tiempos.
- La familia, unión del hombre y la mujer en matrimonio con la consiguiente procreación y educación de los hijos, está inscrita en la naturaleza humana y por ello es común a toda la humanidad. La familia es pues una institución natural.
- ... en la familia está ya en germen la sociedad, y ésta se fundamenta sobre la familia. (...) Es su propia naturaleza la que lleva al hombre a vivir en familia, y en familia a constituir sociedades.
- ... la familia es el lugar insustituible para la transmisión de la vida, futuro de los pueblos: el hecho es que sólo es fecunda la unión del hombre y la mujer.
- La unión de hombre y mujer en orden a la procreación de nuevas personas, necesita la estabilidad de un hogar para el bien de los hijos. Los niños, en efecto, tienen el derecho de nacer y ser educados con la referencia segura de un padre y una madre comprometidos entre sí para siempre por el matrimonio.
- ... la fe que profesamos los cristianos nos lleva ciertamente a defender pública y privadamente la familia; también porque sabemos que cada fiel cristiano puede hacer mucho en favor de la familia, y que ninguno debe quedarse cruzado de brazos. Menos aun en países democráticos que tienen el deber de poner en el centro de sus sistemas jurídicos los verdaderos protagonistas: la persona humana, con su dignidad inviolable, y la familia, con su verdadera identidad antropológica.
Si desean descargar los textos íntegros del Papa , pueden hacerlo aquí en los formatos PDF o PDB (para Palm o Pocket).]
#328 Hogar Categoria-Matrimonio y Familia
por S.S. Benedicto XVI
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- Sabéis que sigo de cerca y con mucho interés los acontecimientos de la Iglesia en vuestro País, de profunda raigambre cristiana y que tanto ha aportado y está llamada a aportar al testimonio de la fe y a su difusión en otras muchas partes del mundo. Mantened vivo y vigoroso este espíritu, que ha acompañado la vida de los españoles en su historia, para que siga nutriendo y dando vitalidad al alma de vuestro pueblo. [1]
- Seguid, pues, proclamando sin desánimo que prescindir de Dios, actuar como si no existiera o relegar la fe al ámbito meramente privado, socava la verdad del hombre e hipoteca el futuro de la cultura y de la sociedad. [1]
- Movidos por vuestra solicitud pastoral y el espíritu de plena comunión en el anuncio del Evangelio, habéis orientado la conciencia cristiana de vuestros fieles sobre diversos aspectos de la realidad ante la cual se encuentran y que en ocasiones perturban la vida eclesial y la fe de los sencillos. [1]
- La familia es el ámbito privilegiado donde cada persona aprende a dar y recibir amor. Por eso la Iglesia manifiesta constantemente su solicitud pastoral por este espacio fundamental para la persona humana. [2]
- La familia es una institución intermedia entre el individuo y la sociedad, y nada la puede suplir totalmente. Ella misma se apoya sobre todo en una profunda relación interpersonal entre el esposo y la esposa, sostenida por el afecto y comprensión mutua. Para ello recibe la abundante ayuda de Dios en el sacramento del matrimonio, que comporta verdadera vocación a la santidad. [2]
- La familia es un bien necesario para los pueblos, un fundamento indispensable para la sociedad y un gran tesoro de los esposos durante toda su vida. Es un bien insustituible para los hijos, que han de ser fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. Proclamar la verdad integral de la familia, fundada en el matrimonio como Iglesia doméstica y santuario de la vida, es una gran responsabilidad de todos. [2]
- El padre y la madre se han dicho un "sí" total ante de Dios, lo cual constituye la base del sacramento que les une; asimismo, para que la relación interna de la familia sea completa, es necesario que digan también un "sí" de aceptación a sus hijos, a los que han engendrado o adoptado y que tienen su propia personalidad y carácter. [2]
- Junto con la transmisión de la fe y del amor del Señor, una de las tareas más grandes de la familia es la de formar personas libres y responsables. Por ello los padres han de ir devolviendo a sus hijos la libertad, de la cual durante algún tiempo son tutores. Si éstos ven que sus padres -y en general los adultos que les rodean- viven la vida con alegría y entusiasmo, incluso a pesar de las dificultades, crecerá en ellos más fácilmente ese gozo profundo de vivir que les ayudará a superar con acierto los posibles obstáculos y contrariedades que conlleva la vida humana. [2]
- Transmitir la fe a los hijos, con la ayuda de otras personas e instituciones como la parroquia, la escuela o las asociaciones católicas, es una responsabilidad que los padres no pueden olvidar, descuidar o delegar totalmente. [2]
- Este encuentro da nuevo aliento para seguir anunciando el Evangelio de la familia, reafirmar su vigencia e identidad basada en el matrimonio abierto al don generoso de la vida, y donde se acompaña a los hijos en su crecimiento corporal y espiritual. De este modo se contrarresta un hedonismo muy difundido, que banaliza las relaciones humanas y las vacía de su genuino valor y belleza. [2]
