26 junio 2005

DISCRIMINACIÓN SEXUAL Y LA JUNTA DE PORTAVOCES

[Reproducimos otro interesante y jugoso artículo del Prof. Lorda que hoy se publica en el Diario de Navarra. Como todos sabemos, desde edad temprana, la capacidad de razonar y de distinguir lo verdadero de lo falso está en todos los hombres y mujeres, aunque esa facultad no esté en cada uno igualmente desarrollada. También sabemos todos que no basta tener buen ingenio sino que lo importante es aplicarlo bien. Esto es patrimonio común de la Humanidad y no son argumentos religiosos, como algunos dicen a la vez que hacen una mueca despreciativa (por si alguien les mira...). Lo decía, por ejemplo, Descartes, con palabras similares a las aquí escritas y, como se sabe, René Descartes no fue precisamente un Padre de la Iglesia. Entendía que el sentido común es como el instinto de la verdad. Hace falta prestigiar el sentido común y, sobre todo, usarlo más. Cuando las personas normales, que no son homófobas, ni tienen diagnosticada ninguna otra fobia especial, se manifiestan masivamente -como en Madrid el pasado día 18- y se oponen a que a una pareja de homosexuales se les equipare legalmente con un matrimonio, tienen toda la razón y no hacen falta muchas explicaciones científicas, sino simplemente aplicar el sentido común y tener también, si no es pedir mucho, un mínimo de sentido jurídico. Como comentaba a este respecto un abogado y profesor universitario español, "a nadie se ofende si se trata de modo jurídicamente desigual lo que es distinto; al contrario, se ofendería a la justicia tratando igual lo desigual. Pero el sentido común percibe a simple vista que una unión entre dos personas del mismo sexo no es matrimonio, como no lo es una unión de cinco personas, o de una persona sola (recientemente se publicó un suelto sobre una artista que celebró su boda consigo misma, prometiéndose perpetua e indisoluble fidelidad)" -reproducido de Encuentra.com-. Volviendo al artículo de Lorda, dice, entre otras cosas: "Ahora por la presión de grupos gay, confundiendo toda la historia del derecho, se intenta decir que todo es matrimonio. Pero es evidente que se trata de fenómenos muy distintos, con un interés social muy distinto. Y que es muy conveniente, para la inteligencia y para la vida social, distinguir lo que es distinto." Muy interesante lectura. Es un soplo de aire fresco -de verdad, de bien- en un ambiente social no sólo enrarecido, sino que apesta a podrido...]

#181 Hogar Categoria-Matrimonio y Familia

por Juan Luis Lorda, profesor de Teología, Universidad de Navarra
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Todas las personas son dignas por el hecho del ser personas. Eso es lo que yo creo. Todo ser humano merece respeto, desde que es concebido hasta que muere. Y ningún adjetivo cambia, ni quita ni pone, esa dignidad fundamental. Da lo mismo que una persona sea alta o baja, vieja o joven, sana o enferma, hombre o mujer. Es igualmente digna: aunque, naturalmente, no es lo mismo ser joven que ser viejo, ser sano que ser enfermo, ser alto que ser bajo, ser hombre que ser mujer. Las palabras sirven para distinguir, que es una operación muy necesaria para la inteligencia. Poner nombres distintos a cosas distintas La Junta de Portavoces del Parlamento de Navarra, con rechazo de UPN y abstención de CDN, hizo recientemente una solemne declaración institucional comprometiéndose a «velar por hacer efectivo el derecho al matrimonio entre dos personas, sin discriminación por razón de sexo» y a «trabajar tanto en el ámbito legal como en educativo, cultural, comunicativo y social, de cara a superar los comportamientos homófobos». La Junta de portavoces está en su derecho a hacer las declaraciones que le parezcan y con toda la solemnidad que quiera. Es deseable que, en lo posible, sean coherentes. Aquí faltaría por aclarar qué significa «matrimonio». Si es una palabra cuyo significado depende de la Junta de portavoces o se basa en alguna realidad independiente de la Junta de Portavoces. Y también quién es el que declara y con qué criterio qué es homófobo. Si se le pone a todo el que no le cae simpático a alguien o se basa en alguna apreciación independiente y justa.

Si yo tuviera un amigo que intentara comer yogur metiéndoselo por la oreja, con todo respeto, le podría observar que quizá resulta algo anómalo desde el punto de vista alimenticio. Porque ese orificio no pertenece al sistema digestivo. Yo creo que diciéndoselo no le estaría despreciando ni cayendo en la homofobia. Y que, en cierto modo, él, si es mi amigo, tiene derecho a que honradamente se lo diga. Procuraría no ofenderle, pero creo que tengo derecho a decirlo y, mucho más, a pensarlo.

