30 mayo 2005

LA DICTADURA DEL RELATIVISMO

[En este artículo salen a flote algunas maneras de enfrentarse con el fuerte contenido filosófico, cultural y político que encierran algunas expresiones como "dictadura del relativismo" y otras palabras clave como "democracia", "verdad" y "diálogo".

Dice el autor: "En una organización democrática la noción de verdad ha de estar en el centro de la vida pública. Si no hay verdad, no es posible el debate porque la discusión deja de ser un proceso de búsqueda y se transforma meramente en una tramoya del poder. Si no hay verdad, si todas las opiniones valen lo mismo, pierde todo su sentido el pluralismo democrático."

Y también: "Mientras que el relativista no tiene interés en escuchar las opiniones de los demás, quien ama el pluralismo no sólo afirma que caben diversas maneras de pensar acerca de las cosas, sino que sostiene además que entre ellas hay -en expresión de Stanley Cavell- maneras mejores y peores, y que mediante el contraste con la experiencia y el diálogo los seres humanos somos capaces casi siempre de reconocer la superioridad de una opinión sobre otra y de adherirnos a la mejor."

Publicado en Scriptor.org ]

#157 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Jaime Nubiola, Profesor de Filosofía, Universidad de Navarra
________________________

Hace unas pocas semanas, en la misa previa al conclave que había de elegir al nuevo papa, el entonces cardenal Ratzinger denunciaba con fuerza los vientos del relativismo que azotan nuestra sociedad occidental en las últimas décadas. El relativismo se ha convertido en una actitud de moda, mientras que al "tener una fe clara según el credo de la Iglesia católica" se le despacha a menudo como fundamentalismo. "Se va constituyendo -concluía- una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja sólo como medida última al propio yo y sus apetencias". La expresión que acabo de subrayar, "dictadura del relativismo", llamó de inmediato la atención tanto de la audiencia como de la prensa, pues mostraba de manera bien gráfica la formidable capacidad poética del futuro papa que con sólo tres palabras diagnosticaba la enfermedad de la sociedad europea.

Algún periodista nacional consideró que esa expresión era un concepto absurdo, una contradicción in terminis, sin caer en la cuenta de que la combinación de esas dos palabras compone una figura literaria de enorme fuerza expresiva. Como es sabido, se trata de la figura denominada por los expertos oxímoron, (del griego oxys, agudo, y moron, romo, estúpido), en la que mediante la yuxtaposición de dos palabras de significado opuesto se logra expresar un nuevo sentido, un contraste difícilmente alcanzable de otra manera: todos hemos empleado expresiones como "silencio atronador", "luminosa oscuridad", "graciosa torpeza" y tantas otras expresiones parecidas que llenan de sentido y viveza nuestra comunicación. Cuando el futuro Benedicto XVI hablaba de la dictadura del relativismo lo que estaba expresando con brillantez poética es que en nuestra avanzada cultura democrática se está imponiendo por vía de fuerza el principio de que todas las opiniones valen lo mismo, y por tanto, que nada valen en sí mismas, sino que sólo valen en función de los votos que las respaldan.

Aquel mismo periodista argumentaba que "el relativismo es el alma viva del conocimiento científico". Y, exhibiendo un notable desconocimiento de la efectiva práctica científica, añadía: "Sólo quien duda de la exactitud de sus ideas puede sentirse impelido a ponerlas a prueba y, llegado el caso a descartarlas, o a restringir su campo de validez, abriendo paso a ideas nuevas, ellas mismas cuestionables". Nada más alejado de la realidad de la ciencia que esta caricatura. El científico no es nunca un relativista, no piensa que su opinión valga lo mismo que cualquier otra, y, si es un científico honrado, está deseoso de someter su parecer al escrutinio de sus iguales y de contrastarlo con los datos experimentales disponibles. El buen científico está persuadido de que su opinión es verdadera, que es la mejor verdad que ha logrado alcanzar, a veces con mucho esfuerzo. El científico sabe también que su opinión no agota la realidad, sino que casi siempre puede ser rectificada y mejorada con más trabajo suyo y con la ayuda de los demás.

