24 noviembre 2004

EL LAICADO EUROPEO: SITUACIÓN Y PERSPECTIVAS

[Este texto es un resumen de la intervención de Mons. Rylko, Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, en el reciente Congreso celebrado en Madrid. Publicado en Alfa y Omega (18-XI-04).]

#062 ::Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

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La Europa de hoy presenta caras diferentes y contradictorias. Está la Europa de las grandes ilusiones y las grandes esperanzas de progreso, de libertad y democracia, de bienestar, de solidaridad y de paz. Y está la otra Europa, la Europa opulenta que está perdiendo su alma; el continente de la apostasía silenciosa, de una Humanidad harta que vive como si Dios no existiese, y en el que la secularización asume forma institucional. El horizonte que se abre ante nosotros es precisamente éste: Europa como tierra de misión. La nueva evangelización de nuestro continente es una tarea urgente, que debe correr a cargo de los mismos cristianos europeos.

Sobre el fondo de la Europa de nuestros días, tratemos ahora de delinear el retrato del cristiano laico. El primer rasgo es una identidad clara y firme. El intento de neutralizar la presencia cristiana en el mundo de hoy pasa por la propuesta de modelos de vida que siembran confusión y extravío también entre los discípulos de Cristo. En muchos, la cultura del pensamiento débil genera personalidades frágiles, fragmentadas, incoherentes. El dogma de lo políticamente correcto se convierte en un imperativo absoluto, que, contradiciéndose a sí mismo, alimenta un peligroso proceso de homologación.

El Papa nos recuerda: «El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del hacer por hacer. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando ser antes que hacer». Hace falta, pues, redescubrir la esencia del cristianismo: el encuentro personal con Jesucristo. Redescubrir el cristianismo como un acontecimiento real que ocurre hoy en nuestra vida, como ocurrió en la vida de los primeros discípulos. El cristianismo no es una doctrina por aprender, ni tampoco un simple código ético. El cristianismo es una Persona, la persona viva de Cristo que hay que encontrar y acoger en la propia vida. Porque sólo este encuentro cambia realmente la existencia de las personas y da el sentido último y definitivo a nuestro destino. El Papa no deja de recordárnoslo: «No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!»

¡Debemos reapropiarnos el significado de nuestra identidad y estar orgullosos de ella! Hace falta, por tanto, remontar hasta el Bautismo y al cometido que este sacramento tiene en la vida del cristiano. Como Juan Pablo II explica: «No es exagerado decir que toda la existencia del fiel laico tiene como objetivo el llevarlo a conocer la radical novedad cristiana que deriva del Bautismo, sacramento de la fe, con el fin de que pueda vivir sus compromisos bautismales según la vocación que ha recibido de Dios». He aquí el punto del que siempre hay que partir: el Bautismo y una verdadera y adecuada iniciación cristiana de los bautizados.

La segunda peculiaridad es la audacia de una presencia visible e incisiva en la sociedad. Un conformismo seductor nos ha domesticado y nos hemos vuelto sosos, invisibles. En este inicio de milenio, los cristianos debemos contemplar el coraje de los confesores de la fe, la certeza de la fe en Jesucristo. Un coraje y una certeza basados en la promesa del Señor: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

La tercera y última peculiaridad del retrato del cristiano laico es el sentido de la pertenencia eclesial. Dice el Catecismo de la Iglesia católica: «Creer es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe». En este contexto, ¿cómo no hacer referencia a la nueva época asociativa de los fieles laicos, verdadero don del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy? Las asociaciones laicales, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son de importancia vital para la Iglesia en los albores del nuevo milenio, pues suscitan en muchos laicos un fuerte sentido de pertenencia eclesial. Esta nueva época asociativa no hay que verla, por tanto, como un problema, sino como un don. Asociaciones, movimientos y nuevas comunidades son verdaderos laboratorios de la fe, escuelas de santidad y de comunión, escuelas de fuerte pertenencia eclesial, es decir de una pertenencia que marca la vida.

El retrato del laico cristiano europeo que hemos intentado trazar no es una utopía. En nuestra vieja Europa, hay muchos cristianos que han propuesto como programa de sus vidas estas prerrogativas, y son por ello felices. Cuando se habla de confesores de la fe, el pensamiento vuela espontáneamente a tantos mártires que con su sangre han dado particular fecundidad espiritual al anuncio cristiano. Los mártires de ayer interpelan nuestro modo de ser cristianos hoy. Quiera el Señor que este Congreso marque un hito en la vida de muchos cristianos laicos españoles y que los empuje a un continuo descubrimiento del valor y de la belleza de su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. «Duc in altum! ¡Caminemos con esperanza!»

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