17 octubre 2004

MAR SIN FONDO

[El autor de este artículo es catedrático de Historia Contemporánea y crítico de cine. Hace un lúcido análisis de la tendenciosa película "Mar adentro", dirigida por Alejandro Amenabar. ]

#009 ::Vita Categoria-Eutanasia y Aborto

por ::Santiago de Pablo

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Hanna es la joven esposa de un médico ilustre que un día descubre que padece una afección neurológica incurable, que va deteriorando progresivamente sus funciones vitales. Persona activa y con inquietudes artísticas -tiene el primer síntoma cuando tocando el piano se da cuenta de que la mano izquierda no le responde-, la muchacha acaba por contemplar la posibilidad de una muerte digna antes de su hundimiento definitivo. Su marido, el profesor Heyt, experto en investigación biomédica, pone a todo su laboratorio a la búsqueda de una posible cura, pero cuando tiene que rendirse a la fatal evidencia accede a la petición de su esposa y le ayuda a morir, en una escena de innegable tensión dramática. Comienza entonces el juicio contra el doctor Heyt, en el que los que no comprenden la actitud del médico lo hacen por resentimiento personal (el cuñado) o por sentimentalismo religioso (la criada), mientras que el médico amigo del matrimonio que diagnosticó el cuadro y que al principio se escandalizó por la actuación del marido, declara finalmente a favor del acusado, tras haber visto el horrible destino de unos niños afectados por esclerosis múltiple, cuyos sufrimientos no pueden tener fin por culpa de un artículo del Código Penal. La película termina con un contundente plano fijo de Heyt, en que éste lanza una sentida diatriba contra «una ley injusta que nos impide servir al bienestar del pueblo». El veredicto se deja al criterio del espectador.

Una terrible enfermedad incurable, una legislación injusta, inquietudes artísticas, un pariente despechado, la religión que impide el progreso, una mano amiga que ayuda a morir, un final abierto ¿Les suena? No, no es un remake de Mar adentro. Es el argumento de Ich Klage an, un filme alemán de 1941, dirigido por Wolfgang Liebeneiner, resumido por el profesor de la Universidad de Barcelona Rafael de España, el mejor especialista español en cine nazi. El final (no de la película, sino de la historia verdadera) lo conocemos todos, aunque lógicamente lo que en aquella época se consideraba una «vida indigna de ser vivida» no coincida con la interpretación del mismo concepto en la película de Amenábar. No obstante, ambos filmes utilizan personajes y argumentos casi idénticos: partiendo de un caso extremo -ante cuya terrible dureza nadie se siente indiferente-, se denuncia una 'ley injusta', para que el espectador termine pensando que es necesario cambiar esa ley, no ya en casos particulares, sino en general.

El premio especial del Jurado en el Festival de Venecia podría hacernos pensar que estamos ante una obra maestra, pero no hace falta ser un experto en cine para saber lo relativos que son estos premios (y, no digamos nada, los Oscar) y cómo a veces razones extracinematográficas conceden galardones a filmes olvidados por la historia del cine. Sin embargo, difícilmente puede considerarse Mar adentro una obra maestra, teniendo en cuenta el excesivo didactismo de sus diálogos, el sentimentalismo envuelto en celofán tipo Hollywood de algunas secuencias o que la mayor parte de los personajes son meras caricaturas estereotipadas, divididos en buenos y malos de forma simplista y maniquea. Así sucede con el propio Ramón Sampedro, cuya hagiografía apenas se quiebra en algún pequeño enfado, rápidamente rectificado, o con los personajes negativos, que reúnen todas las maldades: el hermano, el cura o los jueces, cuya representación recuerda a la de los tribunales de la República en algunas películas de los primeros años de la dictadura franquista sobre la Guerra Civil. De ahí que los personajes más interesantes de Mar adentro sean algunos secundarios (como el interpretado por Lola Dueñas), que tienen la hondura que les falta a otros protagonistas.

Además, a pesar de sus aciertos, resulta difícil hablar de Mar adentro en términos estrictamente cinematográficos, lo mismo que -al menos a mí- me hubiera sido imposible disfrutar del guión, la fotografía o las interpretaciones de Laia Marull y Luis Tosar si Te doy mis ojos no hubiera sido un alegato contra la violencia doméstica, sino una justificación de las agresiones contra las mujeres. Es cierto que Amenábar tiene todo el derecho del mundo a intervenir en el debate sobre la eutanasia con esta película, que algún periodista acreditado en Venecia -no sé si por mera ignorancia o porque llegó al cine cuando ya habían pasado los títulos iniciales- ha calificado como filme «a contracorriente», a pesar de contar con el apoyo de todos los medios políticamente correctos y de estar financiada por la rama española de una major de Hollywood, por el principal grupo de comunicación de España, por varias televisiones públicas y privadas y por todo tipo de organismos públicos europeos, estatales y autonómicos.

Pero la opción neoliberal por las decisiones individuales -que dice defender Amenábar- no debería implicar el rechazo agresivo de otras opiniones, al menos tan respetables como las suyas. Más cuando la responsabilidad social de los medios de comunicación, incluido el cine, debería llevar a sus autores a preguntarse por la influencia de una película como ésta en la vida de otros enfermos, de sus familiares, de los médicos que luchan por sacar adelante a un paciente en una unidad de cuidados intensivos, de los investigadores que buscan remedios contra enfermedades hoy incurables o de los expertos en cuidados paliativos, que, oponiéndose al ensañamiento terapéutico, tratan de dar a los pacientes una muerte digna de verdad, sin alargarla artificialmente, pero sin tampoco quitárselos de en medio, cuando son un estorbo no rentable, según la lógica capitalista. Personalmente no me atrevo a juzgar la actitud de Ramón Sampedro: me basta con tratar de comprender su sufrimiento. Pero Amenábar y Bardem no sólo juzgan, sino que ridiculizan en su película y en algunas de sus declaraciones a los tetrapléjicos que tienen una opción distinta. En el debate sobre la eutanasia u otras cuestiones éticas, para que cada espectador dé su veredicto final -tal como proponen tanto Liebeneiner como Amenábar- es necesario partir de un material menos sesgado, en el que de verdad se respete la libertad de pensamiento de todos.

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