20 octubre 2004

¿POR QUÉ NO SE LO PIENSA DOS VECES, SEÑOR PRESIDENTE?

[Muy interesante artículo con algunas reflexiones sobre la pretensión de equiparar el matrimonio civil con el contrato homosexual.]

#015 ::Hogar Categoria-Matrimonio y Familia

por Pedro Juan Viladrich, publicado en Época (7-X-2004)
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Permítame, señor presidente del Gobierno, hacerle algunas reflexiones sobre el matrimonio civil y el contrato homosexual. He estudiado con atención sus propósitos de ampliar los espacios de libertad, ofrecer reparación y soluciones legales a las injusticias sufridas por los homosexuales, avanzar en la igualdad de todos los ciudadanos evitando, entre otras, la discriminación por razón de sexo y, de paso, profundizar en la laicidad del Estado.

Son objetivos excelentes. Ahora bien, ninguno de ellos -si hemos de ser serios y debemos serlo- obliga, necesita, ni siquiera tiene algo que ver con utilizar la institución del matrimonio civil para definir los contratos de convivencia entre homosexuales.

La inmensa mayoría de la ciencia jurídica y de las personas informadas -sin entrar ahora en su libertad o comodidad para manifestarse- saben que hay varias y fáciles soluciones en Derecho para que los intereses legítimos surgidos en las uniones entre homosexuales gocen de reconocimiento jurídico y puedan ser urgidos, en caso de conflicto, ante los tribunales de justicia. Por recordarle un ejemplo concreto, las "parejas de hecho" pueden disfrutar de los derechos de los cónyuges, en las más variadas ramas jurídicas, sin necesidad alguna, ni ganas, de ser definidas como matrimonio.

Lo de las "parejas de hecho" sería divertido, si no tuviera un trasfondo inquietante. Doy por descontado, señor presidente, que habrá notado como desde ciertas posiciones ideológicas parece menospreciarse el matrimonio como "los papeles", algo inútil y anacrónico, y por ello propugnan que las parejas heterosexuales se unan de "hecho" pero no contraigan esa institución ridícula que es el matrimonio civil. Por el contrario, desde el mismo sector ideológico se exige ese mismo y vilipendiado matrimonio civil para las parejas homosexuales. ¿Cómo digerir tamaña contradicción?

Explicación hay y ahí está lo inquietante. Cuando prevalece la ideología contra la naturaleza de las cosas, hay un altísimo riesgo de arbitrariedad y dictadura. Para el talante tiránico -se disfrace como se disfrace, incluso de progresismo- la realidad y los derechos innatos y fundamentales le son obstáculos, enemigos reaccionarios, que hay que avasallar, aunque para eso haya que contradecirse las veces que haga falta. Le hablo de tiranía ideológica y arbitraria muy consciente de estas palabras. Y lo hago, señor presidente, porque tengo esperanzas en que su talante democrático y su seriedad política sean verdaderos.

En efecto, la supresión del principio heterosexual en la institución del matrimonio civil y la definición como matrimonio de los contratos homosexuales pervierte la sustancia de ciertos derechos fundamentales, amparados en nuestra Constitución, y contradice arbitrariamente la verdad conyugal del matrimonio civil. Eso -y más en democracia- no es legítimo hacerlo por imposición ideológica.

Con todo respeto deseo preguntarle si, realmente, sabe lo que está haciendo. ¿Ha medido bien el número y la gravedad de las consecuencias? ¿Está conscientemente dispuesto a modificar la sustancia del derecho fundamental al matrimonio --el universal ius connubii-- consagrado en el apartado 1 del art. 32 de nuestra Constitución, sus titulares innatos y la identidad de la institución, según la interpretación general en la doctrina jurídica universal y española?

¿Lo hará hurtando el trámite de reforma constitucional, la preceptiva intervención del pueblo soberano, saltándose los límites que le permite el apartado 2 del citado precepto constitucional?