En contraste con el periodista español, una conocida columnista del New York Times, descalificaba al nuevo papa como un absolutista, como "un archiconservador del Jurásico que desdeña la cultura del 'si te parece bien hazlo' y las tendencias revolucionarias nacidas en los años 60 en favor de la diversidad y la apertura cultural". Maureen Dowd en su artículo venía a aliar al nuevo Benedicto XVI con el vicepresidente Dick Cheney en su batalla contra el progresismo liberal norteamericano, del que el New York Times es quizá su portaestandarte. Esto muestra bien el localismo endémico de la prensa norteamericana, pero sugiere también que probablemente el relativismo que denunciaba el cardenal Ratzinger no ha afectado a los Estados Unidos tanto como a Europa. Como reconocía Dowd, citando al profesor de Utah, Bruce Landesman, "quienes sostienen posiciones progresistas no son relativistas. Simplemente están en desacuerdo con los conservadores acerca de que es lo bueno y lo malo".

Efectivamente, en el corazón de la sociedad americana está la convicción de que la democracia es una concepción ética, presidida por un uso comunitario de la razón. En una democracia los asuntos se discuten hasta la saciedad y si no se llega a un acuerdo razonable son finalmente los jueces quienes deciden acerca de la moralidad de un determinado modo de proceder. En una organización democrática la noción de verdad ha de estar en el centro de la vida pública. Si no hay verdad, no es posible el debate porque la discusión deja de ser un proceso de búsqueda y se transforma meramente en una tramoya del poder. Si no hay verdad, si todas las opiniones valen lo mismo, pierde todo su sentido el pluralismo democrático.

No es verdad que todas las opiniones merezcan el mismo respeto. Quienes merecen todo el respeto del mundo son las personas, pero no sus opiniones. Al contrario, tenemos la obligación de ayudar a los demás a mejorar sus opiniones, a cambiar sus convicciones, exhibiendo las razones que asisten a nuestras posiciones morales y sociales para permitirles que se pasen, si lo desean, a nuestro lado. En este sentido, es importantísimo distinguir con claridad entre pluralismo y relativismo. Mientras que el relativista no tiene interés en escuchar las opiniones de los demás, quien ama el pluralismo no sólo afirma que caben diversas maneras de pensar acerca de las cosas, sino que sostiene además que entre ellas hay -en expresión de Stanley Cavell- maneras mejores y peores, y que mediante el contraste con la experiencia y el diálogo los seres humanos somos capaces casi siempre de reconocer la superioridad de una opinión sobre otra y de adherirnos a la mejor.

En última instancia, un relativismo como el que crece actualmente en Europa corroe la democracia porque clausura el diálogo y acaba con el pluralismo. Precisamente un día antes del fallecimiento de Juan Pablo II, el entonces cardenal Ratzinger explicaba en Subiaco en una fascinante exposición acerca de las culturas que hoy se contraponen en el Viejo Continente que, sobre la estela del desarrollo científico moderno, "Europa ha desarrollado una cultura que, de modo desconocido antes de ahora para la humanidad, excluye a Dios de la consciencia pública". Y añadía inmediatamente: "En Europa se ha desarrollado una cultura que constituye la contradicción en absoluto más radical no sólo del cristianismo, sino de las tradiciones religiosas y morales de la humanidad". En sus palabras se advertía de manera luminosa que el relativismo de nuestro tiempo, hijo bastardo de la Ilustración, era el punto de partida de esta cancelación de Dios en la vida pública.

El contraste -aquí meramente apuntado- entre el pluralismo norteamericano ("In God we trust") y el relativismo europeo es sólo una caricatura, pero ayuda a entender bien aquel sugerente oxímoron de la "dictadura del relativismo" del que hablaba con preocupación el Cardenal Ratzinger en la víspera del conclave. El relativismo es la enfermedad más grave de la sociedad europea en el momento presente y considerar la enfermedad como algo saludable es en verdad la peor de las dictaduras.

Translate to English:

Click upon the flag

Traducir del inglés a otros idiomas:

Posibles comentarios al texto:

Si desea hacer algún comentario a este texto, vaya a "Home" y haga click en "Comment" del artí­culo correspondiente.

_____________________________

Imprimir el texto:

Envio de este texto por e-mail a otra persona:

Puede utilizar dos sistemas:

a) Si basta enviar la referencia (URL) del texto, pulse el icono del sobre (un poco más arriba, a la derecha) y rellene los datos en el formulario que aparecerá en la pantalla.

b) Si desea enviar como mensaje el propio texto -total o parcialmente- y no sólo la referencia, puede utilizar el siguiente sistema:

_____________________________

Ir a la página principal:

<< regresar a "Home"