- Invito, pues, a los gobernantes y legisladores a reflexionar sobre el bien evidente que los hogares en paz y en armonía aseguran al hombre, a la familia, centro neurálgico de la sociedad, como recuerda la Santa Sede en la Carta de los Derechos de la Familia. El objeto de las leyes es el bien integral del hombre, la respuesta a sus necesidades y aspiraciones. [2]
- La criatura concebida ha de ser educada en la fe, amada y protegida. Los hijos, con el fundamental derecho a nacer y ser educados en la fe, tienen derecho a un hogar que tenga como modelo el de Nazaret y sean preservados de toda clase de insidias y amenazas. [2]
- Deseo referirme ahora a los abuelos, tan importantes en las familias. Ellos pueden ser -y son tantas veces- los garantes del afecto y la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir. Ellos dan a los pequeños la perspectiva del tiempo, son memoria y riqueza de las familias. Ojalá que, bajo ningún concepto, sean excluidos del círculo familiar. Son un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe ante la cercanía de la muerte. [2]
- Ningún hombre se ha dado el ser a sí mismo ni ha adquirido por sí solo los conocimientos elementales para la vida. Todos hemos recibido de otros la vida y las verdades básicas para la misma, y estamos llamados a alcanzar la perfección en relación y comunión amorosa con los demás. La familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral. [3]
- Cuando un niño nace, a través de la relación con sus padres empieza a formar parte de una tradición familiar, que tiene raíces aún más antiguas. Con el don de la vida recibe todo un patrimonio de experiencia. A este respecto, los padres tienen el derecho y el deber inalienable de transmitirlo a los hijos: educarlos en el descubrimiento de su identidad, iniciarlos en la vida social, en el ejercicio responsable de su libertad moral y de su capacidad de amar a través de la experiencia de ser amados y, sobre todo, en el encuentro con Dios. Los hijos crecen y maduran humanamente en la medida en que acogen con confianza ese patrimonio y esa educación que van asumiendo progresivamente. De este modo son capaces de elaborar una síntesis personal entre lo recibido y lo nuevo, y que cada uno y cada generación está llamado a realizar. [3]
- En el origen de todo hombre y, por tanto, en toda paternidad y maternidad humana está presente Dios Creador. Por eso los esposos deben acoger al niño que les nace como hijo no sólo suyo, sino también de Dios, que lo ama por sí mismo y lo llama a la filiación divina. Más aún: toda generación, toda paternidad y maternidad, toda familia tiene su principio en Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. [3]
- Venimos ciertamente de nuestros padres y somos sus hijos, pero también venimos de Dios, que nos ha creado a su imagen y nos ha llamado a ser sus hijos. Por eso, en el origen de todo ser humano no existe el azar o la casualidad, sino un proyecto del amor de Dios. Es lo que nos ha revelado Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y hombre perfecto. Él conocía de quién venía y de quién venimos todos: del amor de su Padre y Padre nuestro. [3]
- La fe no es, pues, una mera herencia cultural, sino una acción continua de la gracia de Dios que llama y de la libertad humana que puede o no adherirse a esa llamada. Aunque nadie responde por otro, sin embargo los padres cristianos están llamados a dar un testimonio creíble de su fe y esperanza cristiana. [3]
- Con el pasar de los años, este don de Dios que los padres han contribuido a poner ante los ojos de los pequeños necesitará también ser cultivado con sabiduría y dulzura, haciendo crecer en ellos la capacidad de discernimiento. De este modo, con el testimonio constante del amor conyugal de los padres, vivido e impregnado de la fe, y con el acompañamiento entrañable de la comunidad cristiana, se favorecerá que los hijos hagan suyo el don mismo de la fe, descubran con ella el sentido profundo de la propia existencia y se sientan gozosos y agradecidos por ello. [3]
- La familia cristiana transmite la fe cuando los padres enseñan a sus hijos a rezar y rezan con ellos (cf. Familiaris consortio, 60); cuando los acercan a los sacramentos y los van introduciendo en la vida de la Iglesia; cuando todos se reúnen para leer la Biblia, iluminando la vida familiar a la luz de la fe y alabando a Dios como Padre. [3]
- La Iglesia no cesa de recordar que la verdadera libertad del ser humano proviene de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por ello, la educación cristiana es educación de la libertad y para la libertad. [3]
- Para avanzar en ese camino de madurez humana, la Iglesia nos enseña a respetar y promover la maravillosa realidad del matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, que es, además, el origen de la familia. Por eso, reconocer y ayudar a esta institución es uno de los mayores servicios que se pueden prestar hoy día al bien común y al verdadero desarrollo de los hombres y de las sociedades, así como la mejor garantía para asegurar la dignidad, la igualdad y la verdadera libertad de la persona humana. [3]
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Referencias:
[1] Del mensaje a los obispos españoles, Valencia, 8-VII-2006
[2] Del discurso en la clausura del V EMF, Valencia, 8-VII-2006
[3] De la homilía en la Santa Misa, Valencia, 9-VII-2006
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