¿Lo hará soslayando el compromiso de congruencia que nuestra Constitución impone a nuestra legislación de rango inferior de no conculcar la Declaración Universal de los Derechos Humanos (art. 16), el Convenio de Roma para la protección de los derechos humanos y de las libertades fundamentales (art. 12) y, entre otros convenios suscritos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (art. 23,2) en todos los cuales, como es realidad universal, el matrimonio es la unión entre el hombre y la mujer?

¿Lo hará, en materia de tanta trascendencia social, sin consenso suficiente, sin consulta a los estamentos profesionales peritos en la materia, y sin mandato expreso de los hombres y mujeres españoles que están unidos en matrimonio? ¿Lo hace por complacer a una exigua minoría (el 0,1 del total de parejas, según dice el INE), que le ha dado sus votos, y de la que teme su capacidad de alboroto callejero y presión mediática? ¿El pago de esa minúscula deuda electoral nos la va a vestir, consciente y deliberadamente, de argumentos progresistas paraencantar y hacérsela tragar a la ciudadanía?

La cuestión no es ideológica, ni de izquierdas ni derechas, ni siquiera de sexo. Es una cuestión de seso. Le añadiré, con toda franqueza, que me aterra la hipótesis de que ignore la devastación con la que está a punto de arrasar la identidad y la función social de esta importantísima institución laica, que es el matrimonio civil.

¿Sabe que, por paradójica carambola, está abriendo el camino a la poligamia y, luego, a cualquier arbitraria pretensión sobre nuevos e insólitos titulares del matrimonio civil? ¿Sabe que muchos homosexuales no participan de esa ideología, ni quieren jugar a ser un matrimonio?

De golpe quizás le suene fuerte. La verdad es que se expone a destruir la identidad y hasta el honor de ser matrimonio --es decir, lo que son-- a muchos padres y madres de familia españoles que, por causa de sus libres convicciones, se casaron ante el Estado --no ante la Iglesia Católica y otras confesiones religiosas-- para engendrar sus hijos y fundar su propia familia.

¿Ha caído en cuenta que ese derecho a unirse en matrimonio es soberanía innata de cada varón y mujer, por serlo, y no un permiso, una concesión o un invento del Estado. ¿Supone que estos esposos y esposas, en su fuero externo e interno, pueden creer y valorar que su unión, sus hijos y familia son exactamente lo mismo que lo que hay entre dos homosexuales?

¿Ha previsto qué caja de Pandora abre al favorecer semejante desestructuración del parentesco de naturaleza y al minar los fundamentos del tabú del incesto? ¿Ha imaginado la posible proliferación de abusos y violencias en esos nuevos espacios de intimidad doméstica, bajo cobertura legal, al falsificarse la relación conyugal y los parentescos naturales paterno-filiales?

Esta es la cuestión, señor presidente: que va a falsear la verdad conyugal y familiar (el honor) del matrimonio civil. Usted, señor presidente, es esposo y padre ejemplar. Vive lo que le hablo. ¿Por qué no se libera de prejuicios ideológicos y de algún tiránico carcelero, se lo piensa dos veces, toma altura política y promueve una solución de general consenso, sabia, realista y prudente?

Le será fácil informarse de que soy un veterano jurista y canonista. Si cierta seriedad no me lo estuviera impidiendo, dejaría volar mi sospecha acerca de si usted, señor presidente, no es uno de los mejores topos que ha tenido la Iglesia Católica en los últimos tiempos. Me explico. No sé qué capacidad de reacción tendrán su jerarquía y los católicos. Pero con semejante harakiri del matrimonio civil, menuda ocasión les brinda -si tienen lucidez y coraje- para hacer brillar ante toda la sociedad el esplendor, la identidad, las sólidas exigencias y responsabilidades, la verdad conyugal, en suma, el honor del matrimonio canónico: aquella comunión íntima de amor y de vida entre un hombre y una mujer, que por sí mismos fundan, mediante su exclusivo consentimiento manifestado ante Dios y ante los hombres. Si yo fuera la Iglesia, le daría en secreto las gracias.

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