El sistema reproductivo humano está tan fijado y es tan rígido como el sistema digestivo. Es decir, hay comportamientos que sirven para la reproducción y otros que no. Y esto no depende de las votaciones de la Junta de Portavoces. Espero no ofender a nadie ni hacer perder a ningún niño o anciano la inocencia. Se da la circunstancia de que cuando dos personas, varón y mujer, se unen adecuadamente, se puede producir ese fenómeno biológico tan precioso que es la concepción de un ser humano. Pero si lo hacen de otra manera o no son varón y mujer, resulta que no se puede producir.

Se da la circunstancia también de que la concepción es un asunto de alto interés público porque es el camino ordinario y masivo de incorporación de los nuevos ciudadanos a la sociedad. Y, en cambio, se da la circunstancia de que todos los demás tipos de uniones no tienen interés reproductivo y, por tanto, apenas tienen relevancia social. Son asuntos privados de dos o más. Por el altísimo interés que tiene la reproducción humana y por el valor de los hijos, la legislación universal (y también la navarra) protege desde tiempo inmemorial el «matrimonio», que significa literalmente, como ya se ha recordado en este periódico «el oficio de la madre». Y en cambio, apenas ha prestado atención a otro tipo de uniones privadas, que no tienen ese efecto. Ahora por la presión de grupos gay, confundiendo toda la historia del derecho, se intenta decir que todo es matrimonio. Pero es evidente que se trata de fenómenos muy distintos, con un interés social muy distinto. Y que es muy conveniente, para la inteligencia y para la vida social, distinguir lo que es distinto.

Que los gays son distintos lo dicen a viva voz ellos mismos. Y que la unión gay es distinta del matrimonio protegido por la tradición de la ley es una evidencia biológica. Los que defendemos estas verdades mínimas lo único que hacemos es proteger el sentido común, el uso del lenguaje, y, lo que es más importante, la reproducción humana natural, la familia que de allí se deriva y el interés público. Y, por supuesto, tenemos el mismo derecho que los demás a decirlo y a no ser insultados con comportamientos homófobos, agresivos e intolerantes.

Pero hay más. Todo homosexual tiene el derecho de saber que no existe un sexo homosexual, sino que hay personas con mayor o menor tendencia homosexual. Que esa orientación parece que, en la generalidad de los casos, es adquirida y no congénita. Que se puede cultivar o que se puede disminuir (aunque tiene su dificultad). Que tiene derecho a intentar cambiar esa orientación y que en un tanto por ciento de los casos se consigue. Que tiene derecho a manifestar su condición o a no manifestarla. Y que cualquier presión en este sentido (como las amenazas que han salido estos días en los periódicos), es un grave abuso. Todo esto, lejos de ser homofobia es, sencillamente, decir la verdad, sin ánimo de ofender a nadie. Y con derecho a no ser ofendido.

Por encima de estas consideraciones elementales e ideológicamente neutras, todos los que sienten una inclinación homosexual tienen también el derecho, lo mismo que cualquier otra persona, a saber cómo es la moral cristiana. Y a saber que la moral cristiana considera que el sexo se ordena, por naturaleza, a la vida. Y que hay que vivirlo así, aunque a todos nos cueste. Y que la moral cristiana considera inmoral todo comportamiento que no respeta este orden, sea ese comportamiento homosexual o no. Y que uno lo puede intentar y lo puede conseguir. Y son muchos los que lo intentan y lo consiguen. Y que uno se puede equivocar y volver a empezar. Y que esto es muy bueno y da mucha alegría. Y que las familias de padre y madre e hijos son sumamente beneficiosas para la sociedad. Y muy necesitadas de que la Junta de Portavoces les preste alguna atención.

Es muy dudoso que sea competencia de la Junta de Portavoces (o del Parlamento español) cambiar el vocabulario español contra su propia tradición jurídica. Lo que es seguro es que no puede cambiar la realidad de la reproducción humana, como no puede cambiar la de la alimentación. Con una declaración de la Junta de Portavoces no se conseguirá que el acto de meter yogur por la oreja sea un acto de alimentación y tenga ese significado biológico y social. Pero pueden declararlo, si quieren, y aumentar la confusión. Si de paso, tienen tiempo para ocuparse alguna vez de los derechos de las familias, mejor.

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