09 noviembre 2004

NO QUEREMOS A NUESTROS HIJOS

[El autor de este artículo manifiesta la opinión de que con los hijos se ha hecho, con carácter bastante generalizado, la mayor de las dejaciones que pueden hacer unos padres: la dejación de la defensa de los derechos de sus hijos, que andan muchas veces a la deriva... Por eso, considera necesario un cambio de rumbo, con una educación más profunda y cercana -que siempre comienza por los padres-, enseñándoles a distinguir el bien y el mal, porque ahora para ellos esos términos han sido sustituidos por la ley del gusto y del deseo: y "de eso, en buena medida, debemos sentirnos responsables los padres", dice.]

#045 ::Hogar Categoria-Matrimonio y Familia

por Juan Fernandez Moreno

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El título que encabeza este escrito puede parecer excesivamente duro y, por lo tanto, que inmediatamente nos pongamos a la defensiva y nos respondamos que seguramente quien esto escribe no querrá a sus hijos, - si los tiene-, pero que nosotros si queremos a los nuestros y los queremos mucho.

Es posible, pero por lo que se escucha en la calle y se lee en la prensa, da la impresión de que con los hijos hemos hecho la mayor de las dejaciones que podíamos hacer como padres: la dejación de la defensa de sus derechos que como hijos menores debíamos realizar por ellos puesto que no podían hacerla por sí mismos y a la que tenían derecho. Y digo esto, porque me parece que estamos asistiendo a un cambio de valores tan espectacular que no somos capaces de reaccionar ante él.

Las noticias que nos traen los periódicos son tan alarmantes como las siguientes: Juicio contra una madre que pegó a tres profesores porque propusieron que su hijo repitiera curso”.“Un chico de trece años se arroja a la vía pública porque su madre se negaba a comprarle unas deportivas en ese momento”. “Un chico se suicida por el acoso de sus compañeros”. “Si no me dejas salir hasta las cuatro no te dejaré dormir en toda la noche”.

Parece que ha llegado la hora de actuar, o por lo menos de ser conscientes del momento y de la gravedad de la situación. Debemos reconocer que estas situaciones tienen su origen en comportamientos anteriores y en circunstancias que no hemos sabido cortar por cobardía o por comodidad. Por ello, creo necesario que nos paremos un momento a analizar los diversos factores que han influido en esos comportamientos que nos hacen dudar de que sepan establecer los límites que les permitan distinguir el bien y el mal, porque para ellos esos términos han sido sustituidos por lo que me gusta o lo que no es de mi agrado y de eso, en buena medida, debemos sentirnos responsables.

Hemos ido dejando en el camino principios que son totalmente necesarios para un desarrollo armónico de la persona y de la sociedad pero por miedo de que nos tachen de fachas o de anticuados no hemos sido capaces de enfrentarnos personas o instituciones que han ido minando esos principios. Entre ellos:

Los psicólogos escolares que nos decían que no contrariásemos a nuestros hijos ni limitásemos su libertad porque eso podría causarles problemas de personalidad y autoestima.

La autoridad académica que ha dejado relajarse la disciplina de los centros hasta tal punto que el profesor tiene que negociar con los alumnos los minutos de clase y el programa.

Las agresiones físicas y psicológicas entre escolares ante las que los profesores tienen que mirar para otro lado si no quieren crearse problemas.

Retirar de las aulas los crucifijos por respeto a una falsa libertad religiosa de las minorías.

La sustitución de las clases de religión por juego de parchis y lectura de comics.

Impartición de clases de sexología dirigidas a cómo practicar el sexo y sus variantes posibles, sin ningún criterio sino la pura animalidad.

Hemos permitido que se repartieran preservativos y píldoras en las centros educativos como una incitación más al sexo.

Y todo eso se ha hecho con nuestro consentimiento, o por lo menos con nuestro silencio.

Se ha dicho que la educación comienza antes del nacimiento, y es verdad, porque está en función de la propia educación de los padres: del sentido que tengan de la vida; de la forma que tienen de enfrentarse a ella y, en último término, del concepto de su propia dignidad. En el fondo, los padres nos proyectamos, querámoslo o no, en la vida de nuestros hijos de forma consciente o inconsciente, e incluso no queriendo proyectarnos; porque para los hijos el primer referente que tienen de ser hombre o mujer, son los padres.

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