03 octubre 2005

SABER Y PENSAR

[Publicamos un texto del profesor González-Simancas que trata sobre el arte de enseñar a pensar, que no otra cosa es la verdadera educación intelectual. Así dice: "se tiende a separar el saber del pensar en la práctica de la enseñanza en el aula, desconectando indebidamente lo que son dos aspectos importantes de todo aprendizaje." Y más adelante: "saber supone conocer acabadamente los contenidos de un tema, de un área o de varias, de modo que formen un todo en el que todo se relaciona y comunica. Pero para lograrlo es necesario pensar: pensar a fondo en lo que se está conociendo con esfuerzo." No sólo es necesario para los estudiantes. Como decía Jean Guitton con motivo de la publicación del "Nuevo arte de pensar": "...(el libro) se dirige a todos: a los estudiantes, por supuesto; pero también a todos aquellos que están enterrados en la existencia y que han renunciado al gozo del pensamiento."
Este texto, en su brevedad, encierra mucha sabiduría.]

#217 Educare Categoria-Educacion

por José Luis González-Simancas
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# Saber, pensar. ¿Saber o pensar? ¿O más bien ambas cosas: saber y pensar? ¿Y en ese orden: primero saber y después pensar? ¿O primero pensar y luego saber? No se alarme el lector. A mí no me van ni los trabalenguas ni los alardes de pedantería que proliferan hoy día en esa abundante colección de términos, palabras y palabros que se están usando, quizá tan sólo para mostrar que uno conoce el vocabulario «científico» de la reforma, sin pararse a pensar en lo que significa. La verdadera «ciencia» y el «sentido común», la sensatez, forman un binomio inseparable: deben ir siempre unidos.

Saber y pensar. Todavía hoy se tiende a separar el saber del pensar en la práctica de la enseñanza en el aula, desconectando indebidamente lo que son dos aspectos importantes de todo aprendizaje. Intentar unirlos a través de unas instrucciones al profesorado, o de unos «módulos» que utilizan un lenguaje innecesariamente técnico, que desconoce la mayoría, provoca confusión, malestar y, como consecuencia, el rechazo global de la reforma: es altamente ineficaz. La llaneza del lenguaje no se opone tampoco a la ciencia: la hace asequible a todos.

Diré aquí, llanamente, que «saber» supone conocer acabadamente los contenidos de un tema, de un área o de varias, de modo que formen un todo en el que todo se relaciona y comunica. Pero para lograrlo es necesario «pensar»: pensar a fondo en lo que se está conociendo con esfuerzo.

¿Cuál de las dos funciones es la primera? Me parece una pregunta irrelevante. A medida que conocemos se pone en marcha, simultáneamente, nuestro pensamiento: ¿cómo, si no, vamos a conocer, a saber? Pero esto es importante: el pensamiento no puede ejercerse en el vacío, a modo de gimnasia intelectual sin fin ni contenido. Se piensa sobre lo que se sabe o se va sabiendo; y se piensa también sobre lo que uno todavía no sabe y quiere descubrir, hasta llegar a saber. Y así hasta el infinito.

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# Lo que acabo de decir tiene todo que ver con la grave preocupación de los países más industrializados por asegurar que la enseñanza —especialmente primaria y secundaria— no pierda la calidad que de hecho está perdiendo aceleradamente.

El más detonante botón de muestra es ese país, aún líder, que se llama Estados Unidos. La crisis de la High School americana, donde se cursan los estudios equivalentes a nuestra ESO y al Bachillerato de la LOGSE, ha sido repetidamente denunciada por la Administración de los diferentes Estados, y por un sinnúmero de investigadores y estudiosos. Pero a lo que vamos. Se discute cuál es el mejor enfoque de la enseñanza.

De muy reciente actualidad es, por ejemplo, la confrontación entre dos conocidísimos expertos en educación y sus dos enfoques de la reforma de la enseñanza estadounidense. Uno, Hirsch Jr., acérrimo partidario de los contenidos de la enseñanza. Su tesis, en resumen: «El saber es el compromiso de la enseñanza. Lo que los alumnos aprenden es de suma importancia». El otro, Theodore Sizer, cuyo enfoque subraya la importancia del pensar: «La enseñanza debe reforzar la capacidad de pensar».

Respecto de los exámenes, Hirsch afirma: «Las pruebas objetivas (tipo test) son medidas del rendimiento justas y baratas; espolean a los alumnos a hacer su mejor trabajo». Y Sizer: «Muchos tests estandarizados trivializan el aprendizaje y proporcionan una imagen muy distorsionada de las capacidades intelectuales de los alumnos».

En cuanto a los planes de estudio (curriculum), Hirsch dice: «En cada año escolar debe enseñarse un amplio, metódico y explícito conjunto de temas: desde Platón hasta el arte moderno». Y Sizer: «Las escuelas deben enseñar un reducido número de asignaturas, en profundidad. Los temas los debe dictar el interés del alumno».

Por último, ante los métodos de enseñanza, Hirsch opina: «Métodos pasados de moda, como el repetir de memoria, funcionan. Y manejados por maestros innovadores, resultan divertidos». Sizer: «Los frecuentes proyectos activos y participativos, en los que el profesor actúa como asesor, son un buen modo de ayudar a los alumnos en su aprendizaje».


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# ¿Pensar activamente, profundizar? ¿Llegar a poseer un sólido conjunto de conocimientos? ¿Y por qué no las dos cosas a la vez? Por favor, señores profesores: vamos a sumar en lugar de restar. Fuera de nosotros las polarizaciones, el oponer dos extremos en vez de buscar la complementariedad de dos cosas que son buenas en sí mismas, y muy necesarias. ¿Está una cosa reñida con la otra?

Es cuestión de afrontar las reformas con sensatez, de poner el acento en ambos cometidos esenciales de la enseñanza, pero con equilibrio y sentido de la oportunidad, con estilo personal: enseñar a conocer, a aprender; llegar a saber, a adquirir cultura, por un lado; y por otro, enseñar a pensar, a reflexionar sobre lo que aprendemos; saber discurrir, indagar, descubrir. Todo ello es muy bueno.

Y sobre todo, enseñar y aprender a decidir, libremente, responsablemente —y lo subrayo: informadamente, sobre la base del conocimiento—, lo que es verdadero, bueno y bello, para erradicar de una vez ese «dogmatismo sentimental de la ignorancia», como dice un buen amigo mío, que prevalece en nuestra sociedad como producto de una enseñanza blanda, poco exigente, que no proporciona el saber que es necesario para discernir, con criterio, entre lo malo y lo bueno, entre lo verdadero y lo falso. Ése es el reto que han sabido afrontar y ganar los buenos maestros de todos los tiempos: desde Sócrates hasta... ¿quién de nosotros?

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