28 enero 2006

EL PORQUÉ DE UNA ENCÍCLICA

[La caridad es un mandato imperativo de Jesucristo y, al mismo tiempo, es el signo que permite descubrir a Dios en la Iglesia. El autor de este artículo hace un breve y lúcido comentario sobre el núcleo central de la primera Encíclica de Benedicto XVI.

Entresacamos algunas ideas:

  • Hay argumentos filosóficos para demostrar la existencia de Dios y son valiosos. Pero la existencia de Dios se muestra, sobre todo, en los cristianos que viven dándose a los demás. En el amor a Dios que lleva al amor al prójimo. Es lo que quiere provocar Benedicto XVI con esta Encíclica.
  • Toda la segunda parte de la Encíclica trata de cómo hacer bien este amor por los más necesitados. Con un compromiso auténtico. Pero sin confundir la misión de la Iglesia con la política. Sin dejarse llevar por ideologías. Sin limitarse a una labor asistencial externa, sino llegando a la persona concreta.
  • La primera parte, en cambio, trata del amor en general. Es la base teórica. Sintetiza espléndidamente la reflexión sobre el amor humano y la caridad cristiana.
  • Parte del estudio del amor como fenómeno humano. Con la belleza que tiene, con las promesas que encierra. Y explica de qué manera el auténtico amor no se queda sólo en el arrebato pasional, que es pasajero, sino que llega a descubrir la persona del otro y, por eso, conduce a la entrega. (...) Hay allí en su núcleo una teoría sobre el amor matrimonial.
Publicado hoy en el Diario de Navarra (28-I-2006)]

#269 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Juan Luis Lorda, Profesor de Teología de la Universidad de Navarra
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Benedicto XVI ha advertido desde el principio que no pensaba escribir mucho. Sobre todo, porque ya hay muchos documentos de Juan Pablo II, que han tratado por extenso casi todos los puntos importantes de la fe cristiana. ¿Por qué, entonces, esta encíclica? y ¿por qué sobre la caridad?Se podría contestar con el título de un libro. Es del teólogo suizo Von Balthasar: Sólo el amor es digno de fe. Ahí está la clave. Al Papa Benedicto XVI le toca alentar la nueva evangelización que ha predicado Juan Pablo II. La evangelización del mundo moderno. Pero ¿cómo va a creer este mundo que, en mucha parte, ha dejado de creer? ¿Qué es lo que le puede acercar de nuevo a la fe cristiana?

No hace falta inventar nada. Basta recordar lo que dijo Jesucristo: «En eso conocerán que sois mis discípulos». Muchos que han perdido la fe cristiana o tienen una visión crítica, la descubrirán de nuevo, si contemplan en vivo lo que es el amor de Dios. Sólo el amor es digno de fe, sólo el amor es creíble. No las palabras. No las buenas intenciones. No los simples gestos.

Desde el principio, la tarea de anunciar el mensaje de Cristo va acompañada de la solicitud por los más desfavorecidos. Esa caridad es un mandato de Cristo y, al mismo tiempo, es un signo cristiano. El signo que permite descubrir a Dios en la Iglesia. Hay argumentos filosóficos para demostrar la existencia de Dios y son valiosos. Pero la existencia de Dios se muestra, sobre todo, en los cristianos que viven dándose a los demás. En el amor a Dios que lleva al amor al prójimo. Es lo que quiere provocar Benedicto XVI con esta Encíclica.

Toda la segunda parte de la Encíclica trata de cómo hacer bien este amor por los más necesitados. Con un compromiso auténtico. Pero sin confundir la misión de la Iglesia con la política. Sin dejarse llevar por ideologías. Sin limitarse a una labor asistencial externa, sino llegando a la persona concreta. Son muy interesantes las consideraciones sobre la justicia y la caridad. Y sobre el voluntariado cristiano, que se apoya en la oración.

La primera parte, en cambio, trata del amor en general. Es la base teórica. Y se nota mucho el pasado teológico de Benedicto XVI. Sintetiza espléndidamente la reflexión sobre el amor humano y la caridad cristiana que ha tenido lugar en el siglo XX. Las reflexiones que allí se hacen no son cualquier cosa y tienen muchos grandes libros detrás, aunque no se citen.

Benedicto XVI parte del estudio del amor como fenómeno humano. Con la belleza que tiene, con las promesas que encierra. Y explica de qué manera el auténtico amor no se queda sólo en el arrebato pasional, que es pasajero, sino que llega a descubrir la persona del otro y, por eso, conduce a la entrega. El eros que se convierte en agapé. El amor arrebatado que se convierte en darse. Hay allí en su núcleo una teoría sobre el amor matrimonial.

Sobre esa base, explica cómo se ha manifestado el amor de Dios en la historia. En la Biblia, se manifiesta un Dios que ama al hombre. Y llega a su plenitud en Cristo. En las palabras y en la entrega de Cristo se descubre, cómo es el amor de Dios. Ese es el amor que tienen que vivir los cristianos. Un amor que viene de Dios, pero que se enraíza en las mayores aspiraciones humanas. Allí se unen la primera y la segunda parte de la encíclica.

El amor no es un tema más. Es el más importante para la vida humana. La aspiración más profunda y la experiencia más gozosa: amar y ser amados. También es lo que más se echa en falta y lo que más duele cuando no sale bien. Esta primera parte tiene una rara profundidad y merece una reflexión.

Hace unos años el entonces cardenal Ratzinger decía que le fe cristiana brilla con dos grandes testimonios. El primero es la santidad, la caridad heroica de los santos. Y el segundo es la belleza del arte cristiano que rodea la liturgia. Los dos son signos de Dios y llevan a Dios. En esta encíclica ha tratado de la caridad. Me atrevo a pensar que habrá una segunda que tratará de la belleza en la liturgia.

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